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febrero, 1981:

Torrecilla del Ducado

 

Hacía tiempo que tenía interés por visitar uno de los enclaves que hoy pertenecen a la provincia de Guadalajara, y que más alejados están de su capital, como es el lugar de Torrecilla del Ducado, en el partido judicial de Sigüenza. Tarea que en el plano no parecía demasiado difícil, luego en la realidad se complicó, pues a la lejanía del enclave se sumaron lo imperfectas de las comunicaciones, con caminos irregulares que han de salvar una serranía cuajada de robledal.

Este pueblecito es un nuevo ejemplo -¡hay tantos!- de lo irreflexiva que fue la división en provincias de la Península Ibérica allá por el año 1833, a costa del ministro Jaime de Burgos. Se trata de un núcleo de población incluido en una zona o comarca serrana totalmente uniforme de la provincia de Soria. Su historia es sencilla: territorio ocupado hace muchos siglos por núcleos celtibéricos, que en esta fría comarca tuvieron su asiento principal, luego fue yermo y montaña vacía, hasta que en los días de la reconquista por parte del reino cristiano de  Castilla, allá en la primera mitad del siglo XII, se repobló con gentes norteñas, que le pusieron nombre relativo a la existencia en aquel lugar de algún pequeño torreón de vigía. En principio quedó como aldea del amplio alfoz de Medinaceli, cabeza de uno de los Comunes más amplios de la Extremadura castellana… Este territorio, posteriormente ampliado pasó en la época de las concesiones señoriales a ser señorío de los duques de Medinaceli, tomando el nombre genérico de «el Ducado» que hasta hoy ha conservado esta comarca.

Cuando la citada división de España en provincias, el ducado de Medinaceli se partió en dos, sin más miramientos, y a pesar de formar una comarca bastante homogénea y definida. Parte de ella quedó en Soria, incluyendo allí a la capital, la villa de Medinaceli, entonces pueblo próspero y cargado de historia. Otra parte quedó en Guadalajara. Y en nuestra provincia permaneció esta Torrecilla del Ducado, pequeñísima aldea que se sitúa en un alto y estrecho valle, paso obligado para viajar de una a otra de las mesetas de Castilla, y por lo tanto ocupado de castilletes y torreones vigías. Es este alto valle el que domina la villa del Miño del Ducado, hoy provincia de Soria, en cuyo término en cuyo término existen algunas que dan nacimiento al río Torete o de Alcubilla. Junto a Miño se levantan las ruinas ínfimas de un castillo, originalmente construido en los días de la repoblación, y luego reforzado por los duques en la Baja Edad Media. Junto al castillo, el marqués de Cerralbo excavó una necrópolis que luego resultó ser medieval. También en este alto valle se encuentran los pueblos de Conquenzuela y Yela, a escasos kilómetros entre sí, y de Torrecilla del Ducado.

La situación de esta minúscula aldea, en la que hoy no quedan más familias de las que puedan contarse con los dedos de una mano, es en un altozano orientado al norte, con lo que puede suponerse el estado gélido en que durante todo el invierno se encuentra. No puede calificarse aquel altozano sino de inhóspito e inhabitable, y sólo se comprende que allí se plantará un pueblo, si se admite previamente que se hizo en torno a un torreón vigía de importancia estratégica clave. En el extremo septentrional del pueblo, se alza la iglesia parroquial, de la que junto a estas líneas doy su imagen gráfica, y que remonta su origen al siglo XII, cuando en el momento de su poblamiento se alzara. Es de un rudo estilo románico, plenamente rural, con espadaña de remate triangular, fuertes muros de argamasa, ábside semicircular y portón de entrada con sencillísimo arco. Empotradas en el muro se ven algunas estelas talladas, funerarias, que proceden del cementerio medieval que se puso junto al templo. El resto del enclave no presenta nada más de artístico, y la conversación -rápida y fugaz, por lo frío de la tarde-con un vecino que cruzó una callejuela, no pudieron aclarar más datos de la realidad de Torrecilla, que, por otra parte, se explica sola con acercarse hasta allí.

