Románico en Cereceda

sábado, 9 febrero 1974 0 Por Herrera Casado

 

Otro jalón en el fantasmal camino de la Alcarria abandonada y cadavérica es Cereceda. Un pueblo que fue, sobre las alborotadas lomas que bajan cuajadas de manzanos y tomillo hasta el arroyo de la Solana, afluente del Tajo en su margen izquierda. Igual que hoy, Cereceda se comunicó con el mundo por un carril estrecho y pedregoso que sube lento desde el fondo del valle: yendo de Chillarón a La Puerta y Viene, un pequeño letrero colocado en el suelo, entre unas piedras, lo indica. Es señal hecha para caminantes, no para automovilistas.

Arriba, en el pueblo, el silencio más absoluto se cierne sobre nosotros. Algunas, pocas, casas están derruidas. Las más se conservan enteras e incluso cuidadas; se ve que sus dueños aún las utilizan para el verano ó algunos fines de semana. Pero la vida, el discurrir cordial del pueblo, su historia viva en las gentes, ya descansa en la blanca sábana de los recuerdos. Cereceda es pueblo muerto y abandonado, desgraciadamente.

En la que fue plaza mayor, aún se yergue la vieja y oronda olma donde tantos concejos se habrán formado. Frente a ella, el pequeño ayuntamiento de gris y desconchada fachada. En un ángulo, la gran fuente continúa manando por sus cuatro caños el agua sonora y transparente. Los otros flancos del plazal se rellenan con casas sencillas pero de total sabor pueblerino y alcarreño. Finalmente, en el costado norte del recinto, aparece grande y majestuosa, totalmente separada de otras construcciones, la iglesia parroquial, del más puro estilo románico, obra de los primeros repobladores de la región, allá por los siglos XII ó XIII.

Es ella la que justifica el viaje hasta la altura en que se encuentra el pueblo. Pues, aunque de una sobriedad y sencillez extremas, es ejemplo fiel de lo que fue capaz de hacer y crear artísticamente el aldeano de nuestra Alcarria medieval

En el costado occidental aparece un liso murallón rematado en triangular espadaña, toda ella construida en recia sillería, de características similares a las que el arte románico rural prodiga por toda España. La parte meridional del templo es la más interesante, pues en ella aparece la puerta de ingreso. Consiste en arco semicircular a base de varias archivoltas, cuatro concretamente, de corte sencillo, excepto la más inferior, que posee un limpio trazo en zigzag, y que abriga, por así decirlo, al tímpano, que es el único de la provincia de Guadalajara que aparece con tallas. He aquí, por tanto, el radical interés que en el contexto del románico alcarreño presenta esta iglesia. Es muy difícil, de todos modos, interpretar las figuras que en él aparecen, máxime teniendo en cuenta que su parte o dovela central fué arrancada y sustituida por un pegote de yeso a comienzos de este siglo. En las que restan a ambos lados, se ven dos grandes figuras, semejantes a ángeles en adoración, y múltiples cabecillas muy rudas a sus pies. ¿Falta el Pantocrátor en el centro? Es lo más lógico, pero, de todas formas, está ya perdido para siempre.

El vano de ingreso está escoltado por dos jambas, rematadas en salientes codos que sustentan el tímpano. Tres columnas a cada lado, rotas en su parte inferior por algún añadido que allí se puso en pasados tiempos, rematan en sendos capiteles, de muy ruda talla, pero siempre agradables de contemplar: en los de la izquierda, aparecen temas vegetales en los dos más externos, y una serie de toscas figuras, que pueden representar la Sagrada Cena, en el más interno. A la derecha aparecen otros dos capiteles de ornamentación vegetal los más externos, y muy erosionado y sin posible identificación el de dentro. Escoltando la portada aparecen a cada lado 3 columnas adosadas, que van del suelo hasta el remate, dando una sensación de fuerza y acabamiento muy notables. Todo ello se cubrió, en el siglo XVI aproximadamente, con el tejaroz que hoy todavía se conserva, y que, si por una parte resta visibilidad a la portada, por otra la protege de las inclemencias del tiempo, colaborando a su pervivencia.

En el lado oriental, aparece la cabecera del templo, que en este caso es un ábside semicircular añadido a un pequeño cuerpo rectangular que, al interior, hace las veces de presbiterio. En este ábside, sencillísimo y pleno de encanto rural, aparecen dos columnas de sillería, adosadas al mismo, y rematadas en anchos capiteles vegetales, que sirven para dividir el semicircular muro en tres partes iguales, en cada una de las cuales aparece una ventanita del mismo estilo, con grandes piedras de sillería a los lados, y una escueta cenefa de doble línea, que se continúa a cada lado por breve imposta de lo mismo. La más septentrional de las tres ventanas posee aún un par de columnillas exentas rematadas en diminutos capiteles, en los que si apenas hubo lugar para insinuar un tema vegetal.

Finalmente, el costado norte, oscuro, húmedo y cubiertas de musgo sus paredes, cobija en su centro una sencilla portada, también románica, escoltada de sencillos mechones, y hoy tapiada en casi su totalidad. De ella se puede ver la cenefa superior, semicircular, hecha a base de puntas de diamante muy bien conservadas, y un capitel de la derecha, de ornamentación vegetal, mejor tallada que sus compañeros de la puerta sur. ¡Qué interesante sería, y cuán poco dinero costaría, descubrir esta puerta románica de Cereceda! Sería como abrir un paquete de cumpleaños, como desvelar un misterio que durante tiempo nos tuvo suspensos. ¿Quizás existen capiteles historiados tras ese tabique de argamasa y yeso que la cubre? Todo sería cuestión de decidirse.

Un detalle final, y muy interesante, a considerar en esta iglesia de Cereceda, es la serie de canecillos que sostienen su alero, y de los que junto a estas líneas damos una visión parcial. Es en estas estructuras donde el artista medieval deja muchas veces su inspiración, sencilla y directa, y su crítica de la sociedad. En el caso que ahora consideramos, apenas si aparecen motivos iconográficos de interés, pero forman en total uno de los más abundantes conjuntos de canecillos románicos en nuestra provincia. Un total de 76 existen, así distribuidos: 25 en la cara sur, 21 en el ábside y 30 en la cara norte (6 de ellos sobre la puerta septentrional). Por temas, podemos clasificarlos así: 16 son lisos o bipartitos; 53 poseen temas geométricos sencillos, siendo los más interesantes unos escamados y otros con aspas; finalmente, tan sólo 7 poseen temas figurativos, de rudos vegetales o figuras humanas.

El viaje a Cereceda, amable lector, está, de cualquier manera, justificado. Sólo es necesario tener la suerte de que haga un día espléndido y tranquilo, pues la lluvia convertirá en intransitable su camino. Pero, tanto si deseas gozar de una paz y un misterio tan difíciles hoy de conseguir en las ciudades, como si pretendes conocer con detenimiento un nuevo ejemplo del arte medieval alcarreño, Cereceda es ya, desde ahora mismo, una meta a tener en cuenta.