En el quinto centenario del Conde del Cid
Comienzo mis trabajos de 2023 con la memoria de un personaje muy de nuestra tierra, el primogénito del Cardenal Mendoza, don Rodrigo [Díaz de Vivar] y Mendoza, al que su padre transmitió los valores del Renacimiento, del estudio, del amor a las bellas artes, y a la guerra.
Este año 2023 va a tener algunos aniversarios para recordar en nuestra tierra. El primero de ellos es el quinto centenario de la muerte de don Rodrigo Díaz de Vivar, que fue un destacado Hombre del Renacimiento, y que se distinguió por su protagonismo en guerras y en artes, en lecturas y batallas, en erector de palacios y en órdenes de gobernación.
Nacido hacia 1463, muy posiblemente en el castillo [viejo] de Manzanares, donde el Cardenal Mendoza dejó retirada de la corte a su amante, Mencía de Castro, para que diera a luz en la tranquilidad y la discreción que los tiempos imponían. El padre, ya alzado como jefe de la casa de Mendoza tras la muerte de su padre Íñigo, el primer marqués de Santillana, estaba iniciando su carrera de eclesiástico, y había sido nombrado obispo de Calahorra. Con 35 años a sus espaldas, iniciaba su carrera de hombre de estado. La madre, una bella dama de compañía de la reina Isabel [de Portugal] llegó a España cuando las bodas de su señora con el rey Juan II de Castilla.
Este fue el mayor de “los bellos pecados del cardenal”, a quienes el pontífice Inocencio VIII legitimó. En las Genealogías de la casa de Mendoza se dice que fue “uno de los de maior valor y mas hermosa disposicion corporal […]”, y en una nota al margen se añade lo que Fernan Mexía, veinticuatro de Jaén, dice del marqués: “Fue mui hermoso cavallero asaz grande de cuerpo, bien compasado y de fuertes miembros, el rostro feroz, de hartas carnes, valiente y esforzado, diestro en toda manera de armas; presciábase de tener mucha comparsa y de que fuesen los suios valientes y esforzados; partia con ellos francamente y galardonaba bien los servicios que le façian. Fue rico y gran señor, tenia fama de mucha moneda, despendíala sin dolerse de ella, era muy quisto y amado de la gente comun de Valencia donde él mas acostumbraba estar y adonde acabó sus dias […]”. En sus Batallas y Quinquágenas, Fernández de Oviedo plantea la primera biografía, aunque muy sucinta, del marqués del Zenete, describiéndolo físicamente y alabándole como gran humanista y hombre de armas. En ella dice que don Rodrigo “fue uno de los mas gentiles hombres de disposicion de su persona que en su tiempo obo en España y de mejor graçia en qualquiera cosa que competiese de pié o de cavallo y que mejor y mas agraçiadamente se vestia, excelente latino y de fino, sotil y presto ingenio. Afable y muy enseñado en todas armas, muy animoso y valiente cavallero”.
De este personaje, que en su tiempo fue admirado, y con el que hubo que contar en las tramas de la política castellana durante el reinado de los Reyes Católicos y finalmente en los inicios del de su nieto el Emperador Carlos, puede resumirse su vida, como lo hice en la ficha que la Real Academia de la Historia me encargó para su Diccionario Biográfico Español, con medidas palabras. Porque dio para mucho lo que en su vida, que no duró más de 60 años, hizo y fraguó. Se educó en la Corte del infante Juan, aprendiendo allí sus primeras letras y dando muestras de ser aficionado y perito en música. También desde muy joven manifestó su carácter violento, agresivo, hiriendo a algunos artesanos o comerciantes proveedores, o incluso mandando asesinar a Jerónimo de Deza. Aunque dado lo violento de los tiempos en que vivía, él mismo tuvo que defenderse del intento de asesinato en Coca que los familiares de su segunda mujer le prepararon. Como se ve, todo muy adecuado para sacarle, ahora en su quinto centenario, en alguna serie televisiva de esas que hacen con cualquier soso personaje americano, olvidando los fuertes caracteres, y los episodios de honda emoción, que guarda nuestra historia.
Ya legitimado por el Papa, su padre instituyó para él un mayorazgo en 1488. Durante unos años tuvo el cargo de canciller mayor del Sello de la Poridad. Finalmente, en 1492, los Católicos Monarcas de la España unida le conceden los títulos de marqués del Zenete y conde del Cid. Con el primero, se añaden en señorío las villas que forman el estado granadino: La Calahorra, Jerez del Marquesado, Alquite, Lanteira, Aldeira, Ferreira, Dólar, Huéneja y los palacios de Don Nuño, en Granada. Y con el segundo, la villa y castillo de Jadraque, junto al río Henares, más todo su territorio en torno, formado por numerosas villas, así como las casas mayores del cardenal en la ciudad de Guadalajara.
