Las cuevas eremíticas de Albendiego
Sin camino siquiera para llegar a ellas: en medio del campo, vislumbradas de lejos, las cuevas eremíticas son un atractivo para los ruteros, porque marcan el fin de un proceloso camino. Y siempre nos hablan de tiempos muy, muy antiguos. Hoy llegamos a dos de las cuevas de Albendiego, aunque hay más, por todas partes.
En el conjunto de la edilicia eremítica rupestre del territorio atencino, hay que detallar las dos cuevas que hemos encontrado en el entorno inmediato de Albendiego, en una laja muy prolongada de roca arenisca rojiza que discurre durante varios kilómetros el NE de la población y se alarga luego hacia el valle de la Huelga de Ujados y el de Valderrodrigo en Hijes. Desde hace tiempo se conocen estas cuevas, por haber sido incluidas en publicaciones de catálogos, como el de Cavidades de Guadalajara de 1988, donde aparecen reseñadas y dibujadas en planta y alzado. También algunos reportajes televisivos y otras noticias escuetas han dado cuenta de ellas, pero yo quería ir a visitarlas para encajarlas mejor en el conjunto monumental de cavidades artificiales que inicié con la publicación de hace tres años “Cuevas Eremíticas de Guadalajara” (Aache, 2021).
Dejando el coche junto a la carretera de acceso a este pueblo serrano (que concita muchas visitas por su ermita de Santa Coloma, lo mejor del románico provincial) se puede ir andando sin problema hasta la primera de ellas, que está prácticamente enfrente de la referida ermita, al lado derecho de la carretera, bajo una columna metálica de conducción eléctrica. Es la llamada Cueva de la Gallina o de las Gallinas y está situada en estas coordenadas: 41º 13’ 32.22” N / 3º 2’ 41.39” W. Consiste en una amplia cavidad de ancha boca, que muestra haberse agrandado en tiempos recientes por el desprendimiento de su volada visera. Al penetrar en ella, siempre un poco agachados, pues no pasa del metro y medio su altura, encontramos un amplio espacio practicable, y al fondo, en cada uno de sus extremos, sendas aperturas que llevan al interior de la cueva. Y que en su profundo interior se comunican, dando lugar a otro espacio, ya muy oscuro y más bajo aún de altura, en el que posiblemente los eremitas que la tallaron tuvieron espacio sagrado de enterramiento y culto.
Esta sería la cueva, por más próxima físicamente a ella, que daría origen al templo de Santa Coloma y a la comunidad monasterial de canónigos regulares de San Agustín que, al menos en el siglo XII, ya existía. Pero la tradición es muy anterior, y es lógico que aquellos núcleos de varones recogidos y apartados terminaran uniéndose en comunidades que darían origen a los monasterios medievales. Aunque su origen primitivo estaría en lo más alto de la Sierra de Pela, y quizás en el entorno de la ciudad romana de Termancia, sus individuos se fueron repartiendo por las innumerables cuevas del entorno de esta sierra. La de la Gallina, en Albendiego, a pesar de su sencilla apariencia, y de su rotunda vaciedad hoy día, sería uno de los núcleos vivificadores de ese movimiento. Que en Santa Coloma cuajaría en forma de templo románico, con una riqueza exuberante de simbología cristiana tallada en sus muros, ventanas y recovecos.
La otra ahora descrita, la Cueva de la Cachorra, está algo alejada hacia el Este, siguiendo la misma veta rocosa que la anterior. Algo más elevada y bien delimitada en su estampa de entrada. Sus coordenadas son: 41º 13’ 31.54” N / 3º 2’ 26.11” W. La apariencia clásica de esta cueva está dominada por su abertura elíptica en lo alto de una roca, más o menos un metro y medio sobre el nivel del suelo, y ello debido al arrastre secular del nivel original de acceso.
No es difícil trepar hasta la entrada, aunque algo peor se lleva penetrar en ella y discurrir por su pasillo inicial, que es estrecho pero muy practicable. Se accede, ya en oscuridad, a la estancia principal, que sería refugio de vida y oración, y desde ella, en su extremo final y oriental, se abre otro conducto bien tallado que lleva a un receptáculo mínimo, lo que podría ser el santuario o lugar de depósito de “huesos santos”, o de restos de anteriores eremitas, sacralizados por cada nueva generación de solitarios.
Hay otra zona de cantiles areniscos el sur de Albendiego, que se ven muy bien al hacer el camino desde el pueblo a la ermita de Santa Coloma. Se ven a la derecha, como en un leve alto. No los he explorado, pero me han dicho que no hay cuevas en ellos, quizás no terminaron de asentarse allí los del grupo eremítico, que comenzó la construcción comunitaria a la orilla del río Manadero, y que muy probablemente, antes de sus primeros muros románicos, ya tendría edificio abierto y cubierto. Pero el área de la Sierra Norte que se extiende en torno a Ujados, a Hijes, a Alcolea, a Albendiego y a la propia Atienza, tiene la suficiente cantidad, y variedad, de cuevas eremíticas, que se puede afirmar con rotundidad que esa fue un área muy poblada, muy densa de gentes con creencias y saberes que llegaron a definirla como uno de los gérmenes de la espiritualidad cristiana y eremítica de toda la península ibérica.