La iglesia parroquial de El Olivar (II) (Un estudio documental)

 

En cuanto a las obras de arte muebles que el templo parroquial de El Olivar albergó en sus primeros tiempos, particularmente altares, nada ha llegado hasta nuestros días pero sí que podemos aportar algunos datos sobre fechas y autores de los mismos, que pueden ser de interés para estudios de conjunto. No se ha conservado ninguna fotografía ni descripción escrita del retablo mayor de este templo, pero por referencia oral de algunos vecinos que lo conocieron, sabemos que ocupaba totalmente la pared del fondo del presbiterio, siendo todo él formado por arquitecturas clásicas de madera, ocupando los vanos diversas imágenes talladas, exentas, y en el banco y laterales apareciendo algunos paneles tallados en medio relieve. Sólo uno de estos paneles, representando a la «Ultima Cena», se ha conservado hasta hoy, pudiendo a partir de él referir el estilo, realmente manierista, de la obra escultórica de este retablo. La documentación consultada nos da el nombre del autor de la obra: el «escultor» Juan de Litago, vecino de Madrid, quien desde 1602 cobra cantidades por su obra de la «hechura y talla del retablo» así como por la «custodia» que para el mismo también hizo. El pintor-dorador de dicho retablo, a partir de 1604, fue Francisco del Rey. Debieron hacerse algunas ampliaciones de esta obra en 1628, pues en tal fecha se hace un pago a Ordóñez «maestro de cantería» por el trabajo que puso en reconocer el retablo y trazar la reforma que en él se pretendía hacer.

En cuanto a otras obras menores en el interior del templo parroquial de El Olivar, podemos mencionar cómo en 1645 se hizo la pila de agua bendita. En 1612 se construyó una «puerta postigo» de nogal para la escalera de subida al coro. En 1630 se pagaron ciertas cantidades al vecino de Trillo Juan Sánchez por el arreglo y construcción de los bancos de la iglesia. En 1620 aparece un nuevo pago al pintor Francisco del Rey, vecino de los Yélamos, por pintar «un lienzo para el monumento». El retablo lateral del Santo Cristo se construyó en 1657, y se hizo en algún taller fuera de la villa, pero no figuran los nombres de sus artistas constructores. En 1620, el carpintero Jerónimo Gascón hizo los canceles para el altar del Rosario. Más tarde, en 1660, se entregaron diversas cantidades al «dorador y ensamblador» Manuel Rey por el trabajo de hacer y dorar las esculturas de San José y el Niño.

En cuanto a obras menores, también hemos hallado noticias documentales de varias de ellas y artesanos que las hicieron, aunque la mayoría han desaparecido en el transcurso de los siglos. En 1600 aparece el «bordador» vecino de Alcalá de Henares Juan de Robledo, quien hizo varias prendas ceremoniales para la iglesia de El Olivar, y en 1602 vemos al mismo artesano entregando una manga d cruz bordada.

En obras de orfebrería, podemos anotar la presencia de Francisco del Rey, «platero» quien hizo arreglar los cálices parroquiales. En 1620 aparece el platero vecino de Sigüenza Matías de Bayone (6) haciendo algunos arreglos al tesoro de la parroquia. En 1628, el platero vecino de Pareja Antonio de Madrid, que tenía su taller en la citada villa alcarreña, limpia y arregla la cruz grande procesional de El Olivar. Algunos años después, en 1637, esta cruz vuelve a limpiarse, en la ciudad d Guadalajara, en el taller de platero arriacense Lázaro de Rueda.

El órgano viejo aparece en 1620 con necesidades graves de reparos, y así en ese año se pagan ciertas cantidades al vecino de Alcocer Juan García por dichos reparos, en 1627, a Pedro de Pura, extranjero, por nuevos arreglos. Es el 1628 que un estudiante, vecino de pueblo, llamado Manuel Pérez hizo donación a la iglesia de unas tierras y la cantidad de 800 Reales para hacer un órgano nuevo. Así, en 1630 se encarga a Miguel Puche, organista y a la sazón vecino de Humanes, que construye un nuevo órgano para la iglesia parroquial de El Olivar. Un total de 80.066 maravedises pagaron en 1637 a este Miguel Puche por su tarea, que consta acabó pronto, en 1631. También por entonces el «maestro de obras» vecino de Pastrana Juan García de Ochayta hizo la tribuna y caja del órgano, para el cual se trajeron buenas maderas de pino, olmo y nogal desde Chillarón y desde Trillo. En 1641, el carpintero Francisco Capellán hizo unas puertas al órgano para protegerlo del polvo, y ese año ya debieron hacerse los primeros arreglos al órgano, colocando el maestro Antonio Zapata unos cañones nuevos. En 1649, el «maestro de órganos» Miguel Martínez de Lariz se trasladó a El Olivar para aderezar el ya tan pronto mal trecho órgano. Otra vez en 1689 hubo de recibir nuevo reparo el instrumento: se encargó del aderezo y afinamiento al «maestro organista» Luís Alberto vecino de humanes.

