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mayo, 1981:

Una botica molinesa del siglo XVI

 

Es indudable que uno de los goces, puramente estéticos, que puede tener el ser humano es el de la lectura, el del encuentro y regusto de nuevas, mágicas, sorprendentes y cautivadoras palabras. En una vertiente puramente ensayística, poética o incluso meramente lingüística, la alegría de una o mil palabras nuevas llenan un rato y consolidan el goce que puede equipararse a la contemplación o degustación de algo verdaderamente hermoso. Ello viene a cuento de haber hallado una simple lista de palabras que, por uno u otro motivo, merecen ser puestas en letra impresa, para gusto de unos, curiosidad de otros, base investigativa de algunos.

En el Archivo Histórico Provincial (1) hallé no hace mucho un documento realizado tras la muerte de un boticario molinés del siglo XVI, don Luís Pérez Coronel, quien deja en herencia su negocio, y los albaceas deciden venderlo. En el dicho documento se establece que compran la botica molinesa don Gregorio Bautista, también boticario en Molina, y don Sebastián Ramírez. Y dice así el viejo papel: «Para que partan entre ellos por mitad la botica que dejó el dicho Luís Pérez Coronel boticario, en esta manera: toda la bajilla de la dcha botica ansí de vidrio como de tierra y madera y arambres y alquitaras y almirezes y cañas de sacar aguardiente y todas las drogas y mediçinas siemples e conpuestas questén de dar e de rreçevir a parezer del doctor Sánchez médico vecino desta villa o de otros médicos qual fuere nombrado por las dichas partes». Todo ello tenía que ser tasado por técnicos en la materia. Lo simplemente referido a las medicinas simples y compuestas fue tasado por don Álvaro de Deza y Diego Hernández, boticarios de Sigüenza. Corría el año 1591.

Lo que verdaderamente es curioso, y ya paso a relacionar textualmente, sin más comentarios, es la «Memoria de las cosas que se hallaron en la botica de Luís Pérez Coronel que se an de tasar y que son las siguientes», en la cual encontrará materia el investigador de la farmacología antigua, el catador de la belleza del lenguaje y el curioso que guste de acercarse de una manera pasajera y sencilla al pasado. Esta es la sorprendente lista de lo que había en la botica de Pérez Coronel, en Molina de Aragón, a fines del siglo XVI:

-primeramente, un escalpelo y seis granos de ambar.

-de rruybarbo, siete dracmas y media.

-tula mala, tres onzas y media.

-esmeraldas, dos onzas.

-mas lignalos, dos dracmas y media.

-agarres, media onza una dracma.

-esla monea una onza.

-colpqúnintidas, quatro onzas.

-sebos de baca y ternera y cabrón, una libra y dos onzas.

-sain de buitre, cinco onzas.

-flor de lengua de buci, dos onzas.

-sándalos colorados, 2 onzas.

-sándalos blancos, 4 onzas.

-cortezas de arlos, libra y media.

-pica céltica, media onza.

-opio, media onza y una dracma.

-laúdano, por dipurar, 9 onzas.

-maçías, 1/2 onza y 1 drama.

-sangre de drago, 3 onzas.

-píldoras çinaglosas, 4 dramas.

-píldoras coquras, 1 onza.

-píldoras aúreas, 1/2 onza y 1 dracma.

Y en las hojas siguientes aparecen, también en muy cortas cantidades, estas otras materias de la farmacopea medieval:

-píldoras agregativas.

-ditamo crético.

-hojas de sen.

-perlas preparadas y perlas por preparar.

-lapisláçuli por preparar.

-piedra yman, 1/2 onza.

-paja demeca.

-diaquilon mayor, 71/2 libras.

-emplasto apostalicon.

-emplasto estomahicón.

-emplasto de bacislauri.

-emplasto de centauro.

-emplasto silagrio.

-emplasto meliloto.

-raiz de bistorta.

-agallas de romaní.

-lupinos, una libra,

-alcrebite.

-raiz de peonia.

-simiente de peonia.

-súlfito mayor.

-aristolo qualonga.

-elebro blanco.

-cubebas.

-espárrago, 1/2 libra.

-bayas de laurel.

-Todoaria.

-simiente de beleños.

-simiente de lino.

-Alolbas.

-balaustias.

-simiente de çaragatona.

