Al profesor Sanz Serrulla, a quien tantas obras de relieve debemos, en el aspecto histórico, y literario, le ha llegado el turno de demostrar otra de sus aficiones dotadas de maestría: la del dibujo. Y, más concretamente, la de la caricatura. Gracias a la munificencia cultural de una entidad dedicada a los negocios (sanitarios) como es ASISA, un fragmento de sus beneficios han ido a parar en la edición, en forma de libro, de un recopilatorio de retratos y frases que Javier Sanz ha querido reunir recordando a más de 50 (55 exactamente) personas que en nuestro último siglo han dado lo mejor de sí, y han dejado pensamientos y frases para el recuerdo.
El libro reúne (página con frase, página con imagen) más de medio centenar de apuntes rápidos, pero sosegados y con mucho tiento, que Sanz Serrulla hace recordando figuras de nuestra época. ¿Nombres? De todo tipo: de Amin Malouf a Julian Barnes, y de Alicia Alonso a Dacia Mariaini. Pasando por un seguntino ilustre, el escritor y ensayista José [Pepe]Esteban, quien nos premio con esta frase “Somos la memoria que nos queda” bajo el acertado apunte con rotígrafo con que nos obsequia el autor.
Varias enseñanzas he podido sacar de este libro. Algunas (como me viene pasando últimamente) profundas e inefables. Otras, muy concretas. Como admirar la capacidad que tiene Javier Sanz de captar la esencia de un ser humano con cuatro rasgos y medio. Como leer esas brevísimas frases, sentencias la mayoría, con las que el autor se anuncia al mundo. También la fortuna de ver que con muy escasos elementos se puede dar razón de gentes y cosas. Además de encontrar esencias de la vida en cápsulas diminutas. Y poder aplaudir su empeño por mover, como con una cucharilla, las hondas aguas del corazón de la gente. El empeño de un escritor/dibujante/académico/historiador, que Sanz es todas esas cosas y alguna más que las funde, como el Humanismo silente y espléndido, va en una sola dirección: aprehender el mundo, rescatarlo del olvido que nos atenaza por todas las esquinas, la difusión de ideas sanas, positivas y estimulantes. Y al fin, las ganas que a uno le entran por dejar, al menos una, alguna frase solemne y verdadera que pueda poner, cuando muramos, debajo de nuestro retrato. Una especie de epitafio solemne, atrevido, urgente y con desparpajo. Huellas en fin, porque de eso trata este libro.