Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

febrero, 1974:

Hierro de Sigüenza: Juan Francés

 

El hierro ha sido, en. la galo­pada incesante del dominio huma­no sobre la naturaleza, un cami­no más por donde manifestar el poder creador y la llama artística de los hombres’ La conjunción de diversas circunstancias ‑ sociales entre los siglos XV y XVI hicieron de ‑estas dos centurias el momen­to de mayor cultivo y mejores lo­gros en el campo de la forja ar­tística. En España especialmente, donde los potentados trataban de­ asegurarse la salvación eterna a base de obras pías e «inversio­nes» de tipo religioso, la reja ca­tedralicia alcanzó un gran auge. Por todas partes surgieron, en di­chos siglos, capillas y panteones, que acababan cerrándose con el calado y el rizo del hierro mode­lado.

Estrechamente unidas la arqui­tectura y la forja en nuestras co­legiatas, iglesias y catedrales, es en muchas ocasiones esta última la que marca la ruta a la prime­ra en el quehacer estético y la concepción de soluciones. Esto es, que muchas veces son los maes­tros rejeros, a pesar de su poco aprecio entre las altas esferas del arte, quienes aportan las prime­ras visiones de un nuevo estilo arquitectónico. En el arte plate­resco español, es este un hecho bien probado.

La catedral de Sigüenza es lu­gar donde se junta una de las mejores colecciones de hierro for­jado de toda España. Detalle éste que pasa desapercibido a la ma­yor parte de sus visitantes. Y es, además, de una época muy inte­resante, el paso del siglo XV al XVI, el que en ella se halla con profusión representado.

Hoy trataré solamente de la obra de un rejero, concretamen­te del “Maestre Juan Francés, Maestro Maior de las obras de Fiero en España”, como se firma él en algunas ocasiones. Induda­blemente, la personalidad de ma­yor relieve en ese tránsito de dos épocas tan distintas como son el gótico y el renacimiento: Juan Francés alcanza la maestría en la primera y sabe amoldarse, incluso con buen éxito, a las segundas directrices. Nada se conoce de su vida y orígenes, creyendo fuera de nacionalidad francesa por el apellido adoptado en su trabajo. En 1482 está ya trabajando en Toledo, primero como maestro armero, y, ya en 1494, como rejero, haciendo la del vestuario de la Catedral Primada, en la que rápidamente se impuso y creó taller propio. Los años que median entre 1500 y 1520, ven el apogeo unánime e indiscutible de este artista, que siembra Castilla con sus obras, de recia textura gótica en sus inicios, adoptando, solamente al final de su vida, ciertos elementos renacientes y. platerescos que, de todos modos, sabe domeñar y encauzar entre su gótica manera de hacer. A este período, ya declinante, pero todavía magistral, de la obra de Juan Francés, es al que pertenecen algunos ejemplares de rejas seguntinas. Veámoslos.

Una de las mejores muestras del hierro seguntino es la reja de la capilla de la Concepción, en el Claustro, obra de hacia 1509, en la que trabajó el maestro Usón, bajo la dirección y con las trazas de Francés. Algo después, hacia 1518, fecha en que se termina el altar de Santa Librada, Juan Francés y su discípulo Martín García realizan la reja baja que circundó el conjunto plateresco formado por el mausoleo de Don Fadrique y dicho retablo de la patrona de Sigüenza. Esta reja, que solo conozco por fotografías, era un pro­digio de elegante minuciosidad, especialmente en la labor plateres­ca de su friso repujado y en el re­mate exento de todos sus barrotes. A raíz de los desperfectos sufridos en la Guerra de Liberación por la catedral de Sigüenza, esta reja se desmembró y ya no volvió a su lugar.

En 1520 termina Juan Francés, la pequeña reja que cubre el sepulcro de Santa Librada. Su cuerpo es de estilo gótico, con barrotes entorchados y adornos romboidales o cordiales, mientras que el friso y, remate, todo en chapa repujada, es netamente plateresco, con un florón central y dos prolijos roleos laterales. Del mismo año aproximadamente es la sencilla reja que cierra la sacristía de Santa Librada, hoy de canónigos, en la que corazones y rombos, los clásicos elementos de la reja gótica, se hacen grandes y dominantes entre los barrotes, de simple arista viva.

De hacia 1525 es la reja de la capilla de San Juan y Santa Catalina, tras la que duermen en alabastro varios miembros de la familia Vázquez de Arce, sus fundadores, entre ellos el tan conocido Doncel don Martín. Aquí consigue Juan Francés el justo y perfecto equilibrio entre su primitivo quehacer gótico y el nuevo plateresco que surge, que le cautiva y al que se adhiere entusiasmado. Mientras que los barrotes entorchados se abren en ojos romboidales, los frisos, pilastras divisorias de las calles y remate se lanzan ya al onírico mundo del Renacimiento, con profusión de hojarasca, armas y trofeos, animales fantásticos, vegetación en roleos, etc.