-simiente de tecidras.

-corteza de cidras.

-simiente de deçítulos.

-alquitira.

-goma de sabina.

-asa fétida.

– simiente de alajor.

-calamo aromático.

-milium folis.

-mirabolanos citritos.

-mirabolanos chebulos.

-mirabolanos indos;

-belericos.

-cardamono mayor.

-alegría, diez onzas.

-simiente de alcarabea.

-cominos rasticos.

-oropimente.

-simiente de eneldo.

-simiente de ynojo.

-goma laca

-gomarábica

-polvos de yerbabuena, de arregalicio, de diacimino, de litarge, de triasándalos, de diarrodon, de aromático rosado, de sándalos colorados, de sándalos blancos, de coral rubeo preparado, de minio, de plomo quemado.

-cuerno de çiervo quemado.

-grana en grano.

-azero limado y preparado.

-benedita.

-letuario de zumo de rosa.

-unguento ysopilatibo y de grapia.

-conserva de nenúfar.

-unguento de bolo, apóstolorren.

-tamarindos.

-montones y rosa a polvos.

-polvos restetivos.

-ysopo húmedo.

-aceites: de almostica, de alacranes, de almendras, de alcaparras, de perricon, de asenjos.

-capullos de seda, quatro onzas.

-jarabes: de indibia, de borraja, azeitoso, aromatiçado de cantueso, de orines, de diamorron, de plumaria simple.

-aguas: de lengua de buei, de cantueso, de guindas, de trebol, de lupulos de horrainas, de çelidonia.

-zumos: de bembrillos, de granadas, de endibia, de fumaria.

– caparrós quemado.

-unguento orsado.

-alerebite dorado.

-paneçillos de oruga.

-diaquilon menor.

Y aún entre el material de la botica que se vendía figuran elementos verdaderamente curiosos y de evocadores nombres, como diversos «botecillos de cordiales», «losas de arena para hacer emplastos», «cajoncillos pequeños para tabletas», un «perol de arambre», un «almirez grande», unos «temizes», unos «yerros de hazer suplicaciones», una «olla con trementina»… y yerbas y flores por los cajones.

Un ritual completo de la farmacopea medieval. Redivivo ante nuestros ojos, dulce y lejano, como un cantar, como una copla mágica.

(l) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. Legajo 1759. Escribano, Luís Manuel de Benavides.

La herencia alcarreña de Pablo Picasso

Autorretrato de Pablo Picasso

 

En este año que el mundo entero celebra, con toda la magnitud y categoría que se merece, el centenario del nacimiento de Pablo Ruiz Picasso, la tierra de Guadalajara participa en una pequeña dimensión, que debería ser algo más amplia teniendo en cuenta, que, según las noticias que a continuación referiré, el gran pintor malagueño era originario, a través de varias generaciones, de nuestra tierra de Guadalajara, más concretamente de la villa de Cogolludo.

Noticia es ésta que, si no trascendente, al menos aporta un dato de curiosidad en el aspecto biográfico de Picasso. Y ello nos permite aumentar el caudal de figuras universales que han tenido, de algún modo, una relación vital o biográfica con la tierra alcarreña.

Pablo Ruiz Picasso, uno de los revolucionarios del arte universal todavía mal comprendido por muchos que no llegan a captar la entraña auténtica de la actividad artística, tiene una peripecia vital larga y densa, plenísima. El dato de su nacimiento en Málaga no tiene duda. Y su raíz familiar inmediata en Andalucía tampoco. Lo que nos llena de sorpresa es la noticia de que sus remotos antepasados eran de Cogolludo. Ello procede de una obra, ya clásica y antigua, que publicó Jaime Sabartes (1), en torno a la iconografía y documentos raros relacionados con la vida picassiana. De un antiguo documento, del siglo XVI en sus finales, resulta que fue ascendiente del pintor el hidalgo don Juan de León, vecino de Cogolludo. Con paciencia benedictina, la investigación de Sabartes llegó hasta este personaje, y de ahí fue dando en progresión noticias de sus descendientes directos, que sin duda de ninguna clase van a abocar en la familia paterna del pintor Picasso.

