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diciembre, 1973:

Sigüenza, la sacristía de las cabezas (II)

 

En este segundo trabajo sobre la Sacristía de las Cabezas de la cate­dral de Sigüenza, joya universal del arte plateresco, correspondo anotar la descripción y particularidades más no­tables de su belleza artística. De la que no sabemos por dónde empezar a hablar, tanta es la maravilla que en ella se contiene.

El esplendor lujuriante y, podríamos decir, agresivo de la ornamentación renacentista española, que en esta obra alcanza una de sus cotas más altas y señeras, ha hecho siempre olvidar un tanto la disposición total, conjuntada, de la sala en sí. Su traza, es indudable, fue dada por Alonso de Covarru­bias. Mide 22,61 m. de longitud por 7,50 de anchura. La altura desde el suelo hasta la cornisa que pasa sobre los capiteles es de 6,71 m. y hasta la bóveda, en su parte más elevada, de 10,5 m.» Esta bóveda, de medio cañón, majestuosa, es dividida en cua­tro sectores de idénticas dimensiones por tres arcos perpiaños, prolijamente decorados en sus tres caras: la infe­rior, con florones, y las laterales, con grutescos finísimos.

En el extremo de Levante aparece una ventana que hoy ilumina la estan­cia. En el opuesto se conserva, aún un alto y elegante rosetón, que hoy está cegado. En cada uno de sus muros se abren cuatro hornacinas, cubiertas por arco escarzano: las tres más ex­tensas (del lado de la ventana, nos referirnos) son de forma d e lucillos, con destino a albergar las cajonerías o aparadores del servicio de la sacristía. Las dos más externas sirven, respectivamente, de salida, a la girola del templo y de entrada a la capilla de las Reli­quias o del Espíritu Santo. Separando estos lucilos aparecen las columnas, de fuste estriado, apoyadas en sendos pedestales, que se recorren por tres fajas cuajadas de grutescos, hoy bastante deteriorados.

El total de columnas, todas ellas ado­sadas, es de diez, coronadas cada una por su respectivo capitel. Cuatro de ellas hacen, además, de rincón de La sala. Son esos diez capiteles los que alientan un colosal ritmo profano, briosamente renaciente, densamente mito­lógico y pagano. Son obra de nítida raigambre covarrubiesca, que, a pesar de haber sido labrados a partir de 1554, nos hacen pensar en el diseño personal del gran artista toledano, pues en ellos asoman las cabezas de carneros, los angelillos atléticos, los peludos viejos, las calaveras y los telajes que antes vimos en Lupiana y en la Piedad de Guadalajara, en el des­aparecido palacio arzobispal de Alcalá de Henares o en la Capilla de los Re­yes Nuevos de Toledo. Son estas diez piezas colosales del plateresco segun­tino merecedoras de un estudio mono­gráfico particular, que pensamos lle­var a cabo en próxima ocasión.

A todo lo largo del salón, y reco­rriendo sus cuatro costados, sobre los capiteles, aparece un friso de unos 30 centímetros de altura,, en el que bullen cientos de figurillas de tema totalmen­te clásico y pagano, con grutescos de la mejor tradición plateresca, cabezas de viejos, cubiertas o destocadas, ani­malejos mitológicos, etc. Por sí solo bastaría pana dar categoría universal a este monumento.

Otra parte interesantísima de esta Sacristía, en cuanto a ornamentación renaciente se refiere, son los medallones y temas adyacentes que se Insertan en las enjutas de los arcos escarzanos de lucilos y hornacinas. Estas enjutas son los espacios formados por el arco, la columna y el friso. En total aparecen 16 medallones, dos por arco.

En la pared norte, de fuera adentro, aparecen los siguientes motivos:

Primer arco: matrona (a la derecha) y un guerrero (a la izquierda). Segun­do arco: matrona, y viejo de doliente aspecto. Tercer arco: joven efebo y matrona, también joven. Cuarto arco (correspondiente a la capilla de las Reliquias): San Pablo (a la derecha) y San Pedro (a la izquierda, siempre del espectador)

En la pared sur, también de fuera adentro, y con las mismas posiciones derecha‑izquierda, aparecen los motivos siguientes:

