Lecturas de Patrimonio: Los canecillos de Santa Catalina en Hinojosa

Lecturas de Patrimonio: Los canecillos de Santa Catalina en Hinojosa

viernes, 10 septiembre 2021 0 Por Herrera Casado

En un extremo de la provincia, entre Hinojosa y Milmarcos, medio ocultos por un denso sabinar antiguo, quedan los restos de una población a la que llamaron Torralbilla, quizás por tener alguna torre de lo más alto, de color blanco, o pálida piedra. Es uno más de ese medio millar de “despoblados” que se rastrean por Guadalajara. Pero de este queda una portentosa iglesia de estilo románico, que a muchos no nos cansa admirar.

Hoy es término de Tartanedo, porque a esta población han hecho cabeza de Ayuntamiento en el que se incluye la antigua villa de Hinojosa, y en ella el despoblado de Torralbilla, del que se han hecho eco cuantos han hablado de esa parcela siempre atrayente de los pueblos perdidos, abandonados, despoblados, en un territorio en el que aún se palpa la vida. Ranz Yubero en su “Despoblados de Guadalajara” (Aache, 2019) y especialmente Salgado Pantoja en su recentísimo “Raíces en la piedra. Arte románico en los despoblados de Guadalajara” (Fundación Santa María la Real, 2021), destacan este lugar del que apenas quedan restos, tragados por el bosque de sabinas que le creció encima, tras su despoblación en el siglo XVI. Sin embargo, el viajero puede admirar lo que quedó del lugar, y que se ha materializado en una iglesia de estilo románico que ya cuenta entre las más atractivas de la provincia.

Recuerdo haber visitado este lugar porque Layna Serrano sugirió su existencia en la segunda edición (de 1971) de su obra “Arquitectura románica en la provincia de Guadalajara”. Él no llegó a estar allí, pero yo me desplacé enseguida, admirando lo que quedaba, milagrosamente intacto porque la devoción de las gentes de aquel alto rincón de la Sesma del Campo molinesa lo habían mantenido en pie. En el libro de Benito García aparecido el mes pasado “Hinojosa, imágenes para el recuerdo” viene una fotografía (que reproduzco junto a estas líneas) de cómo estaba la iglesia en 1901. En ella se ven los arcos tapiados de su galería, y el inicio de una gran espadaña que cargaba sobre el arco mayor de paso entre la nave y el presbiterio. En 1971 yo hice otra fotografía de cómo se mantenía la galería tapiada, y daba aviso, poco después [“La ermita de Santa Catalina”, en “Nueva Alcarria” de 21 de julio de 1973] de este edificio y la necesidad de su restauración y protección imprescindible. Tras una intervención de la Junta de Comunidades en 1991, el templo se mantiene hoy perfectamente cuidado, y su entorno protegido, de tal modo que podemos decir con orgullo que ese edificio remoto es hoy parte de nuestra oferta patrimonial, que sin duda sería mucho más visitada si la carretera CM-2107 no se encontrara en tan mal estado, especialmente en su tramo superior entre Anchuela del Campo y Milmarcos.

Detalles iconográficos en la ermita de Santa Catalina, y su localización.

Ahora quisiera centrarme, aparte de recordar la existencia de este precioso monumento, en esos detalles iconográficos que pueden pasar inadvertidos al visitante, y que sin embargo ofrecen las singulares razones de su importancia. En los muros exteriores del templo, pero resguardados por la techumbre de su galería porticada, hay colocadas dos lápidas ilustradas que reproduzco junto a estas líneas en dibujo lineal. Una (A) representa con distintos símbolos a la santa titular del templo, Catalina de Alejandría, martirizada según la “Leyenda Aúrea” con una rueda de cuchillas y pinchos, y que se remata por corona (la del martirio) a la que se añadieron las siglas IHS, el acróstico greco de Jesucristo, más las de MA, María su madre, sumadas de la cruz del Calvario y los tres clavos de su Pasión. Una evidente proclama de catolicismo que, por la finura de su talla, es posible que no sea muy antigua, y que tenga a lo más un par de siglos de existencia.

Otra (B) muestra con talla muy rudimentaria un animal pasante, que puede ser tanto un perro, o lobo, como un león. Es difícil adscribirle un significado y la datación se puede proponer como medieval, al menos por su rudimentario tratamiento. Además, quiero resaltar como elemento iconográfico llamativo (C), uno de los capiteles del costado derecho de la puerta, que no muestra como los otros y los de la galería, una clásica imagen vegetal, sino que comulga entre ella y lo puramente abstracto o geométricamente salvaje. Parece haber sido colocado allí procedente de otro muro o lugar no relevante.