En cuanto a las antiguas campanas de esta iglesia, constan en varios documentos los nombres de los artesanos que hicieron las primeras de la torre nueva, y los precios que llevaron por ellas. Así, en 1620 fueron Francisco Sánchez y Gaspar Sánchez, ambos vecinos de Fuentelviejo los que hicieron la primera campana para la torre. Costó 12.155 maravedises. En 1624 se hizo otra con «metal campanil» traído de San Sebastián, habiendo realizado la campana en Romancos. Además de varios reparos y yugos a las anteriores, en 1639 el artesano Juan del Valle hizo dos nuevas campanas para la iglesia, y finalmente, en 1648, en precio de los 14.680 maravedises, los «maestros de hacer campanas» Francisco de Buinos y Pedro López Alvarado, vecinos de Toledo hicieron la mayor de las campanas: la del Santísimo Sacramento.

Relación de artistas y artesanos que aparecen documentados en la iglesia parroquial de El Olivar, con anotación de su ocupación y de las fechas en que aparecen activos.

Albert, Luís (maestro organero), 1689; Bayona, Matías de (platero), 1620; Bocerráiz, Pedro de (arquitecto, maestro de cantería), 1592‑1600; Buinos, Francisco de (maestro campanero), 1648; Capellán, Francisco (carpintero), 1641; García, Juan (componedor de órganos), 1620; García de Ochayta, Juan (maestro de obras), 1631; García de Toca (maestro de cantería), 1624; Gascón, Jerónimo (carpintero), 1620; Litago, Juan de (escultor), 1602‑1604; López Alvarada, Pedro (maestro campanero), 1648; Madrid, Antonio de (platero), 1628; Martínez, Francisco (herrero), 1620; Martínez de Lariz, Miguel (maestro organero), 1649; Martínez de Teruel, Alonso (maestro de obras), 1630; Ordóñez (maestro de cantería), 1628; Puche, Miguel (maestro organero), 1630‑1637, Pura, Pedro de (componedor de órganos), 1627; Rey, Francisco del (platero), 1614; Rey, Francisco del (pintor ‑ dorador) 1604‑1620; Rey, Manuel (dorador y ensamblador), 1660; Robledo, Juan de (bordador), 1600; Rueda, Lázaro de (platero), 1637; Sánchez, Francisco (maestro campanero), 1620; Sánchez, Gaspar (maestro campanero), 1620; Sánchez, Juan (carpintero), 1630; Sanderon, Pedro de (maestro de obras, 1622‑24; Valle, Juan del (maestro campanero), 1639; Vinde el Vyzcaino, Juan (maestro de obras), 1635; Zapata, Antonio (componedor de órganos). 1641

(6) Sobre este artesano, ver más datos en HERRERA CASADO, A. Orfebrería antigua de Guadalajara (algunas notas para su estudio), Revista «Wad‑al‑hayara», 4 (1977), págs. 5 ‑ 97.

