Sedas y tapices en Pastrana
Para el visitante que en nuestros días acude a Pastrana, la ducal villa alcarreña que conserva como un joyel su aspecto antiguo, será quizás uno de los más destacados puntos de interés la colección de tapices medievales que se conservan en las dependencias del Museo Parroquial de su iglesia colegiata. Esas series de paños, elaborados en Flandes por artesanos muy expertos, en el último cuarto del siglo XV (hacia 1475) según los dibujos que el artista portugués Nuño Gonçalves hizo con la temática abigarrada y polimorfa de las conquistas africanas del rey Alfonso V de Portugal, son de las más exquisitamente bellas del mundo, y bien merecen por sí solas un viaje y un estudio o degustación Pausados.
Pero hoy quiero referirme a otro tipo de tapices de Pastrana, de los que quizás ya ninguna huella quede, pero que para la historia de la villa, para el significado que Pastrana tuvo en la marcha socio cultural de la Alcarria durante los siglos del Renacimiento, sí que tienen su importancia. Sin entrar en pormenores en la historia de esta villa alcarreña, es preciso recordar, en rápido flash, que fue primero aldea del Común de Zorita, luego pertenencia de la orden de Calatrava, y finalmente puesta en venta por el Emperador Carlos V, pasando así a la familia de los La Cerda y finalmente a la de los Silva, cuyo primer representante, don Ruy Gómez de Silva, valido y consejero de Felipe II, príncipe de Éboli y duque de Pastrana, fue quien más favoreció el crecimiento, en población y riqueza, de la villa. En ella terminó de construir su gran palacio ducal, que presidía magnífico en su sencillez renacentista la gran plaza de armas, y distribuyó por el burgo una serie de industrias que atrajeron a gentes de la comarca, así como a otras de lejanos entornos, teniendo en cuenta además que él estimuló el crecimiento de la población trayendo numerosas familias de moriscos de las Alpujarras, a las que colocó a vivir en el barrio del Albaicín y en el pago de la Pangía, junto al Tajo.
De las industrias que creó el duque Ruy Gómez de Silva, una de las más tradicionales fue la de la seda. Sabemos que plantó numerosas moras en la vega del Arlés, en terrenos de su propiedad, y que creó talleres para su manufactura, e incluso en la plaza, junto a diversas casas y tiendas suyas, puso un tinte para elaborar estas sedas. Esas «casas del tinte de seda» quedaron siempre incluidas en el mayorazgo de los duques; y en la relación que el pueblo envió a Felipe II en 1576, se mencionaban las industrias del mismo, destacando éstas: «labran en este pueblo mucha cantidad de sedas, así torcidas y floxas como en telas, que se tiene por cercano en bondad a las de granada, e mejores aun que las de Jaén y Baeza y otras partes». Es a este respecto muy interesante el documento conservado en el Archivo municipal tocante al proyecto de redacción de unas «Ordenanzas» para el gremio de los tejedores de seda, que se trató en el Ayuntamiento pastranero, en sesión celebrada el 13 de julio de 1591. En ella se acordó redactar las ordenanzas relativas al «obraje de la seda que en esta villa se labra e texe» conforme a lo aconsejado por diversos mercaderes y personas conocedoras de esta industria en Granada y Toledo, entonces reputadas como las ciudades más sobresalientes en ello. Pregonaron por el pueblo el texto de las ordenanzas, y acordaron remitirlas a Madrid, para ser confirmadas por el Rey y los de su Real Consejo, quedando mientras tanto esto ocurría provisionalmente en uso «por el daño que resulta de no haber sobrello en esta villa ninguna ordenança». En esa misma sesión se nombraron ya por veedores y examinadores anuales del oficio de los tejedores de seda a Miguel López y a Hincado, que se reputan a la sazón por buenos oficiales y «personas que dello tienen notiçia». El texto de dichas ordenanzas, que indudablemente sería de gran valor histórico y socio ‑ cultural, no lo hemos encontrado en el Archivo de la Villa.
