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mayo, 1973:

Los carmelitas en Budia

 

La forma reglar de vivir en religión, que hoy, a tenor del tiempo nuevo, va mermando su eficacia y preeminencia, ha tenido a lo largo de la historia, desde hace más ó menos ocho siglos, un gran número de representaciones en la provincia de Guadalajara. Por aquí han pasado los originarios sistemas cenobíticos, los benedictinos, y les han seguido sus reformadores los cistercienses. Mendicantes mínimos y predicadores no pudieron impedir el nacimiento y auge que, también en nuestras tierras, tuvo la orden de los jerónimos. Hasta el Carmelo, especialmente el Reformado, ha dejado su honda y clara huella entre nosotros. Con la llegada de Santa Teresa de Jesús a Pastrana, donde fundó convento para frailes y otro para monjas, calzó la religión carmelitana su sandalia en el áspero y montaraz páramo alcarreño.

A Budia también llegó, aunque tarde, el Carmelo Reformado. Corta fue su vida, escasas sus huellas. Pero interesante, creo yo, será siempre el relato de lo que entre los altos y hoy ya inestables muros de su convento, ocurrió en los siglos XVIII y XIX en que allí tuvo sede la comunidad masculina de Carmelitas descalzos de la Concepción.

Tuvo su origen en la piedad netamente popular: varios vecinos de Budia habían entregado, en el primer cuarto del siglo XVIH, algunas cantidades para fundar con ellas un convento de la Orden Carmelitana reformada. Puestas en renta dichas cantidades, producían al año 13.956 reales de vellón. Por otra parte, donativos o compromisos de otras personas, ascendiendo a 12.000 ducados, llevaron al provincial de la Orden, fray Bernardo de San José, a presentar en 1732 la formal solicitud de levantar en Budia una nueva casa del Carmelo, en la que podrían vivir cómodamente más de 15 religiosos, sin necesidad de acudir a la limosna pública.

Accedió el obispo seguntino, el franciscano fray José García, unos días después, como el año anterior lo había hecho el duque del Infantado, señor del pueblo, y en agosto de 1732 lo hacía el Consejo Real El 22 de octubre de ese mismo año, ya estaba levantado el cenobio: casa conventual y hospicio anejo, se congregaban en torno de una grandiosa iglesia a la que, se trasladó el Santísimo desde la parroquia con mucho boato y popular festejo. Quedaba así instituido el Convento de la Concepción de Nuestra Señora, siendo general de la Orden el padre Antonio de la Asunción.

Era la última fundación carmelitana en la provincia de Guadalajara, la que cerraba esta interesante serie de Casas santas donde la oración y el acercamiento a Dios fueron siempre las metas más apetecidas.

Tranquila fue la existencia de este convento a todo lo largo del siglo XVIII. A mediados de él, concretamente en 1747, se trasladó desde Madrid la casa de profesos, siendo un prior, nueve religiosos y seis legos conventuales los que la habitaban. Ya finalizando la centuria, en 1796, quiso la Orden carmelitana probar fortuna nuevamente poniendo en este convento de Budia una modesta fábrica para hacer en ella sayales de las religiosas y religiosos. En otras casas y ocasiones se había intentado ya, pero con muy escaso éxito. Se contaba ahora con la tradición probada de las industrias laneras y de buenos paños que habían existido en la alcarreña localidad, y así, en el Capítulo de 1796, se acordó «que para su establecimiento se tomen a censo 50.000 reales, hipotecando todos los bienes de la provincia, dando plena autoridad al Definitorio Provincial sobre la disposición y giro de esta fábrica». El experimento comenzó a renovando frecuentemente de religioso organizador, se llegó como pudo a 1814, en que, después del mucho sufrir en la guerra de la Independencia, el obispo de Sigüenza se propuso comprar la fábrica de tejidos de estos religiosos, poniendo por condición, que continuase el hermano Pedro de San Antonio al frente de ella. El Capítulo provincial accedió a este deseo, pero el obispo no llegó a comprarla finalmente. En 1820 se nombró al padre Julián de San Jerónimo administrador de la fábrica, a quien debían rendir cuentas los dos religiosos que en ella trabajaban. En 1824 se decidió se fabricase solamente sayal pardo o blanco, nunca paño.