Cobró Francés 125 ducados por es­ta obra.

De 1532 es la última obra que el maestro mayor del hierro en Espa­ña hizo en su vida. Está también aquí, en Sigüenza, cerrando la capilla gótica, hoy parroquia, de San Pedro, en el pie de la nave catedralicia del Evangelio. Es, en mi opinión, la más bella obra de hierro que atesora la catedral seguntina; la más airosa y bien distribuida; en la que mejor se ofrecen combinados los barrotes cuadrados y los entorchados, rombos y corazones, frisos y remates. La chapa que corona la puerta es de lo más rico que puede hallarse en este tipo de trabajos, y el montante o coronamiento, de chapa de Flandes repujada, goza de las características del arte de los plateros. Patrocinó esta obra el obispo Luján, cuyo es el escudo que campea en el remate. Cobró Juan Francés por ella 69.565 maravedises.

La magnífica reja que cierra la capilla de la Anunciación, cuya ornamentación de estuco mudéjar es alabada unánimemente, puede ser atribuida, casi con seguridad, a Juan Francés, aunque no hay juicio documental ‑alguno en su favor. Mientras Teresa Andrés (1), afirma su paternidad, Pérez Villamil (2) y Ramón Aznar (3) no se manifiestan. De todos modos, y una vez estudiado con detenimiento el conjunto de obras férreas de esta catedral, sólo a Juan Francés cabe atribuir esta reja. Basas góticas, recias pilastras entorchadas, un friso intermedio de chapa calada y un remate que, a pesar de su ornamentación plateresca, mantienen el aire gótico de todo el conjunto, nos permitiría incluso fecharla entre 1520 y 1525. Esta capilla, fundación de don Fernando de Montemayor, arcediano de Almazán, quien en 1515 ordenó la construcción de su portada, reja y sepulcro, es también uno de los mejores conjuntos, de este temple.

Queda aún otra obra, atribuida por Pérez Villamil al maestro Francés, de la que por varias razones ya expuestas (4) creo no puede añadirse a la lista de las realizaciones de este gran rejero. Se trata del elemento que separa la sala Capitular (hoy museo catedralicio) de la capilla de Santiago o de Mora. Su flojo remate y la introducción de nuevos elementos ornamentales en el discurso de sus barrotes, hacen muy probable sea de la mano de Martín García, figura poco conocida del Renacimiento alcarreño, y de cuya obra férrea en Sigüenza trataré en próxima ocasión. Hoy ha quedado señalado el paso por Sigüenza de uno de los más geniales artesanos que en España dieron forma y rizo al hierro de nuestro Renacimiento.

(1) Teresa Andrés, «El rejero Juan Francés», Arch. Esp. de Arte, 1956, XXIX, n.9 115 pp. 189210.

(2)    Manuel Pérez Villamil, «Estudios de historia y arte. La catedral de Sigüenza», Madrid 1899.

(3) J. Camón Aznar, «La escultura y la rejería española del siglo XVI», Madrid 1967.

(4) A. Herrera Casado, «Forja alcarreña. Estética de un hacer popular», premio “Alvarfáñez de Minaya”, 1973, inédito.

Los hospitales de Guadalajara

 

Junto a iglesias y monasterios, son los hospitales unas de las más antiguas fundaciones de nuestra ciudad. Que, como con todo ha ocurrido, han evolucionado a lo largo de los tiempos, hasta quedar constituidas en modo absolutamente diferente a como en un principio fueron concebidas. Pues si un hospital es, hoy en día, lugar donde la ciencia médica se pone en movimiento al más alto nivel que le es posible, con atención y trabajo constante de los médicos hacia los enfermos, en la Edad Media no ocurría esto: el Hospital era, fundamentalmente, albergue donde se reunían los pobres de la localidad y los peregrinos transeúntes a pasar la noche. Cuando uno de ellos enfermaba gravemente, allí le llevaban también, pero a morir nada más. No a curarle. Era la época en que sólo tenía derecho a médicos el que además poseía largos bienes de fortuna.

De estos lugares, hoy inexistentes en su totalidad, vamos a hacer una resumida ficha de su historia y vicisitudes. No debe extrañar que, concretamente en el siglo XVII, existieran hasta siete albergues de este tipo, en una ciudad mucho más reducida que en la que hoy vivimos. Eran, en realidad, simples habitaciones, pajares vacíos y con goteras, a excepción de uno de ellos, el de la Misericordia, que siempre mantuvo un nivel aceptable de atención a los pobres y enfermo­s.

En la relación que la Ciudad de Guadalajara envió a Felipe II, el año de 1579 (1) se dice escuetamente: «Ay en esta Ciudad algunos Hospitales para curar pobres, y miserables, y el, vno déllos es el Hospital de la Caridad y Misericordia para curarlos de las enfermedades que se les ofrece, a los quales acuden los vecinos, y los asisten con mucha piedad, y cuidado». De todos ellos, y alguno más de reciente construcción, habla detenidamente Núñez de Castro a mediados del siglo XVII (2) siendo la que sigue su relación sucinta.