El escribano de Cogolludo, García de Medina, tuvo que hacer en 1541 una recogida de datos sobre el hidalgo Juan de León, que había sido dado por desaparecido unos 60 años antes, en el transcurso de la guerra de Granada, a fines del siglo XV. De ese informe, que él recogió en boca de Bartolomé Cantero vecino de Cogolludo de 90 años de edad, y de otros ancianos de la villa serrana (Juan Nuevo, Alonso Cobo, Juan Hernán Pérez, octogenarios) y de Juan Ballesteros, vecino de la aldea de Veguillas, resulta que don Juan de León había nacido en Fuencemillán, y luego vivido en Cogolludo, sin haber pagado nunca pecho ni tributos, ni tasas reales ni municipales, y que de siempre había sido considerado como hijodalgo notorio viviendo «more nobilion» en la villa serrana. Había tenido numerosas propiedades de la comarca, tanto agrícolas  como ganaderas, dejándoselas a sus hijos y nietos. Había ejercido el cargo de alguacil del estado de hijosdalgo, y afirma el escribano García de Medina que hacía unos 60 años que don Juan de León había partido hacia la guerra de Loja y Granada, con el boato y acompañamiento que su estado pedía.

Había casado con una mujer llamada Antonia, y de ella tuvo un hijo llamado también Juan de León, que heredó a su padre, del cual no se volvió a saber tras su marcha a la guerra granadina. El hijo fue elegido alcalde de los hijosdalgo en Cogolludo. Casó con Catalina Sánchez Laris, con quien tuvo dos hijos: Francisco y Alonso. Tras la muerte de Catalina, el segundo Juan de León volvió a casarse, teniendo de su segunda mujer otro hijo, llamado Martín. Los dos hermanos mayores, Francisco y Alonso de León, obtuvieron en la Cancillería Real de Valladolid sendas ejecutorias de hidalguía, en 1577. Francisco casó con María Fernández, de quien tuvo un hijo llamado también Juan de León, el tercero de ese nombre, el cual fue nacido en Cogolludo, pero en edad adulta se marchó de allí, y se estableció en Villafranca de Córdoba, donde casó con Catalina Fernández de Soria y Cazorla, con la que tuvo un hijo, llamado Francisco de León y Cazorla. La familia surgida de éste, a lo largo del siglo XVII emparentó, en primera línea, con la familia Ruiz, de Córdoba, de cuya línea directa saldría, ya en el siglo XIX, el malagueño universal Pablo Ruiz Picasso.

La documentación aportada por Sabartes, y su reconocida solvencia científica e investigadora, no permiten dudar del verismo de esta referida secuencia genealógica, que de manera tan contundente muestra la ascendencia guadalajareña de Picasso. ¿Qué le pudo quedar al malagueño en su íntima carga cromosómica, de estas tierras? Algo, sin duda, referente a la luz sin límites, al esplendor brillante de nuestros horizontes. Rica fue la tierra alcarreña en la producción de artistas. No es extraño que alguien con una herencia, aunque remota, de esta luz y esta tierra, se dedicara a la pintura. Y revolucionara, además, este campo de la actividad humana. Vayan estas líneas como una mínima colaboración de la provincia de Guadalajara a este magno centenario picassiano que ahora celebra con gozo el mundo entero.

(1) Sabartes, Jaime: Picasso, documents iconographiques, edición de Pierre Caillier; Genéve, 1954 pp. 15 y ss.

La iglesia románica de Campisábalos

 

En el abanico enorme, variado de color, rico en formas que ofrece al viajero la provincia de Guadalajara, los monumentos de estilo románico forman un capítulo de especial relevancia. Quizás por ser el grupo más meridional de este arte en España, y quizás también porque en nuestra tierra adquiere un tono de sencillez y ruralismo tan acusado que le hacen distinguible y destacable del románico del resto de Castilla. Si en él no descuellan obras muy señaladas, al menos son abundantes, tienen un carácter homogéneo, y se puede en ellas admirar el estilo, y, sobre todo, el espíritu de una época. Es ese momento que abarca el siglo XII entero y primera mitad del XIII en que los territorios entre la Sierra Central y el Tajo se van repoblando-tras el asentamiento definitivo frente al moro-con gentes venidas de la Vieja Castilla: entonces llega la oleada antigua de las formas francesas que entraron por el camino de Santiago, moduladas por lo autóctono y matizadas con toques de sabor mudéjar que hacen en definitiva muy rico este arte.

