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septiembre, 1981:

Los artesanos en la Guadalajara renacentista

 

No es necesario insistir nuevamente en el espléndido momento que para su desarrollo urbano, social y cultural significa la segunda mitad del siglo XVI en Guadalajara. Un largo proceso provinente del siglo XIV en que los Mendoza asientan en la ciudad, consiguiéndose un armonioso maridaje entre el sentido comunero del burgo y el empuje económico dado por sus más significados moradores cual eran los Mendoza, culmina en esa precisa pausa del tiempo. La tutoría de los hechos culturales y sociales por parte de don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, autor de un erudito libro de historia, y de su homónimo y nieto el quinto duque, reformador del palacio de su residencia en el que introduce con profusa galanura el Manierismo italiano, hacen crecer y desarrollarse de manera muy notable a la Guadalajara de entonces, de la que hoy quisiera traer a evocación un aspecto muy significativo, cual es el de la actividad artesanal ciudadana.

Para ello me baso en una larga serie de documentos que en los últimos años he examinado en el Archivo Histórico Provincial sito en el Palacio del Infantado, en cuya inmensa colección de protocolos notariales aparecen datos que nos permiten dar un retrato cabal de la sociedad arriacense del siglo XVI. No especifico en ningún caso el legajo y escribano de que tomo cada dato expuesto, pues ello haría pesadísima la lectura de esta glosa que quiero atrayente y breve en el tiempo. Para ello, paso directamente a exponer el tema.

De la consideración superficial de tan enorme documentación ciudadana, y para un espacio de unos 15 años solamente (los comprendidos entre 1565 y 1580) anoto un total de 68 oficios artesanos diferentes. Ello sólo da idea de la riqueza de acción y variedad de ocupaciones de los ciudadanos de la época. Al solo hecho de enumerar estos oficios, se puede conceder en principio un auténtico valor poético. También añade el dato de considerar el grado de desarrollo de la ciudad y su comarca, pues de esa relación surgen las necesidades y los lujos que sus habitantes tenían. Vamos con ellos: había en Guadalajara cabestreros, ocupados en hacer cuerdas, sogas y maromas, albarderos, que realizaban las albardas y otros aperos para las mulas; calceteros y bujeteros como artífices de prendas fines; sastres en gran cantidad, que pasaban el día realizando trajes: sombrereros para las cubriciones, y zapateros tanto de «obra prima» como «remendones» en el número abultado que una población de más de 12.000 personas, y autoabastecida en este sentido, nos permite imaginar. En los alrededores de la iglesia de San Andrés se encontraban los barrios de «zapatería nueva» y «zapatería vieja», donde también trabajaban algunos chapineros. Las elegancias quedaban a cargo del gremio de los bordadores, numeroso y bueno; había también cordoneros, roperos, cortadores y tapiceros en el número que una abundante burguesía requería. También sogueros y guarnicioneros, y en el mismo campo de los tejidos, podemos relacionar numerosos cardadores, peinadores (que tenían sus talleres a lo largo de la carrera de San Francisco), curtidores, tundidores, tejedores, y tintoreros, que entre unos y otros se ocupaban del proceso completo de los tejidos, así como cesteros, cabriteros, boteros y candileros, e incluso silleros como artesanos de los complementos del hogar Las artes del metal estaban representadas de forma variada y rica: desde los oficiales de cosas de bronce y de latón, a los fontaneros y campaneros, pasando por los rejeros, herreros, herradores, cerrajeros, espaderos y cuchilleros (estos últimos asentados en derredor de la puerta de Bejanque y la calle de las Calnuevas). También eran muy numerosos y con trabajo continuo los caldereros (que tenían su entorno gremial en la llamada «calderería», en la parroquia de Santa María), así como los plateros, que ya casi rozando el terreno del arte puro, asentaban en buen número sobre la calle de la platería, céntrica y cercanos a la iglesia de San Gil.

También los cuchilleros de la lanza y los doradores del hierro podemos incluir en este grupo. Entre los artesanos de la construcción, activísimos en un momento en que el desarrollo urbano se hace por los cuatro costados del viejo burgo, construyéndose numerosas obras públicas y Palacios nobles, contamos a los maestros canteros, en su mayoría montañeses, santanderinos, venidos de la Merindad de Trasmiera, lapidarios, empedradores, yeseros, caleros, albañiles y carpinteros. También los entalladores y ensambladores más los maestros torneros se ocupaban en labores constructivas y a veces artísticas. De ellos surgieron nombres afamados en todo el Común de Guadalajara y comarcas cercanas. El oficio de alcaller era en esos momentos ya de gran tradición, y ejercido por numerosos vecinos, que ocupaban un barrio entero, la «alcallería», fuera de la muralla y cerca del río (lo que hoy conocemos por «cacharrerías»), siendo muchos de ellos avezados sacadores de vedriado y finos artistas de la cerámica, de la que tan escasos recuerdos han quedado.

