Los carmelitas en Budia

sábado, 26 mayo 1973 0 Por Herrera Casado

 

La forma reglar de vivir en religión, que hoy, a tenor del tiempo nuevo, va mermando su eficacia y preeminencia, ha tenido a lo largo de la historia, desde hace más ó menos ocho siglos, un gran número de representaciones en la provincia de Guadalajara. Por aquí han pasado los originarios sistemas cenobíticos, los benedictinos, y les han seguido sus reformadores los cistercienses. Mendicantes mínimos y predicadores no pudieron impedir el nacimiento y auge que, también en nuestras tierras, tuvo la orden de los jerónimos. Hasta el Carmelo, especialmente el Reformado, ha dejado su honda y clara huella entre nosotros. Con la llegada de Santa Teresa de Jesús a Pastrana, donde fundó convento para frailes y otro para monjas, calzó la religión carmelitana su sandalia en el áspero y montaraz páramo alcarreño.

A Budia también llegó, aunque tarde, el Carmelo Reformado. Corta fue su vida, escasas sus huellas. Pero interesante, creo yo, será siempre el relato de lo que entre los altos y hoy ya inestables muros de su convento, ocurrió en los siglos XVIII y XIX en que allí tuvo sede la comunidad masculina de Carmelitas descalzos de la Concepción.

Tuvo su origen en la piedad netamente popular: varios vecinos de Budia habían entregado, en el primer cuarto del siglo XVIH, algunas cantidades para fundar con ellas un convento de la Orden Carmelitana reformada. Puestas en renta dichas cantidades, producían al año 13.956 reales de vellón. Por otra parte, donativos o compromisos de otras personas, ascendiendo a 12.000 ducados, llevaron al provincial de la Orden, fray Bernardo de San José, a presentar en 1732 la formal solicitud de levantar en Budia una nueva casa del Carmelo, en la que podrían vivir cómodamente más de 15 religiosos, sin necesidad de acudir a la limosna pública.

Accedió el obispo seguntino, el franciscano fray José García, unos días después, como el año anterior lo había hecho el duque del Infantado, señor del pueblo, y en agosto de 1732 lo hacía el Consejo Real El 22 de octubre de ese mismo año, ya estaba levantado el cenobio: casa conventual y hospicio anejo, se congregaban en torno de una grandiosa iglesia a la que, se trasladó el Santísimo desde la parroquia con mucho boato y popular festejo. Quedaba así instituido el Convento de la Concepción de Nuestra Señora, siendo general de la Orden el padre Antonio de la Asunción.

Era la última fundación carmelitana en la provincia de Guadalajara, la que cerraba esta interesante serie de Casas santas donde la oración y el acercamiento a Dios fueron siempre las metas más apetecidas.

Tranquila fue la existencia de este convento a todo lo largo del siglo XVIII. A mediados de él, concretamente en 1747, se trasladó desde Madrid la casa de profesos, siendo un prior, nueve religiosos y seis legos conventuales los que la habitaban. Ya finalizando la centuria, en 1796, quiso la Orden carmelitana probar fortuna nuevamente poniendo en este convento de Budia una modesta fábrica para hacer en ella sayales de las religiosas y religiosos. En otras casas y ocasiones se había intentado ya, pero con muy escaso éxito. Se contaba ahora con la tradición probada de las industrias laneras y de buenos paños que habían existido en la alcarreña localidad, y así, en el Capítulo de 1796, se acordó «que para su establecimiento se tomen a censo 50.000 reales, hipotecando todos los bienes de la provincia, dando plena autoridad al Definitorio Provincial sobre la disposición y giro de esta fábrica». El experimento comenzó a renovando frecuentemente de religioso organizador, se llegó como pudo a 1814, en que, después del mucho sufrir en la guerra de la Independencia, el obispo de Sigüenza se propuso comprar la fábrica de tejidos de estos religiosos, poniendo por condición, que continuase el hermano Pedro de San Antonio al frente de ella. El Capítulo provincial accedió a este deseo, pero el obispo no llegó a comprarla finalmente. En 1820 se nombró al padre Julián de San Jerónimo administrador de la fábrica, a quien debían rendir cuentas los dos religiosos que en ella trabajaban. En 1824 se decidió se fabricase solamente sayal pardo o blanco, nunca paño.

Los franceses llegaron a Budia en enero de 1809. Ante las noticias de su inmediata llegada, y los desmanes de brutal salvajismo a que sometían a ciertos sectores de la población, en especial del estado religioso, decidieron los carmelitas de la concepción de Budia abandonar su convento, dejando únicamente a dos miembros de la comunidad entre sus muros. Llevaban los frailes cálices y custodia, resignándose a perder algunas cosas, como altares, sagrario, copones, etc. que destruyeron los invasores nada más llegar. De vez en cuando aparecía una columna francesa por Budia, y aprovechaban la fábrica del convento como Cuartel. Finalmente, en 1814 volvieron los religiosos. Ignorando seguramente, lo poco que le quedaba de vida el convento. Fue su último prior fray Cristóbal del Niño Jesús, pues la Desamortización de Mendizábal dio la puntilla y llevó a la ruina esta fundación, con sabor teresiano y rumor de alondra.

El edificio entero, con su huerta, pasó a poder de particulares. Imágenes y objetos de culto que habían podido salvarse, se llevaron al convento de franciscanos concepcionistas de Pastrana. Una carta autógrafa de Santa Teresa quedó en la parroquia de Budia. Y durante muchos años continuó en pie la monumental iglesia, de clara estructura carmelitana, especialmente su fachada, constituida por tres arcos de entrada al atrio y coronada por recia y maciza espadaña triangular. El patiecillo delantero del templo fue destinado, y aún sigue en ello, a cementerio municipal. Hace pocos años, el administrador del edificio vendió las tejas y el maderamen de las techumbres, con lo que en poco espacio de tiempo, vendrá a la ruina más completa esta reliquia de nuestro pasado histórico. Quienes tuvieron la responsabilidad de guardarlo, no supieron o no quisieron hacerlo. Ahora ya es tarde.