El Hospital de Peregrinos forasteros estuvo, situado en la cuesta de San Miguel, y era fundación de doña María Fernández Coronel, importante dama arriacense del siglo XIII, a quien debemos también la institución del convento de Santa Clara. Fue precisamente en el primitivo local que ocupara esta comunidad, en lo que hasta 1268 había sido palacio (más bien caserones modestos) de la reina doña Berenguela, donde doña María dejó colocadas gran número ayudas económicas para emplear en el mantenimiento de los pobres transeúntes. La administración y gobierno de este hospital correspondía a la abadesa de las clarisas, quien hasta el último momento gozó facultades para poner administrador en él. De todos modos, ya en 1567, y por decisión, unilateral del ayuntamiento de la ciudad, «deseoso de la crianca de los niños huérfanos», se retiraron de él los peregrinos, y fué instituido como

«Hospital de los Niños de la Doctrina», en el que recibieron, durante siglos, enseñanza y cuidado los niños faltos de todo, recurso económico y afectivo.

El Hospital de la Puerta Quemada fue instituido en 1374 por doña Elvira Martínez, viuda ya, y madre de los fundadores de la Orden jerónima, don Pedro y don Alonso Hernández Pecha (3), en unas casas que esta señora tenía junto al postigo que le dio nombre.

El más importante centro sanitario que, durante muchos siglos ha poseído Guadalajara es el Hospital de la Misericordia, fundado en 1375 (4) por doña María López, «muger noble y virtuosa, de mucho zelo de la honra de Dios», en sus casas de la colación de Santiago. Reunida esta señora con otras devotas mujeres de la ciudad, se dedicaban a la oración y el ejercicio de la caridad con los pobres de ella, por lo que llegaron a recibir incluso la ayuda del arzobispo de Toledo don Pedro Tenorio. Al morir doña María López, dejó todos sus bienes para el mantenimiento del hospital, «que ha sido, es y será el Refugio para los pobres enfermos, así de esta ciudad como de toda su comarca».

La institución se gobernaba por una Cofradía de caballeros hijosdalgo, así como por el Cabildo de Curas y de Beneficiados. Con todo, y por ser laicos quienes estaban encargados del cuidado de los enfermos, la atención que se les prestaba no era del todo satisfactoria (5), por lo que el Ayuntamiento solicitó de los hermanos de San Juan de Dios, vinieran a hacerse cargo de este establecimiento benéfico, cosa que ocurrió en 1632. Se levantó por entonces nuevo edificio, con un patio clasicista, sobrio y elegante, y una iglesia, donde se veneraba a la Virgen de la Misericordia, “que es uno de los principales santuario desta ciudad, en devoción y culto.

A la hora de la Desamortización, en 1835, expulsados de él los religiosos, el Estado creó allí el Hospital civil provincial, que luego se trasladaría al convento de monjas jerónimas de Nuestra Señora de los Remedios, y aún de nueva planta, en donde se encuentra el Hospital Provincial. En el antiguo local del hospital de la Misericordia se situó luego la Escuela Normal de Maestros, donde muchas promociones de estos profesionales se han formado. Ho hace muchos años fue derribado el viejo y venerable edificio, y en su solar se han levantado nuevas viviendas. El nombre de San Juan de Dios es lo único que ha quedado en ese lugar como recuerdo de tantos aconteceres ciudadanos.

Otro hospital, el de Santa Ana, «dedicado a curar pobres enfermos, fue instituido por don Juan de Morales; secretario del Cardenal Mendoza, canónigo de Toledo y Tesorero de los Reyes Católicos en 1461. El enterramiento de este caballero fundador, y su estatua orante se conservan aún en el presbiterio de la iglesia‑concatedral de Santa María, en nuestra ciudad. Estaba situado este hospital en el arrabal de San Francisco.

De otro secretario que tuvo el Cardenal Mendoza, don Diego González de Guadalajara (6), es la fundación, en 1480, del Hospital de San Ildefonso, que estaba situado frente a la iglesia de Santo Tomé, hoy santuario de Nuestra Señora de la Antigua. «Recógense en él los Sacerdotes y Peregrinos». Era patrón de la institución el Cabildo de Curas y Beneficiados de la ciudad. El fundador dejó renta “para camas, ropa y todo lo demás necesario para el regalo”. Aunque imaginamos que este regalo de los allí acogidos no sería en exceso cómodo.

En 1568, don Domingo Hernández de Aranda, vecino de Guadalajara, dejó sus casas para Hospedería de Peregrinos, «con distinción de tres salas con suficientes camas, una para hombres, otra para mugeres, y otra para Sacerdotes». Como este señor fundó también la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe, de la que sus miembros tenían que ser «nobles y limpios Caballeros y Hijosdalgos», tiempo adelante tomó este nombre su hospital.