Seguimos aún con otras artesanías u oficios, esta vez referidos a la alimentación. Y así hay que nombrar a los panaderos, los pasteleros, los especieros, los sardineros o pescaderos, y los desolladores o carniceros. Otros muy diversos aspectos de la vida diaria de la ciudad eran atendidos, en fin por artesanos como los odreros, artífices de los grandes odres para almacenar el buen vino de la comarca, y los lagareros que cuidaban lagares y bodegas. Los barberos y boticarios, atentos e barbas y drogas. Los neveros que traían y conservaban nieve para todo el año. Los pintores y ballesteros, los cereros y molineros eran otros variados personajes de ese conjunto artesanal riquísimo que daban color y movilidad a la ciudad de Guadalajara durante el siglo XVI.

Respecto a la cantidad de unos y otros que existieran en ese momento en Guadalajara, es difícil evaluarla. Una aproximación puede dárnosla el dato de la cantidad de artesanos que anualmente pasan el examen de oficial para poder ejercer libremente, en un rito vigilado por el Concejo, que nombraba anualmente un par de «vehedores y examinadores» para cada oficio. Para el año 1577, por ejemplo, vemos que de los libros de contratos y protocolos de un solo escribano, aparecen un total de 26 exámenes a artesanos. Contando con que eran activos anualmente cuatro escribanos en la ciudad, ello totaliza un centenar aproximadamente de artesanos nuevos, de todo tipo, cada año. No es exagerado calcular que más de dos mil personas se dedicaban en Guadalajara, durante el último cuarto del siglo XVI, a distintos oficios artesanos, que servían, lógicamente, a todo su amplio alfoz y comarca. Los más numerosos eran los relacionados con la alimentación (panaderos, sardineros) y el vestido (sastres, zapateros, tejedores). La calidad, además, parece que estaba garantizada. No sólo porque consta que sus trabajos se extendían a numerosos pueblos comarcanos, e incluso por el hecho de realizar muchos contratos, que prueba su eficacia, sino porque el sistema que el Concejo de la ciudad tenía establecido para conferir el rango de oficial artesano en cualquier faceta, era riguroso para evitar que cualquier oficio se degradara. Unos «veedores o examinadores» (dos por oficio, renovables cada año como oficiales del concejo) y acompañados de persona destinada por los alcaldes, examinaban a los aspirantes a artesanos. A continuación, y para terminar, reseñaré las pruebas que ponían en algunos oficios, de manera que quienes las superaban y llevaban al menos tres años como aprendices del mismo, acreditaban su oficialía y podían instalar taller propio, en el que podrían realizar obras y venderlas a los precios que marcaba el Concejo.

Tejedor: tejer lienzo blanco, lino y estopa.

Sastre: cortar y hacer de vestir de sedas y paños de ciudadanos y ciudadanas, clérigos, letrados y labradores.

Cereros: a estos les hacían diversas preguntas y repreguntas sobre temas del oficio.

Carpintero (y albañil): hacer una casa tosca con sus texados e chimeneas y escaleras y un pilar de ladrillo e un arco de medio punto e uno escarçano y un suelo de quartones labrados y a tabla junta y una puerta levadiza.

Zapatero de obra prima: hacer un zapato enpañado de chicarrería, e un botin e un zapato redondo de bracete de qualquier suerte que sea e abrir una bota vieja y echarle cabezadas.

Carpintero: una cama de campo de qualquier género de hechura e un scriptorio e una silla francesa, un bufete cabezal e puertas e ventanas, e ansimismo de torrnero.

Espadero: guarnecer una espada e una daga de terciopelo de todo punto e un estoque de armas guarneciendo e un montante e un cazudo ansimsmo todo guarnecido de todo punto.

Carpintero: hazer un quarto de casa tosco, con sus cimientos de yeso y tapiería de tierra con sus suelos y texares de madera tosca e texarlo e u una escalera e chimenea tosca e una puerta clavadica

Calcetero: asní de cortar como hazer qualquier género de calzas de greguescos de cualquier manera.

Cordenero: forrar un sombrero por dentro y por fuera, y hacer cordones de almáticas e qualesquier franxas y franxones y qualesquier suerte de alamares y botones y bolsos y guarnecer pendones y trenzas entryliadas de cualquier manera.

Han sido estas unas líneas evocadoras, breves pero densas, que ha pretendido rememorar  una época de gran apogeo arriacense: la segunda mitad del siglo XVI, en que Guadalajara destacó como ciudad repleta de nobleza y artesanía, de comercio y cultura. Una prueba concreta de que nuestro pasado, no sólo glorioso, sino pleno de una vida popular muy interesante, que merece de vez en cuando recordar e ir rescatando del olvido.

Los médicos en la Guadalajara renacentista

 

Es inevitable considerar a los profesionales médicos, en cualquier momento de la evolución de la sociedad humana, como elementos destacados de la misma, respetados, queridos y necesitados. Su influencia ha sido variada de unas a otras épocas; su nivel social, económico y su incidencia en el curso de la vida habitual, especialmente, en pequeñas comunidades también ha oscilado según las regiones y las épocas. Pero ese halo de respeto y veneración que hacia ellos en todas las culturas ha existido, emanado del poder que ejercen sobre la naturaleza para corregirla y domeñarla, no desaparecerá nunca.

También a las comunidades puede medírselas el nivel de vida por la cantidad y calidad de médicos que poseen en su ámbito. De un pueblo o ciudad que no posee médicos puede darse por seguro, que existe, en cierto modo, una crisis segura. Y, por supuesto, examinando atentamente la evolución del número de galenos que posee una ciudad se puede colegir en qué sentido camina, hacia que nivel de prosperidad o hundimiento camina. No nos importa, incluso  creemos que es en este momento útil, examinar brevemente ese discurrir que respecto al número y calidad de sus médicos ha tenido Guadalajara, ciudad, en los últimos siglos. La curva de atención sanitaria ha evolucionado desde un nivel muy aceptable en el renacimiento del siglo XVI, bajando a grados alarmantes mediado el siglo XVIII, en plena y grave crisis de la ciudad, y paulatinamente ha ido ascendiendo hasta el momento actual, en que se encuentra atendida, en cifras absolutas y relativas, como no lo ha sido nunca.

El detalle, escueto de considerar como en el siglo XVIII en su comedio solamente hay tres médicos para la atención de la ciudad y los varios pueblos de su entorno inmediato, y de ver que solamente en el último cuarto del siglo XVI contempla la ciudad la actuación de más de una veintena de facultativos, ya es suficientemente elocuente del nivel de vida de una comunidad. Con el dato de que esos veinte médicos de finales del siglo XVI vivían en general mucho mejor, con niveles económicos más satisfactorios, que los tres de la mitad del siglo XVIII.

Hay un documento curioso, aunque, para nuestro deseo, demasiado escueto, que nos concreta el hecho de que en 1578 vivían en la ciudad 12 médicos. Sirva al mismo para iniciar nuestro repaso a los nombres y circunstancias de cada uno. En ese año, reunidos los galenos del burgo en torno a la mesa del escribano‑notario don Gaspar de Campos, otorgan una carta de poder a uno de ellos para que gestione ante la autoridad eclesiástica de Toledo la creación en la ciudad del Henares de una Cofradía gremial de médicos puesta bajo el patrocinio de los santos Cosme, Damián y Lucas. Dice así la carta, y éstos son los firmantes del deseo: «Antonio de Madrid el viejo, andrés de salazar, alonso loçano, alonso de zamora, el doctor campos, el doctor uclés, el licenciado zamora, el doctor yñigo lopez, el doctor calbo, el doctor horozco, el licenciado Suarez e yo gaspar de campos, todos vezinos de Guadalajara, otorgamos el poder a Iñigo de Orejón para que presente ante el arzobispo de Toledo y sus oidores las ordenanzas de un cabildo que queremos zelebrar de san cosme e san damian y san lucas a quien tenemos por nuestros abogados…» (1)

Este tipo de cofradías profesionales existían en Castilla desde la Edad Media, y eran muy activas y poderosas en algunos lugares, hasta el punto de que durante el Bajo Medievo fueron ellas las que se encargaron de conceder las patentes de ejercicio de la profesión, en la respectiva ciudad. Equivalentes a los actuales Colegios profesionales, regulaban la actividad de sus miembros, vigilaban el cumplimiento de una ética, y también se defendían de una ética, y también se defendían de intrusismos y desafueros. Guadalajara, pues, en los finales del siglo XVI, poseyó esta Cofradía gremial de médicos que nos da idea de la potencia y prestigio de la profesión, en la respectiva ciudad. Equivalentes a los actuales colegios profesionales, regulaban la actividad de sus miembros, vigilaban el cumplimiento de una ética, y también se defendían de intrusismos y desafueros. Guadalajara, pues, en los finales del siglo XVI, poseyó esta Cofradía gremial de médicos que nos da idea de la potencia y prestigio de la profesión.

