Últimas palabras para el genial Azorín

martes, 7 marzo 1967 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en 7 de marzo de 1967

Lo de Azorín ha oído una pausa solamente. Un decir: «Esperad un momento», y cambiar de sitio. Pero el espíritu sutil, amoroso, español auténtico de Azorín seguirá pensando siempre en su Castillo, en sus claras tierras de Levante, en su España gallarda, Y’ varonil, pura, recia, eternamente adelantada del océano. Seguirá su mirada traspasando las cosas pequeñas, delicadas, tiernas, que otros despreciaron, y en las que él sabía encarnada dulce poesía.

¡Qué vano sería que ahora me pusiera a escribir una breve y resumida nota biográfica de Azorín! Sería inconsecuente. Me saldría atropellada, como de seguro este pequeño artículo va a salirme. Pero va cargado de sincero dolor y sentimiento. Para no pecar de injusto, creo necesario dejar bien claro que Azorín, del que en este momento ya es huérfana toda España, ha sido el mejor escritor que este siglo ha cruzado el suelo de nuestra Patria. «No creo que uno solo de mis libros sea ajeno a España», dijo en cierta ocasión. Yo quisiera decirle ahora, aunque él ya se estará dando cuenta, que tampoco él ha sido un extraño para el país. Le hemos perdido, y un lacerante sentimiento nos dice que no se ha marchado sin que nuestras almas hayan sentido un temblor extraño y desconocido. Los jóvenes actuales todavía no habíamos tenido ocasión de reflejar en nuestros espíritus la sensación escalofriante que produce la partida irremediable de un gran español. No de un español como todos nosotros, sino de un hombre que ha dejado a España algo que jamás podrá pagarle; algo que antes de llegar él no lo tenía. Sí amigos; Azorín ha sido el hombre que ha regalado a España la conciencia de que siempre había carecido. Eso es nada más y nada menos, lo que el país le debe.

Gregorio Iruegas Galindo, pastor, natural de Cordeñuela de Riopico, provincia de Burgos; Martín Cano Tejada, zagal, natural de Monsalupe, provincia de Ávila; Domingo Algarra Fernández, también pastor, natural de Santiuste de Pedraza (Segovia); Nemesia Gil Delgado, sirvienta, natural de Villarejo de Salvanés ? provincia de Madrid… ¿qué habéis sentido? ¿Y vosotros, viñadores de la Mancha? ¿Y vosotros huertanos de Alicante? ¿Y vosotros, claros pastores de Salamanca, de Burgos y de Soria? ¿Y vosotros, labriegos nobles de Guadalajara, de Segovia y de Zamora? ¿No habéis visto vosotros una nube blanca, ligera; un viento distinto a los demás, más limpio; un ave diferente, huidiza, atenta? Sí. Yo sé que habéis percibido algo extraño en el ambiente. Y ¿sabéis que era? Era solamente el alma de Azorín, que definitivamente del mundo de se marchaba. Sí. Se marchaba de España. Ya sé que no os lo queréis creer, pero es verdad. Y él ha querido dar el último paseo por su Patria antes de dejarla para siempre. Y para eso se ha disfrazado de nube, de brisa, de ave rauda… casi de lo mismo que siempre estuvo disfrazado.

Yo sé también, pero esto ya no lo pregunto, porque no tendría una respuesta, que las piedras solemnes del Guadarrama azul se han conmovido. Como se han conmovido los hoy todavía incipientes trigales de Castilla, los naranjales levantinos, los prados verdes de Galicia y Vascongadas, las altas llanuras pardas e infinitas de la Mancha. Andalucía, Cataluña, Aragón valiente, la sumisa Extremadura, la varonil Castillo… toda España ha sido hoy caliente féretro, definitivo y cariñoso lecho para recibir el cuerpo leve, diminuto, quebradizo, que hasta hace unas horas fué albergue de, un afán inacabable de amor y de belleza. Todas las tierras españolas, todos los españoles corazones, han vivido hoy y para siempre, con un latir de pena y gratitud, que han llevado mucho tiempo bien guardado, para ofrecerlo en este momento supremo al hombre que consagró su vida a una de las más altas empresas que han podido acontecer en el mundo: amar a España y, así, servirla.

Azorín ha muerto. ¡Viva Azorín!