En estos días ha estado en candelero el Paseo de la Concordia de Guadalajara, por una conferencia, un libro y una petición, para que se le considere en la categoría de Bien de Interés Cultural, parangonable a los edificios y monumentos históricos, porque es un sitio con solera, con tradición y valores urbanísticos suficientes para ello. Ahora recordamos otros jardines, parques y espacios naturales que en nuestra tierra acumulan años y añoranzas. En la región autónoma de Castilla-La Mancha, el número de Parques y Jardines catalogados como BIC (Bien de Interés Cultural) es CERO. En otras comunidades, en cualquiera de las otras que integran España, más o menos hay unos cuantos. Madrid luce, por ejemplo, los Jardines de El Capricho en la Alameda de Osuna, y el Jardín Botánico, o en Andalucía el Jardín de las Delicias de Arjona, en Sevilla, o en Galicia la Alameda de Santa Susana en Santiago de Compostela. En definitiva, en esta como en muchas otras cosas relacionadas con “lo público”, lo único que se pone en evidencia es la sensibilidad de los responsables de estos temas. En Castilla-La Mancha, hasta la fecha, la sensibilidad ha sido CERO. Pero todo eso tiene un remedio. Que es ponerse, por parte de los responsables, a pensar en proteger y nombrar BIC algunos emblemáticos y reconocidos parques y jardines de la región y sus poblaciones. Con el apoyo de los ciudadanos, que en este caso no pasamos factura alguna por aportar datos e ideas. Sinceramente, creo que este es el momento de que la Junta de Comunidades inicie el proceso de declaración de BIC para el “Paseo de la Concordia de Guadalajara”, y se ponga a mover papeles para hacer lo mismo con los “Jardines de la Fábrica” de Brihuega y “La Alameda” de Sigüenza. Por empezar por algún sitio. Otros lugares emblemáticos Uno de los recuerdos más antiguos que tengo por la cabeza, -no sé la época, pero debe ser de hacia 1953- fue una visita que con mi tía hice a los jardines del palacio de la Condesa de la Vega del Pozo, a los que se entraba por el callejón de San Sebastián, por un portalón que hay poco más arriba de la torre del mismo nombre. Rodeaban por el sur y levante el gran palacio que mandara agrandar y dejar en suculento uso doña María Diega Desmaissières, a finales del siglo XIX. Rodeados de […]
Jardines
Lecturas en torno al palacio del Infantado
Sin duda que el palacio del Infantado es la joya del patrimonio de nuestra ciudad. Un edificio que ha cumplido holgadamente los cinco siglos de existencia, y que ha cabalgado siempre a lomos de la rueda de la Fortuna: en unas ocasiones estuvo en lo más alto (visita de los Reyes Católicos, boda de Felipe II con Isabel de Valois) y en otras cayó a lo profundo (el bombardeo de diciembre de 1936 lo dejó hecho puré). Pero ahí sigue, ahora en uno de sus momentos menos amargos. Construido a lo largo de la última década del siglo XV, y declarado Monumento Nacional (ahora se les llama BIC) en 1914, dentro de un año cumplirá un siglo con ese título. En ese siglo le ha pasado de todo: le tiraron bombas, lo destruyeron, lo abandonaron, lo restauraron, le dieron vida, y ahora parece que vuelve a endormecerse: tenemos que conseguir que siga adelante el expediente para declararlo «Edificio Patrimonio de la Humanidad». Porque merece serlo y reúne las características que la UNESCO pide para ello. Libros antiguos sobre el palacio En la “Crónica de la provincia de Guadalajara” de José María Escudero (impreso en 1869, aunque hay edición facsímil de 1994 -Aache/Cobos-) se habla muy por lo menudo del palacio del Infantado, y se dice, entre otras cosas, que “son también dignos de mencionarse el salón de Don Zuria y el espacioso llamado De Cazadores de cuyo enramado friso que adornan escudos de armas, arranca una cúpula sembrada de flores y estrellas”. Describe los suntuosos salones de la planta alta, cubiertos de artesonados mudéjares, pero no dice nada de los ilustrados con pinturas manieristas en la planta baja. Es este, sin duda, uno de los primeros libros que trata del palacio del Infantado, considerándole un edificio capital del arte español: en esta “Crónica” de José María Escudero, editada en 1869 por Rubio, Grillo y Vitturi sus páginas 45 y 46 están dedicadas plenamente a describir el edificio, anotando detalles que hoy son interesantes porque desaparecieron en guerra. En la página 17 aparece este curioso grabado de sierra que ilustra el aspecto de la portada del palacio ducal en plena Gloriosa. El libro trae otras imágenes del palacio también muy curiosas. Poco antes, en 1861, los franceses Gustavo Doré y Carlos Davillier hicieron un interesante (sobre todo para ellos) viaje por España, inaugurando como vehículo el tren recién montado. En su paso por […]