De los médicos relacionados en ese momento, es necesario referir algunos otros detalles conocidos, pues no sólo el dato importante de su cantidad, sino la valoración de la calidad de algunos de ellos, nos ofrece el autentico nivel de la medicina en nuestra ciudad durante el Renacimiento. Uno de ellos, el licenciado Suárez, aparece en diversos documentos notariales de la época. Aparece en algún lugar con el nombre de Rodrigo, y en otros con el de Antonio. Le vemos activo los años 1572, 1577, 1578 y 1581 en que, ya muy viejo, hace su testamento. Era «médico y cirujano» en la ciudad de Guadalajara. Casó con Francisca de Salazar. Vivía en unas casas «en la cotilla de la colación de Nuestra Señora de la Fuente». Un hijo suyo, el doctor Gaspar de Salazar, fue también médico y murió antes que el padre. Otra hija suya, ingresó monja en el monasterio de jerónimas de San Ildefonso de Brihuega, dando al padre 400 ducados en calidad de dote. También su padre, llamado Bernardino Suárez, había sido médico en la ciudad, ejerciendo en la primera mitad del siglo XVI. Al hacer nuestro personaje su testamento en 1581, debía ser ya muy viejo. Parece colegirse de una manda que había escrito algunas obras referentes a medicina: «ytem mando que los libros que se hallaren en mi estudio que tengo son escritos de mi mano… que se los den al Sr. Gaspar Hurtado para que él haga con ellos lo que fuera servido, o los dichos libros se den al Sr. Diego Suárez». Manda amortajar su cuerpo en hábito de San Jerónimo, y pide ser sepultado en la iglesia de Santa María, su parroquia. Otro es el doctor Uclés, llamado realmente Luís Núñez de Uclés. Era hermano del también doctor Luís de Lucena, y a la muerte de éste, quedó como patrón de la famosa capilla mudéjar de junto a la iglesia de San Miguel. Casó con doña Leonor de Quirós. Tuvo varios hijos: Alonso Núñez, Diego Núñez y María de Urbina, que casó con Alonso de Salcedo, caballero la corte del duque del Infantado. En esta boda, Uclés entregó en dote 1.000 ducados a la novia. La categoría de este doctor, todavía mal apreciada por no ser bien conocida su biografía, quizás podamos comenzar a desvelarla al examinar un breve documento notarial, fechado en 1569, por el que se destaca que no sólo actuaba como médico en Guadalajara, sino que era también un investigador y escritor científico. Veámoslo: «Sepan quantos esta carta de poder vieren como yo el doctor Uclés médico vz.º de la ciudad de guadalajara otorgo e conozco por estha presente carta que doy e otorgo todo my poder cumplido libre llenero bastante segun que le yo he e tengo de derecho mejor puede e debe baler a vos gaspar de zarate procurador en consejo rreal de su Magt questays ausente especialmente para que por mí y en my nombre e como yo mysmo podays pedir y suplicar a su Magt me dé licencia para ymprimir e que se ymprima un libro que tengo hecho de mydicina en lengua castellana e sobre ello hazer e hagays los pedimyentos e suplicaciones necesarios e sacar qualesquier probisiones que me cobengan». Y es otro de los intervinientes en el documento inicial para la creación de la Cofradía de Médicos un tal Iñigo de Orejón, hijo de Acacio de Orejón, el genial arquitecto reformador del palacio del Infantado y constructor de la iglesia de los Remedios en Guadalajara, entre otras obras. Era médico y vecino de Toledo, por que se compromete a hacer las gestiones ante la curia episcopal.

Pero aparte de los reseñados en el curioso documento, a lo largo del último tercio del siglo XVI vemos otros diversos médicos, que totalizan el número de 23 citados en documentos a lo largo de ese corto período. Los reseñaremos por orden de cita: en 1568, el médico Sebastián Guillén compra a un mercader de la ciudad cierta cantidad de paño de Segovia. En 1568, el doctor Juan Bautista Serra, valenciano, que había sido largos años médico de los jerónimos de Lupiana, hace testamento y, como un exponente de lo que suponía el imprescindible instrumental de un médico de la época, deja «su mula, sus libros, su plata y otras cosas» a sus herederos. En 1568 Bernardino Suárez era ya difunto, había sido médico de la ciudad, y estuvo casado con Luisa de Luxan. En 1569 vemos a Antonio de Aguilera, como médico ejerciendo en Atienza. De él sabemos que fue natural de Yunquera, avecindado siempre en Guadalajara (donde tenía unas casas con su bodega y tinajas en la calle de Barrionuevo) y autor de un famoso libro. «Exposición sobre las preparaciones de Mesué», sobre cuestiones de medicina. En 1569 murió el doctor don Lucas de Oquendo, que durante largos años había sido el médico personal del duque del Infantado. En ese mismo año, pasó a ocupar este destacado puesto profesional y cortesano, el doctor Tomás Coronel, quien asimismo se encargó de cuidar la salud de las monjas del monasterio de la Piedad, era de fuera, y tenía varias posesiones en Navarredonda, jurisdicción de Buitrago. Era yerno del doctor Bernardino Suárez, y en ese año de llegada a la Alcarria le vemos adquiriendo numerosas tierras a su suegra y a otras personas, en el término de Aldeanueva de Guadalajara. El nivel económico de los médicos arriacenses de esta época se comprueba al examinar cómo todas sus referencias son motivadas por documentos de compra‑venta de terrenos y bienes. En 1571, el médico licenciado Baltasar de Torres, paga a Hernán López, también vecino de Guadalajara, cien reales de plata castellanos por un «arcabuz con todos sus aderezos, que es de mecha y pedernal». En 1572, el médico y vecino de Guadalajara Dionisio López instituyó una capellanía en la iglesia de Santa María. En 1580 el doctor Gómez de Luna aparece como médico personal del Conde de Tendilla; tiene una casa en la plaza pública de la ciudad, en la  calle de Merceros. En 1581, el médico Juan de Sampedro, aparece  realizando una importante transacción comercial, vendiendo a otro individuo diversos objetos de plata. En 1591, finalmente, encontramos referencia de otro médico vecino de la ciudad, el doctor don Luís Méndez.