Otros dos pequeños hospitales, que luego se trasladaron con sus rentas al de la Misericordia, fueron los de Santa Ana, que fundó Ortiz de Urbina, y el llamado «hospital de la Torre», por estar situado «en la torre grande de la puerta que es postigo de la Parroquia de Santa María», o sea, en el conocido actualmente por torreón del Alamín. Allí decidió el Ayuntamiento, ya en el siglo XVI, que fueran a «tomar las unciones y sudores los enfermos de males que piden este remedio», y hasta comienzos del siglo en que vivimos, tuvo carácter ese torreón de nauseabundo albergue para pobres y vagabundos.

En la relación o contestación e la ciudad al cuestionario para el establecimiento de la única contribución, hecha en 1753 (7), sólo se mencionan ya el Hospital de San Juan de Dios, que había aglutinado a todos los demás, y el “hospital para Pobres viandantes» del torreón del Alamín, que no tenía renta alguna.

Y hasta aquí el rápido resumen de lo que ha sido la asistencia hospitalaria en la historia de Guadalajara, tenía curioso del que aún se pueden sacar muchas otras noticias. Vayan, pues, éstas como visión general de esta faceta del antiguo acontecer ciudadano.

Notas

(1) Publicada por don Manuel Pérez Villamil en el tomo XLVI del Memorial Histórico Español, Madrid 1914, pp. 1‑18.

(2) Alonso Núñez de Castro, «Coronista general de su Magestad en estos Reynos», en su obra «Historia eclesiástica y seglar de la muy noble y muy leal ciudad de Guadalaxara», Madrid 1653, cap. XI, pp. 84‑86. También don José López Cortijo, en su «Topografía Médica de Guadalajara», 1892, y D. Francisco Layna Serrano, en su «Historia de Guadalajara…» hacen referencia a estos hospitales, guiándose, asimismo, de lo expuesto por Núñez de Castro.

(3) Da esta noticia el doctor Layna, en su obra «Los Conventos antiguos de Guadalajara», página 36, tomándola del testamento de esta señora, cuyo traslado autorizado se conserva entre los papeles del monasterio de S. Bartolomé de Lupiana, que hoy se guardan en el A.H.N.

(4) Y no en 1555, como inexplicablemente apunta Núñez de Castro en su relación.

(5) En sesión concejil de 22 de marzo de 1631, el regidor de la Ciudad don Agustín Caniego de Guzmán hizo público este malestar, señalando que «ay poco rrecaudo ó ninguno para curar los pobres enfermos desta ciudad».

(6) Con el habitual trastoque de fechas y apellidos a que nos tiene acostumbrados Núñez de Castro, viene a referirse aquí a Diego García de Guadalaxara, hijo y nieto de caballeros que con el mismo nombre tuvieron altos cargos en la ciudad y aún en el reinado de Juan II, del que uno de ellos llegó a ser su secretario. Su padre fundó la capilla gótica del convento de

Santa Clara, hoy parroquia de Santiago, y él mismo llegó a ser, también, regidor perpetuo del estado de Caballeros hijosdalgo de la Ciudad.

(7) Se conserva el original en el Archivo Histórico Provincial, en el Palacio del Infantado.

Los capiteles de Santa María en Brihuega

 

La villa de Brihuega, recientemente declarada por el Estado «Conjunto Histórico ‑ Artístico», con lo que se viene a reconocer su interés y valía en el contexto de los pueblos de la Alcarria, cuenta entre sus edificios notables con una iglesia, la de, Santa María de la Peña, aneja al castillo, que es una verdadera joya del arte del siglo XIII castellano, construida, lo mismo que la de San Felipe, en esta población, a expensas del arzobispo toledano don Rodrigo, Ximénez de Rada, por entonces señor absoluto de la villa.

 Esta iglesia de Santa María, situada en uno de los rincones más, poéticos e inolvidables del pueblo de Brihuega, asomándose por un lado a los escalonados huertos que escoltan el Tajuña, y por otro cobijándose con las recias, y oscuras murallas del castillo de tradición mora, fue ya estudiada por el doctor Layna Serrano (1), restaurada perfectamente no hace aún muchos años, y hoy en día cuidada y visitada por muchos interesados en estas cuestiones de historia y arte de la Alcarria.

Pero existen una serie de detalles que escaparon al Dr. Layna en su análisis descriptivo, o que tal vez no juzgó de interés incluirlos en su obra, por considerarlos de poca trascendencia para la comprensión del edificio. Hoy que tenemos tiempo, de hacerlo, y amable acogida en estas páginas, vamos a entretenernos en descubrir esas pequeñas y misteriosas figurillas que a lo largo y ancho de los capiteles de esta iglesia, aún hoy nos lanzan su mensaje, entre mesiánico y pagano, de simbolismo medieval.

