Los artesanos en la Guadalajara renacentista
No es necesario insistir nuevamente en el espléndido momento que para su desarrollo urbano, social y cultural significa la segunda mitad del siglo XVI en Guadalajara. Un largo proceso provinente del siglo XIV en que los Mendoza asientan en la ciudad, consiguiéndose un armonioso maridaje entre el sentido comunero del burgo y el empuje económico dado por sus más significados moradores cual eran los Mendoza, culmina en esa precisa pausa del tiempo. La tutoría de los hechos culturales y sociales por parte de don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, autor de un erudito libro de historia, y de su homónimo y nieto el quinto duque, reformador del palacio de su residencia en el que introduce con profusa galanura el Manierismo italiano, hacen crecer y desarrollarse de manera muy notable a la Guadalajara de entonces, de la que hoy quisiera traer a evocación un aspecto muy significativo, cual es el de la actividad artesanal ciudadana.
Para ello me baso en una larga serie de documentos que en los últimos años he examinado en el Archivo Histórico Provincial sito en el Palacio del Infantado, en cuya inmensa colección de protocolos notariales aparecen datos que nos permiten dar un retrato cabal de la sociedad arriacense del siglo XVI. No especifico en ningún caso el legajo y escribano de que tomo cada dato expuesto, pues ello haría pesadísima la lectura de esta glosa que quiero atrayente y breve en el tiempo. Para ello, paso directamente a exponer el tema.
De la consideración superficial de tan enorme documentación ciudadana, y para un espacio de unos 15 años solamente (los comprendidos entre 1565 y 1580) anoto un total de 68 oficios artesanos diferentes. Ello sólo da idea de la riqueza de acción y variedad de ocupaciones de los ciudadanos de la época. Al solo hecho de enumerar estos oficios, se puede conceder en principio un auténtico valor poético. También añade el dato de considerar el grado de desarrollo de la ciudad y su comarca, pues de esa relación surgen las necesidades y los lujos que sus habitantes tenían. Vamos con ellos: había en Guadalajara cabestreros, ocupados en hacer cuerdas, sogas y maromas, albarderos, que realizaban las albardas y otros aperos para las mulas; calceteros y bujeteros como artífices de prendas fines; sastres en gran cantidad, que pasaban el día realizando trajes: sombrereros para las cubriciones, y zapateros tanto de «obra prima» como «remendones» en el número abultado que una población de más de 12.000 personas, y autoabastecida en este sentido, nos permite imaginar. En los alrededores de la iglesia de San Andrés se encontraban los barrios de «zapatería nueva» y «zapatería vieja», donde también trabajaban algunos chapineros. Las elegancias quedaban a cargo del gremio de los bordadores, numeroso y bueno; había también cordoneros, roperos, cortadores y tapiceros en el número que una abundante burguesía requería. También sogueros y guarnicioneros, y en el mismo campo de los tejidos, podemos relacionar numerosos cardadores, peinadores (que tenían sus talleres a lo largo de la carrera de San Francisco), curtidores, tundidores, tejedores, y tintoreros, que entre unos y otros se ocupaban del proceso completo de los tejidos, así como cesteros, cabriteros, boteros y candileros, e incluso silleros como artesanos de los complementos del hogar Las artes del metal estaban representadas de forma variada y rica: desde los oficiales de cosas de bronce y de latón, a los fontaneros y campaneros, pasando por los rejeros, herreros, herradores, cerrajeros, espaderos y cuchilleros (estos últimos asentados en derredor de la puerta de Bejanque y la calle de las Calnuevas). También eran muy numerosos y con trabajo continuo los caldereros (que tenían su entorno gremial en la llamada «calderería», en la parroquia de Santa María), así como los plateros, que ya casi rozando el terreno del arte puro, asentaban en buen número sobre la calle de la platería, céntrica y cercanos a la iglesia de San Gil.
También los cuchilleros de la lanza y los doradores del hierro podemos incluir en este grupo. Entre los artesanos de la construcción, activísimos en un momento en que el desarrollo urbano se hace por los cuatro costados del viejo burgo, construyéndose numerosas obras públicas y Palacios nobles, contamos a los maestros canteros, en su mayoría montañeses, santanderinos, venidos de la Merindad de Trasmiera, lapidarios, empedradores, yeseros, caleros, albañiles y carpinteros. También los entalladores y ensambladores más los maestros torneros se ocupaban en labores constructivas y a veces artísticas. De ellos surgieron nombres afamados en todo el Común de Guadalajara y comarcas cercanas. El oficio de alcaller era en esos momentos ya de gran tradición, y ejercido por numerosos vecinos, que ocupaban un barrio entero, la «alcallería», fuera de la muralla y cerca del río (lo que hoy conocemos por «cacharrerías»), siendo muchos de ellos avezados sacadores de vedriado y finos artistas de la cerámica, de la que tan escasos recuerdos han quedado.
