Martín Vázquez de Arce, un hidalgo castellano

Martín Vázquez de Arce, un hidalgo castellano

viernes, 20 mayo 2022 0 Por Herrera Casado

Conviene de vez en cuando recordar una de las figuras más definitorias de nuestra tierra, la del caballero guerrero y humanista Martín Vázquez de Arce, que luego en estatua mortuoria, conocida como El doncel de Sigüenza, ha venido a centrar el asombro de muchos viajeros, que saben de nuestra tierra por él, por su silenciosa mirada, pensativa tras haber sido lectora.

Se ha cumplido recientemente, este pasado año de 2020, el centenario de la salida a luz de la gran obra del catedrático e historiador del arte Don Ricardo Orueta, “La escultura funeraria española, provincias de Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara”, en la que por primera vez se estudiaba a conciencia la escultura más famosa de nuestra provincia, y quizás de España, la de don Martín Vázquez de Arce, “el Doncel de Sigüenza”. Para conmemorar esa efeméride cultura, creo que merece ahora pasar un rato recordando esta figura.

Fue D. Martín Vázquez de Arce (1461-1486) un hidalgo castellano del siglo XV. Aunque enterrado en Sigüenza, la vida de este joven transcurrió en Guadalajara, donde muy posiblemente nació. Se educó en la corte renaciente y humanista de los Mendoza, sirviendo junto a los vástagos de otras nobles familias. Su padre, don Fernando de Arce, tenía casas en Guadalajara, y sirvió al primer duque del Infantado, primogénito del marqués de Santillana, así como al segundo duque, don Iñigo López de Mendoza, constructor del palacio gótico que hoy exhibe Guadalajara. Obtuvo don Fernando la encomienda de Cortijo en la Orden militar de Santiago, y fue durante algunos años secretario personal del duque. Teniendo casa y empleo en Guadalajara, es lógico que allí residiera, educando a sus hijos con el gasto propio de la época. Y allí desarrollaría Martín sus iniciales estudios, ejercitándose en las artes de la guerra, en las de la liberalidad, en las del amor y el estudio. Sería poeta, certero justador, decidor elegante, pleno de coraje juvenil.

Martín Vázque murió un día de julio de 1486, cuando en compañía de su padre, de sus maestros, de sus amigos, alentaban la guerra cruzada de reconquista de Granada. El cronista Hernando del Pulgar nos refiere la campaña guerrera de aquel año, que comenzó en Mayo, y que condujo a la caída de Loja, de Illora y de Moclín. Martín Vázquez, su padre y los otros, había participado en sus cercos, con los que creían acabar con el poder andalusí de Granada. La corte del duque don Diego Hurtado de Mendoza, en la que servía nuestro doncel, se encaminó a poner cerco a Montefrío, pero aquella tarde de julio decidieron bajar hasta la misma vega de Granada, a la llamada “huerta del rey”, a talar campos y castigar cosechas, estrategia clave en la guerra medieval. En un momento, vieron como una nutrida tropa de moros atacaba y acorralaba a un reducido número de caballeros cristianos, pertenecientes al obispo de Jaén, García Osorio; los alcarreños volvieron grupas a protegerlos. Una breve lucha, los árabes ahuyentados, todo ha pasado. De inmediato, reorganizando las filas, un escalofrío recorre el espinazo de don Fernando Arce, del duque don Diego, de todos los amigos: han muerto en la refriega el caballero Juan de Bustamante, principal de Guadalajara, y el joven comendador santiaguista Martín Vázquez de Arce. Así lo refiere Hernando del Pulgar, a quien luego otros copiaron casi con las mismas palabras: «Murieron en aquella pelea dos caballeros principales; el uno se llamaba el Comendador Martín Vázquez de Arce, y el otro Juan de Bustamante, e algunos de los christianos».

En aquel momento recogió el cuerpo su propio padre y lo llevó hasta Sigüenza, depositándolo en la capilla catedralicia propiedad de la familia. El hermano del Doncel, por entonces prior de Osma, y más tarde obispo de Canarias, don Fernando Vázquez de Arce, se encargó de que al joven guerrero le cobijara una cumplida sepultura. En el fondo del arcosolio, esta leyenda escrita con letras góticas resume lo acontecido por entonces, en tierras de Granada: 

«AQUI YACE MARTIN VASQUEZ DE ARCE

CAUALLERO DE LA ORDEN DE SANCTIAGO

QUE MATARON LOS MOROS SOCOR

RIENDO EL MUY ILLUSTRE SEÑOR

DUQUE DEL INFANTADGO, SU SEÑOR, A

CIERTA GENTE DE JAHEN A LA ACEQUIA

GORDA EN LA VEGA DE GRANADA.

COBRO EN LA HORA SU CUERPO

FERNANDO DE ARCE SU PADRE

Y SEPULTOLO EN ESTA SU CAPILLA

ANNO MCCCCLXXXVI. ESTE ANNO SE

TOMARON LA CIBDAD DE LOXA, LAS

VILLAS DE YLLORA, MOCLIN Y MONTE-

FRIO POR CERCOS EN Q. PADRE Y

HIJO SE ALLARON.»

Se sabe, por documentos fidedignos, que don Martín Vázquez de Arce dejó una hija, y la dejó legítimamente reconocida. Se desconoce el nombre de la madre, las circunstancias del hecho. Pero después de la muerte del personaje, su hermano don Fernando, obispo de Canarias, se ocupó de cuidar a Ana Vázquez, hija de su hermano Martín. 

