Uno de los clásicos libros que tienen a la Alcarria de Guadalajara por protagonista. Escrito en 1946 por el que fuera Premio Nobel y Premio Cervantes, Camilo José Cela. Y comentado aquí a través de una de sus primeras y mejores ediciones, la de Alfaguara, de 1966, que además tuve la fortuna de conseguir que el autor me dedicara, una memorable tarde de charlas en Alcalá de Henares.
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Por la amistad que le unía al autor con Benjamín Arbeteta y José María Alonso Gamo, se animó a planificar un viaje literario por la Alcarria, comarca que él consideraba suficientemente cerca de Madrid para poder hacerla sin demasiados riesgos, y suficientemente alejada (socialmente) de la capital de España, como para que resultara impactante lo que de seguro iba a encontrar. Así fue, y entre el 6 y el 15 de junio de 1946, Camilo José Cela viajó a la Alcarria, en compañía del fotógrafo Karl Wlasak y Conchita Stichaner. La obra apareció primeramente editada por fascículos en “El Español” y luego en libro en 1948.
Algunas palabras conviene decir, aunque sean muy breves, sobre este libro. Porque está dedicado, fundamentalmente, a resaltar un paisaje literario en Guadalajara, porque de este “Viaje a la Alcarria” nace no uno, ni diez, sino mil paisajes literarios que además han quedado para siempre en el museo y el ejemplario de lo que ha de ser un paisaje nacido y acunado por la pluma de un escritor. La Alcarria es otra desde que Camilo José Cela la paseó y la vió, la descubrió y dio cobijo en su libro.
El paseo que da base al libro es del verano de 1946. El autor la recorrió a pie, andando, por sus caminos polvorientos, sin apenas coches, con algunos viejos autobuses, con muchos carros, con infinitos caminantes.
Todo el mundo sabe cual fue su periplo. Y si no lo sabe, siempre tiene la oportunidad de hacerse con ese “
” que es la quintaesencia de nuestra tierra. Parte de Madrid en tren y llega a Guadalajara, sube la cuesta del Hospital tras cruzar el puente, se asombra de que el palacio del Infantado esté tan en ruinas, visita a montes el Talabartero, y cruza el barranco del Sotillo por donde estaba el Mesón Tetuán, enfilando la cuesta del depósito de las aguas, para llegar enseguida a Taracena y de ahí pasar a Torija, Brihuega, Masegoso, Cifuentes… acabando en Pastrana con una excursión previa (en el coche de don Francisco Cortijo) hasta Zorita de los Canes.
En este libro memorable, clásico donde los haya, del «Viaje a la Alcarria«, el padronés ejercía de notario, de vagabundo, de etnógrafo y de arriero. Poco más de una semana le bastó a Cela para echar un vistazo, profundo y acogedor, por los caminos, las fondas y las plazas mayores de estos lugares: Torija, Brihuega, Cifuentes, Pareja y Pastrana. A ellos, y otros muchos más (cómo olvidar Trillo, ó Casasana, ó La Puerta, ó el mismo Tendilla), dedicó el Premio Nóbel su aguzado mirar, luego su prístino escribir, y siempre su melancólico pensar. Como una parte de sí mismo han quedado esos lugares: sus camas altas, sus gentes precavidas, sus olmas umbrosas, y el amable recibo de unos cuantos.
La compañía de Cela es la mejor para volver a andarse las alcarrias de Guadalajara. Llevado de su mano sencilla y solemne a un tiempo, descubrir los caminos (unos a pie, otros en carro, algunos trepando) y encontrarse en las plazas mayores rodeado de gentes que, hoy como ayer, al mediodía del domingo aprovechan la solana para «cargar baterías» y comentan, en su sencilla visión del mundo, cómo «hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad».