Nombres de Calles

miércoles, 27 diciembre 1967 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en Flores y Abejas, 27 Diciembre 1967

La calle es el subconsciente de la Naturaleza, el pedazo de tierra, piedra o asfalto con el que sueña el mar, la selva o el desierto. La calle es el río seco, la vereda de la montaña, la corriente marina o la nebulosa remota, que un día el hombre aprisionó entre las casas de su ciudad para ir creyendo que vivía. La calle es, en fin, unas pisadas y un recuerdo. Un viento que trae y lleva sollozos y canciones. La calle es, también, algo que nos sobrevive.

El hombre, en sus relaciones los demás hombres, para referirse a las cosas, necesita ponerlas nombres. Y he aquí que el hombre decide poner nombres a las calles, a esa cosa indefinible que se pasea por debajo de nosotros. Al principio todo era muy sencillo: el aspecto de la calle, algo misterioso que en ella ocurría, o también algo memorable, alguna característica peculiar suya, etc. bastaba para que la imaginación del hombre­ ciudadano llamase en adelante de esa forma al lugar donde su casa y las de sus vecinos estaban enclavadas. Si la calle carecía de cualquier cosa notable o curiosa, el nombre de algún santo venerable solucionaba la papeleta. Pero he aquí que la ciudad crece, se ensancha, y el hombre, que cada vez piensa más en el fútbol, y menos en el resto de la vida que le rodea, pierde la imaginación y ni se preocupa de bautizar su calle con un nombre que tenga algo que ver con ella. En nuestra ciudad ha ocurrido algo parecido. Guadalajara crece, se ensancha, y surgen nuevas calles. Los alcarreños piensan no solo en el fútbol, claro, sino en otras muchas cosas variadas. Pero ocurre algo triste, y es que sus nuevas calles se quedan sin nombres. Entonces, nuestro querido y admirado Ayuntamiento, consciente de este problema, convoca, en un rasgo de democracia ateniense, libre asamblea donde el vecindario todo proponga nombres para sus calles, que son, en definitiva, nombres para sus pisadas, sus recuerdos y sus pájaros cantando en primavera. Este gesto debe provocar, y lo provoca, nuestro aplauso unánime, y esto es lo principal, nuestra colaboración sincera.

Y llega la hora de echar nuestro cuarto a espadas. ¿Qué nombres proponer? ¿Qué la calle Mayor se llame «Calle Mayor”? ¿Qué la Mariblanca se llame «Plaza de la Mariblanca2? ¿Qué el paseo de las Cruces se llame «Paseo de las Cruces» o que la calle del Museo se denomine así? No nos atrevemos a solicitar este cambio «brusco» de denominaciones de nuestras más populares calles y plazas, porque siempre hay alguien dispuesto a molestarse.

Entonces, ¿qué propondremos? ¿Nombres de alcarreños ilustres? Gálvez de Montalvo y Serrano y Sanz ya tienen las suyas. Los éxitos recientes de Buero Vallejo y Ángel María de Lera podrían alentarnos a solicitar placas con estos nombres para las nuevas calles. Y no solo estos dos: Garciasol, Layna Serrano, Ochaíta, Alonso Gamo y tantos otros, serían candidatos de mérito a la placa en la casa número uno de cualquier nueva calle. Pero tampoco votamos esta alternativa. ¿Razones? Aquí están: Nunca nos ha parecido buena manera de honrar a una persona colocando su nombre al principio de cualquier Plaza o avenida. El mejor homenaje a un escritor es leerle. La mejor forma de honrar la memoria de un santo, o de un héroe, o de un gran hombre, es imitarle en sus acciones, esforzarse en hacer propias sus virtudes. Por eso no proponemos nombres, ni de vivos ni de muertos, para las calles de Guadalajara.­

Pero nosotros queremos colaborar, en esta tarea sugestiva, Por esto, nos atrevemos a solicitar del Ayuntamiento de nuestra ciudad la concesión para las calles de cualquier nueva barriada que se construya, los nombres de las diversas repúblicas hispanoamericanas. ¿No sería hermoso que, a am­bos, lados de la «Avenida de España» o de la «Avenida de la Hispanidad», surgieran las calles  de Argentina, de Colombia, de Chile… y tantas otras regiones del globo caldeadas con la sangre y las miradas de los españoles? No es nuestra intención, ni mucho menos, hacer aquí el panegírico de la idea Hispánica. Es, simplemente, aportar una idea, una sugerencia ‑un granito al granero-  a nuestro querido., Ayuntamiento, para que la tome en consideración a la hora de adoptar sus resoluciones.   ¡Ah!, y rogar a todos que, en uno de esos momentos de aburrimiento que cualquiera tiene se piense algo bueno y escriba a la Comisión de toponimia municipal,