Y esto es cuanto podemos decir por el momento de estos profesionales que, en época tan remota, como vemos, se ocupaban de la salud de los arriacenses. De entre ellos gentes valiosas, buenos médicos, algunos escritores, científicos y, en todo caso, medida justa y equilibrada del crecimiento y riqueza que en ese último tercio del siglo XVI, en los terrenos económico, cultural y social, alcanzó la ciudad de Guadalajara.

Plateros y orfebres (II) Guadalajara y Pastrana

 

2 – El taller de Guadalajara

Tampoco hasta ahora se sabía nada acerca de la platería o taller de artesanías del oro y la plata en la ciudad de Guadalajara. Los estudiosos del tema en España nunca habían ni siquiera sospechado esta posibilidad. La verdad es que no puede extrañarnos esta existencia, teniendo en cuenta que la ciudad del Henares, protegida por los poderosos Mendozas desde la Baja Edad Media, había alcanzado un grado de prosperidad durante el siglo XVI, un cultivo tan intenso de las artes y la cultura, que no es en modo alguno sorprendente el hecho, documentalmente probado, de que existiera en esa centuria una floreciente «platería» que surtía de magníficas obras a la comarca en torno. Según leemos en un documento de 1570, podemos localizar con precisión su enclave: «en esta ciudad, a la parrochia de San Gil della, donde dizen la platería» (1) y en otro documento de los mismos años se menciona la «calle pública de la platería». Poco después, en 1581, vemos que tres plateros arriacenses poseen sus casas y tiendas mutuamente colindantes, en esta calle: eran Alonso Hurtado, Francisco Gutiérrez y Diego de Molina (2). También de 1570 es el dato que nos informa que Bartolomé Sánchez, platero, tenía unas casas en la calle mayor de Guadalajara (3), y de otro, Francisco Gutiérrez, a quien ya hemos visto que su taller estaba en la calle común de los plateros, nos llega la noticia de que también poseía unas casas junto a la «Puerta Mercado» en la colación de San Nicolás. El hecho cierto de que esta «platería» arriacense fuese nutrida y estuviese en lugar céntrico, cerca de San Gil y en calle propia, en el centro de la ciudad, supone la gran importancia que el gremio en esa época había adquirido. De sus figuras tenemos algunos datos que ahora consignamos.

A comienzos del siglo XVI, ejercía el artesanado en oro plata Fernando de Cuéllar, a quien la Inquisición condenó a su mujer por hereje o cristiana nueva. El fue inhabilitado en 1532, pero hasta entonces dejó una apreciable obra; Lope de Cuéllar, quizás pariente del anterior, fue también declarado hereje por la Inquisición, y huido; Alonso Rodríguez, de finales del XV y comienzos del XVI, del que no se conserva memoria de sus obras; Juan de Segovia, artesano y comerciante, quizás judío, porque huyó también de la Inquisición; Juan de Ciudad, cuyo nombre y título de platero aparece en algunos documentos notariales de mediado, el siglo; Diego de Salamanca, que ejercía en 1573 y adelante como platero y contraste oficial del oro y la plata que se trabajaba en la ciudad; de él consta que tenía taller y «oficina abierta» en la calle pública de la platería; otro era Francisco Alvarez, activo en 1569; y Bartolomé Sánchez, platero que en 1576 hi­zo una gran custodia de plata, de más de diez marcos de metal, para la iglesia de San Ginés de Guadalajara (4); Gaspar Muñoyerro era repostero de plata de los duques del Infantado, desde 1567 (5), cargo que conllevaba la responsabilidad de cuidar y limpiar el tesoro de plata y otro de los magnates mendocinos, y al mismo tiempo un sustancioso sueldo. En 1588 le vemos aceptando como aprendiz por dos años a Pedro Ramírez, quien quería aprender el oficio; Francisco Gutiérrez, a quien hemos visto con tienda abierta en la calle de los plateros, se ocupó en 1573 de limpiar la cruz grande de plata de la iglesia de Marchamalo (6); también fue repostero de los duques del Infantado el platero Juan de Losada, activo en 1573; Guinea hizo diversos trabajos finos para la casa de los condes de Coruña, en 1574; y, en fin, los hermanos Sotomayor, que además de su arte de orfebres hicieron una gran fortuna comerciando, en plan fuerte, con los metales y piedras preciosas, en la segunda mitad del siglo XVI: Marceliano de Sotomayor hace en 1573 un contrato para realizar un gran número de botones de oro y ámbar; en 1587 entrega diversas obras de plata a las parroquias de Fuentelahiguera, Quer y La Puebla de Guadalajara; en 1575 acepta como aprendiz a un joven alcarreño, llamado, como otros muchos, al señuelo del prestigio de una profesión que este hombre elevó, en Guadalajara, a gran categoría (7). Su hermano, Francisco López de Sotomayor, hizo numerosas obras en 1573 para el duque del Infantado. Entre la nómina de comerciantes al por menor de oro y plata en Guadalajara, debemos reseñar a Álvaro de Antequera. Ya en el siglo XVII co­mienza la decadencia de este gremio, y sólo encontramos relación de Lázaro de Rueda como platero que produce algunas cosas no de envergadura para los pueblos más cercanos.

