Del origen legendario de Sopetrán
Junto a Torre del Burgo, a los pies casi de Hita, donde el Badiel murmura su lenta canción de yeso y arboledas, aparecen hoy unos tapiales, unos viejos edificios sin forma ni color, que casi nadie sabe a qué pertenecen ni por qué las tempestades los respetan.
El río y los árboles en la llanada; las ruinas acromegálicas y sedientas; y un silencio erizador de parsimonias hacen de estos restos de Sopetrán un lugar donde al mundo le está brotando continuamente el escalofrío. La historia de este monasterio benedictino es larga y muy interesante. Reyes y grandes magnates están comprometidos en ella, y aun se guisan en su cocina, a pesar del alto cielo que cobija su vacío, panes y corderos con aceite montaraz. Humo azul y dedos pringosos. Latines de monocorde acento. Milagros e ignorados santos. Por las ventanas vacías metiéndose el viento.
Hoy quiero hablaros de lo que no llega a ser historia de Sopetrán, pero de lo que sí se puede utilizar como argumento para el trazado biográfico de cuatro paredes en las que aún late un pasado grande de piedad y un legendario presumir de antigüedades.
La más reciente historia del Monasterio de Sopetrán la debemos a fray Antonio de Heredia, quien en 1676 publicó un grueso volumen (1) en el que incluía una buena dosis de realidad junto a un gran manantial de falsas informaciones. Pero el libro es sumamente curioso, y en más de una ocasión he de referirme a él. Si hoy nombro al padre Heredia, es a cuento de lo fidelísimamente que sigue en el bosquejo de la primitiva historia del Monasterio al Cronicón de Hauberto Hispalense, «monachi benedietini», y a quien fray Gregorio de Argáiz comenta y analiza (2).
Es, pues, a este buen señor, monje benedictino como se autoilustra, Hauberto Hispalense, autor de la Crónica de todo lo que ocurrió en España «A Virginis Partu ad anium DCCCCXIX», a quien sigue el padre Heredia para darnos la versión «histórica» del alborar de Sopetrán.
No caeremos nosotros en ese error. Vamos a dar, como curiosidad solamente, la hipotética relación del surgir del monasterio alcarreño. Sabiendo ya que es todo pura leyenda, mera posibilidad, banal pasatiempo. La posibilidad de que el Cronicón de Hauberto sea auténtico y verídico ha quedado completamente descartada (3).
Dos posibilidades se apuntan para justificar el nombre del lugar sacro. El hecho de haberse conocido en la antigüedad a Hita como Petra Amphitreae (piedra de Amphitrea) y estar el lugar cercano al cerro, y en llano, supondría la adquisición del apelativo de So‑petrán (bajo la piedra) refiriéndose a «debajo de Hita». La otra posibilidad es la que respecta al milagro que obró la virgen de convertir a un príncipe moro en aquél lugar, y bautizarle Pedro. Sopetrán sería el recuerdo de que la Virgen se apareció «sobre Pedro». Flojo argumento, en verdad, y bonita leyenda que merece ser tratada aparte.
Según Hauberto, ya en el año 461 (ayer fué la víspera) el abad Cecilio edificó un eremitorio junto a Hita. ¿Origen de todo el tinglado posterior?
Luego dice que en el 611, alrededor del Eremitorio de Sopetrán (ya en esa fecha, le concede declaradamente este nombre) el rey visigodo Gundemaro fundó un Monasterio. Monasterio que no podría ver terminado pues reinó pocos meses (aunque parezca raro, Gundemaro murió en el año 1612, en la cama, de muerte natural, como debe morir todo rey de buena calidad). Lo continuaría Chindasvinto, ya en la mitad del siglo VII, si es que identificamos nuestro monasterio de Santa María, en el Reyno de Toledo, cerca de la ciudad llamada Torija». El primero seria el fundador, y el segundo, edificador.
Dice este mismo Cronicón, que Witiza, penúltimo rey de los visigodos, devastó Hita el año 702. La verdad es que nada concreto se sabe sobre la acción guerrera de este debatido monarca «que fué tan amado por ‘el pueblo, como odiado por el clero» (4), pero sí que choca ese dato de Hauberto con el que él mismo nos da, refiriendo la destrucción por los monasterios, del Monasterio de Sopetrán en el año 728. ¿Vivió el cenobio una época bajo los árabes, o bien tanto Hita como Sopetrán no fueron conquistados hasta ese año? Las noticias, más fidedignas del padre Mariana, dan la fecha del 715 para la ocupación árabe de Guadalajara y Medinaceli. El Cronicón de Hauberto hace aguas por todas partes por donde se mire.
Pero él sigue con el tema. Nos dice que en el año 847, el monasterio de Santa María de Sopetrán, en la Carpetania, fué reparado con el beneplácito del Rey de Córdoba. Lo era por entonces Abderramán II, y es posible (en esta ruleta mágica de las infinitas posibilidades) que en su ánimo influyera San Eulogio, cabeza visible del partido mozárabe, y muy respetado en la corte mora, que en el año 840 había pasado por esta comarca, de regreso de su viaje a Pamplona.
Hauberto Hispalense (cuyo Cronicón se cierra el año 919) no dice cómo terminó este Monasterio Mozárabe en la Alcarria. Heredia supone que sus monjes serían traídos del Convento Agaliense de Toledo. Supone también que vendría Viverio, obispo de Alcalá, a inaugurarlo. Y acaba afirmando alegremente que lo destruyó Adafer, rey moro de Toledo, hacia el año 1055.
Por ahora cortamos el hilo de esta cadena de leyendas para no fatigar con ellas el benévolo lector. Debemos, por un lado, censurar gravemente al padre Heredia por admitir tan ingenuamente las poco fundadas afirmaciones del Cronicón de Hauberto. Pero por otra hemos de agradecerle, creo yo, la ocasión que nos ha brindado, junto con el padre Argáiz, de deleitarnos unos instantes con el pasado quimérico de este Monasterio del que también hay, y ojalá pronto sea conocida de todos, una bella historia asentada sobre los firmes pilares de la documentación.
Un ejemplo del alegre y desenfadado historiar tan típico de nuestro Sigo de Oro, y una ocasión de meterse un poco más en ese universo vasto, simpático y atractivo de nuestro pasado provincial.
(1) fray Antonio de Heredia: «Historia del Ilustrísimo Monasterio de Nuestra Señora de Sopetrán». Madrid, 1676.
(2) fray Gregorio de Argáiz: «Población eclesiástica de España y noticia de sus primeras honras». Madrid, 1668.
(3) Godoy Alcántara: «Historia crítica de los falsos cronicones”. Madrid, 1868.
(4). Dahn: «Die konige der Germanen». Wüurburg, 1870.