Los franceses llegaron a Budia en enero de 1809. Ante las noticias de su inmediata llegada, y los desmanes de brutal salvajismo a que sometían a ciertos sectores de la población, en especial del estado religioso, decidieron los carmelitas de la concepción de Budia abandonar su convento, dejando únicamente a dos miembros de la comunidad entre sus muros. Llevaban los frailes cálices y custodia, resignándose a perder algunas cosas, como altares, sagrario, copones, etc. que destruyeron los invasores nada más llegar. De vez en cuando aparecía una columna francesa por Budia, y aprovechaban la fábrica del convento como Cuartel. Finalmente, en 1814 volvieron los religiosos. Ignorando seguramente, lo poco que le quedaba de vida el convento. Fue su último prior fray Cristóbal del Niño Jesús, pues la Desamortización de Mendizábal dio la puntilla y llevó a la ruina esta fundación, con sabor teresiano y rumor de alondra.

El edificio entero, con su huerta, pasó a poder de particulares. Imágenes y objetos de culto que habían podido salvarse, se llevaron al convento de franciscanos concepcionistas de Pastrana. Una carta autógrafa de Santa Teresa quedó en la parroquia de Budia. Y durante muchos años continuó en pie la monumental iglesia, de clara estructura carmelitana, especialmente su fachada, constituida por tres arcos de entrada al atrio y coronada por recia y maciza espadaña triangular. El patiecillo delantero del templo fue destinado, y aún sigue en ello, a cementerio municipal. Hace pocos años, el administrador del edificio vendió las tejas y el maderamen de las techumbres, con lo que en poco espacio de tiempo, vendrá a la ruina más completa esta reliquia de nuestro pasado histórico. Quienes tuvieron la responsabilidad de guardarlo, no supieron o no quisieron hacerlo. Ahora ya es tarde.

¿Cuándo se acaban las obras de Santiago?

 

Más de cuatro años llevan las obras de restauración de la iglesia parroquial de Santiago, y lentamente, al aire de avances tenaces e Impensados hundimientos, va surgiendo la estampa antigua y primitiva del qué es, hoy por hoy, el mejor templo que Guadalajara puede enseñar a sus visitantes.

¿Cuándo lo podrá enseñar debidamente restaurado? Esta es la pregunta que todos nos hacemos, y, la que su párroco, don Enrique Cabrerizo, no puede tampoco contestarnos. El quisiera, y es lo más lógico, que para el 25 de julio pudiera abrir de nuevo sus puertas la iglesia de Santiago, de Guadalajara. ¿Será cierto este deseó? En ese sentido abogamos porque las obras que actualmente te llevan a cabo, tomen un ágil aliento, y pronto se vean coronados los proyectos que Bellas Artes y la parroquia hicieran hace años.

Pero no quiere esto decir que por mucho correr, se vayan a dejar las coses a medio hacer, o sin cuidado. Está terminada ya la estructura de las naves principal y laterales: con sus artesonados limpios e instalados, con s u s ventanas definitivamente abiertas, con sus columnas y paredes desnudes de] antiguo Velo, y orgullosas ahora de su pura materia pétrea y de ladrillo. Al fondo, en los pies del templo, sobre la puerta semicircular que permitía la entrada en su, origen, se ha descubierto un escudo real, con un par de castillos y otro de leones, pintado sobre el estuco de la pared. Esto confirma que su título de «Real Convento de Santa Clara» le fue dado en sus principios, como consecuencia de haber intervenido directamente en su fundación doña Isabel, hija de Sancho IV de Castilla, y que junto a su hermana Beatriz fueron señoras de Guadalajara, y en su alcázar residieron muchos años.

La capilla plateresca de don Juan de Zúñiga, en la cabecera de la nave del Evangelio, ha sido también dignamente restaurada. Ha quedado demasiado alto, y continuado en sitio diferente al original, el mausoleo del fundador, del que ni la estatua siquiera nos ha quedado, después que las monjas la vendieron, junto con otras esculturas funerarias de la misma capilla, a unos anticuarios. A la izquierda dé este mausoleo, en la pared de dicha capilla, ha sido colocada la placa y escudos en que se recuerda la feliz memoria que en Guadalajara debe existir todavía por doña Isabel de Vera y Cerrillo, quien fundó el mayorazgo de El Sotillo, a cambio de un Juro sobre las martiniegas de Atienza que tenían los franciscanos desde tiempos de su abuelo don Fernán López de Orozco. Esta señora, que lo fue también del bonito pueblo amurallado soriano de Rello, fue le que donó la gran cantidad de agua que de sus fuentes del Sotillo salía en dirección a Guadalajara, para aprovechamiento de los frailes de San Francisco, y posteriormente de las clarisas, de cuya iglesia tratamos ahora. Esto ocurrió en 1459, y aún hoy sigue nuestra ciudad aprovechando, esas aguas.