La iglesia parroquial de El Olivar (Un estudio documental)

 

La villa de El Olivar pertenece al partido judicial de Sacedón en la provincia de Guadalajara, de cuya capital dista unos 50 kilómetros. Se encuentra situada en la comarca de la Alcarria, en el borde de la meseta que se asoma al ancho valle del Tajo. Su origen antiquísimo, con seguridad fue poblada en los días de la reconquista de la zona, en la primera mitad del siglo XII, y desde entonces formó parte del alfoz o tierra del común de Guadalajara, pasando ya en el siglo XVI a ser villa por sí entrar en el señorío de los duques del Infantado, hasta la abolición de los privilegios señoriales en 1812. (1)

Lo más interesante de El Olivar es su situación geográfica  y las vistas panorámicas que desde su altura se divisan (2) pero ningún autor se había fijado hasta ahora en reseñar sus edificios artísticos, nada desdeñables. Entre ellos, merecen mención especial la ermita de la Soledad, a la entrada del pueblo, obra del siglo XVI, construida de piedra de sillar, con fachada que muestra dos vanos gemelos orlados de adosadas pilastras que rematan el clásico friso, hornacina y frontón triangular; su interior presenta una nave cuadrangular y un presbiterio reducido, con cúpulas de piedra, todo ello tallado de buena fábrica. El más singular de sus edificios es la iglesia parroquial, sobre la cual damos aquí su descripción y noticias documentales.

La Iglesia parroquial del El Olivar, dedicada a la Asunción de la Virgen (aunque en documentos antiguos figura como la iglesia de Nuestra Señora de la Zarza) es obra magnífica de la arquitectura del renacimiento. Está orientada, con ábside a levante, entrada y atrio al medio día, y torre sobre el muro de poniente. Se precede de un amplio atrio descubierto en su costado sur, el que da a la plaza mayor, rodeada de barbacana de sillar. El templo está construido con recia piedra gris de la zona, es de planta rectangular, alargada de poniente a levante, mostrando la torre cuadrada sobre el primero de estos lados, y el ábside poligonal sobre el segundo medio punto, columnas adosadas laterales sobre pedestales, friso y hornacina vacía dentro de un frontón triangular. Los muros se refuerzan al exterior con contrafuertes. El interior es de cuatro tramos (el primero de ellos ocupado por el coro alto) y rematado en presbiterio y ábside, todo ello cubierto por apuntadas bóvedas cuajadas de complicada tracería de nervaturas gotizantes. La esbeltez y elegancia de este templo tiene muy pocos competidores con toda la comarca de la Alcarria. Está construida hacia 1570-1580, y a principios del siglo XVII se le colocó un magnífico altar mayor, renacentista ya manierista, del que no queda sino una pequeña tabla tallada con la «Ultima Cena». El altar actual está pintado al fresco sobre los muros de la capilla mayor, y es tan feo que lo mejor que podían hacer con él era borrarlo por completo. En el suelo del presbiterio están las lápidas mortuorias de diversos personajes del pueblo, del siglo XVI. Entre ellos, que aparecen retratados y esculpidos sobre el blanco mármol de la losa, se encuentra el cura del lugar, Juan Martínez del Puey, y los esposos don Juan Manuel y doña Elena, fundadores del antiguo hospital del pueblo y aun el caballero don Miguel Díaz con sus sucesivas esposas, ambas llamadas Mari Sánchez. También existen varios ornamentos y vasos sagrados, regalados por la reina Isabel II en 1856 cuando pasó en dos ocasiones por el Oliver, y un interesante archivo en el que hemos encontrados datos de gran importancia para la historia de la iglesia y de l pueblos (3).

El autor de los planos, traza y construcción de esta iglesia es el maestro de cantería Pedro de Bocerraiz, del que hasta ahora no se conocía su existencia. Es citado en algunos documentos de El Escorial un cantero llamado Juan de Bocerraiz (4) que trabaja en las obras del monasterio jerónimo a partir de 1575, y también se ha encontrado a este maestro en las obras de la torre de la iglesia de Chiloeches (5) en la que trabaja hacia 1570. Este era vecino de Zorita, y ha dejado alguna otra obra por la Alcarria. Quizás el autor de la iglesia de El Olivar pueda ser hermano o hijo suyo. La construcción de la iglesia que estudiamos puede situarse a partir de 1580, pues en fechas que media de 1592 a 1600 aparece Bocerraiz cobrando diversas cantidades por su trabajo. En los documentos se le nombra «arquitecto» unas veces, «cantero» otras, y aun «maestro de cantería». En las cuentas que hablan de él, sumamos la cantidad de 144.788 maravedises y 150 reales cobrados, quedando saldada esa cuenta en 1600.