Primer arco: matrona coronada de laurel y guerrero de fiero aspecto, con magnífico casco de prolija labor rena­centista. Segundo arco. Viejo doliente y matrona con el pelo curiosamente rizado en forma de serpientes. Tercer arco: joven esclavo sufriente y matrona (esta última aparece algo deterio­rada por las filtraciones de agua de esa zona). Cuarto arco (correspondien­te a la puerta de entrada a la Sacristía desde la catedral): San Juan Bautista y Santiago. Todos ellos son magníficos trabajos de talla que enmarcan a su autor con la etiqueta genial de lo mejor que se hizo en el plateresco cas­tellano. Mucho de Berruguete hay en ello, aunque siempre traslucen estas figuras un poso de tranquilo clasicis­mo, muy propio de la herencia dejada por Covarrubias en esta catedral. Para nuestro gusto, aun siendo muy difícil elegir, los cuatro mejores estudios son los de los santos mencionados, que, por desgracia, son los más difíciles de admirar, por la escasa Iluminación de la zona, interna del salón. Escoltando a estos medallones en sus correspon­dientes enjutas, una abigarrada fauna humana y mitológica se nos aparece en mil variadas formas: cabezas de ángeles, niños musculados, aves y vie­jos de cuerpo entero, arpías y sirenas, cabezas, alas sueltas, angelillos con cuerpos de pez o de demonios, etc.

Vamos ahora, finalmente, con la par­te ornamental que ha dado el nombre a este recinto y conquistado para él la fama universal: esas 304 cabezas de su bóveda, que, a manera de artesonado, pétreo, lanzan constante su ru­mor, su vago decir, su lento y blanco llorar de siglos sobre los admirados rostros de quienes hasta ellos llegan. Sin entrar en la literaturización que, por otra parte, merece esta obra, di­remos que cada uno de los sectores de la bóveda posee 19 hileras, con 4 cabezas cada una. Las 9 de una vertiente se orientan en el sentido ver­tical que permite su lógica visión, lo mismo que las otras 9 de la vertiente contraria. Tan sólo en las cuatro caras de las hileras centrales, de la clave, se permite el artista una orientación distinta, pero meditada y equilibrada, como corresponde el estilo arquitec­tónico, riguroso y sistemático, en que se construye el conjunto. Damos aquí esta distribución como aportación al estudio completo de esta bóveda.

Se orientan las caras de estos me­dallones claves con arreglo a un eje que va desde la ventana al rosetón (E.‑O.); y, adoptando por parte exter­na de la sala la correspondiente a Le­vante, tenernos que en el primer sec­tor de la bóveda las tres caras exter­nas miran hacia dentro las dos in­ternas lo hacen hacia fuera. En el segundo sector, las dos caras externas miran hacia dentro, y las dos internas lo hacen hacia fuera. En, el tercer sec­tor, la primera y tercera miran hacia el  interior, y la segunda, y cuarta es orientan hacia la ventana. En el cuar­to sector, el más interno, la cara externa mira hacia dentro, y las tres siguientes lo hacen hacía fuera. De esta manera, sin que en ningún sector es vea el mismo orden, guardan todos ellos un equilibrio perfecto.

Pasando ahora al estudio iconográ­fico de estos 304 medallones, hemos de decir que en ellos aparecen los más diversos tipos que la imaginación puede concebir. Contemplar tal cantidad de gestos, de actitudes, de penas y alegrías conjuntadas, de pobrezas y dignidades confundidas, originan una tormenta anímica de la que uno se recupera ya difícilmente. Creemos que, en parte solamente, es esto techo una galería de retratos. Aparecen, si, diversos bustos de obispos, canónigos, religiosos, bachilleres, dignidades civiles, etc., ataviados a la usanza, de mitad del siglo XVI, que podrían muy bien ser personajes contemporáneos del artista que trazara y tallara sus rostros. En una gran mayoría de ellos, sin embargó, no se ha pretendido más que el efecto estético del poder y la fuerza que emanan de la plumilla y la plumilla del escultor.