El punto crucial que, a mi entender, queda aún por acometer en la iglesia Parroquial de Santiago, es la completa restauración de la capilla gótica que culmina la nave de la Epístola, y que fundó poco antes de 1450, el regidor de nuestra ciudad don Diego García de Guadalajara. Se ha restaurado ya con escayola los góticos festones que faltaban en el arco mayor de la capilla, así como la cenefa que contonea todo el recinto. Es necesario de todo punto, sin embargo, volver a, pintar en el sabrosísimo color azul y oro, tan propio del gótico, este festón, cenefa y nervios de las bóvedas. Al igual que están todavía Pintados los escudos de las claves; y como estuvo hasta hace poco, y debe volver a estarlo, la leyenda gótica que, corriendo bajo la cenefa, explica quién fue la persona ‑que fundó la capilla; cuáles sus cargos, y el año (1452) en que se acabó.

¿Volverán, por otra parte, las imágenes de Cristos y Vírgenes que durante el presente siglo han gozado de la popular piedad de sus parroquianos? En nuestra modesta opinión, esas imágenes modernas no tienen cabida en este templo que, por obra y gracia de la concienzuda y costosa restauración de la Dirección General de Bellas Artes, ha vuelto a su primitiva edad del siglo XIV en que fue alzado. Sólo imágenes y cuadros de esa época pueden ponerse entre sus muros. Cualquier otra intención es, aunque católica y piadosa, atentatoria contra lo que ha costado años de esfuerzo y millones de pesetas.

Sólo nos queda, de nuevo, congratulamos de lo sabiamente que ha estado dirigida esta restauración; de los buenos frutos que ya ha rendido y ha dé rendir en un futuro; y de que dentro de pocos meses, ojalá que para ese final de julio, festividad de Santiago, pueda ser definitivamente, abierta al culto. Para satisfacción de todos cuantos alcarreños amamos nuestro pasado.

Del origen legendario de Sopetrán

 

Junto a Torre del Burgo, a los pies casi de Hita, donde el Badiel murmura su lenta canción de yeso y arboledas, aparecen hoy unos tapiales, unos viejos edificios sin forma ni color, que casi nadie sabe a qué pertenecen ni por qué las tempestades los respetan.

El río y los árboles en la llanada; las ruinas acromegálicas y sedientas; y un silencio erizador de parsimonias hacen de estos restos de Sopetrán un lugar donde al mundo le está brotando continuamente el escalofrío. La historia de este monasterio benedictino es larga y muy interesante. Reyes y grandes magnates están comprometidos en ella, y aun se guisan en su cocina, a pesar del alto cielo que cobija su vacío, panes y corderos con aceite montaraz. Humo azul y dedos pringosos. Latines de monocorde acento. Milagros e ignorados santos. Por las ventanas vacías metiéndose el viento.

Hoy quiero hablaros de lo que no llega a ser historia de Sopetrán, pero de lo que sí se puede utilizar como argumento para el trazado biográfico de cuatro paredes en las que aún late un pasado grande de piedad y un legendario presumir de antigüedades.

La más reciente historia del Monasterio de Sopetrán la debemos a fray Antonio de Heredia, quien en 1676 publicó un grueso volumen (1) en el que incluía una buena dosis de realidad junto a un gran manantial de falsas informaciones. Pero el libro es sumamente curioso, y en más de una ocasión he de referirme a él. Si hoy nombro al padre Heredia, es a cuento de lo fidelísimamente que sigue en el bosquejo de la primitiva historia del Monasterio al Cronicón de Hauberto Hispalense, «monachi benedietini», y a quien fray Gregorio de Argáiz comenta y analiza (2).

Es, pues, a este buen señor, monje benedictino como se autoilustra, Hauberto Hispalense, autor de la Crónica de todo lo que ocurrió en España «A Virginis Partu ad anium DCCCCXIX», a quien sigue el padre Heredia para darnos la versión «histórica» del alborar de Sopetrán.

No caeremos nosotros en ese error. Vamos a dar, como curiosidad solamente, la hipotética relación del surgir del monasterio alcarreño. Sabiendo ya que es todo pura leyenda, mera posibilidad, banal pasatiempo. La posibilidad de que el Cronicón de Hauberto sea auténtico y verídico ha quedado completamente descartada (3).