En la provincia de Guadalajara son varias las decenas de ejemplos de estos edificios. Pero entre ellos hay un conjunto, breve y extraordinario, en la parte norte de la provincia, justamente en las estribaciones sureñas de la sierra de Pela, en que se aprecia que una misma cuadrilla o «escuela» de canteros y decoradores actuó: en Albendiego, Campisábalos, Villacadima, así como en Cantalojas y Galve (donde hoy ya no quedan sino restos mínimos de sus templos medievales) en Tiermes (hoy provincia de Soria) y en Grado de Pico (hoy de Segovia) Llegamos especialmente hasta Campisábalos, pueblecito enclavado en el centro de una pelada y altísima meseta (está a 1.400 metros de altura) en cuyo centro asienta la iglesia parroquial, que guarda en toda su pureza y quintaesencia el estilo románico rural de esta parte fronteriza y meridional de Castilla.

Varias piezas, por sí solas valiosas, muestra este templo, en el que las sucesivas generaciones de gentes nacidas y vividas en tal alta paramera, han orado y se han acercado a Dios en sus momentos de alegría y penas. Entre ellas destacan dos portadas, el ábside, una pila bautismal, el friso de los meses, y la estructura interior del edificio, restaurado y bien hace no muchos años. De esas portadas, muy similares entre sí, y a su vez con la de Villacadima, quizás destacaría la que corresponde, no a la entrada del templo propiamente dicho, sino a la capilla del caballero San Galindo, aneja a esta iglesia en su costado sur. Es curioso que sobre dicha vertiente de la iglesia se pusiera, prácticamente al mismo tiempo, otro pequeño templo que era erigido por la piedad y pecunio particular de un caballero, de apelativo desconocido, y al que las sucesivas gentes a lo largo de los siglos llamaron «el San Galindo». Sobre el muro de sillar grisáceo, a modo de saledizo aparece un cuerpo en el que se abre la puerta de entrada a esta capilla. Se trata en definitiva de un arco semicircular con la variada y agradable decoración geométrica del estilo: el arco interno tiene diversos lobulillos entre los que se inscriben rosáceas: en un aire muy oriental que le caracteriza. Y los arcos externos, en gradación progresiva, tiene baquetones, zigs‑zags, ramas, etc.

Todos ellos apoyan en un cimacio corrido, y este a su vez sobre dos series de tres capiteles con decoración de hojas. Es muy curiosa la decoración de canecillos y modillones que sujetan la cornisa sobre esta puerta. A través de su majestuosa y a la vez sencilla solemnidad, se pasa a esta pequeña carpilla del caballero San Galindo, en la cual luce con pureza su galanura el arte románico: de una nave, delgadas columnillas adosadas se rematan en capiteles foliados, de los que arranca la bóveda de cañón. Al extremo oriental, un ábside pequeño, casi en miniatura, se ilumina por una calada celosía en piedra. Sobre un muro, se ve el enterramiento sencillo del fundador. El arco de entrada al ábside descansa en uno de sus lados sobre un capitel especialmente curioso, de tradición silense, sobre el que ya hice en esta sección del Glosario un amplio estudio hace años. Centauros, aves y monjes se reparten su espacio relevante.

Aún sobre el muro externo de esta capilla resaltan, talladas sobre los sillares del mismo, diversas escenas de la vida rural (agrícola y ganadera) del pueblo en el remoto siglo la siembra o del arado; allá están también representados sus caballeros en lucha, y sus gentes sencillas en caza del jabalí. Todo un retablo pétreo, simple y sonriente, de una época que es necesario revivir al contemplar esta imagen.

El templo propiamente dicho le va a ofrecer al viajero su estampa más grande y generosa de iglesia parroquial. Un breve atrio al sur del mismo cobija la puerta de entrada, del mismo estilo e incluso detalles ornamentales que la de la capilla antes reseñada, pero con unas dimensiones superiores. El interior del templo es amplio, con una pila bautismal de la época, en que se ven simples trazos geométricos. El ábside es muy significativo. El interior sirve para rematar la nave única del templo; sus muros de piedra desnuda, su bóveda de cuarto de esfera de lo mismo le confieren una solemnidad poco usada en este tipo de construcciones de voluntad tan rural. Al exterior, este mismo ábside tiene una riqueza de ornamentación que se avalora sobre la estructura semicircular del mismo; se divide el muro por varias impostas en las que se desenvuelven lazos «sin fin» y otros motivos geométricos. Varias pequeñas ventanas que sirven para dar luz al interior, se abren en arcos semicirculares con arquivoltas mínimas que descansan en sus respectivos capiteles en los que decoraciones tradicionales, arcaizantes, subrayan el carácter medieval del monumento. Son muy llamativos también los canecillos que escoltan la cornisa de este ábside: entre ellos vemos una escena del conejo con palo verdaderamente graciosa.