Sabemos que don Rodrigo amó y consideró cordialmente su tierra alcarreña. El castillo de Jadraque, bastión guerrero desde los tiempos de la reconquista, fue transformado por él en palacio del Renacimiento, del que también poco ha quedado, vencido de los siglos y la incuria.
Viajó a Italia, entre 1499 y 1500, poco después de haber muerto su padre y estar en posesión de la gran fortuna legada. En ese viaje, que partiendo de Valencia le llevó primeramente a Nápoles, visitando posteriormente Roma, Milán y Génova, para desde allí regresar a España, tomó contacto con la cultura del Renacimiento italiano, declarándose ferviente admirador y ejecutor de su estilo y formas de vida. Admiró el arte y la arquitectura que se realizaban a la sazón en la península itálica, y allí contrató proyectos, materiales, arquitectos, plateros y todo lo que se necesitaba para dar vida al proyecto del gran palacio que deseaba tener en el centro de su estado del Zenete, en La Calahorra (Granada). Pero también contactó con artistas y contrató obras para la cabeza de su estado “del Cid”, en Jadraque.
Tras su regreso, viajó por España, pasando por Valencia, a visitar sus estados; por Jadraque, para lo mismo; por Medina del Campo y Coca, donde ocurre todo lo concerniente a su segundo matrimonio. Gracias al Memorial de Cuentas del marqués, publicado por Falomir Faus, puede concretarse el itinerario de Rodrigo de Mendoza por España en los años de su más activa creatividad, y por Italia, tanto en 1499-1500, como en su segundo viaje entre 1504 y 1506.
Al mismo tiempo, en ese documento se demuestra, con gran minuciosidad, la suntuosidad del modo de vida que llevaba Rodrigo. En sus continuos viajes, en sus estancias en Jadraque, Valencia y La Calahorra, estuvo siempre rodeado de tapices, muebles, vajillas, reposteros, cuadros y joyas. Fue un señor del Renacimiento, que formó una gran biblioteca, aunque heredada de su padre el cardenal Mendoza.
Casó el 8 de abril de 1493 con la hija (única) del duque de Medinaceli, que murió muy joven, en 1497, al igual que el hijo único que con ella tuvo. Formado exclusivamente para el ejercicio militar, desde muy joven participó en batallas de la guerra de Granada, y tras quedar viudo, y en su periplo italiano, participó en acciones guerreras, apoyando las campañas de los Reyes Católicos en el norte de la península latina.
Aunque el pontífice Alejandro Borgia trató de casarle con su hija Lucrecia, viuda entonces del duque de Bisceglia, no cuajó el intento al quedar Rodrigo enamorado de María de Fonseca y Toledo, sobrina-nieta del que fuera arzobispo de Sevilla, y señor de Coca y Alaejos, consumando su casorio el 30 de junio de 1502, aun en contra de la voluntad de la familia de la novia. Tras diversos lances casi novelescos, los esposos consiguieron tranquilidad y estabilidad, residiendo varios años mientras gobernaban su estado del condado del Cid, en tierras del Henares, en Guadalajara, desde su castillo-palacio de Jadraque.
Es muy larga e interesante la historia de don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza. En este breve apunte solo quiero recordar la ocasión de su quinto centenario, pero seguro que a lo largo del año volveré a rememorar algunos detalles asombrosos de su vida. Tras muchos avatares, viajes y acciones, Rodrigo y su familia pasaron a vivir a Valencia, donde le sorprendió el levantamiento de las Germanías. Como en la ocasión era virrey de Valencia su hermano menor Diego de Mendoza, conde de Mélito, y siendo sus tropas acorraladas por los revoltosos en Játiva, Rodrigo acudió a resolver la situación, destacando nuevamente por su valor y táctica militar, consiguiendo reducir la revuelta tras la derrota de los sublevados, con su cabecilla Vicente Peris al frente. Poco después de estos sucesos, y quizás del disgusto y susto pasados por ellos, falleció su esposa María de Fonseca, el 16 de agosto de 1521. Don Rodrigo murió en Valencia, el 22 de febrero de 1523, alrededor de los sesenta años de su edad; sus restos se depositaron en el mausoleo de mármol de Carrara, labrado en Génova, que ellos encargaron previamente y que hoy se ve en la capilla llamada “de los Reyes” en el antiguo convento de Santo Domingo de la ciudad de Valencia.
[…] Publicado en «Los Escritos de Herrera Casado» el 5 de enero de 2023. […]