Divisa de Valor
Dos toreros de Guadalajara, dos plazas de toros, Madrid y México. Y dos mujeres… y aún dos veces las que me he leído esta novela que va camino de convertirse en un clásico de la literatura, tanto de Guadalajara, como del ambiente taurino. A pares se entregan las emociones, y el asombro se dispara, tras leer esta “Divisa de Valor” que ha escrito Ángel Taravillo Alonso, y está dejando muy buen sabor entre cuantos la han leído ya.
“Los Toros son hoy… la fiesta más culta que hay en el mundo”, así se despachó Federico García Lorca, también quizás el poeta más grande del siglo XX. Cuando tal pluma se muestra así de contundente, algo habrá detrás. Hoy, sin embargo, la Fiesta Nacional, “los Toros” de España, son una fiesta combatida, desacreditada por algunos, muchos, que no la han llegado a entender. Porque en ella hay algo más que la muerte de un toro: hay un reto, una lucha, y un rito subterráneo de respetos.
Es esta “Divisa e valor” una novela en la que el arte del toreo se hace vivo, vibrante y luminoso. Una novela en la que, además de una bonita historia con “buenos y malos”, aprende el lector a sentir la emoción de las corridas de toros, con el antes, el durante y el después de ese espectáculo que sigue brillando como uno de los más llamativos del mundo.
En esta “Divisa de Valor” se va a encontrar el lector con una de las pocas novelas en las que se narra una inventada (pero real como la vida misma) carrera de matador de toros, desde los inicios de chavalillo desvalido y con aficiones, a la cumbre de disputar mano a mano con las primeras figuras en los grandes cosos del mundo hispánico, desde las plazas de toros españolas, que se describen en detalle, hasta la más alta cumbre del toreo en la Monumental de México.
Sin entrar en los detalles de la trama, sí que puedo contar que se trata de una historia que tiene su eje en la Guadalajara de los años veinte. De hace un siglo, más o menos, cuando el arte del torreo alcanzó nuevas cotas, con reses mejoradas, con técnicas y sobre todo valentías inusuales.
De las covachas del Alamín sale un muchachito, pobre y desangelado, que es tomado en acogida por un antiguo subalterno de Frascuelo y Lagartijo, el llamado “Templanza” y en cuya cédula aparecía el nombre de Genaro Matamoros, al que apoyan sus hermanos, entre ellos don Fulgencio, clérigo de buenas letras y mejores intenciones.
A este muchachito, de nombre Ángel Blanco, que se alza en protagonista de la novela, le van rodeando circunstancias diversas, y entre ellas la de formarse como torero en carreras y ejercicios por las cuestudas rampas de la ciudad de Guadalajara, entre el barrio de la Estación, y el más allá de los Mamparos.
A la trama, que va añadiendo personajes, se van subiendo anécdotas, y aprendizajes. Y en ella aparece pronto otro muchacho que aspira a ser la estrecha de la tauromaquia, Manuel Mayorga, rico de familia y torero de pulcritudes, aunque en exceso soberbio.
El encuentro de ambos personajes es ineludible, y los amores que se les ponen en las manos son también comunes: la gloria, y una hermosa joven nombrada Evangelina de Ursúa, que no sabe por cual de ellos decidirse.
Pasan los años, suben de cotización los diestros. El rico se quiere comer al pobre, y le pone todo tipo de zancadillas. Pero la fortuna hace que Angel Blanco encuentre ayudas, el amor de una joven mejicana le lance con todas las posibilidades de un buen apoderado, don Clemente Francisco de Alvear, don Pancho para los amigos, a las más altas cotas, y tras numerosos lances el encuentro de ambas figuras en un mano a mano en la Plaza monumental de México hace que la tensión de la obra llegue a máximos.
Asombra, en todo caso, al menos para los que de toros sabemos lo justito y en las corridas nos aburrimos a partir del cuarto toro, lo que el autor conoce del arte de Cúchares. Todo. Con pelos y señales, con palabras técnicas y alambiques literarios. De tal modo que es un gozo leer este libro solo por cerrar los ojos y hacerse, el lector, cuenta de que está en un tendido, viendo lances, pases, clarines y aplausos.
Añade esta “Divisa de valor”, que es novela que se quedará en los anaqueles de los libros arriacenses de pura cepa, el color de una Guadalajara eterna, aunque dibujada en los inicios del siglo XX: el puente como eje sobre el río, las terreras con su misma cara, el Alamín pobre y la plaza del Conde exuberante de edificios solemnes: la calle mayor tan animada y las tertulias en las reboticas sugerentes. Ya tienen, los amantes de la “Guadalajara novelesca” otra buena pieza que llevar a su colección.
El autor
Del autor, Ángel Taravillo Alonso, debo contar lo imprescindible para saber de él, aunque poco a poco se va abriendo un espacio en el mundo literario de Guadalajara. Es nacido en Corral de Almaguer (Toledo) en 1966, aunque reconoce su origen familiar en la Alcarria de Guadalajara. Pasó su infancia en Vallecas (Madrid), pero al contraer matrimonio se trasladó a la capital alcarreña donde actualmente reside.
Ha cursado estudios superiores de Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid, y se confiesa lector apasionado de los clásicos, entusiasta cinéfilo y ferviente melómano.
En el año 2021 publicó su primera novela que fue muy bien recibida, por crítica y público, las “Andanzas de don Íñigo de Losada y Laínez”, ahora ya presente en todas las bibliotecas, siguiéndole un par de libros de tradiciones comarcales: “Cuentos y Leyendas de Romancos” y “Relatos de lumbre y candil en Valdeconcha”. Después sorprendió con una novela romántica, “Tras los cipreses negros” y está reciente todavía su relato biográfico de “Mariano, el buen pastor”. En mi opinión se trata de un notable valor literario con el que Guadalajara está orgullosa de contar.
De Ángel Taravillo Alonso he leído todo cuanto ha escrito, (todo ello en Aache, la editorial alcarreña por excelencia), incluyendo novelas de capa y espada, relatos históricos y románticos, cuentos y leyendas, biografías noveladas… pero en esta ocasión hace su aparición con un lenguaje más depurado, y bien medido, con unos diálogos realistas, y, sobre todo, con un amor encendido a la compleja y sublime tarea de dar muerte a un toro desde una perspectiva de valentía y preparación, encuadrado cada capítulo en los tinglados de lo que el arte de Cúchares supone de complejidad y experiencia.