El pueblo entero de Campisábalos está dominado por la silueta y el espíritu fuerte de su iglesia. Flota en torno a ella, como pegado e inamovible, un aire medieval que no dejará nunca. Vericuetos ornamentales, estructuras rígidas y ese color ceniza que despide y atrae, que la hace ser, entre el acervo de la arquitectura románica de la provincia de Guadalajara, uno de los más destacados motivos de ser su apasionado buscador. Para quien desee lanzarse en pos de esta aventura, en razonada excursión de cosas con estilo y sello «de garantía», este templo románico de Campisábalos puede ser guía y manantial, paso primero de un afán ya sin límites

Notas sobre Luís de Lucena (y II)

 

Veíamos en la pasada semana algunas notas de reciente adquisición, a través de nuestras investigaciones en los archivos de Guadalajara, sobre la figura del humanista alcarreño Luís de Lucena, que ocupó con su interesante figura buena parte del siglo XVI. Vimos, pues, su nacimiento en Guadalajara, la formación de su familia de intelectuales y médicos y su oficio de médico‑arquitecto‑arqueólogo. Seguiremos ahora dando algunas nuevas notas que completen su peripecia biográfica, esta vez en la vertiente de su exilio por Italia.

No fue la dulce Francia, tras sus estudios de Medicina en Montpellier y su ejercicio profesional en Toulouse, el destino último de nuestro personaje, sino los más equilibrados confines de la península itálica, en donde radicó dos largas temporadas de su vida, la última de ellas. Y definitiva, desde 1540 a 1552, año de su muerte. Es la época de los grandes pontífices humanistas, pasado el tumulto de Julio II y sus choques apasionados con Miguel Ángel, vienen al solio los más mesurados Médicis, León X y Clemente VII, este último, Julio, muerto en 1534. Son luego Paulo III, el romano Alejandro Farnesio y Julio III, Juan María Ciocchi, los que gobernarán a la Ciudad Eterna y sus grandes Estados durante la estancia en ellos de Luís de Lucena. En esa época culmina la actividad de academias particulares, regidas y protegidas por grandes mecenas, generalmente eclesiásticos. A la grande reunión del Cardenal Colonna fue a la que solía acudir Lucena en Roma, y allí compartir estudios y esperanzas, abrir nuevos caminos al saber y lanzar preguntas repetidas sobre el mundo, con otros humanistas españoles.

De las relaciones que el doctor Luís de Lucena tuvo en Roma podemos colegir la importancia de este compatriota en el ancho campo de la general sabiduría. Las citas que de él dieron unos y otros en sus libros permiten considerar el rango de actividad y dignidad alcanzado por este hombre. Con Páez de Castro, el humanista que en el pueblo de Quer vio la primera luz y allí, entre libros, códices y reales crónicas dejó la vida, tuvo gran amistad Lucena en la capital romana. Decía Páez que con él «tenía mucha conversación» y le profesaba un gran afecto. Y aun nos revela el historiador alcarreño, en las cartas a Zurita, un dato misterioso y hasta ahora poco tenido en cuenta relativo a la personalidad de Lucena: – Del doctor Lucena -dice Páez-tengo entendido es aficionado a secretos naturales». Por ahí le vemos va como un preocupado del espíritu, ¿quizás en los predios de la parasicología? Indudablemente, no como alquimista, dado el sentido humanista y radical de su vida.

Con el también español Juan Ginés de Sepúlveda tuvo gran amistad el alcarreño: en 1549, don Luís escribió a Juan Ginés, celebrando la intención de este último de ir a Roma, «donde-dice Lucena-es tan grande el comercio intelectual y hasta las murallas y las ruinas son escuela de erudición».

