Atienza, plaza del Trigo sonora y alegre
El pasado sábado se celebró en Atienza el XIV Día de la Sierra. Mucha gente (serranos y serranas, que todavía tienen conciencia plena del lugar en que viven y al que quieren) y clamorosas ausencias. Hubo música, bollos, premios, visitas guiadas y el comentario de qué autoridades fueron (poquísimas) y cuales faltaron.
Del XIV Día de la Sierra nos quedará siempre la imagen de esa Plaza del Trigo de Atienza, ancha y luminosa, que destila por los muros de sus edificios el honrado sentir de los recueros, y ahora el clamor de quienes piden atención, y prespuestos, para evitar que aquellas tierra norteñas, altas y frías, pero con el carisma de la historia y las tradiciones, no se mueran.
A la plaza entró, muy de mañana, José Antonio Alonso, tocado de una gorra de jugador de béisbol, y de ella salió tras el mediodía con una boina ancha y negra, en la que marcado quedaba su título y en el corazón de todos sus palabras: un recuerdo a los Comuneros que hace 500 años sufrieron una derrota militar, pero de la que aún quedan los rescoldos de su razón no contrariada. Y muchas razones que le hacen, en el sentir de todos cuantos le conocemos, el gran sabedor de nuestras esencias, el medido decidor de nuestras preocupaciones: el Pregón de la Sierra estuvo este año a cargo de Alonso Ramos, un personaje al que todos quisiéramos ver con el encargo de las responsabilidades comunes, porque más que muchos otros tiene conocimientos y capacidad de gestiones. Lo demostró hace algún tiempo, montando ese maravilloso Museo de Tradiciones de Guadalajara, que hace años se inauguró en la Posada del Cordón de Atienza, y él sigue pastoreando.
Una imagen de Atienza
Atienza es la villa “muy fuert” del Cantar de Mío Cid, la que se encarama sobre un empinado cerro, cerca de la unión entre ambas mesetas de Castilla, sirviendo de sincopada unión entre los paisajes de ambas. Y de unión económica y social en tiempos pretéritos: en la plena Edad Media, Atienza llegó a tener una ancha población de gentes, muchos templos (todos románicos) y sobre todo una basamenta económica fundamental, pues era sede de importantes y adinerados recueros que vivían del negocio del transporte de mercaderías.
De aquel pasado potente y rico, han quedado muchas huellas. Hoy Atienza es una villa venida a menos, con una población de en torno a los 500 habitantes, pero con una personalidad muy a tener en cuenta. Realmente, a quien llega hasta ella por primera vez, le engancha para siempre. A mí personalmente me encantaría no haber conocido todavía Atienza, sólo para tener ahora el inmenso gozo de poder descubrirla, avistarla por vez primera. Porque esa imagen que tiene la castellana villa, derramada por esa violenta ladera sur del fuerte cerro, y coronada por la valiente torre del homenaje de su castillo, es algo que nunca se olvida. Tiene la fuerza de lo auténtico, y al mismo tiempo la atracción de lo apasionante.
Atienza fue sede de población, desde muy remotos siglos. En sus picudos cerros existieron castros celtibéricos, y en donde hoy asienta hubo ya ciudad prehistórica, la Thytia de los arévacos. Luego los romanos y aun los visigodos asentaron en su espacio, y los árabes la fortificaron, para el control de ese paso, cada vez más frecuentado, entre la Castilla norte y la Sur. La reconquista de la cuenca alta del Tajo por Alfonso VI, hacia 1085, la puso en manos del reino de Castilla, del que ya prácticamente no salió. Así pues, desde comienzos del siglo XII es Atienza una villa preferida de los monarcas castellanos, que la dieron fuero, privilegios y prerrogativas para conseguir que fuera grande, rica y decisoria.
De esos saludables inicios, derivó en villa de nota, y en ella se alzaron, como es lógico, palacios, templos, pósitos y castillos. De esos edificios es de los que la retina del viajero puede nutrirse hoy, paso a paso por sus cuestudas calles.
La Plaza del Trigo
Llegar a Atienza es ponerse, tras pasar la plaza del Ayuntamiento y el Arco de Arrebatacapas, en la Plaza del Trigo. Allí desembarcará el viajero, y admirará los cuatro costados de una de las plazas más hermosas de Castilla. En el lado norte se alza la mole pétrea de la iglesia parroquial dedicada a San Juan. En su interior, no debe dejar de admirarse sus retablos barrocos y las pinturas de Alonso del Arco. En el costado de oriente, las casas bajas soportaladas, sede de pudientes agricultores y ganaderos. En la lado occidental el gran edificios barroco popular del Cabildo de Curas, que aún ofrece talladas en las maderas de sus cimacios, las armas corrientes y molientes del curazgo villano: un águila de dos cabezas, y unas llaves cruzadas. Le sigue en esa línea otra casa barroca con aires populares, que fue sede de habitación de hidalgos atencinos hasta nuestros días.