El sepulcro del Doncel

Quizás hubiera desaparecido de la memoria de los hombres, cinco siglos después de su muerte, la memoria de Martín Vázquez. Si no fuera porque su hermano Fernando decidiera labrarle un sepulcro de limpias formas y hondo mensaje. En la capilla de San Juan y Santa Catalina de la catedral seguntina, en el muro del evangelio, aparece este sepulcro, y lo hace mediante un gran arco de medio punto, que cobija a la cama en la que Vázquez descansa sobre los cuerpos de tres leones, que asoman sus cabezas bajo ella. El frente del sepulcro se divide en cinco fajas, de diversa anchura, ocupadas por motivos vegetales, que mantienen un ritmo de verticalidad, mientras que la central muestra el escudo del caballero, sostenido por dos pajes, vestidos de ropa corta alemana, con posturas que ayudan a dar a este espacio central una gran movilidad, sujetando el escudo con posturas diversas. El caballero, sobre la cama de alabastro, reposa su codo derecho sobre un haz de laureles. Recostado, alza el torso para leer el libro que entre las manos sostiene, y medita. Las piernas están indolentemente cruzadas. A sus pies, un pajecillo llora apoyado sobre el yelmo del caballero. Tras él, un león levanta la cabeza. La indumentaria del Doncel está magníficamente realizada, y describe al detalle el hábito militar castellano en la Edad Media: los brazos y las piernas se cubren de armadura metálica de piezas rígidas; el cuerpo lleva cota, que es de cuero por arriba, y mallas metálicas abajo; su torso está aún revestido de una esclavina lisa, atada al cuello por corredizo cordón, y en el pecho se dibuja una cruz roja de la Orden de Santiago. Del cinto cuelga la daga, y sobre la cabeza, peinada al estilo de la época, un bonete de paño. Descansa el caballero todo su cuerpo sobre la extendida capa. Y entre las manos, un grueso libro abierto en su mitad, que atentamente lee y al mismo tiempo le sirve de meditación. En las jambas del intradós del sepulcro, aparecen los relieves de Santiago y San Andrés. En el muro del fondo, una suave decoración floral con trama de rombos, y una cartela en la que, a caracteres góticos, lo mismo que en la pestaña del sepulcro, se describe la peripecia última del personaje. La parte superior de la hornacina se completa con una tabla semicircular, obra del primitivismo castellano de principios del siglo XVI, en que aparecen juntas varias escenas de la pasión de Cristo.

No se ha llegado a concretar quien fuera el autor de esta estatua. Quizás Gil de Siloé, Sansovino, o algún otro toscano o borgoñón viajero. Los últimos indicios y las relaciones estilísticas y documentales, orientan las sospechas de su autoría sobre el escultor Sebastián de Toledo, que tuvo taller en Guadalajara, donde cosas similares y para familiares íntimamente relacionados con los Arce, hizo en esa época. 

El conjunto del monumento funerario que guarda los restos de Martín Vázquez de Arce ofrece un discurso simbólico muy acentuado. En el frontal de la peana, dos pajes muestran el escudo que contiene los blasones del linaje de los Vázquez de Arce. El personaje se inscribe y señala como miembro de una familia hidalga, de probada virtud, de añeja prosapia. Y es él precisamente quien con su acto heroico, con su muerte temprana, inyecta nuevo valor a ese linaje. Apoya el brazo derecho la figura sobre un abultado haz de laurel, que es símbolo transparente de la Victoria, y que por su carácter de hierba inmarchitable presupone la eternidad del recuerdo. A los pies un pajecillo se muestra apenado, doliente, apoyando su brazo derecho sobre el yelmo metálico del guerrero. Símbolo de Tristeza por algo irrecuperable, como es el batallar galano, y la valentía serena del que cree firmemente en la razón que le mueve. El león, que puesto a los pies del muerto dice de su Resurrección, de su segura llegada a la otra vida. 

Y aun la postura y actitud del joven alcarreño, tendido en el descanso último, alza el pecho y la cabeza en espera de un futuro. Reposa y vigila. La colocación de las piernas de la estatua es de un gracioso cruce que hace a la izquierda, doblada la rodilla, montar sobre la derecha, completamente estirada y apoyada en el lecho. Así se enterraban los caballeros de las órdenes militares, los “cruzados” que habían llevado el símbolo de la Cruz como bandera de su actitud guerrera. La Guerra Santa que el Islam ejerce durante el Medievo, es contrarrestada con otra similar, -son las Cruzadas- por parte de la Cristiandad. 

El gesto último del personaje, la lectura, debe ser analizado. Un grueso volumen sostiene Martín Vázquez de Arce entre sus manos, férreamente amenazantes del objeto. Ha estado leyendo un momento sus páginas, y ahora deja caer la mirada sobre su borde superior, perdiéndose en un horizonte que existe más allá del suelo de la capilla. Ha leído, y medita. Pero ¿qué libro es el que sostiene en las manos del Doncel? ¿Cuál la lectura que le mantiene alerta y le sirve de meditación? Se han barajado posibilidades y se ha fantaseado sobre un tema insoluble. ¿Serán las coplas de Jorge Manrique? ¿El Tratado de perfección militar de Alfonso de Palencia? ¿Las Metamorfosis de Ovidio? ¿Los Evangelios? Sin duda don Martín Vázquez cumple como un caballero cristiano, y atiende al rezo, seguido de la meditación, de un Libro de Horas. Lleva así la espera en su segura resurrección. Y no es melancolía o tristeza lo que el Doncel expresa en su rostro irrepetible: es la serena visión del Más Allá. La muerte física ha purificado la mente, y la nave en que se embarca para su postrero viaje, guiada de un libro de meditaciones religiosas, tiene ese gesto de sobriedad, de desafección mundana. Martín Vázquez ha visto, comprende, está seguro.