Con el erudito don Diego de Neila trabajó también, llevando en común la tarea de corregir y editar el Breviario del Cardenal Quiñones encargo hecho por Clemente VII, y que no llegó a publicar hasta el pontificado de Paulo III.

De otros eruditos hispanos que en Roma amistaban con Lucena nos quedan noticias en el testamento que redactó pocos días antes de su muerte. Con Ginés de Reina Lugo con Francisco de Juan Pérez, con Diego Ruiz Rubiano y Juan Bautista Otonel de Gerona tuvo relaciones. La mezcla que con ellos se hacen otros nombres europeos, especialmente flamencos, nos llevan a pensar en un cierto grado de inclinación hacia algunas de las directrices religiosas y de pensamiento que tan en boga estaban durante aquellas fechas.

Sabido es que el reinado de Carlos V es, no sólo en el plano grandilocuente de las Dietas y los choques contra luteranos, sino en el soterrado de los alumbrados, erasmistas y otras sectas, un auténtico hervidero de disidentes reformistas, en cuyo papel no me es difícil ver a Luís de Lucena. Sabido de todos es que la corte de los Mendoza, en Guadalajara y Pastrana, fue el nú­cleo más numeroso de estos preocupados del espíritu, y que hacia 1520­1525 la Santa Inquisición comenzó a hacer la limpia de todos ellos.

¿No es por entonces cuando nuestro doctor Lucena se va a Francia (escribe el libro en 1523) y luego a Roma? Es éste un camino de interpretación de Lucena que aquí apunto y que convendrá todavía examinar y revisar más a fondo.

Antes de marcharse al extranjero, Lucena se dedicó a recorrer España en busca de antigüedades romanas. El Renacimiento, el afán de vuelta a lo antiguo, apunta uno de sus objetivos de sabiduría al conocimiento de la epigrafía griega y romana.

Cada piedra hallada, con cuatro letras dispersas y medio borrosas que tuviera, ya se consideraba un importante objeto de estudio. Don Luís buscó en los lugares de positivo interés arqueológico, desenterró lápidas y copió sus inscripciones. Formó luego un pequeño tomo con ella, y se las llevó a Italia, donde dio forma a su estudio, que tituló «Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis Saxis a Ludovico Lucena, Hispano Medico» y que en 1546 ingreso en los archivos del Vaticano, de donde, a fines del siglo XVIII, fue copiado por don Francisco Cerdá y Rico, y llevada la copia a la Academia de la Historia de Madrid. En esta actividad de erudito arqueólogo le menciona Ambrosio de Morales, en sus «Antigüedades de España». Y como arquitecto y entendido en el arte de las construcciones, a Lucena le alaban algunos afamados autores italianos. Ignacio Danti y Guillermo Philandrier eran, con él, pertenecientes a la Academia Colonan, y este último, en sus «Annotationes in Vitrubium», señala a Luís de Lucena como «el más perito censor de sus trabajos». De su quehacer constructivo nos dejó una joya exquisita: la capilla de Ntra. Sra. de los Ángeles, aneja a la iglesia parroquial de San Miguel, en la ciudad de Guadalajara. Capilla que fue lo único que ha sobrevivido de dicho templo y que hoy se la conoce con el nombre de su fundador y constructor.

Pero aún nos queda mencionar la faceta, quizás menos trascendente, pero que también le dio gran fama, de médico en la corte vaticana. Fue uno de los médicos del pontífice Julio III. Y de don Antonio de Agustín, otro español en Roma, nos llegó la anécdota, que pone en la obra «De libris quibusdam hispanorum variorum» Ignacio de Asso, de cómo Lucena le dio un sabio y efectivo remedio contra el dolor de muelas. De su testamento fue albacea el conocido médico doctor Juan de Valverde que publicó algunas obras de Medicina en París y Roma. Como se puede apreciar, es notable el ambiente de exilio en el que Lucena se desenvuelve, lo que puede explicarse por el afán de saber de todos estos españoles, que les lleva a quedarse a vivir en Roma y en otros lugares de Europa o no sólo por ello, sino que corren otros aires de heterodoxia por bajo de es­ta actitud de pulcro humanismo.