El atrio de la iglesia, tal como hoy se conserva, es obra algo posterior, concretamente de 1657.

La torre de la iglesia de El Olivar, aunque proyectada por Bocerráiz desde un principio, no se hizo hasta unos años después. Concretamente en 1622 se iniciaron las obras, y la traza la hizo el «maestro de obras» Pedro de Senderon, que cobró 6 ducados por esta tarea, más otras importantes cantidades, hasta un total de 2.800 reales. La torre quedó acabada dos años después, en 1624, aunque necesitó reformas posteriores. Así, en 1643 y 1645, unos oficiales de Pastrana acudieron a reparar algunos desperfectos en la hojalata de la cubierta. En 1635 el maestro Juan Vinde el Vyzcaino hizo «la torreçilla del çimbanillo de la torre.

Desde 1602 se registran partidas de aderezos en la fábrica de la iglesia. En 1608 se hizo el púlpito. En 1610 se hizo un primer trastejado de iglesia y sacristía, que se volvió a repetir en 1630; en esta ocasión fueron sus autores Alonso Martínez de Teruel y sus hijos. El enlosado que aparece ante la portada principal se hizo en 1624, y fue su autor el «maestro de cantería» García de Toca, quien cobró por ello 4.700 maravedises. Poco antes se habían puesto hierros a las puertas, siendo en 1620 el «herrero» Francisco Martínez quien cobró estas obras artesanas. En 1653 se hizo sobre la portada un reloj de sol tallado.

 (1) García López, J. C.: Aumentos a las Relaciones Topográficas enviadas a Felipe II por los pueblos de la Alcarria. «Memorial Histórico Español», tomo XLV. Madrid, 1912; páginas 251 y ss.

(2) García Sáinz de Baranda, J., y Cordavias, L.: Guía arqueológica y de turismo de la provincia de Guadalajara. Guadalajara, 1929; pág. 199.

(3) Para el estudio documental de este templo hemos utilizado el Libro de Fábrica núm. 1 de su Archivo Parroquial, que trae partidas correspondientes a diversos años de la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII.

(4) Andrés, Gregorio de: Inventario y Documentos sobre la construcción y ornato del Monasterio del Escorial existentes en el Archivo de su Real Biblioteca. Madrid, 1972.

(5) Estella Marcos, Margarita: Noticias documentales sobre la construcción de la iglesia de Chiloeches (Guadalajara) en el siglo XVI y algunas otras. Revista «Wad-al‑Hayara», número 7 (1980); págs. 305‑311.

Pintores Alcarreños del siglo XIX

 

Habrá sido la luz, o el viento, o esa atmósfera que pende limpia sobre la tierra de Guadalajara, cuando en invierno pasó la lluvia o el celliscón destemplado, o habrá sido el espíritu, aún renaciente y delicado, de muchos de sus hombres, lo que procuró que en el siglo XIX fuera legión el número de grandes pintores que de aquí, de esta tierra alcarreña salió. Una u otra causa, sin especificación posible, da portón amplio para que pasen ahora, a nuestra evocadora página los nombres de los más afamados pintores que la pasada centuria produjo entre nosotros. Unos pocos en representación de tanto pincel vibrante, de tanta imaginación y rica profusión de temas. Si el siglo XIX en Guadalajara fue el segundo y quizás más interesante de sus Renacimientos, en el capítulo de los pintores surgen nombres de relieve que ahora vemos.