Finalmente, en cuanto a elementos iconográficos de este templo, el más descollante es sin duda el capitel que soporta el extremo del evangelio del arco triunfal que media el paso entre la nave y el presbiterio. De fina traza, este capitel (D) tiene tallados dos trasgos enfrentados. Son seres voraces, con grandes bocas sanguinarias, garras certeras y músculos en el cuerpo de ave que destilan veneno y pasión sin límite. Están copiados del repertorio más moderno del claustro bajo del monasterio de Silos.

Este capitel, que se conserva como recién tallado, está coronado por un cimacio en cuyas tres caras aparecen roleos vegetales de calibrado equilibrio. Bajo ellos, y constituyendo el cuerpo del capitel, hay cuatro ejemplares que son fieles representantes de la mitología cristiana medieval: frente a frente, y separados por una palmera esquemática, dos basiliscos de fiero aspecto constituyen la cara frontal del capitel. Escoltándolos aparece un par de sirenas o arpías de perfecto rostro femenino. Los basiliscos muestran cabezas parecidas a la de un gesticulante perro, y su enorme y enrollada cola presenta una serie de poros que le identifican con el peligroso ser que pregonan. Las sirenas, de serena actitud, poseen un sencillo cuerpo de ave sustentando su rostro de mujer. Son elementos quiméricos, que tratan de evocar en el espectador el peligro del pecado, la amenaza constante del demonio.

El capitel de la derecha, lado de la epístola, está constituido por motivos vegetales, mostrando talladas volutas de hojas, siguiendo una tradición castellana muy asentada.

Finalmente, me queda analizar iconográficamente el ábside que forma la cabecera del templo. Es de planta semicircular, y en su cornisa aparecen variados canecillos de curiosa decoración, algunos con pintorescas figuras antropomorfas, animales, herramientas y trazos geométricos. Dicha cornisa presenta toda su superficie tallada con temas vegetales y decoración de ajedrezado.

Aquí se ofrecen hasta 23 canecillos que me he tomado el tiempo suficiente para dibujarlos uno a uno, y por orden, tratando con ello de ordenarlos, ofrecerlos al público conocimiento, e intentar adquirir el sentido que su conjunto nos transmite.  Estos canecillos del ábside nos muestran elementos muy sencillos, con billetes y molduras simples, uno con la talla de una serpiente enroscada que con su cuerpo forma una espiral (manifestación plástica del Infinito), otros con figuras trepidantes, como músicos y narigudos contadores de chistes, un dragón y un par de cantimploras o boteles, algunos con seres  escalofriantes, como trasgos, arpías y grifos, e incluso lujuriosos, con dos cuerpos desnudos frotándose…

De todos ellos, 11 son sencillamente decorativos de tipo rollo, una especie de cilindros superpuestos, muy común en la arquitectura románica. Ahí se va casi la mitad. El resto, nos muestra uno absolutamente liso (18), otro con una imagen que podría ser un libro (13), otros dos con flores o plantas de limpio perfil (2, 9), en dos de ellos, representaciones de cubas o recipientes de líquido, seguramente vino (14, 15), uno de ellos (19) con una rudimentaria escena de pareja humana que con sus manos se abraza mutuamente, y al fin cinco con representaciones de monstruos y animales. Así, el 11 ofrece una cabeza amenazante, el 6 un basilisco de cola enrollada, el 4 una serpiente enroscada en espiral, el 3 un trasgo imaginario, y el 7 un individuo con las piernas separadas, entre las cuales posiblemente lucieron sus atributos masculinos, censurados a pedradas en época posterior.

Se hace prácticamente imposible encontrar un programa cabal en este repertorio de canecillos, ni siquiera recolocándolos. Lo más lógico es pensar que fueron tallados, allí mismo, in situ, por un artesano que también hizo los capiteles de la portada y de la galería. Formado en escuelas de Castilla y utilizando modelos vistos en lugares de prestigio (Silos, Soria, Frómista, Carrión) coloca para solaz y advertencia moral de los aldeanos esos seres fantásticos que, con la debida explicación del eclesiástico responsable de la parroquia, advierten de las acechanzas del demonio, del peligro de los vicios y la ventaja de practicar la moral estricta del cristianismo. La ermita de Santa Catalina en Hinojosa es, sin duda, uno de los edificios más sorprendentes de todo el románico provincial de Guadalajara, y dejará en el visitante una evocación permanente de luz, de paz y de silencio. Y de bien trazada arquitectura conforme a los más puros cánones medievales, por supuesto.