Murió Lucena en agosto de 1552, en la casa donde había vivido situada en la puerta Leonina, por el Campo Marcio. Fue enterrado en la iglesia de Nuestra Señora del Pópulo en Roma, y a Pesar de lo dispuesto al inicio de su testamento, en el que desea ser enterrado en su capilla de Guadalajara, el hecho es que los huesos del doctor Lucena se quedaron para siempre en Italia. El amor a su tierra chica, a sus gentes, a sus familiares y amigos, en un apego exquisito por cuanto constituía su raíz vital, quedó bien patente en el testamento que, aunque firmado el 5 de agosto, pocos días antes de morir, debía tener ya muy preparado ­meticulosamente dispuesto. En él instituye una biblioteca pública en Guadalajara, quizás la Primera que hubo en España, a situar en el piso alto de la capilla de Ntra. Sra. de los Ángeles, que él previamente había diseñado y mandado construir.

Y éstas son algunas de las notas que en esta ocasión, y un tanto superficialmente, hemos hilvanado como apunte para una definitiva y más consistente biografía de Luís de Lucena, cuya figura, de todos modos, posee una luminosidad y una atracción indiscutible entre el conjunto de alcarreños ilustres de todos los tiempos.

Notas sobre Luís de Lucena (I)

 

En el estudio biográfico, en la apreciación de los aspectos de la vida de las personas, de las figuras singulares de nuestra historia, hallamos generalmente las justificaciones del camino de una tierra, las formas explicativas de unos hechos. Por ello el examen biográfico de las gentes que hicieron, en mayor o menor grado, nuestra ciudad y nuestra comarca, sus monumentos y sus leyendas, viene también a enriquecer el conocimiento de nuestra sociedad de hoy, la clarificación incluso de nuestras actitudes cotidianas. Examinaremos en esta ocasión, brevemente, la biografía de Luís de Lucena, alcarreño ilustre del siglo XVI, autor de la capilla mudéjar que en la cuesta de San Miguel de Guadalajara pervive como testimonio de su vida.

De la familia Lucena se ha conocido muy poca cosa hasta ahora. De su padre, ni el nombre, pues no lo menciona en su testamento. De su madre, de la que nuestro biografiado heredó el apellido, sabemos que era Guiomar de Lucena, apagada dama de la Guadalajara medieval. ¿De familia judía, quizás? Por datos que luego veremos, el apellido del padre debió ser Núñez, claramente castellano viejo El de la madre, al ser heredado de un pueblo, quizás pueda interpretarse como de procedencia hebrea. El mismo doctor Lucena, estudió su carrera de Medicina en Montpellier, donde eran muy abundantes las gentes de la raza de David. Su cristianismo, es indudable, rozó siempre la heterodoxia. Su posible exilio en Roma apoya aún más este origen judío del que no existen datos concluyentes, pero sobre el que no hay más remedio que apuntarlo. El dijo, también en su testamento, que sus hermanas, que murieron jóvenes, se llamaban Beatriz y Guiomar. Tuvo varios otros hermanos varones, de los que he hallado, en recientes investigaciones, nombres, cargos y ciertos datos que vienen a clarificar incluso la propia biografía de Lucena. El debía ser el mayor de los hermanos. Otro fue el canónigo Antonio Núñez, cura de Torrejón de Alcolea (hoy Torrejón del Rey) y de las Camarmas, en al alfoz de Guadalajara. Fue patrón primero de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, fundada por Lucena, y dirigida su construcción  por el mismo en Guadalajara. Este canónigo murió en 1571. Otro hermano de ambos fue el maestro Francisco de San Vicente, también clérigo, muy culto, poseedor de una gran biblioteca, y figura de la corte literaria de los Mendozas, en pleno siglo XVI arriacense. Otro hermano más fue don Rodrigo Núñez de Uclés, de quien no conocemos la profesión, y que debió morir hacia 1579. Hijo suyo fue don Diego de Urbina, continuador en el patronato de la capilla mudéjar de Guadalajara, y del cual, y de su descendencia, tomó luego y popularizó el nombre. Otro hermano del doctor Lucena fue el también doctor y médico don Luís Núñez de Uclés, muy prestigioso personaje en la Guadalajara renacentista, y del que he encontrado el dato de que escribí un libro sobre medicina, incluso publicado, pero cuyo título ignoro. Fue publicado este libro en 1569, y de su descendencia surgieron otros importantes Núñez que emparentaron con la nobleza de la ciudad. Un último hermano del doctor Lucena, como los anteriores confirmado por documentos existentes en el Archivo de Protocolos de la ciudad de Guadalajara, fue don Melchor Núñez que era «falto de juicio», y de cuya cura se encargó el doctor Luís Núñez, su hermano. No es mucho este acopio de datos, pero creo que lo suficientemente enjundioso para situar a Luís de Lucena en el seno de una familia plenamente arriacense, de uniforme calidad intelectual y humanista en la Guadalajara del siglo XVI, tan dedicada al ejercicio de las letras y la medicina que obliga constantemente a hacer referencia a su origen hebreo. Ahora vamos con la biografía sucinta de nuestro personaje.