En el primer sector (el más externo) aparecen, entre otros, los rostros de un cónsul romano, un viejo con casco, un monje joven, varios efebos y mu­chos viejos de alborotadas barbas, como el que se ve en la fotografía adjunta. También aparecen algunas jóvenes. En el segundo sector aparecen cuatro figuras totalmente deterioradas por las filtraciones de la bóveda en su pared sur, y otra a medio deteriorar. Son también clérigos (uno muy gracioso, con dos formidables orejas, signo evidente de ser retrato de algún canónigo de la época), profetas, algún moro, etc. También se ve a un hombre, ya viejo, con gorro de similares características al que el Emperador Carlos V llevaba en sus últimos días. Una mujer de suaves facciones y tocado muy concordante pudiera representar a la emperatriz Isabel, su mujer. Téngase en cuenta que estas caras se tallan en los últimos años del reinado de Carlos. En el tercer sector hay una figura totalmente estropeada y, otras cinco en las que la humedad ha dejado, su huella destructora. Aparecen, entre otros, un monje con el capuchón puesto, varias figuras femeninas (una de ellas coronada), un viejo franciscano, tres obispos, un rey joven, (¿el príncipe Felipe?), varios clérigos, árabes, esclavos, etc. En el cuarto sector merece destacar la presencia de un pontífice con su tiara, varios clérigos, un guerrero con prolijo casco renacentista, un padre de la Iglesia con su sombrero de anchísimas alas, viejos melenudos, etc.

Como dato, final, descriptivo, cabe añadir la presencia del escudo del Cabildo (el jarrón de azucenas), sostenido por dos­ angelillos que lo coronan con laurel, sobre el ventanal por don de penetra la luz en la sala. Y una pila y una puerta a cada lado de dicha ventana, coronadas con el escudo del obispo, Fr. García de Loaysa, promotor de la obra.

Quede para otra ocasión por venir el estudio de la obra en madera que el arte del siglo XVI nos dejó en esta Sacristía; cajonerías, puertas, contraventanas, etc., y la reja de acceso a la Capilla de las reliquias, ésta en hierro forjado, obra magna del artista conquense Hernando de Arenas.

Hoy hemos abusado en exceso de la amable acogida de estas páginas.

Catálogo Bibliográfico de Guadalajara

 

Días pasados sé reunió en, el Palacio de la Excma. Diputación la sección de Historia de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», con objeto de elaborar un plan de actuaciones cara al nuevo año 1974 y en Orden a extender por todos los rincones, de la provincia, y aun de la nación, el conocimiento de cuántos valores históricos, ha ido almacenando« Guadalajara a lo largo de los tiempos. Fue presidida la sesión por don José Antonio Suárez de Puga Sánchez, y a ella acudieron la mayor parte de sus miembros y vocales.

Entre los diversos asuntos tratados, que iremos dando a conocer según vayan siendo noticia palpitante y actual, es preciso resaltar la decisión de proceder a la elaboración y edición de un gran Catálogo Bibliográfico de la provincia de Guadalajara, cuyo primer intento tuvo lugar en el pasado mes de septiembre, coincidiendo con la Primera, Muestra Bibliográfica de nuestra provincia, que se instaló en el «stand» de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», en el recinto de la Feria de Muestras del Comercio y la Industria de Gua­dalajara. En aquélla ocasión se editó un pequeño folleto, elaborado con urgencia pero con la clara intención de servir de primer escalón a una empresa de mayor categoría científica y divulgadora, que es la que ahora se  pretende.

Los vocales de la sección de Historia de dicha Institución Cultural, han quedado constituidos, en equipo de trabajo que, durante los seis primeros meses del año 1974, recogerán en forma de fichas bibliográficas, cuanta información recojan referente a todo lo, escrito y publicado en y sobré Guadalajara a lo largo de los siglos. Posteriormente se procederá, con todos los datos obtenidos, a la, elaboración y clasificación de los mismos en forma, de Catálogo Bibliográfico. La tarea, necesaria e inaplazable, comunitaria y gigantesca, lanza su llamada a todas aquellas personas que estén dispuestas  a colaborar en ella: cualquier libro desconocido, cualquier folleto de escasa tirada, cualquier artículo periodístico, catálogo, etc., que trate de algún tema relacionado con el devenir histórico, artístico, folclórico, social, médico, religioso, etcétera de la provincia de Guadalajara, es merecedor de aparecer en este Catálogo. Y por ello, cualquier persona que lo conozca colaborará eficientemente con la Institución de Cultura «Marqués de Santillana» al hacerle llegar esa noticia que a otros pudiera escapar. La empresa, pues, no ha de quedar reducida y enclavada entre las cuatro paredes de una habitación. Sino que aspira a ser campo abierto donde la auténtica y sincera colaboración de los alcarreños labre un monumento a su propia historia.