Todavía en el área de influencia de la ciudad de Guadalajara, algunos plateros residían en pueblos, y en ellos ejercían su arte con gran aplauso. Así sabemos que en 1581 tenían taller de platería en Valdeaveruelo Roque Moreno y Gabriel de Esteban. En Mondéjar aparece, en el siglo XVII, Juan Arribas González, autor en 1698 de una gran custodia de plata sobredorada, con pedrería, para la parroquia de dicho pueblo alcarreño. En 1628, había en la villa de Pareja un platero, Antonio de Madrid, que se ocupa en aderezar, limpiar y construir pequeñas cosas para las aldeas de su común.

3 – El taller de Pastrana

Algo más tardío es el florecimiento de este arte en el que podemos considerar gran centro de la orfebrería en la tierra alcarreña: concretamente en Pastrana, el siglo XVII vio cómo se instalaba un selecto número de estos artistas en su recinto. Ello fue al amparo del estímulo dado a fines de la anterior centuria por sus señores los Silva. Si con ellos acudieron tejedores de lienzos, productores de sedas e incluso artífices de paños y tapices, también se llegaron algunos orfebres de los que ahora damos algunos nombres, que, con toda seguridad, serían ampliables en gran modo al estudiar como se merece este importante centro artístico durante el Siglo de Oro. Uno de ellos es Juan López, quien en 1677 hizo la grande y portentosa custodia de la Colegiata de Pastrana. Consta en ella, grabado, el dato de que este artista la realizó en su taller de la propia villa. Otro importante platero pastranero es José Rubio, que en 1692 se ocupaba en arreglar cosas y en hacer nuevos copones, copas y cálices para la iglesia de Mondéjar. Pero el más importante de todos es, sin duda, Gaspar de Ávila, activo en toda la segunda mitad del siglo XVII, y a quien debemos la traza ingeniosa de la espléndida custodia parroquial de Mondéjar.

4 – Influencias externas

También de ciudades cercanas, populosas, tradicionalmente productoras de arte y cultura, llegaron a la tierra de Guadalajara orfebres de calidad, dejando aquí su huella genial de la que los alcarreños también nos sentimos orgullosos. Como es lógico, las influencias externas van en proporción inversa a la distancia de las ciudades productoras con nuestra tierra.

De Alcalá se sabe ya lo rico y denso de su producción: Juan Francisco fue quizás uno de sus más universales representantes. De su vida se sabe muy poco, y generalmente se le ha tenido como plenamente toledano, pero según documentos consultados, su obra principal la realizó en su taller de Alcalá de Henares. De su producción, hoy en gran parte perdida, destacan la cruz parroquial de Buitrago, la que había en el Casar de Talamanca (desaparecida en la guerra), parte de la de Pastrana, la magnífica de Mondéjar, y el cáliz de Viñuelas. Otro complutense de gran relieve es Guzmán, autor de la cruz procesional de Bujalaro y de la gran custodia que hoy posee la catedral de Sigüenza. En el siglo XVII destacan Pedro Gómez Delgado, que realiza diversos arreglos en el tesoro parroquial de Mondéjar, y Francisco Riesgo más tarde, en 1731, haciendo las andas de plata para la cofradía del Santísimo Sacramento, también de Mondéjar.

De Toledo debemos recordar a Abanda, que hizo una cruz procesional magnífica, de las más destacables que hoy se conservan en nuestra provincia, para la parroquia de Uceda.

De Madrid siempre llegaron artistas y obras. Ello es lógico, especialmente en el siglo XVII, a tenor del gran auge que desde entonces toma la vida de la Corte, con creciente intervención, y absorción, de la vida económica de un amplio entorno. Damián Zurreño hizo en 1667 la gran custodia parroquial de Mondéjar, en plata fina muy certeramente cincelada. Juan Rodríguez Bavia estuvo al servicio directo de Felipe II. Labró, hacia 1564, la custodia de la catedral de Sigüenza, según consta en las actas capitulares de dicha catedral. Sabemos también que elaboró joyas diversas para algunas ricas familias de Guadalajara. Antonio Pimentel hizo en 1608 unas varas de plata para llevar el palio en la catedral de Sigüenza. Juan López de Orea construyó en 1671 dos grandes lámparas de plata que colgaron siempre en el presbiterio de la iglesia de Mondéjar, hasta 1936. Tenían fama de ser dos joyas capitales del arte de la orfebrería barroca. En 1693, Francisco Artacho construyó, en su taller madrileño, la preciosa custodia de la parroquia de la Santísima Trinidad en Atienza.

También la platería de Cuenca envió algunas de sus obras a nuestro territorio. Fue concretamente a la parroquia de La Puerta, a la izquierda del Tajo, tradicionalmente perteneciente a la diócesis conquense, donde Francisco Becerril llevó su momento más inspirado, su equilibrio renacentista más genial, dejando una cruz procesional que puede contarse entre las piezas más hermosas de este repertorio

De Zaragoza llegaron algunas obras, especialmente al Señorío de Molina: en 1639, el aragonés Miguel Pérez construyó la custodia de plata de la parroquia de Alustante

Y de Segovia también vinieron a nuestra tierra algunos artistas y obras, especialmente a la comarca de más directa relación con la provincia castellana. Así, el famoso Diego Valle, en el siglo XVI, produjo las cruces parroquiales de El Cardoso de la Sierra y de Valverde de los Arroyos, ambas hermosísimas. También segoviano fue José Rueda, que en el siglo XVIII se encargó de algunos aderezos en el rico tesoro de la parroquia mondejana.