Cuatro son los capiteles que, rematando sendas columnas del templo, se ocupan de alegóricas figuras toscamente talladas en su mayoría. El 1º es el que hace rincón entre el muro de los pies del templo, y el muro meridional. El 2º corona la serie de columnas que sustentan el coro; esto es, el primer grupo de columnas que separan la nave central de la de la Epístola. El 3º corona la tercera serie de columnas de ese mismo lado. El 4.2 capitel está anejo al muro norte, en la nave del Evangelio, rematando una columna adosada.

Una vez situados en su lugar estos cuatro, capiteles, o conjunto de capiteles historiados (el resto de estas estructuras de la iglesia briocense de Santa María se decoran con elementos vegetales), pasamos a su descripción, que sabemos ha de interesar a muchos entusiastas y estudiosos del arte románico alcarreño.

En el primer capitel se ve un centauro armado con un arco, y un hombre desnudo (¿Adán?) con un árbol separando ambas figuras. Detrás del hombre, aparece un león rampante. Debajo de la escena corre un ábaco vegetal.

En el segundo capitel, que se trata más bien de una sucesión ellos, contorneantes de un grupo de columnas adheridas a una gruesa pilastra, aparecen, de oeste a este, los siguientes temas: a) grupo de tres figurillas enfrentadas, representando perros u oseznos. b) la Anunciación, de María, apareciendo el Ángel y la Virgen, con un gran jarrón de azucenas en medio. De la boca del Ángel sale una cinta. A la izquierda de esta escena aparece un hombre en pie, cubierto de larga pelambre, así como un monstruo antropomorfo, también cubierto de pelos, que monta a horcajadas sobre un macho cabrío. Este monstruo lleva apoyado en el hombro una especie de látigo hecho con ramas. A la derecha de la Anunciación, hojarasca. c) aquí aparece una cabecilla aislada entre la hojarasca, y una mujer, ataviada a la usanza popular de la Edad Media, sentada en una silla y sosteniendo en su mano izquierda un cántaro que, está llenándose en una fuente. Un poco más a su derecha hay una gruesa piedra que representa un pozo o fuente, en el que un hombre con las piernas cruzadas sostiene en su mano izquierda un jarro. d) mirando al presbiterio, finalmente, encontramos otro grupo de figuras (que aparece en la fotografía de la portada de este semanario) entre las que se distinguen: una lechuza; un hombre anciano montado en un león; una mujer joven peinando a un niño que se le agarra a las piernas.

En el tercer capitel aparecen varias figuras de animales entre la hojarasca; uno de ellos es un mono al que se le notan las costillas, y otro es un pequeño jabalí. También aparecen dos animales entrelazados, uno de ellos es un león. Y además dos cabezas de animalillos.

El cuarto capitel es de diferente mano que los anteriores. Figuras más grandes y teatralmente presentadas, representan en su centro una gran cabeza de buey, con un cuerpo a cada lado surgiendo de ella, y sendas alas en cada cuerpo. A su izquierda hay un perro grande agazapado.

Aún quedan otros pequeños y bien conservados capiteles en lo alto de los muros de la nave central, dando arranque a los arcos de sus cúpulas. Aparecen flores y verduras, una flor de lis, 2 caras de ángeles y una de demonio.

Todo esto, en cuanto a la descripción de lo que en estos capiteles briocenses se refiere. A los que Layna catalogó como «sencillos capiteles de románica traza, exornados por hojas de ápice en volutas». Hay algo más, mucho más, detrás de su traza simple y su contorsión ingenua. Hay toda una selva de simbología derramándose de esos altos vasares de piedra blanca, Pero de muy difícil interpretación, sin embargo.

Para las flores y vegetales es sencilla la referencia que se hace en el «Cantar de los Cantares», II, 1: «Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles». Dios, por tanto, representado en volutas, culminando columnas, alborotando ábacos. Por otro lado, el Malo con las fauces abiertas y las escamas relucientes, en todos esos dragones que se expresan fieramente en las tallas de la época románica. Es Rabano Mauro, en su «Allegorias in Sacram Seripturam», entre otros, quien tal afirma.

Aquí, en Brihuega, en esta silenciosa y cálida iglesia de Santa María de la Peña, se nos aparecen los párrafos del Evangelio en que Jesús habla con la samaritana (escena del pozo) o el arcángel anuncia a la Virgen su santo Fruto, junto a otras representaciones del más descarado paganismo. Inaccesible marejada de escenas, a la que se puede llegar tras el detenido estudio de la «Clavis Melitoniae», donde San Melitón vuelca su saber simbólico medieval. O con la interpretación de la «Reductorium morale», de Berchoeur, el «Oculus», de Lille, la «Rosa Alphabética» de Pedro de Capua, etcétera. Ese mundo tan sugestivo y misterioso que en el siglo XIII abarcan los Fisiólogos, Bestiarios, Volucrarios, Herbarios y Lapidarios, es el que hay que atravesar para llegar a la fiel interpretación de estas escenas briocenses. Su ataque científico está aún por hacer. Hoy, simplemente, hemos consignado su existencia, y concretado su importancia para el futuro de los estudios del simbolismo románico.