Muchas personas son las que, a lo largo de los años, y aun actualmente, se han dedicado con ejemplar tesón y cariño a esta tarea de la recogida de noticias bibliográficas provinciales. Por solo citar a los más destacados, recordaremos a don Juan Catalina García, S. García Sanz, G. Sánchez Doncel, J. R. López de los Mozos, J. Sanz y Díaz, etc. La labor conjunta de todos ellos, unida a la de los vocales de la sección de Historia de la Institución Provincial “Marqués de Santillana”, y a cuantas personas deseen prestar colaboración, conseguirán sin duda que en este próximo año cuente nuestra provincia con el gran «corpus» bibliográfico que merece ser conocido.

Sigüenza, la sacrsitía de las Cabezas (I)

 

El arte del Renacimiento, que en España adopta una peculiarísima manera de expresarse, y dona al mundo su modo de hacer, «plateresco», ha tenido en Guadalajara, y aún se conservan muchas pruebas de ello, una importancia cualitativa enorme. Por otra parte, la cantidad de obras producidas ha sido tal que para estudiarlas todas detenidamente haría falta escribir un voluminoso libro. Poco a poco irá apareciendo en estas páginas el rasgo de unos y otros ejemplos que el Renacimiento nos dejó como herencia en Guadalajara. Tal vez un día puedan reunirse estas cortas visiones en unificado racimo impresas.

Nos llega hoy la presencia de un ejemplar único en el mundo, de una muestra genial del arte español de todos los tiempos: la sacristía mayor, de las Cabezas o Sagrario nuevo de la Catedral de Sigüenza. No vamos a parar en la alabanza, en la admiración inactiva. Quede esto para quien desee aprovechar una mañana de fiesta visitándola. Vamos ahora, Pues, con su descripción e historia.

Reunido el Cabildo catedralicio en 1532, y siendo obispo de Sigüenza fray García de Loaysa, se decide la construcción de una Sacristía nueva, amplia, que viniera a sustituir a la antigua. Era el 12 de enero, y, una Vez decidido se mandara llamar por Covarrubias, que a la sazón trabajaba en Toledo, en su mayor obra de la capilla de los Reyes Nuevos, es el arcediano de Medina quien se encarga personalmente de «enviar por Covarrubias», llamando la atención lo familiarmente que es tratado este artista por los señores del Cabildo seguntino, señal inequívoca de que ya antes había trabajado para ellos, muy probablemente en el altar de Santa Li­brada y mausoleo de don Fadrique de Portugal (1). El 22 de febrero de ese mismo ano se encuentra Covarrubias en Sigüenza, asistiendo a la reunión capitular, donde sé acuerda con él para que «con la mejor orden» se haga el nuevo Sagrario o Sacristía. ¿Hizo allí mismo, en Sigüenza, sus diseños y trazas Alonso de Covarrubias? Es lo más probable, pues pocos días más tarde, justamente el 4 de marzo, se firmaba el contrato conforme a las trazas que el artista toledano acababa de presentar. Trabajó rápido Covarru­bias, y trabajó bien. Era ese el momento en que alcanzaba el cenit de su inspiración artística. En seguida comenzaron los trabajos. Pero… ¿se terminaron, 42 años más tarde, tal y como Covarrubias lo determinó en un principio? Vamos a ver a continuación las fases por las que pasó esta obra, y los hombres que en ella intervinieron, quedando la  gloria de la decoración de esta Sacristía en más que problemática suposición. Tal vez las pruebas auténticas, documentales y fidedignas de la evolución de los trabajos se hallen en el Archivo Catedralicio seguntino.

