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mayo, 2021:

Cuevas del barranco de la Huerta de la Limpia

cuevas del barranco de la huerta de la limpia

Antes que desaparezcan, quiero dejar testimonio de un conjunto de viviendas rupestres que he visitado estos días en la ciudad de Guadalajara. Aunque ya conocido de muchos, desde hace años/siglos, este conjunto de cuevas talladas que fueron pobladas en siglos pasados, y hasta hace poco tiempo, es muestra de una forma de vivir singular y chocante. Aquí lo explico.

Un patrimonio raro

No deja de ser un “patrimonio raro” este del que quiero hablar hoy. Por varias razones. La primera, porque es un elemento arquitectónico del pasado, con interés y características peculiares. Segunda, porque forma parte de un conjunto más amplio que apenas se ha tratado, por ser escaso, pero que muestra características propias de tiempos antiguos. Y tercera, porque (si bien de forma remota) se cierne sobre este patrimonio el peligro de destrucción que supondrá la comunicación “extra-ciudad” de la carretera N-320, que comunicará esta vía interprovincial desde la “curva del toro” frente al Hospital con la que sigue por Cabanillas, atravesando campos y barrancas, justo por donde este testimonio del pasado aún puede verse. Y como luego ocurre que cuando algo desaparece, y nadie lo apuntó, surgen las lamentaciones, pues que al menos quede recogido en un texto, tan volandero como pueda ser esta página de “Nueva Alcarria”.

Gracias a la amistad e indicaciones de mi amigo asturiano Pablo Efrén García, hace unos días visité el conjunto de viviendas rupestres que aún pueden contemplarse en el inicio del barranco de la Huerta de la Limpia, en término municipal de Guadalajara, a escasos 500 metros del edificio Europa y del Centro Comercial Ferial Plaza, y aguas arriba e inmediatas de la Granja Escuela del mismo nombre (acompaño un plano para poder ubicar el conjunto).

Hay varios arroyos que surgen entre las tierras margosas que por el sur rodean a Guadalajara, al otro lado de la actual autovía N-II. La erosión fácil de esas tierras, a lo largo de los siglos, han producido barrancos que se profundizan enseguida, antes de llegar a la orilla del cercano río Henares. Junto a Guadalajara hay al menos tres barrancos de estas características, que llevan escasas aguas y se arropan de arboledas densas. Son los de la Huerta de La Limpia, el Zurraque, y los Mandambriles. En este último, a su lado norte, se abrieron dos grandes conjuntos de cuevas a los que la gente llama “los Bodegones” y que sufrieron deterioros tras la construcción del cuartel del GEO. Y en el de la Huerta de la Limpia, a poco de su nacimiento, es donde se pueden hoy todavía visitar el grupo amplio de cuevas (son cuevas-vivienda, muy numerosas, independientes, al menos yo he contabilizado siete) de las que destacan las dos que llaman “Cueva del Mahometano” y que de siempre conocimos como las “Cuevas de los Gitanos” donde hasta los años 60-70 del pasado siglo habitaron familias y personas marginales.

Cuevas de vivienda marginales

Como estoy todavía recogiendo materiales para el estudio, que va ya muy adelantado, de las “Cuevas Eremíticas de Guadalajara”, unas fotografías que me enseñó mi amigo asturiano Pablo Efrén García me hicieron sospechar la posibilidad de que estas cuevas tuvieran un origen muy remoto, medieval, quizás incluso visigótico. Me extrañaba esta posibilidad, pero para comprobarlo me dí prisa en acudir a visitarlas. Y con él por guía, y en medio de un explosivo ambiente primaveral/polínico, nos dirigimos a pie desde el aparcamiento de coches que hay detrás del edificio Europa, sobrepasando una subestación eléctrica que hay a 100 metros, y cruzando un barbecho que mide otro tanto, se llega al barranco, que es recién nacido, y que se separa del del Zurraque por una loma que llaman Matapuercos, creando un hábitat sereno y recogido, soleado y al resguardo de los malos vientos.

Allí se encuentran, abiertas en la parte inferior de un pequeño cantil margoso y arcilloso, unas 7 cuevas de entradas independientes, aunque algunas de ellas (quizás todas, en su origen) se comunican entre sí bajo la roca. Están excavadas con dos técnicas (hazadas/hazadillas, y pico largo) sobre la roca de conglomerado calcáreo, blando y fácil, aunque fue necesario gastar muchos días en iniciar la cueva y otros más en ampliarla, diversificarla, y pulir todos sus detalles.

Hay que reconocer que las entradas están hoy rebajadas por el aumento del nivel primitivo de entrada. Los arrastres arcillosos de las tormentas han disuelto la capa superficial y estrechado las entradas, introduciendo tal cantidad de tierra en su interior, que hoy probablemente las recorremos unos 30-40 cms. por encima de su pavimento original. La altura de sus salas y pasadizos es de 1,8 metros, lo que significa que en origen tuvieron al menos 2 metros de alto, permitiendo su recorrido y habitabilidad fácilmente. Sin embargo, y a pesar de no haber derrumbes importantes, se ven piedras grandes en su interior, amén de un montón indescriptible de basuras, botellones, colchones, ropa vieja, maderas, plásticos, etc. No hay huellas de fauna excepto algún que otro murciélago durmiente en lo más oscuro. Para recorrerlas en su totalidad conviene llevar calzado muy cómodo, ropa usada, gorro o mejor casco, y una linterna potente. En ocasiones hay que reptar por el suelo o trepar entre derrumbes para pasar de una estancia a otra, o de una a otra cueva.