Y en el costado sur, se abre la embocadura de la calle de la Zapatería (llamada de Cervantes desde hace solamente un siglo), que dando requiebros suaves nos llevará hasta la iglesia de la Trinidad. En ese inicio de calle se encuentra el edificio que personalmente más me gusta de toda la plaza: es la casona de sillar y maderas que tiene en su primer piso un balcón esquinero, cubierto de difícil arco de nobles sillares. Para muchos de los viajeros por Atienza, esa es la casa que se queda metida en la buhardilla de la memoria, la que siempre recuerdan como especial y única.
La casa-palacio de los Manrique en Atienza
En la calle de Cervantes, ya cerca de la cuesta que lleva al templo románico de la Trinidad, se encuentra a la izquierda el palacio de los Manrique. Se ve en la imagen que acompaña a estas líneas, y es una casa-palacio que no ha recibido hasta ahora mayor tratamiento y descripción que el que Arranz Yust le dedicó en su estupendo estudio heráldico de hace años. En la fachada de revoco se abren algunos vanos de sillares bien labrados. El más hermoso, sin duda, la puerta principal, escoltada de sendos ventanales bajos, y otros altos. Sobre el portón, luce el escudo del linaje. Este escudo es realmente curioso, y merece una parada y una admiración: tallado en piedra de tono rojizo, es obra del siglo XVIII, cuando esta casa fue levantada a instancias de don Juan Andrés Manrique Lozano, hidalgo natural de Condemios de Arriba, que siempre vivió en Atienza, y que pudo probar lo linajudo de sus apellidos y la hidalguía de su linaje obteniendo ejecutoria de la misma en la Real Chancillería de Valladolid, sellada y firmada en 1735.
Con perfección tallado, vemos en el escudo las armas de los Manrique y Lozano: en el campo único, aparece castillo donjonado almenado y mazonado con homenaje, acompañado de dos leones asidos a sus muros y a su vez acompañado de tres flores de lis bien ordenadas, dos en jefe y una en punta. Como ornamentos exteriores lleva el yelmo de hidalgo con morrión y acolado de lambrequines o plumajes, y en la bordura puede leerse esta leyenda: Vera claritas non nascendo quaeritur sed, vivendo, vulgaris aparentibus est relicta (la verdadera nobleza no la da el nacimiento, sino la vida; la vulgar es la que se funda en los honores de los padres).
En la ejecutoria de hidalguía que este individuo consiguió en 1735, figura la referencia genealógica de su familia, que se remonta (no podía ser de otra manera) hasta el siglo XV, y en la que aparece, en la línea directa, sus ancestros de El Pobo de Dueñas, entre ellos el que fuera obispo de Barcelona, Capitán General de Cataluña, y Presidente de la Generalitat catalana durante unos meses, don García Gil Manrique, que vivió con la intensidad que pudo la primera mitad del siglo XVII (ver mi trabajo anterior en estas páginas, Nueva Alcarria de 20 septiembre 2002).
Hay otras muchas casonas de interés en Atienza: el palazote de gran escudo de los Bravo de Lagunas, en la plaza de abajo; o el caserón de los Herrera, detrás del de Manrique. La casa del abad de la Caballada, en la cuesta que sube a la Trinidad, o la Posada del Cordón, a la que aludía al principio de estas líneas, como sede actual del Museo de las Tradiciones Populares de la provincia de Guadalajara. En todo caso, Atienza tiene el gran valor de dejar nuestras retinas impregnadas de sabor auténtico, de serenidad y peripecia en sus escorzos urbanos. Un lugar al que viajar, admirar y saborear. Como tantos otros por nuestra tierra.
En el pasado sábado, y en el transcurso del XIV Día de la Provincia, pude saludar, entre otros muchos, a quien es ahora mi compañero en estas páginas de NUEVA ALCARRIA, el escritor e historiador de su tierra don Tomás Gismera Velasco, verdadero Cronista de Atienza, para quien desde la Asociación Provincial de Cronistas hemos pedido repetidas veces al Ayuntamiento de la castellana villa que le otorgue este título (que carece de partida presupuestaria y es garantía de que alguien se ocupará, con compromiso cordial, de hacer valer su memoria en todas partes). Con su amable presencia nos recordó que de esta Atienza que acabo de resumir en dos cuartillas, hay ríos, torrentes y enormes lagos de saber y presencias a las que él llega cada día.