(1)     «La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara» 2ª edición, Madrid 1971, pp.212-215

Recordando a Ochaíta

 

Ahora, cuando la nieve, de febrerillo loco ha reemplazado a las doradas presencias trigueñas de un antiguo mes de julio, serenos ya los, ánimos de quienes, por ser sus devotos amigos no podían comprender aún la desaparición del ser querido, Guadalajara entera ha asistido, cordial y, emocionada, al llamamiento que el Ayuntamiento de la ciudad, junto a los hombres del Núcleo Pedro González de Mendoza, le han hecho. Llamada  suave, intimista; llamada de amigos, a los amigos; voz queda para recordar la vibrante la alada voz que se pe­diera para siempre: la de José Antonio Ochaíta, el poeta grande de las inacabables Alcarrias, él cronista hondo y gentil de esta Gua­dalajara nuestra.

Con tres actos sencillos cua­jados de añoranzas, poéticamente puros, se levantó la memoria del hombre y del poeta. Contamos la presencia del excelentísimo y reverendísimo doctor Castán Lacota, Obispo de nuestra Diócesis; la de los ilustrísimos señores, don Antonio Lozano Viñés, Alcalde de Guadalajara, y don Mariano Colmenar Huerta, Presidente de la Diputación, la de don Ángel Montero Herreros, presidente del Núcleo González de Mendoza, así como la casi totalidad de miembros de este grupo cultural;.concejales de la ciudad, diputados, amigos de Jadraque y gran número de gentes que conocieron la gracia y el verbo de Ochaíta.

En la plazuela del Carmen

A las seis de la tarde, en la umbría y, recoleta plazuela  del Carmelo arriacense con la parda presencia volátil de Teresa y Juan, de sus caminos sus majadas y sus estrellas, descubrió, el retrato escultórico, hecha carne el negro bronce, en que Navarro Santafé ha rememorado al poeta. Nuestro señor Obispo bendijo, en el Padre, la materia cá­lida. Rezó un Padrenuestro en memoria de quien tanto, pisó los caminos de la religión y el cristiano misterio. Habló después don Ángel Montero, como presidente del Núcleo, González de Mendoza, pero, sobre todo, como amigo total del homenajeado. Al fin de sus bellas y equilibradas palabras, saltó la idea y la propuesta: la de inscribir a José Antonio Ochaíta en el “Libro de Oro de la Provincia de Guadalajara” Si. Un libro que aún no existe. Un breve e íntimo plazal que, debiera de crearse. Dio las gracias, en fin, con palabra breve y emocionada, don Luís Ochaíta, hermano del fallecido Cronista.

Con Luís de Lucena

Poco después, ‑el cielo, por Guadarrama, ardiendo ‑ en esa serena estancia, ciudadana que son los aledaños; de la capilla mudéjar de Luís de Lucena se procedía a descubrir la estela de cerámica y ladrillo donde aparece, ya para siempre en mineral grabado, el soneto vibrante, barroco, alado,  qué Ochaíta dedicara a ese alcarreño del siglo XVI que tanto se distinguiera en las letras y las artes del Renacimiento. Sobre el rojo baldosín, los nombres de Lucena y Ochaíta se han unido en el recuerdo de los alcarreños ‑José Antonio Suárez de Puga, actual cronista de la ciudad, leyó unas cuartillas de elogio y  añoranza del poeta, acabando con la rima sonora y culta del soneto: “Este Luís de Lucena, Judaizante…” A Carlos Iznaola debemos el  proyecto de la estela, que ya se convierte, por derecho propio, en un pálpito nuevo de la ciudad del Henares

En el Ayuntamiento

La rúbrica literaria a este par de callejeros instantes, fue puesta en el Salón de Actos del Ayuntamiento de nuestra ciudad, totalmente abarrotado de público, a las siete y media, de la tarde. Con la presidencia, de las autoridades anteriormente reseñadas, dio comienzo La tarde y el Verso: Dolor y Loor por José Antonio Ochaíta. Realizó la ofrenda,  con la cálida palabra magníficamente ­conducida, Baldomero García Jiménez. Tras realizar los límites humanos y poéticos de Ochaíta, y hablar de la mentalización que en el pueblo alcarreño ha comenzado a surgir hacia la poesía, nos dijo cómo «del dolor ha nacido este loor». La presencia continua del poeta, cuaja en todos y cada uno de los partidos judiciales. García Jiménez se refiere a las ciudades y los pueblos de Guadalajara en las que Ochaíta dejó la luz, el son, la inacabable presencia de su verso, Y acaba presentando a quienes hoy, con su sincera palabra rimada, rinden homenaje poético a quien fue amigo y maestro.