Durante 2 años dirigió Covarrubias esta obra. Pero en 1534, al ser nombrado maestro mayor de la Catedral de Toledo, se vio obligado, a suspender su directa intervención en Sigüenza, rescindiendo, el contrato, y proponiendo como sucesor suyo a Nicolás de Durango quien fue admitido como tal por el Cabildo. Las obras que Durango fue llevando a cabo en esta catedral adolecieron de un excesivo enlentecimiento, provocado en parte por lo reducido del presupuesto. Hasta 1554, fecha de su muerte, no se hizo otra cosa que profundizar cimientos, levantar paredes y cubrir las bóvedas. Estas se iniciaron en 1545, y el Cabildo dio poder a Durango para que las modificara y construyera «de la manera y forma que le pareciere». Esto, que a primera Vista puede llevarnos a fijar la paternidad de esa gloria del Renacimiento español, que es la bóveda de la Sacristía de las Cabezas, en Nicolás de Durango, no tiene por qué ser categóricamente exacto. Pues puede muy bien haber ocurrido que Covarrubias trazara también esta parte de la obra en su inicial proyecto en 1532, y Durango, fiel discípulo suyo, se limitara a seguir el primitivo proyecto. Fuera de uno, fuera de otro, cataloga de genial al autor de tal maravilla.

A Durango sucede en la dirección de esta obra, así como en el cargo de maestro mayor de las obras de la catedral el artista seguntino Martín de Valdoma a quien cabe la gloria suprema de haber concluido lo que ya iba durando excesivo tiempo, así como haberle dado el definitivo sello de grandiosidad y magia con el onírico y a la vez aquilatado mundo de la decoración de esta sala. Sin embargo, cabe hacerse la misma pregunta respecto a la tarea de Valdoma que trabaja en esta sacristía entre 1554 y 1563, y a quien el señor Pérez Villamil, atribuía todo el diseño, dibujo y aún talla de lo decorativo de ella. ¿No trazaría previamente Covarrubias estas 304 cabezas, estos 16 medallones de las enjutas de los arcos estos 10 capiteles, este friso inacabable y tantos otros detalles de florido plateresco que hoy son la admiración del mundo entero? Sólo la confirmación documental podría darnos la respuesta definitiva, de la que, hoy por hoy, carecemos. Bástanos elucubrar, parcialmente además, sobre los capiteles de esta sacristía, en los que la mano de Alonso de Covarrubias parece indudable. Véanse, sino, los capiteles de Lupiana, los de la Piedad de Guadalajara, etc. Ya estudiados en estas mismas páginas que confirman ser obra de una misma cabeza pensante e inspirada.

La portada de la sacristía se terminó en 1574, y fue trazada por Juan del Pozo, ya en un estilo más herreriano, más frío que el interior de la sala. La puerta de este Sagrario, en noble madera tallada con figuras de matronas y santas, es obra segura de Martín de Valdoma, lo mismo que diseño de las dos cajonerías más antiguas que hoy se conservan junto a la Capilla de las Reliquias.

También actuó, durante una breve temporada, como maestro de obras de esta sacristía seguntina, Francisco de Baeza, otro de los grandes diseñadores del plateresco en la Ciudad Mitrada. El costo total de la obra ascendió a tres mi­llones y medio de maravedises. El peso constante, más anónimo y, sin embargo, más efectivo, de toda la talla de esta pieza, fue cargado en los hombros de varios hombres cuyos nombres, afortunadamente para nosotros, se han conservado: Diego y Adriano de Lande, Alonso Velasco, Villalba, Briones, Carca, Guillén, Aguilera, Jerónimo de Daroca, Fernando Carasa, Martín de Elgueta, Pierres, y, sobre todos ellos, el maestro Esteban, tallista principal e «imaginario», que por entonces ganaba la alta cifra de 5 reales diarios por su trabajo que, de todos modos, ha conseguido la definitiva revalorización de la ad­miración imperecedera.

(1)     Pérez Villamil, «Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza», Madrid 1899, pág. 128. No existe, sin embargo, prueba documental alguna que confirme tal suposición, o al menos no ha sido todavía hallada.

Salvar Beleña

 

Tras el análisis, en pasadas semanas, de ciertos aspectos inéditos del menologio románico de la portada parroquial de Beleña, nos queda sólo por tratar, somera y sinceramente, del estado actual y previsible futuro de esta joya de nuestro arte provincial.

Junto a estas líneas aparece su fotografía, una más de las muchas que de ella han sido ya publicadas. No es necesario que nuevamente sea aquí descrita la belleza y rural encanto, de sus escenas campestres, ni el difícil de interpretar de los cuatro capiteles que, sobre las columnas laterales, sostienen las archivoltas del pórtico. Es preciso, eso sí, reseñar que, desde hace poco más de dos ó tres años, el proceso, de ruina en que este templo está sumido tiene visos de imparable.

