Guadalajara en el cine
La semana pasada, y en los locales de Multicines de Guadalajara, se presentó un libro que considero esencial para saber de nuestro pasado cultural, y de cómo el arte del siglo XX por excelencia ha dado visibilidad a nuestra tierra, y la ha puesto en dimensión de futuro. Nombres como el de Javier Solano, a la pluma, y Fernando Benito, a la acuarela, han sido artífices de esta obra.
En el título se revela la intención última de la obra: “Rodando en Guadalajara”. Así, en gerundio. Lo que supone una acción en desarrollo. Una dinámica histórica, un acontecer cotidiano y permanente. No es que Guadalajara sea un plató permanente, pero sí que ha visto recalar numerosos e importantes nombres del arte cinematográfico, como guionistas, actores y directores, siendo protagonistas nuestros paisajes de grandes superproducciones o de íntimas escenas.
Muy bien editado por Nueva Alcarria, con la maquetación profesional de Laura Domínguez, y el patrocinio de Ayuntamiento y Diputación, el pasar las hojas, mirar las estampas y leer las anécdotas que este libro ofrece tiene un marchamo de excelencia y la seguridad de hacernos pasar un buen rato.
Por resumir un tanto la cantidad enorme de datos que aporta, conviene recordar en un principio que fue en 1897, y en el Teatro Principal de la ciudad, cuando se hizo la primera proyección cinematográfica pública en Guadalajara. A partir de ahí, el incesante arribo de presencias cinéfilas no ha cesado. Por ejemplo, el Cine Club de la Generación del 27, obra del polifacético Ernesto Giménez Caballero, recaló en Pastrana, y más concretamente en la plaza de la Fuente de los Cuatro Caños, un día de ese año, para filmar la fuente e incluirla en un documental sobre Castilla, con el que se pretendía fomentar el interés por el nuevo arte que surgía.
La Guerra Civil de 1936-39 fue también una fuente de filmaciones, especialmente desde el bando republicano, que tuvo una delegación de cine militante a través del Estado Mayor Central. Ellos se encargaron de producir, entre otros cortos, y a través de Film Popular, el de “La No Intervención” para denunciar la presencia de tropas fascistas italianas en la batalla de Guadalajara de marzo de 1937. Aunque luego fueron los servicios de propaganda de la Rusia soviética los que se encargaron de hacer películas también por esta zona de la Alcarria, montando otro largometraje, “Ispania”, de Boris Makaseyev a través de Mosfilm, en el que se acusaba de la intervención del fascismo europeo en esta guerra, cuando ya había terminado con la victoria de Franco.
Las grandes superproducciones aterrizan junto a la capital, en Iriépal y Taracena más concretamente, en 1959. El “Espartaco” de Stanley Kubrick es pormenorizadamente descrito y estudiado por Solano, añadiendo una curiosísima anécdota en la que los protagonistas son algunos vecinos y vecinas de Taracena, que fueron fotografiados por el propio Kubrick mientas contemplaban el rodaje.
El cine en Guadalajara está protagonizado por una persona y un título, sin discusión. Es “La Tía Tula” dirigida por Miguel Picazo, en 1963. Con la presencia de Aurora Bautista, y docenas de escenas por la ciudad, por sus pueblos del entorno, por el cementerio, por casas particulares del paseo de las Cruces… recuerdo aún, personalmente, haber sido testigo del rodaje de una escena en la casa de las hermanas Yagüe, en el número 7 del paseo de las Cruces, en aquel edificio para funcionarios municipales que estaba frente al Gobierno Civil. Todo era familiar e íntimo, pero el resultado fue espectacular, y Picazo obtuvo el reconocimiento internacional que a tanto esfuerzo correspondía.
Después, muchas otras películas han crecido en estas tierras. El libro de Javier Solano las desmenuza, en sus datos esenciales, y en los entresijos de su filmación. Por recordar algunas, de las más sonadas, y con presencia de directores y actores de primera fila, vayan aquí algunos nombres.
“Con el viento solano” de Mario Camus se rodó en Cogolludo. “Una historia inmortal” de Orson Wells, se rodó en Brihuega. “Mi hija Hildegart” de Fernando Fernán-Gómez, se rodó en la vieja Cárcel de Mujeres de Guadalajara. Su otra obra “El viaje a ninguna parte” lo hizo en Palazuelos. Y la gran superproducción de “Las Troyanas” de Cacoyannis y la intervención estelar de Katerine Hepburn, se rodó –hace ahora justamente 50 años– en Atienza.