Seguimos aún con otras artesanías u oficios, esta vez referidos a la alimentación. Y así hay que nombrar a los panaderos, los pasteleros, los especieros, los sardineros o pescaderos, y los desolladores o carniceros. Otros muy diversos aspectos de la vida diaria de la ciudad eran atendidos, en fin por artesanos como los odreros, artífices de los grandes odres para almacenar el buen vino de la comarca, y los lagareros que cuidaban lagares y bodegas. Los barberos y boticarios, atentos e barbas y drogas. Los neveros que traían y conservaban nieve para todo el año. Los pintores y ballesteros, los cereros y molineros eran otros variados personajes de ese conjunto artesanal riquísimo que daban color y movilidad a la ciudad de Guadalajara durante el siglo XVI.
Respecto a la cantidad de unos y otros que existieran en ese momento en Guadalajara, es difícil evaluarla. Una aproximación puede dárnosla el dato de la cantidad de artesanos que anualmente pasan el examen de oficial para poder ejercer libremente, en un rito vigilado por el Concejo, que nombraba anualmente un par de «vehedores y examinadores» para cada oficio. Para el año 1577, por ejemplo, vemos que de los libros de contratos y protocolos de un solo escribano, aparecen un total de 26 exámenes a artesanos. Contando con que eran activos anualmente cuatro escribanos en la ciudad, ello totaliza un centenar aproximadamente de artesanos nuevos, de todo tipo, cada año. No es exagerado calcular que más de dos mil personas se dedicaban en Guadalajara, durante el último cuarto del siglo XVI, a distintos oficios artesanos, que servían, lógicamente, a todo su amplio alfoz y comarca. Los más numerosos eran los relacionados con la alimentación (panaderos, sardineros) y el vestido (sastres, zapateros, tejedores). La calidad, además, parece que estaba garantizada. No sólo porque consta que sus trabajos se extendían a numerosos pueblos comarcanos, e incluso por el hecho de realizar muchos contratos, que prueba su eficacia, sino porque el sistema que el Concejo de la ciudad tenía establecido para conferir el rango de oficial artesano en cualquier faceta, era riguroso para evitar que cualquier oficio se degradara. Unos «veedores o examinadores» (dos por oficio, renovables cada año como oficiales del concejo) y acompañados de persona destinada por los alcaldes, examinaban a los aspirantes a artesanos. A continuación, y para terminar, reseñaré las pruebas que ponían en algunos oficios, de manera que quienes las superaban y llevaban al menos tres años como aprendices del mismo, acreditaban su oficialía y podían instalar taller propio, en el que podrían realizar obras y venderlas a los precios que marcaba el Concejo.
Tejedor: tejer lienzo blanco, lino y estopa.
Sastre: cortar y hacer de vestir de sedas y paños de ciudadanos y ciudadanas, clérigos, letrados y labradores.
Cereros: a estos les hacían diversas preguntas y repreguntas sobre temas del oficio.
Carpintero (y albañil): hacer una casa tosca con sus texados e chimeneas y escaleras y un pilar de ladrillo e un arco de medio punto e uno escarçano y un suelo de quartones labrados y a tabla junta y una puerta levadiza.
Zapatero de obra prima: hacer un zapato enpañado de chicarrería, e un botin e un zapato redondo de bracete de qualquier suerte que sea e abrir una bota vieja y echarle cabezadas.
Carpintero: una cama de campo de qualquier género de hechura e un scriptorio e una silla francesa, un bufete cabezal e puertas e ventanas, e ansimismo de torrnero.
Espadero: guarnecer una espada e una daga de terciopelo de todo punto e un estoque de armas guarneciendo e un montante e un cazudo ansimsmo todo guarnecido de todo punto.
Carpintero: hazer un quarto de casa tosco, con sus cimientos de yeso y tapiería de tierra con sus suelos y texares de madera tosca e texarlo e u una escalera e chimenea tosca e una puerta clavadica
Calcetero: asní de cortar como hazer qualquier género de calzas de greguescos de cualquier manera.
Cordenero: forrar un sombrero por dentro y por fuera, y hacer cordones de almáticas e qualesquier franxas y franxones y qualesquier suerte de alamares y botones y bolsos y guarnecer pendones y trenzas entryliadas de cualquier manera.
Han sido estas unas líneas evocadoras, breves pero densas, que ha pretendido rememorar una época de gran apogeo arriacense: la segunda mitad del siglo XVI, en que Guadalajara destacó como ciudad repleta de nobleza y artesanía, de comercio y cultura. Una prueba concreta de que nuestro pasado, no sólo glorioso, sino pleno de una vida popular muy interesante, que merece de vez en cuando recordar e ir rescatando del olvido.