Recuerdo personalmente haber visto, no hace más de cinco años, las altas cúpulas góticas del edificio, con su complicada tracería nervada, dar cobijo a la nave única y vacía de otro adorno que constituía este templo. Hoy es el cielo, con sus nubes y sus estrellas, el que se encarga de poner límite a sus paredes. Dentro, por supuesto, la desolación y los cascotes tienen su feudo. A raíz de este desgraciado derrumbamiento, el local parroquial fue trasladado a las escuelas municipales, sitas en una pequeña nave de moderna cons­trucción, en el centro del pueblo.

Pero ahí no han parado las desgracias. El tejado vertido que durante siglos protegió de lluvias y humedades a la bella portada románica, y que hace ya bastante tiempo se hundió en su parte derecha, ha tenido ahora, muy recientemente, otro nuevo fallo, cayendo al suelo en su parte izquierda, y dejando al aire una porción importante de las archivoltas románicas, con el consiguiente peligro de erosión que ello supone para el menologio. La cuestión, por tanto, es grave.

El momento, en cambio, no permite ponerse a echar la culpa de lo ocurrido a nadie. Sobre todo, porque nadie en concreto la tiene. La situación nos ha hecho meditar y sopesar las posibilidades que existen actualmente para salvar (éste es el momento clave) esta joya del arte románico español.

El pueblo de Beleña de Sorbe no posee en estos momentos más de tres familias. Su accesibilidad es muy problemática, pues la carretera que lo une a Aleas y Fuencemillán es, en algunos, lugares, un verdadero arroyo seco, mien­tras que por el río posee una pista sólo transitable para camiones. El irreversible proceso de la emigración rural ha dejado a este enclave de la serranía de Cogolludo en condiciones de casi total abandono. Mal lugar y mal momento, pues, para que nadie se decida a invertir varios millones de pesetas en contener la ruina del templo románico. Queda, por último, el peligro del robo, de, la rapiña de obras de arte que tanto mal ha hecho en nuestro país. Cualquier noche llega un camión a Beleña y carga con lo que allí queda, heredando nosotros las fo­tos y el recuerdo solamente.

La salvación de Beleña está en su traslado. Reconocemos que es duro decir esto. Pero las múltiples razones anteriormente aducidas, nos llevan a ello. Han sido, por otra parte, varias las autoridades del mundo del arte que se han manifestado en este sentido: recordamos ahora cómo el señor Gaya Nuño, en reciente estancia en nuestra, ciudad, nos decía que era eso, su traslado a lugar seguro, el único modo de evitar la pérdida de está importante obra.

¿Dónde se podría llevar esta portada románica? No debe salir, por supuesto, de la provincia de Guadalajara. Lo ideal ‑ seria, en nuestra opinión, que sirviera de ingreso a una nueva iglesia que haya de alzarse en cualquiera de nuestros pueblos en actual desarrollo. Que las piedras que sirvieron de protección a la entrada al templo de nuestros antepasados, sigan ahora cumpliendo su primigenio cometido. Naturalmente, aunque esa iglesia a la que sirvieran estas piedras de entrada fuese edificada en estilo moderno, actual, debería ser trazada (inteligentes arquitectos no faltan en nuestra provincia) en su conjunto de acuerdo con esta obra que iba a recibir en su costado noble. Es sugerencia que sabemos considerará la Comisión Diocesana de Liturgia,

En último extremo, ¿qué mejor lugar para estas piedras que el cálido asilo del Museo de Arte Antiguo que nuestro señor Obispo tiene magníficamente instalado en Sigüenza? Trasladada esta portada, en su integridad y mismo tamaño, a una sala que, nos consta, tiene planeada el Dr. Castán Lacoma como receptáculo de las mejores piezas desperdigadas del arte románico de la diócesis, quedaría definitivamente a salvo de cualquier adversidad. Creemos que es solución a tomar en segundo término, pero también válida y merecedora de ayuda cuando llegase la ocasión.

Hace falta, de todos modos, no sólo llegar a infundir en todos, cuantos se preocupan de estos temas la idea de su necesaria salvación, sino comenzar a solicitar la ayuda económica que esta ope­ración lleva consigo aparejada. El ministerio de Educación y Ciencia, por medio de su Dirección General de Bellas Artes, debería tomar conciencia de este problema. Pues no se quitaría de su lugar multisecular una pieza artística por mero capricho, sino por auténtica y razonada necesidad.

