Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

tamajon

Un viaje para novatos a la Sierra Norte

Como por algo hay que empezar, hagámoslo por lo más fácil. Hay que ir a la Sierra, a la del Ocejón, Majaelrayo, el Hayedo, el Sonsaz, el alto Jarama… a la sierra de Ayllón (que así se ha llamado siempre), a la Somosierra en su pendiente sur, a las estribaciones del Lobo, del Tres Provincias y al Alto Rey… hay que conocer ese pedazo de España, de Guadalajara, de la honda raíz celtíbera para sentir que tenemos muchas cosas en las manos y en el corazón, muchos motivos por los que alegrarnos y seguir viviendo. Mañana sábado voy a tener la oportunidad de salir al campo (mejor dicho, a la Sierra) con un montón de amigos: los miembros del Servicio de Otorrinolaringología del Hospital Universitario de Guadalajara, médicos, médicas y asimilados, lo que va suponer una treintena de personas, a las que trataré de sumar de ahora en adelante a los entusiastas de esta tierra serrana y campiñera. Para empezar, y dado que solo podremos disfrutar del viaje por la mañana (porque hay previsto almuerzo, y de los grandes, en el Mesón “Campanario” de Monasterio), subiremos por el valle hacia Cogolludo y de allí por Veguillas hasta la aldea/aula de Umbralejo donde podremos admirar cómo era un pueblo de la Sierra Negra en sus mejores días. Este es uno de los puntos que ningún viajero debería perderse en sus andanzas por la Sierra Norte: administrado hoy por la Consejería de Educación y Cultura, hace ya años que tras haber quedado vacío por compra que de sus casas y terrenos hizo el Icona, se ha rehabilitado para servir de modelo de antiguo hábitat y de escuela o aula de la Naturaleza a la que se lleva, de vez en cuando, a los alumnos de nuestros colegios. Valverde de los Arroyos Desde Umbralejo, por la carreterilla GU-211 que ahora está asfaltada y permite el paso de cualquier vehículo (excepto los autobuses grandes, que lo tienen difícil en el puentecillo que cruza el Sorbe) llegamos a Valverde de los Arroyos, el lugar que nadie debe perderse, que ha estado siempre en las listas de candidatos a los más bellos pueblos de España, y que ahora está hecho un pincel, de bien cuidado y atendido. En Valverde de los Arroyos todo es emocionante y espectacular: su situación, en la falda oriental del pico Ocejón, la cumbre máxima de esta zona de la Sierra, con […]

Tamajón al final de un viaje

Un destino para pasar alguno de estos días de vacación, con un tiempo más que aceptable, y descubriendo pueblos y detalles de nuestra geografía provincial, es sin duda Tamajón: al pie del Ocejón, entre jarales, sabinares y pinares, Tamajón es la puerta de la Serranía Negra, de los caminos del parque natural de la Sierra Norte, un lugar sin duda que merece visitarse, degustarse y salir de él con la alegría de haber encontrado un pueblo y un entorno de sorpresas. Sobre una llanada amplia, al pie mismo de las altas y frías serranías del Ocejón, encontramos la villa de Tamajón, que alcanzó en siglos pasados gran prosperidad como centro comercial y nudo de comunicaciones con el resto de los pue­blos y lugares que se esconden en las anfractuosidades de estas montañas, y aun con aquellos otros lugares que están al otro lado de ellas, hacia el norte. No es exagerado decir que hoy es Tamajón la capital, por lo menos geográfica y simbólica, de la Sierra Norte de Guadalajara. Lo limpio y sano de su aire, el magnífico paisaje que sobre este pueblo se cierne, hizo que ya en el siglo XVI se fijara en él Felipe II como uno de los posibles lugares donde colocar su monasterio real de San Lorenzo, que finalmente llevó al Escorial, bajo el Guadarrama. Fue reconquistado Tamajón al tiempo que todas las vegas del Jarama y Henares, por Alfonso VI. Perteneció en princi­pio al Común de Villa y Tierra de Atienza. Posteriormente el rey Sancho IV se lo donó en señorío a su hija la infanta doña Isabel, y ésta se lo traspasó en la misma calidad a doña María Fernández Coronel, su ama de compañía. Ya en el siglo XIV pasó este lugar a engrosar los abultados dominios del caballero don Iñigo López de Orozco, de quien luego pasaría a los Mendoza, en cuya casa permaneció durante siglos.