Todo han visto, y disfrutado con las escena de la calle mayor y las plazuelas adyacentes, más la solemne ambientación en casa de los Simón, en el palacio de los condes de Coruña del Jardinillo, “Hay que deshacer la casa” de José Luis García Sánchez, con la interpretación magistral de Amparo Rivelles y Amparo Soler Leal. Por Zaorejas y al Alto Tajo, Antonio del Real acompañado del autor de la novela “El río que nos lleva” se filmó esta obra que ligó tanto a José Luis Sampedro con Guadalajara. Las “Flores de Otro Mundo” de Icíar Bollaín se desarrolló en paisajes urbanos de Cantalojas, Villacadima, Condemios y Jadraque. Y el “Hable con ella” de Almodóvar hizo rodar las cámaras por las calles de Brihuega. También el inigualable Santiago Segura ha tenido predilección por nuestra tierra al rodar algunas de sus taquilleras producciones. Por ejemplo, la segunda de la saga de Torrente, “Misión en Marbella” tiene larga escena en la discoteca “Quattro” de Yunquera de Henares. Y aún en su desternillante “Padre no hay más que uno” no dejamos ver los escenarios de las Cruces, el Polideportivo San José, el Conservatorio de Música, y la iglesia de Cabanillas.
Todo han visto, y disfrutado con las escena de la calle mayor y las plazuelas adyacentes, más la solemne ambientación en casa de los Simón, en el palacio de los condes de Coruña del Jardinillo, “Hay que deshacer la casa” de José Luis García Sánchez, con la interpretación magistral de Amparo Rivelles y Amparo Soler Leal. Por Zaorejas y al Alto Tajo, Antonio del Real acompañado del autor de la novela “El río que nos lleva” se filmó esta obra que ligó tanto a José Luis Sampedro con Guadalajara. Las “Flores de Otro Mundo” de Icíar Bollaín se desarrolló en paisajes urbanos de Cantalojas, Villacadima, Condemios y Jadraque. Y el “Hable con ella” de Almodóvar hizo rodar las cámaras por las calles de Brihuega. También el inigualable Santiago Segura ha tenido predilección por nuestra tierra al rodar algunas de sus taquilleras producciones. Por ejemplo, la segunda de la saga de Torrente, “Misión en Marbella” tiene larga escena en la discoteca “Quattro” de Yunquera de Henares. Y aún en su desternillante “Padre no hay más que uno” no dejamos ver los escenarios de las Cruces, el Polideportivo San José, el Conservatorio de Música, y la iglesia de Cabanillas.
A todos estos instantes de luz y color en movimiento, pone fijeza y perspectiva Fernando Benito con sus acuarelas magistrales. Texto e ilustraciones conforman este libro como un goce auténtico, de información y de sorpresas visuales.
En su última parte, ya con notas sueltas y comentarios esenciales, van apareciendo muchas escenas de películas menos conocidas, pero todas sorprendentes por sus localizaciones. Así por ejemplo, nos recuerda el autor la anécdota ocurrida en 1992, cuando para rodar John Glen su enorme reportaje sobre “Cristóbal Colón: el descubrimiento” se utilizó el salón del trono del parador de Sigüenza, y a Marlon Brando, ya muy mayor, participando en una sola escena, en la que ni siquiera tuvo que hablar, haciendo de terrible inquisidor a lo Torquemada. También el uso que Vicente Aranda hizo de Casa de Uceda en su “Amantes”, y el paseo de las cámaras por el Cubillo de Uceda para filmar “El espinazo del diablo” que estaba previsto haberse rodado frente al convento de San Francisco. Lugar donde, ya más recientemente, se ha establecido una especie de plató permanente para el rodaje de series televisivas, y que a muchos ha dado la idea de transformar aquel lugar, todavía hoy a medias ocupado, en un espacio dedicado a la filmación de películas, en una especia de alcarreña “CineCittá” que podría darle mucha vida a nuestra ciudad.
La vida, indudablemente, se la da ahora este “Rodando en Guadalajara” con las investigaciones de Javier Solano sobre esta temática inédita, y las ilustraciones de Fernando Benito, que por fin se manifiesta como lo que es, un gigantesco artista que llega ahora, como a muchos pasa, al cénit de su actividad cuando de su trabajo habitual ha sido jubilado.