Esta es, finalmente, la situación actual de Beleña. Que no espera sino la decisión de unos y otros para emprender en camino de su muerte o de su resurrección, definitiva.

La iglesia de la Piedad en Guadalajara

 

Vamos a continuar hoy con nuestro repaso al arte de Renacimiento en Guadalajara, ocupándonos de uno de sus más insignes y hermosos testimonios: de la iglesia que para el convento de monjas franciscanas con el título de la Piedad fundó doña Brianda de Mendoza y Luna anejo al palacio que su tío, don Antonio de Mendoza, le dejó en herencia (1).

Es obra, según prueban los correspondientes documentos, de Alonso de Covarrubias, que tanto ha de sonar en esta revisión de nuestro arte plateresco (2), quien la contrató en 1526 y debió acabar unos cuatro años más tarde, concertando en 1534 con doña Brianda la talla de su enterramiento, que aún se conserva en el interior de la Iglesia.

No es necesario ahora hacer recuento historial de la persona y virtudes de doña Brianda. Sabido de todos es cómo en 1524 obtuvo Breve apostólico para dar marcha al beaterio, luego convento, de la Piedad. Muy pronto, en 1526, exactamente el 31 de octubre contrata con Alonso de Covarrubias la erección de la iglesia (3). En este documento especifica minuciosamente doña Brianda las condiciones técnicas, artísticas y económicas en que ha de hacerse el edificio. Del cual hoy no queda, de lo primitivo, más que la gran portada plateresca, que es, de todos modos, lo mejor de mismo. El resto sufrió en el siglo pasado grandes reformas que hicieron desaparecer su primitivo sabor. Sólo por la lectura de “contrato» podemos saber cómo era la iglesia de la Piedad: de una sola nave, muy alta y airosa, coronados sus tres tramos por complicadas bóvedas de crucería que recordaban el estilo gótico del que aún no se había desprendido por completo el gusto. Un crucero poco pronunciado se situaba delante del presbiterio, en el que iba, cerrado por una reja del mismo estilo, un gran altar plateresco, que, como tantas otras cosas, desapareció, en, la Desamortización de 1835. Poco después, en 1880, el Ayuntamiento de la ciudad mandó derribar toda la cabecera del templo, donde la perfección arquitectónica habría logrado sus más altas calidades, con objeto de abrir la calle que hoy lleva el nombre de Teniente Figueroa. Algo más tarde aún, y a manos del arquitecto señor Velázquez, se dividió el templo en dos pisos, quedando el inferior para raquítica capilla del Instituto, y el superior para frío salón de actos.

Tal cúmulo de atropellos al arte alcarreño se detuvieron siempre ante la portada del templo, que guarda incólume el buen hacer de Covarrubias, quien, tal como figura en, el «Contrato», no sólo trazó y dispuso, sino que con sus ‑propias manos talló esculturas, capiteles y relieves grutescos en jambas, frisos y columnas. Un gran arco semicircular, con su intradós casetonado en doble hilera por rosetones, y al exterior recorrido por múltiple cenefa vegetal, alberga en su hueco a toda la portada. Se remata aún ese arco en sencillo friso dentado al estilo greco y calada escocia de aire gótico. En las enlutas, sendos florones.

La puerta es alta, cobijada por arco también semicircular, que apoya en sendas jambas de cornisa moldurada, y todo ello recorrido por varias cenefas de pequeños óvalos. A sus lados, y apoyadas en sendos pilastrones de corte prismático, decorados con arneses guerreros en sus frentes, aparecen sendas columnas que son, junto con sus correspondientes capiteles, lo mejor de la pieza. Aquí es donde radica la fuerza, mucho más decorativa que estructural, del arte renacentista español de la primera mitad del siglo XVI: en esos balaustres, tan característicos, que hacían escribir a Camón Aznar que si este arte «plateresco» no tuviera ya tan adecuado nombre, él le impondría sin ningún género de dudas el de arte «balaustral». Recubriendo por completo toda la superficie de ambas columnas va una abundante muestra de grutescos, en los que la más disparada fantasía deja su huella mitológica y poderosamente pagana. También formas vegetales con profusión cubren huecos. Y aún en el estrechamiento central del balaustre surgen unas monstruosas cabezas de perfecta talla. Es aún más arriba, en los capiteles que coronan las columnas, donde la mano exquisitamente domeñada de Covarrubias, deja un soberbio par de ejemplos, esculpiendo unas cabezas de carnero de recia expresión humanoide, unidas entre sí por flecos y cadenetas florales. Aún en las enjutas del arco un par de florones se escoltan por aladas bichas.