En primer lugar actuó el joven Juan Morillo­-Velarde Taberné, quien desde su jovencísima seriedad de poeta, trazó y recitó “Dos sonetos por José, Antonio Ochaíta, poeta de la Alcarria». Magníficos ambos de musicalidad y hondura, fueron clamor, de una nueva, voz que surge.

Continuó Juan Antonio Suárez de Puja, Cronista de la ciudad de Guadalajara, trazando a golpe de sincero verso el recuerdo que en esta ocasión necesitábamos: recitó en primer, lugar un poema, cargado de magnífica dialéctica conducida, donde la “costumbre” y la añoranza de Ochaíta se hacía carné, y temblaba. La voz del poeta, muerto, «lluvia de Alcarria… piedra de melodías eternas» casi se palpaba nuevamente. Concluyó su larga intervención Suárez de Puga con otro verso en honor del homenajeado, que compusiera en1915, y el poema que, en honor de S. Juan de la, Cruz, recitara en Pastrana la medianoche  en que muriera, su compañero.

Francisco Garfias centró su intervención, de contenida emoción cargada, sobre aquél “Tengo la Alcarria entre mis manos… “con que Ochaíta se despidiera de este mundo. «Para nombrar a un poeta muerto, hace falta un silencio muy largo». Garfias, sin embargo, se entretiene en el canto, el ser y el hacer de Ochaíta. «Ya, estás en tu último verso desenclavijado», le, dice, terminando por proclamar el modo en que nuestro poeta levantaba entre los dedos a su tierra alcarreña «como un viril»

Tras justificar las ausencias de Duyos, Muelas y Murciano, quienes por diferentes causas no pudieron asistir según estaba previsto, el doctor Lozano Viñés, alcalde de nuestra ciudad, cerró él acto con bellas palabras, cargadas de erudición y gratitud hacía quienes, ‑periodistas, señor Obispo, Núcleo González de Mendoza, y todos los alcarreños- habían hecho posible este cordial homenaje a quien, declaró el doctor Lozano Viñés, era un lujo de Guadalajara»: su breve y hondísimo poeta, José Antonio Ochaíta.

Acto, en suma, que dejó en el ánimo de este cronista el buen sabor de las cosas preparadas y maduradas con amor, con entusiasmo, con veneración. Tarde invernal que abrió, sin excesos fúnebres la puerta de la eternidad, -por donde los justos y los cargados de buena voluntad se salvan ‑ a este que fue nuestro erudito cronista, nuestro gran poeta, nuestro inolvidable amigo José Antonio Ochaíta. José Antonio, ya, de Guadalajara.

Románico en Cereceda

 

Otro jalón en el fantasmal camino de la Alcarria abandonada y cadavérica es Cereceda. Un pueblo que fue, sobre las alborotadas lomas que bajan cuajadas de manzanos y tomillo hasta el arroyo de la Solana, afluente del Tajo en su margen izquierda. Igual que hoy, Cereceda se comunicó con el mundo por un carril estrecho y pedregoso que sube lento desde el fondo del valle: yendo de Chillarón a La Puerta y Viene, un pequeño letrero colocado en el suelo, entre unas piedras, lo indica. Es señal hecha para caminantes, no para automovilistas.

Arriba, en el pueblo, el silencio más absoluto se cierne sobre nosotros. Algunas, pocas, casas están derruidas. Las más se conservan enteras e incluso cuidadas; se ve que sus dueños aún las utilizan para el verano ó algunos fines de semana. Pero la vida, el discurrir cordial del pueblo, su historia viva en las gentes, ya descansa en la blanca sábana de los recuerdos. Cereceda es pueblo muerto y abandonado, desgraciadamente.

En la que fue plaza mayor, aún se yergue la vieja y oronda olma donde tantos concejos se habrán formado. Frente a ella, el pequeño ayuntamiento de gris y desconchada fachada. En un ángulo, la gran fuente continúa manando por sus cuatro caños el agua sonora y transparente. Los otros flancos del plazal se rellenan con casas sencillas pero de total sabor pueblerino y alcarreño. Finalmente, en el costado norte del recinto, aparece grande y majestuosa, totalmente separada de otras construcciones, la iglesia parroquial, del más puro estilo románico, obra de los primeros repobladores de la región, allá por los siglos XII ó XIII.