Vivió Luís de Lucena en su niñez y juventud los años dorados en que don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado, levantaba su gran palacio gótico – mudéjar. Antes de nacer Lucena, en 1491, recibía del cardenal Mendoza a don Rodrigo de Borja, el futuro Alejandro Sexto, y con él fraguaba alardes estéticos » a lo romano». Volvía el segundo conde de Tendilla de su viaje a Roma en el fin del siglo quince, y entre ambas fechas bulla, en conversaciones y propósitos de las figuras mendocinas, esa eclosión de arte y literatura renaciente que puebla Guadalajara desde el comienzo mismo del siglo XVI: Lorenzo Vázquez, Alonso de Cobarrubias, retablos, rejas, la portada del convento de la Piedad, Lorenzo de Trillo, artesonados en Pastrana, la portada del palacio de don Antonio de Mendoza, los franciscanos de Mondéjar, los mausoleos de Sigüenza, Antonio del Rincón, Cisneros, nuevos castillos de corte palaciego en Jadraque, en Pioz… es aquí en esta tierra de Guadalajara, donde el Renacimiento hispano levanta por primera vez su mano y su palabra. Y en ese momento también, 1500-1510, cuando Luís de Lucena corre por las calles y gusta de mirar la nueva razón de clasicismo. Quizás estudió en Alcalá, quizás en Montpellier. No hay papeles que lo confirmen. Pero estudió, de eso no hay duda, y se hizo doctor en la ciencia física de la Medicina: como antes he dicho, quizás fuese en Montpellier donde hubo de estudiar, y luego, en Tolouse, se quedó a residir y a ejercer la profesión. Estando allí en 1523, publicó un libro que poco antes había compuesto. Le preocupaba entonces los temas de la salud pública, y su enemiga, la callada y misteriosa enfermedad de la peste y la obra se dirige «al atento cuidado de la Peste y los útiles remedios contra esta enfermedad.

Un punto conviene también aclarar hoy en la biografía de Luís de Lucena, y es el que se refiere a su profesión concreta. Hasta ahora todos cuanto se habían ocupado de él, le hacían eclesiástico al tiempo que médico. E incluso ha habido autores, como el mismo cronista provincial don Juan Catalina García, que le hicieron cura párroco del lugar de Torrejón. Indudablemente, la copia del testamento de Lucena que este autor maneja, es obra recopilada del siglo XVIII, y en ella se alteran las palabras que la hacen poco fiable. No fue Lucena eclesiástico, y según he podido hallar en documentos fidedignos, como son varios protocolos notariales del escribano de Guadalajara Juan Fernández, hechos en enero de 1579, y hoy conservados en el legajo 104 del Archivo Histórico Provincial de Guadalajara, el eclesiástico fue don Antonio Núñez, también canónigo, hermano de Luís de Lucena. Don Antonio fue cura párroco de Torrejón de Alcolea (hoy Torrejón del Rey) y de las Camarmas (Camarma del Caño y Camarma de Esteruelas) pueblecillos todos pertenecientes entonces a Guadalajara, en su sesma del Campo, en el pequeño valle del río Torete. Consta en esos documentos que el canónigo Antonio Núñez se hizo construir una casa con granero en Camarma del Caño, así como que Lucena dejó bastantes bienes, fundamentalmente olivares, en el término de Torrejón, para acrecentar los fondos de su fundación pía.

Estos son algunos datos y notas recientemente hallados sobre la biografía de esta interesante figura, el humanista alcarreño Luís de Lucena, que hemos podido hilar a la luz de últimas investigaciones en los Archivos de nuestra ciudad. En semana próxima continuaremos dando otras noticias relativas a la vida y actividades de este hombre, sabio y polifacético, en su exilio de Italia.