Casto Plasencia nació en Cañizar, el 1 de julio de 1848; era su padre el médico de la localidad, pero quedó huérfano muy pronto, y le asistió el amigo de su padre, el brigadier Sandoval y Arcaiva, quien dio cumplimiento a las aficiones del joven, llevándole, a estudiar a la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado (en la Academia de Bellas Artes de San Fernando) donde desarrolló por entero su potencial genio, recibiendo enseguida una beca del Ministerio de Fomento. Muerto en 1868 su protector, Plasencia se vio precisado a valérselas por sí solo. Estaba ya decidido a hacer la pintura su vida, y en 1874 tomó parte en las oposiciones para conseguir entrar en la Academia de Bellas Artes de España en Roma, que el año anterior había fundado Emilio Castelar. Por unanimidad consiguió una de las dos plazas convocadas, presentando para ello el lienzo de El robo de las Sabinas, que había sido el tema propuesto. Su primera obra como pensionado en la Academia latina fue una copia exquisita del Isaías de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina. La segunda, en tema de cuadro original, fue una composición de Venus y el Amor, y poco después realizó una de sus más conseguidas obras, en el tema histórico que siempre dominó: El origen de la República romana, que levantó oleadas de admiración, no sólo en Italia, sino en toda Europa. Fue Medalla de Oro en la Exposición Nacional de España de 1878, y luego consiguió también un principal galardón en la Exposición Universal de París de ese mismo año, recibiendo al mismo tiempo la Cruz de la Legión de Honor. Hoy está ese cuadro en el Museo de Arte Moderno de Madrid.

Durante su estancia en Roma, Casto Plasencia pintó retratos de la mejor sociedad latina, y, por supuesto, de altos dignatarios vaticanos. Vuelto a España, instalado ya en Madrid con estudio propio, sus cotas de fama alcanzaron puestos de primera fila. Alfonso XII le llamó para ser retratado por él, y produjo una colección de cuadros de caballete, retratos, escenas rurales, -especialmente asturianas-muy numerosas. Pronto se dedicó a una tarea que le iba a dar definitivo renombre, y a ganar para él los anaqueles más anchos del arte español del XIX. La pintura mural, aspecto complicado y que requiere una dotes extraordinarias de composición, luz y color, fue campo abierto para que el genio de Casto Plasencia se explayara. Así, recién acabado el palacio de Linares, en la castiza plaza de La Cibeles, fue llamado nuestro pintor para decorar sus techos y muros. Escenas alegóricas y muchas figuras de la mitología puso el artista sabiamente combinadas y compuestas. Poco después fue llamado a su mayor empresa: la decoración de los techos de San Francisco el Grande, de Madrid, junto a una buena pléyade de pintores de la época (Ferrant, Muñoz Degrain, Moreno Carbonero, etc.) De Casto Plasencia es por entero la techumbre de la Capilla de la Orden de Carlos III, en la que centenares de figuras se agolpan armónicamente en una atmósfera de transparencia suma. El realismo más exacerbado, el color vibrante y certero, la composición sabia e impecable: esas son las características primordiales de este gran pintor alcarreño, que murió en Madrid el año 1890, estando enterrado en la Sacramental de San Justo.

Otro de los grandes de nuestro arte pictórico fue Alejo Vera, que nació en Viñuelas el 14 de julio de 1834. Se inició muy joven en la pintura, y fue becado por la Excma. Diputación Provincial accediendo, gracias a ella, al estudio de las Bellas Artes en la Escuela de San Fernando, de Madrid, donde tuvo por maestro, entre otros, a Federico Madrazo. Su gran capacidad de trabajo y su buen hacer pictórico le hicieron llegar a ser director de esa misma Escuela de Bellas Artes madrileña en que se formó, ingresando, en 1892, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En esta ocasión, su discurso de ingreso versó sobre el tema «Realismo y naturalismo en la pintura y sus diferencias e importancia comparadas con el idealismo». Anteriormente, había estado largas temporadas en Italia. Primero como estudiante, luego como profesor, y finalmente como director, fue mucho tiempo el alma de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Recorrió el país apuntando y estudiando con minuciosidad su historia, su arquitectura, sus artes todas. Miles de apuntes de su etapa latina le formaron en el campo de la pintura histórica, de temas antiguos. En 1869 realizó la gran composición La Comunión de los antiguos cristianos en las Catacumbas que hoy se conserva en el madrileño Palacio del Senado. Otros cuadros de enormes dimensiones son El rapto de las Sabinas, Coro de monjas, Dama pompeyana en el tocador. El entierro de San Lorenzo y Los últimos días de Numancia, estos dos en el Museo de Arte Moderno de Madrid. Quizás sea la más completa colección de obras de este autor alcarreño, la que posee hoy la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, formada por numerosos dibujos, apuntes al óleo, bocetos, fragmentos de cuadros, e incluso un interesante autorretrato de Vera. Se le puede incluir entre los más prolíficos pintores del realismo decimonónico, y de los cultivadores del tema histórico. Murió en 1923.