Es ella la que justifica el viaje hasta la altura en que se encuentra el pueblo. Pues, aunque de una sobriedad y sencillez extremas, es ejemplo fiel de lo que fue capaz de hacer y crear artísticamente el aldeano de nuestra Alcarria medieval

En el costado occidental aparece un liso murallón rematado en triangular espadaña, toda ella construida en recia sillería, de características similares a las que el arte románico rural prodiga por toda España. La parte meridional del templo es la más interesante, pues en ella aparece la puerta de ingreso. Consiste en arco semicircular a base de varias archivoltas, cuatro concretamente, de corte sencillo, excepto la más inferior, que posee un limpio trazo en zigzag, y que abriga, por así decirlo, al tímpano, que es el único de la provincia de Guadalajara que aparece con tallas. He aquí, por tanto, el radical interés que en el contexto del románico alcarreño presenta esta iglesia. Es muy difícil, de todos modos, interpretar las figuras que en él aparecen, máxime teniendo en cuenta que su parte o dovela central fué arrancada y sustituida por un pegote de yeso a comienzos de este siglo. En las que restan a ambos lados, se ven dos grandes figuras, semejantes a ángeles en adoración, y múltiples cabecillas muy rudas a sus pies. ¿Falta el Pantocrátor en el centro? Es lo más lógico, pero, de todas formas, está ya perdido para siempre.

El vano de ingreso está escoltado por dos jambas, rematadas en salientes codos que sustentan el tímpano. Tres columnas a cada lado, rotas en su parte inferior por algún añadido que allí se puso en pasados tiempos, rematan en sendos capiteles, de muy ruda talla, pero siempre agradables de contemplar: en los de la izquierda, aparecen temas vegetales en los dos más externos, y una serie de toscas figuras, que pueden representar la Sagrada Cena, en el más interno. A la derecha aparecen otros dos capiteles de ornamentación vegetal los más externos, y muy erosionado y sin posible identificación el de dentro. Escoltando la portada aparecen a cada lado 3 columnas adosadas, que van del suelo hasta el remate, dando una sensación de fuerza y acabamiento muy notables. Todo ello se cubrió, en el siglo XVI aproximadamente, con el tejaroz que hoy todavía se conserva, y que, si por una parte resta visibilidad a la portada, por otra la protege de las inclemencias del tiempo, colaborando a su pervivencia.

En el lado oriental, aparece la cabecera del templo, que en este caso es un ábside semicircular añadido a un pequeño cuerpo rectangular que, al interior, hace las veces de presbiterio. En este ábside, sencillísimo y pleno de encanto rural, aparecen dos columnas de sillería, adosadas al mismo, y rematadas en anchos capiteles vegetales, que sirven para dividir el semicircular muro en tres partes iguales, en cada una de las cuales aparece una ventanita del mismo estilo, con grandes piedras de sillería a los lados, y una escueta cenefa de doble línea, que se continúa a cada lado por breve imposta de lo mismo. La más septentrional de las tres ventanas posee aún un par de columnillas exentas rematadas en diminutos capiteles, en los que si apenas hubo lugar para insinuar un tema vegetal.

Finalmente, el costado norte, oscuro, húmedo y cubiertas de musgo sus paredes, cobija en su centro una sencilla portada, también románica, escoltada de sencillos mechones, y hoy tapiada en casi su totalidad. De ella se puede ver la cenefa superior, semicircular, hecha a base de puntas de diamante muy bien conservadas, y un capitel de la derecha, de ornamentación vegetal, mejor tallada que sus compañeros de la puerta sur. ¡Qué interesante sería, y cuán poco dinero costaría, descubrir esta puerta románica de Cereceda! Sería como abrir un paquete de cumpleaños, como desvelar un misterio que durante tiempo nos tuvo suspensos. ¿Quizás existen capiteles historiados tras ese tabique de argamasa y yeso que la cubre? Todo sería cuestión de decidirse.

Un detalle final, y muy interesante, a considerar en esta iglesia de Cereceda, es la serie de canecillos que sostienen su alero, y de los que junto a estas líneas damos una visión parcial. Es en estas estructuras donde el artista medieval deja muchas veces su inspiración, sencilla y directa, y su crítica de la sociedad. En el caso que ahora consideramos, apenas si aparecen motivos iconográficos de interés, pero forman en total uno de los más abundantes conjuntos de canecillos románicos en nuestra provincia. Un total de 76 existen, así distribuidos: 25 en la cara sur, 21 en el ábside y 30 en la cara norte (6 de ellos sobre la puerta septentrional). Por temas, podemos clasificarlos así: 16 son lisos o bipartitos; 53 poseen temas geométricos sencillos, siendo los más interesantes unos escamados y otros con aspas; finalmente, tan sólo 7 poseen temas figurativos, de rudos vegetales o figuras humanas.

El viaje a Cereceda, amable lector, está, de cualquier manera, justificado. Sólo es necesario tener la suerte de que haga un día espléndido y tranquilo, pues la lluvia convertirá en intransitable su camino. Pero, tanto si deseas gozar de una paz y un misterio tan difíciles hoy de conseguir en las ciudades, como si pretendes conocer con detenimiento un nuevo ejemplo del arte medieval alcarreño, Cereceda es ya, desde ahora mismo, una meta a tener en cuenta.