Indudablemente, la industria de la seda en Pastrana, puesta en marcha como hemos visto por el primer duque don Ruy Gómez de Silva en el último cuarto del siglo XVI, y otras industrias a ella anejas, se fundamentaron en una parte principal de la población como eran los moriscos, en su gran mayoría traídos de las Alpujarras como botín de guerra. A la plantación de moreras y su cultivo, a la cría del gusano de seda y extracción de su producto, a la industria de pasamanería y cintas se dedicaron estas gentes con entusiasmo. También construyeron telares y tintes, y en fin se dedicaron a laborar brocados, terciopelos y aun tapices (según veremos más adelante). A finales del siglo XVI, y con motivo de la llegada a Madrid del príncipe de Gales, un día del Corpus se aderezaron ricamente las calles de la Villa y Corte con varios altares, y dice una relación contemporánea: «Frontero de palacio hubo un altar con grandísimas joyas y riquezas, y un dosel nuevo de seda, plata y oro, el mejor que desta calidad se ha visha traído a su villa de Pastrana el duque para emulación de los chinos y flamencos, pues se han hecho allí ya algunas tapizerias, las mejores que dizen se hallan en Europa». También la relación enviada por la villa a Felipe II en 1576 insiste en que «téjense muchos brocados de telas de oro tirado, que en toda España no se hacen como aquí».
También, como antes comentábamos, a partir de 1570 tiene Pastrana una industria de tapices. Por supuesto que los que se conservan hoy en su Colegiata no están labrados en la villa, sino en algún taller principalísimo de Flandes. Los moriscos venidos en el siglo XVI se dedicaron a labrar y realizar paños de pared, a la sazón el mejor y más suntuoso método de adornar los muros de un palacio o una casa noble. Pero está bastante claro que fueron maestros flamencos los que vinieron a enseñar a los moriscos pastraneros las difíciles técnicas de esta industria. En 1622, el duque de Pastrana, trajo un grupo selecto de artesanos flamencos para que enseñaran el oficio a los moriscos; solicitando del ayuntamiento que éste corriera, de sus propios, con los gastos originados por los técnicos extranjeros. Dice así el texto documental conservado en el Archivo del Ayuntamiento de Pastrana «que atento que Su Excelencia avía traydo a esta villa para el ornato de esta república a los tapiceros de Flandes, en que avía gastado muchos ducados, que se pagase por quenta del Concejo las posadas de los susodichos». Dos años después, el duque todavía instaba al Ayuntamiento a que pagara sus contraídas deudas. Se ve que el Ayuntamiento de Pastrana era entonces bastante olvidadizo para pagar sus contraídos compromisos. Varias otras noticias confirman esta industria de tapices que asentó en Pastrana desde l570. En el proceso a Antonio Pérez, hay cierta referencia a unos paños o tapices realizados en la villa alcarreña y ofrecidos por la princesa de Éboli a un alto personaje. También circula por ahí, con ciertos visos de verosimilitud, que el cuadro famosísimo de «Las Hilanderas» de Velázquez, cuya escena se desarrolla en un taller de tapices, fue inspirado y aún realizado en una visita que el pintor efectuó a Pastrana.
El hecho cierto es que la villa teresiana y ducal, tan cargada de historia y obras de arte a lo largo de los siglos, fue durante el de Oro un emporio de riqueza y exquisitas industrias artísticas de las que, por desgracia, apenas si unos fragmentarios recuerdos nos han quedado. Aún insisten las relaciones topográficas enviadas a Felipe II, diciendo: «lábrase Taracea tan buena como la mejor que se hallare de Granada», y termina con esta frase «hay de toda gente de oficios en la villa». Sería una tarea apasionante la de investigar a fondo la documentación, todavía virgen, de los Archivos municipal y de protocolos de Pastrana, donde se hallaría material suficiente para confirmar esto que sólo en esbozo apuntamos: la intensa vida gremial y el alto grado técnico y artístico de los oficios que en la villa alcarreña se ejecutaban en siglos pasados.