Todavía saldrán, a buen seguro, numerosos nombres, atribuciones y datos enriquecedores en torno al arte de la platería y la orfebrería en nuestra tierra. En este breve panel donde queremos asentar los personajes que, paso a paso, y cada uno en su humana parcela, han ido haciendo a nuestra tierra, no podían faltar estos artistas de la meticulosidad y la paciencia. Ahí quedan sus nombres y sus obras, como inicio de una relación que ojala pronto se haga mucho más larga.

(1) AHPG, protocolo 132, escribano Pedro Medinilla, Fol. 176 v.

(2) AHPG, protocolo 163, escribano Gaspar de Campos.

(3) AHPG, protocolo 155.

(4) AHPG, protocolo 157, Fol. 340 v. y 341.

(5) AHPG, protocolo 166

(6) AHPG, protocolo 166.

(7) AHPG, protocolo 170, escribano Diego López de León «En 2 septiembre 1575… paresció Sancho de Soto, alcaller, vezino della e dixo que assentava e asentó a servizio a Diego de la Vega su hijo de edad al presente de diez e seis años poco más o menos, con Marceliano de Sotomayor platero de oro vezino de la dcha. ciudad que presente estaba, esto por tiempo e plazo de cinco años… durante el qual tiempo de los dichos cinco años, el dcho Diego de la Vega le a de servir en las cosas que el mandare con estar licitas de se hacer y el dcho marceliano de Sotomayor le a de enseñar el oficio de platero de oro y plata en lo que alcanzare la avilidad del dcho diego de la vega sin le ocultar y encubrir cosa alguna y por azón dello el dcho marceliano de Sotomayor le a de dar de comer e bever en todo el dcho tiempo, e casa e cama en que duerma e çapatos los que pudiere rromper e unas calzas e jubón e un sombrero de la manera que se lo quisiere dar…

Plateros y orfebres (I)

 

Entre los múltiples artesanos que han poblado a lo largo de los siglos nuestra tierra, podríamos contar entre aquellos más populares,-por lo vistoso y condicionado de su producto- a los plateros y orfebres, que en el trabajo de obras de arte sobre el oro y la plata se les iba el tiempo. Si han sido bien estudiadas, y hoy son ampliamente conocidas, las escuelas de plateros de Sevilla, de Córdoba, de Zaragoza, o Cuenca, en nuestra tierra hubo también prolíficos centros de esta artesanía que hasta ahora habían pasado completamente desapercibidos: Sigüenza Guadalajara, Pastrana…, tuvieron figuras, escuelas, talleres y barrios dedicados a estos menesteres, y de ellos salieron cantidad ingente de obras de arte que acreditan plenamente su calidad. Vamos a recordar, sin entrar tampoco en profundidad de datos, estos centros de orfebrería, sus nombres capitales, sus fechas y cifras. No merece la pena, en este glosario, entrar en detalles sobre la técnica artesanal de los metales nobles: el repujo como elemento común, la talla como el más delicado y el molde como proceso industrial más moderno: todos ellos fueron tratados en las tierras de Guadalajara por sus núcleos plateros.

Toda la producción de cruces, custodias, cálices, piezas varias, etc., que hubo (hoy quedan escasos restos) en nuestro territorio provincial, provenían fundamentalmente de dos núcleos elaboradores: uno propiamente provincial, en el que se incluyen lugares como Guadalajara, Sigüenza y Pastrana; y otro de fuera de estos límites: artesanos de Madrid, Toledo, Alcalá de Henares, Zaragoza, Cuenca y Segovia, elaboraron numerosas y famosas piezas para las iglesias y catedrales de nuestro entorno