A veces Pastrana
Ahora en estos días que preceden a San Andrés, cuando se preparan las gentes para que las nieves les lleguen a los pies, cuando las noches se vuelven heladoras, y son largas, y hondas, e impenetrables; ahora cuando parecen estrecharse los cielos y abrirse a la mañana el hondo valle que sin fin se abriga en la niebla, dan ganas de pensar en estos pueblos de la Alcarria que nunca dicen nada. Como Pastrana, como Valdeconcha, como Tendilla, como Hueva… En los pueblos que tuvo la Alcarria un día con vida y sonrisas, hoy parece no escucharse apenas otro clamor que la bocina del panadero cuando llega, de mañana, a traer lo imprescindible. En muchos sitios ya no hay ni tiendas. Ya no hay médicos en ellos; los secretarios llegan, en algunos casos, una vez cada quince días; la gasolina anda en gasolineras lejanas, y cualquier cosa que se necesite (un cuaderno, una bufanda, una boina, o un lapicero… por decir las cosas que ocupan un puesto seguro en nuestra vida) hay que ir a buscarlas a la ciudad, a un centro comercial, más allá de todo. O yo no entiendo lo que pasa, o esto es ir a peor, al menos en la tierra de Alcarria, donde es lógico que nadie ponga su esperanza de vida. He viajado estos años pasados por los caminos amables de esta tierra. He llegado a pueblos donde siempre había alguien conocido. Uno era popular –que no famoso- y por escribir en los papeles, o por estar siempre pendiente en el Hospital de lo que les pasaba a estas gentes, alguien identificaba al autor de estas líneas. Nos estrechábamos la mano, nos animábamos mutuamente. Pero esto va decayendo, no sé muy bien por parte de quien, pero se está apagando. Porque cuando voy a los pueblos están más vacíos (hago excepción de los puentes, del cogollo del verano, y de esas fechas en que se recuerda a los muertos y se va, haga el tiempo que haga, a poner unas flores encima de la sepultura de los padres) están más silenciosos, aunque se llega mejor a ellos. Por eso siempre pensé que las carreteras arregladas servían más bien para que la gente se fuera. Qué cruel, qué injusto soy al pensar esto. Debería callarme. Pueblos con apellidos Pero los pueblos de la Alcarria tienen un valor que no perderán nunca. Es el de su […]
Parques y Jardines de nuestra tierra
Uno de los recuerdos más antiguos que tengo por la cabeza, -no sé la época, pero debe ser de hacia 1953- fue una visita que con mi tía hice a los jardines del palacio de la Condesa de la Vega del Pozo, a los que se entraba por el callejón de San Sebastián, por un portalón que hay poco más arriba de la torre del mismo nombre. Rodeaban por el sur y levante el gran palacio que mandara agrandar y dejar en suculento uso doña María Diega Desmaissières, a finales del siglo XIX. Rodeados de una alta muralla, constituían un tupido mundo de arrates, caminos, arroyos y cascadas, cenadores, bancos, emparradas y matas de boj. Cómo se conseguía humedecer y regar todo aquello en un clima tan seco como el de Guadalajaraes algo que no me explico. Pero de aquella visita me llevé la impresión de haber estado en un bosque mágico, suculento y enorme de los que ya sólo quedan en los cuentos. Años después, ese palacio fue adquirido por los Hermanos Maristas, convertido en Colegio (tal como hoy sigue) y el bosque y jardines totalmente arrasados para abrir en su lugar unas pistas deportivas. Ya por entonces empezó la acometida del fútbol contra la imaginación. Enello seguimos. Este mínimo y remoto recuerdo lo traigo (a pesar de confesar con él que son ya bastantes los años desde los que guardo recuerdos) a propósito de un repaso que quiero dar, en vuelapluma somera, por los que fueron, o aún son, jardines y parques de nuestra tierra alcarreña. A propósito, todo ello, de un libro que ha caído en mis manos estos días y que, rara avis, viene colmado de documentación inédita, de apreciaciones y noticias sobre entornos desaparecidos. El libro lo ha escrito el investigador toledano Francisco García Martín, y lleva por título “Paseos y Jardines históricos de la provincia de Guadalajara”. Con muchas fotos y planos, con mucho testimonio directo de lugares apenas conocidos, el autor nos va desgranando docenas y docenas de sitios que tiene, o tuvieron, jardines y parques. Entre los más conocidos, sin duda aparecen los “jardines versallescos” de Brihuega. En el costado sur de la Fábrica de Paños, y a instancias de quien compró el conjunto fabril, a mediados del siglo XIX, don Justo Hernández Pareja, sobre una amplia terraza con magníficas vistas al valle del Tajuña, se encuentran los jardines de la fábrica, […]