Dos posibilidades se apuntan para justificar el nombre del lugar sacro. El hecho de haberse conocido en la antigüedad a Hita como Petra Amphitreae (piedra de Amphitrea) y estar el lugar cercano al cerro, y en llano, supondría la adquisición del apelativo de So‑petrán (bajo la piedra) refiriéndose a «debajo de Hita». La otra posibilidad es la que respecta al milagro que obró la virgen de convertir a un príncipe moro en aquél lugar, y bautizarle Pedro. Sopetrán sería el recuerdo de que la Virgen se apareció «sobre Pedro». Flojo argumento, en verdad, y bonita leyenda que merece ser tratada aparte.

Según Hauberto, ya en el año 461 (ayer fué la víspera) el abad Cecilio edificó un eremitorio junto a Hita. ¿Origen de todo el tinglado posterior?

Luego dice que en el 611, alrededor del Eremitorio de Sopetrán (ya en esa fecha, le concede declaradamente este nombre) el rey visigodo Gundemaro fundó un Monasterio. Monasterio que no podría ver terminado pues reinó pocos meses (aunque parezca raro, Gundemaro murió en el año 1612, en la cama, de muerte natural, como debe morir todo rey de buena calidad). Lo continuaría Chindasvinto, ya en la mitad del siglo VII, si es que identificamos nuestro monasterio de Santa María, en el Reyno de Toledo, cerca de la ciudad llamada Torija». El primero seria el fundador, y el segundo, edificador.

Dice este mismo Cronicón, que Witiza, penúltimo rey de los visigodos, devastó Hita el año 702. La verdad es que nada concreto se sabe sobre la acción guerrera de este debatido monarca «que fué tan amado por ‘el pueblo, como odiado por el clero» (4), pero sí que choca ese dato de Hauberto con el que él mismo nos da, refiriendo la destrucción por los monasterios, del Monasterio de Sopetrán en el año 728. ¿Vivió el cenobio una época bajo los árabes, o bien tanto Hita como Sopetrán no fueron conquistados hasta ese año? Las noticias, más fidedignas del padre Mariana, dan la fecha del 715 para la ocupación árabe de Guadalajara y Medinaceli. El Cronicón de Hauberto hace aguas por todas partes por donde se mire.

Pero él sigue con el tema. Nos dice que en el año 847, el monasterio de Santa María de Sopetrán, en la Carpetania, fué reparado con el beneplácito del Rey de Córdoba. Lo era por entonces Abderramán II, y es posible (en esta ruleta mágica de las infinitas posibilidades) que en su ánimo influyera San Eulogio, cabeza visible del partido mozárabe, y muy respetado en la corte mora, que en el año 840 había pasado por esta comarca, de regreso de su viaje a Pamplona.

Hauberto Hispalense (cuyo Cronicón se cierra el año 919) no dice cómo terminó este Monasterio Mozárabe en la Alcarria. Heredia supone que sus monjes serían traídos del Convento Agaliense de Toledo. Supone también que vendría Viverio, obispo de Alcalá, a inaugurarlo. Y acaba afirmando alegremente que lo destruyó Adafer, rey moro de Toledo, hacia el año 1055.

Por ahora cortamos el hilo de esta cadena de leyendas para no fatigar con ellas el benévolo lector. Debemos, por un lado, censurar gravemente al padre Heredia por admitir tan ingenuamente las poco fundadas afirmaciones del Cronicón de Hauberto. Pero por otra hemos de agradecerle, creo yo, la ocasión que nos ha brindado, junto con el padre Argáiz, de deleitarnos unos instantes con el pasado quimérico de este Monasterio del que también hay, y ojalá pronto sea conocida de todos, una bella historia asentada sobre los firmes pilares de la documentación.

Un ejemplo del alegre y desenfadado historiar tan típico de nuestro Sigo de Oro, y una ocasión de meterse un poco más en ese universo vasto, simpático y atractivo de nuestro pasado provincial.

(1) fray Antonio de Heredia: «Historia del Ilustrísimo Monasterio de Nuestra Señora de Sopetrán». Madrid, 1676.

(2) fray Gregorio de Argáiz: «Población eclesiástica de España y noticia de sus primeras honras». Madrid, 1668.

(3) Godoy Alcántara: «Historia crítica de los falsos cronicones”. Madrid, 1868.

(4). Dahn: «Die konige der Germa­nen». Wüurburg, 1870.