1 -El taller de Sigüenza

El más importante centro de orfebrería en nuestra tierra fue Sigüenza. Hasta ahora no se sabía que la ciudad del alto Henares había sido un importante núcleo productor de este arte. Pero ello era lógico de pensar, pues desde el mismo momento de la reconquista, el impulso dado por sus primeros obispos franceses a todo tipo de construcciones y actividades artísticas, no hizo sino empujar en siglos posteriores el cultivo del arte en la ciudad que llegó a su cenit en los años del Renacimiento (fines del siglo XV y todo el XVI entero). La prosperidad del arte arquitectónico, escultórico y pictórico fueron marco adecuado para que orfebres y plateros surgieran y crearan también una auténtica escuela, cuyos productos invadieron el territorio asignado a la diócesis. Desconocemos por ahora las calles o barrio donde tuvo asiento esta «platería», pero es lógico pensar que los diversos artesanos que en esa época trabajaron, lo hicieran en un entorno breve y común. Estas son las principales figuras de la orfebrería seguntina en el siglo XVI: Martín Covarrubias, era ya en 1543 platero del Cabildo catedralicio de Sigüenza. Aparte de muchas otras obras desconocidas o desaparecidas fue autor de la cruz parroquial de San Gil de Medinaceli (1548), de la cruz de La Toba, de Alustante (1565) y Pastrana. La molinesa es la mejor cruz salida de las manos de este artista: esa obra de Alustante, con el valiente trazo de las figuras que a decenas cubren su superficie, es una de las cumbres de la orfebrería de nuestro territorio, y Covarrubias se eleva, así, a la categoría de primer buril de la misma. Pedro de Frías fue también platero del cabildo catedralicio seguntino, ocupando el puesto en 1543. En él se ocupó de limpiar y reparar el tesoro de plata de la catedral. Hizo también algunas cruces para el Cabildo y otras piezas menores. Se conoce y conserva hoy la cruz parroquial de Villar de Cobeta, por él firmada, obra de serena y sencilla composición, muy bella y original. Heredero de los anteriores en estilo y trazas fue el también admirable Diego de Valdeolivas, que ocupó el puesto de platero del Cabildo seguntino en el último tercio del siglo XVI. Desde 1569 ostentó la responsabilidad de cuidar y limpiar el tesoro catedralicio, pero se sabe que elaboró varías cruces muy interesantes para parroquias del territorio: así la de Languillas (Segovia) y Madrigal (Guadalajara) que guarda el estilo sobrio pero de alta minuciosidad que sus antecesores. Sin ostentar el cargo de platero capitular, pero con tiendas y talleres abiertos para las necesidades de eclesiásticos y particulares del territorio seguntino, debemos mencionar a Francisco de Madrid, activo a mediados del siglo XVI, natural y vecino de Sigüenza; a Juan Vizcayno; a Juan de Torres, que en 1601 hizo la custodia de plata de la iglesia de San Gil de Molina; a Juan de Oñate, que en 1552 hizo una cruz de plata para la parroquia de San Andrés de Medinaceli; a Martín Osca, miembro también del gran talles seguntino de plateros, que a comienzos del siglo XVI fabricó la maravillosa cruz dorada de Ciruelas, y la no menos impresionante de Valfermoso de Tajuña; a Bernardino Peña, a Gabriel Navarro, que en 1519 hizo un cáliz para la parroquia de San Nicolás de Medinaceli; a Alonso de Lezcano, que trabajó en la segunda mitad de la centuria en gran número de piezas para algunas parroquias de Medinaceli, de varios pueblos de la comarca de Atienza, así como las custodias de Villel de Mesa (Guadalajara) y Arcos de Jalón (Soria); a Diego de Elgueta, que en 1560 hizo una buena cruz de plata para la catedral seguntina, hoy perdida; e incluso Juan de Morales, miembro también de la escuela seguntina en el siglo XVI, que alcanzó entre los años 1588 y 1597 el cargo de platero del cabildo seguntino, aunque no hizo sino limpiar el tesoro.

En el siglo XVII, el importante taller seguntino produjo también gran cantidad de obras, aunque ya no en tan espectacular riqueza y variedad de formas. Como pasa, en general, en toda la orfebrería hispana, el Siglo de Oro vive de las rentas de la época renacentista. Esta época renacentista. Esta época contemplar en Sigüenza una pléyada de artesanos dedicados a elaborar piezas rutinarias para el culto. Pero ello no le resta vigor en modo alguno al taller ya fuertemente enraizado en la ciudad. De entre sus hombres, tenemos noticia de los siguientes: Matías Bayona, que en 1608 hace la cruz parroquial de Setiles, en 1632 una custodia para San Martín de  Molina, y otras distribuidas por el Señorío de Molina y por la Alcarria (El Olivar); Diego Caballero, autor de un cáliz en 1636 para la parroquia de Alustante; Pascual de la Cruz, que ocupó en los primeros años de esa centuria el cargo de platero oficial del Cabildo, y que además de numerosos arreglos del tesoro catedralicio, hizo varias cruces procesionales para pueblos de la diócesis, entre ellas la de Casas de san Galindo, muy en la línea estructural de los plateros seguntinos del siglo anterior; Juan García, también platero del Cabildo, solo dejó obras menores; Cristóbal Oñate, que trabajó por encargo para la catedral, arreglando piezas de su acerbo, construyendo obras para la diócesis: así un cáliz para Setiles (1650) y otro para San Martín de Molina (1644); Hernando Oñate, posiblemente hermano del anterior, que trabajó también para algunas iglesias del Señorío; Juan Sanz, que en 1653 hizo un incensario para San Gil de Molina; Mateo de Valdeolivas, que como su padre ocupó el puesto de platero oficial del Cabildo, y algunos más de escaso relieve. Vemos, pues, que el taller de Sigüenza, en los siglos XVI y XVII, fue realmente activo y pleno de vigor. Decayó luego rápidamente, al compás de la vida gremial y económica del país. En el Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado a mediados del siglo XVIII, no se menciona ni un solo platero en la ciudad. El taller había desaparecido.