Más moderno es Antonio Ortiz de Echagüe, nacido en Guadalajara el año 1885, de la conocida familia de militares y aviadores de la que surgió el universal fotógrafo José Ortiz de Echagüe, gloria de la cámara oscura española. El pintor fue un aventajado discípulo de José Villegas, marchando muy joven al extranjero a perfeccionar su arte: en París, y luego en Italia, Holanda y Buenos Aires vio y pintó a su aire. Fue un consumado retratista y pintor de época y costumbres. De la mejor sociedad europea hizo retratos, ganando repetidas medallas en las Exposiciones Nacionales de 1904 y 1906, así como en el Salón de Otoño de 1929, y consiguiendo una Medalla de Oro en el Salón de París. Muy cotizado en los ambientes aristocráticos madrileños, se dedicó también a la pintura de género, logrando composiciones perfectas. No hace muchos vimos en el mercado de arte madrileño, una Alcarreña, obra de Ortiz de Echagüe de hacia 1925, que se salía del cuadro. Como todos los demás pintores nuestros del siglo pasado, bien merecería este autor un estudio más profundo y una revisión exhaustiva de su obra. Quede aquí de momento, su escueta ficha.

Otros pintores alcarreños de la pasada centuria que debemos citar, son Luís Fuente y Almazán, nació en Guadalajara, en 1850. Estudió en la Escuela de San Fernando, obteniendo una Medalla de Plata en la Exposición Provincial celebrada en Guadalajara en 1876. Como sus obras más notables, son de mencionar La Virgen amparando bajo su manto a la Orden del Cister, hoy colocado en el altar mayor de la iglesia de monjas bernardas, en Madrid: Regimiento de Ingenieros desfilando ante el Palacio Real; La fuente de hierro de la Casa de Campo, que fue presentada en la Exposición Nacional de 1878; y un País nevado que lució en la Exposición del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 1880.

Tres buenos pintores nacieron en Budia el siglo pasado: Félix Pardo, cuya especialidad fueron los estudios de naturaleza muerta; Manuel Pardo Pérez, que estudió en la Escuela de Artes y Oficios y se dedicó a la especialidad de la pintura arquitectónica. Su mejor obra, sin duda, es una pintura de El Claustro del Convento de Santo Tomás de Ávila. Nació también en Budia, y muerto en Madrid, en 1890, fue Pablo Pardo González, uno de los buenos pintores que la provincia de Guadalajara ha dado a la historia del arte español. Se formó en la Academia de San Fernando, recibiendo enseñanzas y tomando el saber de Vicente López. El, por su parte llegó a profesor de Dibujo artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. Su especialidad fue el retrato, llevando fama de ser los más notables por él pintados los del Conde de Oñate, y de la Reina María Cristina. Otros retratos, perfectos de técnica, presento a las Exposiciones Nacionales de 1858, 1862 y 1864, obteniendo por ellos varias menciones honoríficas. En 1876, con su cuadro El Viático de Santa Teresa de Jesús, obtuvo un señalado éxito, siendo adquirida su obra Por el Estado.

Del siglo XIX son también Juan Baquero y Zarza, natural de Imón, dedicado a la pintura de género. En la Exposición Nacional de 1881 envió varios óleos de este tipo. Y finalmente, Benito Palacios Herranz, nacido en Molina, estudiante de las formas y los colores en la Escuela Especial de Pintura dedicado también a los asuntos de género, destacó como un buen pintor del realismo decimonónico, pudiendo mencionar entre sus obras principales Orfandad y asilo, merecedor de una mención honorífica en una Exposición Nacional de Pintura, así como Principio de una partida, Horas de calma, El cuento del abuelo y Tarde de Otoño (1899).

Bibliografía: 

Diges Antón ‑ Sagredo Martín: Biografías de hijos ilustres de la provincia Guadalajara, Guadalajara 1889.

Herrera Casado, A.: Notas para una biografía de Alejo Vera, programa de su exposición antológica en la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, Guadalajara, S.A.

Pascual, Saturio: Guadalajara y su provincia, inédito, 2 volúmenes. Archivo familiar, en Muduex.