Rematando la portada, sobre un sencillo friso dentado va una cornisa o arquitrabe concienzudamente decorado: en él aparece, junto a florones y repetidos motivos vegetales en suave relieve, un escudo central de la case Mendoza que ya ocupó, hace años, estas páginas. Al fin, coronando cada uno de los planos de, la portada, sendos candeleros renacientes aparecen.

Tal vez sea el mejor detalle el grupo escultórico que, escoltado por dos pequeñas jambas decoradas, apoyadas en sendos roleos, y bajo sencilla venera arquitrabada, representa la Piedad que da nombre al templo. Así lo estipula doña Brianda en su «Contrato»: «á de estar una ymagen de nuestra Señora de le Piedad con la Madalena a un, cabo y Sant Juan al otro, todo de muy buen tamaño y muy bien labrado de muy buena piedra», y fue hecho por Alonso de Covarrubias, que consigue un sencillo pero patético grupo, todo él tallado en piedra de Tamajón, con un aire todavía, en cierto modo, goticista, por el ritmo un tanto hierático de los personajes. Pero de una suavidad de líneas y contrastes que le ponen como cima de la escultura renaciente en la ciudad de Guadalajara.

A los lados del grupo, sendos escudos de doña Brianda, con las armas de Mendoza y Luna, recuerdan por siempre la magnanimidad y buen gusto que tuvo esta mujer al legarnos esta iniciativa que hoy, afortunadamente, aún se conserva sin defecto alguno.

Para completar esta visión de la iglesia de la ‑ Piedad, hagamos mención del sepulcro de la fundadora que aún hoy se conserva en el lado derecho de la nave de esta Iglesia. La traza de este enterramiento fue hecha por Alonso de Covarrubias, tal como doña Brianda hace constar en, su testamento de 1534, pero en dicha fecha aún no estaba labrado. En él aparecen los escudos repetidos de esta señora, incluidos en ruedas aveneradas y orladas de laurel, escoltadas por angelillos y triunfos vegetales, frisos dentados, jambas con mínimos grutescos, etc., todo muy en la línea del arte de Covarrubias. Merece la pena entrar en el templo y, con buena luz, contemplar esta pieza de nuestro Renacimiento alcarreño. No se llegó a hacer la estatua yacente de doña Brianda. En su lugar aparece hoy un moldurado bloque de mármol rojo sin interés alguno (4).

Esperamos que estas breves líneas hayan servido para acrecentar en muchos lectores y amantes de Guadalajara, el deseo de conocer y apreciar aún más este legado de nuestro pesado arriacense, cual es la iglesia de la Piedad, hoy en funciones de parroquia de Santiago.

NOTAS:

(1) Se trata del edificio que, hasta hace poco albergó el Instituto de Enseñanza Media, y hoy funciona como Escuela de E.G.B.

(2) No era alcarreño Covarrubias, o, al menos, aún no se ha demostrado fehacientemente que lo fuera. Doña Juana Quilez, nuestra Bibliotecaria Provincial, publicó en el número de diciembre de 1967, de la revista «Investigación» unos documentos en los que se demostraba cómo los padres de Covarrubias tenían la posesión de unas viñas en el término de Valbueno, hoy finca próxima a Cabanillas del Campo. La opinión más generalizada es que el artista nació en Torrijos (Toledo), en 1488.

(3) Lo halló don Francisco Layna en el Archivo Histórico Nacional, tras paciente rebusca, y lo publicó íntegro en las pp. 40‑48 del tomo XLIX, año 1941, del Boletín de la Sociedad Española de Excursiones.

(4) Cobró Alonso de Covarrubias 100.000 maravedises por esta obra, siendo de su mano el bloque de jaspe que lo cubre todavía. En 1538 ya estaba concluido.