El grupo de exploraciones subterráneas “Club Abismo” de Guadalajara, las exploró, midió y topografió hace unos 40 años, destacando en estas labores el conocimiento y entusiasmo de Francisco Javier Rejos principalmente, más otros colaboradores. Entonces aportaron unos planos para las cuevas denominadas Mahometano I y II que hoy se hace muy difícil identificar con las existentes. También topografiaron en planta y cortes las cuevas del Barranco de la Urraca, y la Cueva Hundida. Sin más explicaciones que la descripción de materiales, medición de espacios y suposiciones sobre su origen y uso, al menos quedaron reflejadas en las publicaciones on-line de este grupo.

El origen de las cuevas de la Huerta de la Limpia

Lo único que resta es saber su origen. Solo elucubraciones pueden hacerse. El pueblo gitano, que procedente de la India, a través de Egipto, llegó a España en los finales del siglo XV, tuvo por costumbre desde sus inicios poblacionales albergarse en grupos amplios dentro de cavidades rupestres. Esa pudiera ser una posibilidad inicial, pero me inclino a pensar que estas cuevas son más modernas. Albergues de gentes sin hogar construido, que escogieron un entorno amable, soleado y templado para perforar la roca blanda y establecer espacios habitacionales en forma de colonia. Las cuevas, de pavimento plano, tienen talladas sus paredes verticales, sus techos rectos o combados, y en los muros abiertas hornacinas, más o menos amplias, para depositar iluminaciones o enseres. En algunas se aprecian mesas talladas en la pared y en ocasiones se ven muros construidos con ladrillo, tapial y argamasa que separan cuevas entre sí, o espacios. Me dicen quienes las visitaron hace muchos años que allí vivían pobres pasajeros, familias “de la raza del Faraón”, e incluso que sirvieron para refugiarse gente temerosa durante la Guerra Civil, y después de ella. Evidentemente, hoy sin uso, reciben de vez en cuando la visita de grupos de jóvenes que beben alcohol en abundancia y dejan allí los recipientes. Aparte de ello, las cuevas están muy íntegras, y dado su aspecto exterior, su distribución, su altura interior, y su consistencia en grupo, puede considerarse que estas “cuevas del barranco de la Huerta de la Limpia” forman un elemento más del patrimonio arquitectónico de Guadalajara, aunque sea desde una perspectiva tan global como para incluir lo que para algunos serían covachas y espacios marginales. No cabe duda de que, aún así, estas cuevas deben considerarse incluidas en ese conjunto de patrimonio antiguo y a conservar. Quizás sería demasiado pedir que el Ayuntamiento las limpie, las adecente, las adecúe para las visitas, etc… pero con una visión amplia, generosa, objetiva y futurible de lo que constituye el patrimonio de una comunidad, yo apostaría porque ese cuidado se institucionalizara.

En cualquier caso, aquí queda la constancia de su existencia, y algunas fotografías, y planos, que transmiten el mensaje de su interés y peculiaridad.

Una cruz de plata: la de Valfermoso de Tajuña

Valfermoso de Tajuña

El conjunto de piezas de arte realizadas sobre metales preciosos, especialmente la plata, tan abundante en nuestro país durante los siglos de la dominación sobre América, es tan grande y llamativo que constituye por sí solo uno de los capítulos más densos del patrimonio artístico guadalajareño. De entre los cientos de piezas existentes, escojo hoy una que me parece muy hermosa.

De Valfermoso de Tajuña he hablado en estas páginas varias veces, encomiando su aspecto de pueblo encaramado en la altura, su interesante historia, como refugio mendocino en épocas dificultosas, o como lugar donde se fabricaban antaño tantas sogas que así se le llamó popularmente al lugar, “Valfermoso de las sogas”.

El pueblo y su iglesia

Del interesante patrimonio arquitectónico de Valfermoso, destacan fundamentalmente dos elementos. De una parte el viejo castillo con su aljibe morisco (ver lo que de él he dicho en “Nueva Alcarria” de 5 abril 202). Y de otra la gran iglesia parroquial, joya del Renacimiento. De esta cabe decir que se alza en la plaza mayor, circuida al sur por amplio atrio descu­bierto y limitado por fuerte barbacana de piedra, sobre la que apoya magnífica fuente pública. Está dedicada a San Pedro Apóstol, y es de unas dimen­siones gigantescas, con torre y muros de sillar bien labrado y zonas de mampuesto alternando con otras de encadenados de sillería. Es obra del siglo XVI. 

Su portada, muy sobria y ele­gante, presenta talladas pilastras sobre pedestales, con capiteles toscanos, y coronando el friso con un frontón en el que apa­recen, vacías, tres hornacinas. Rasgan los muros altos venta­nales estrechos, de medio punto. El interior es de tres naves. Sus muros se hallan hoy vacíos, pues el gran retablo de talla y pinturas que tenía fue destruido en 1936 por radicales de izquierdas. Quedan ornando el altar mayor algunas chapas de plata repujada de las que formaban el rico frontal que regaló en el siglo XVII el hijo del pueblo don Juan de Dios Pérez Merino. Nada más de interés conserva esta iglesia. En casa de un vecino, aunque propiedad de la parroquia, se con­serva una magnífica cruz parroquial, en plata con múltiples detalles iconográficos sobre chapas y repujados, obra de comienzos del siglo XVI, que pertenece a la escuela o taller de orfebrería de Sigüenza, y de las que hablo con mayor detalle a continuación.

Valfermoso de Tajuña

La Cruz

Como en otras parcelas del arte, los estilos progresivamente creados por la sociedad europea en su avance continuo fueron llegando a España con cierto retraso temporal. Ocurre con todos ellos, y en este caso es muy evidente, porque esta cruz, que es de época ya plenamente renacentista, tiene todavía una estructura y unos detalles ornamentales que la dejan en la consideración de pieza gótica, aunque lleve técnicas más modernas en su construcción.

Se trata de una cruz procesional parroquial, toda ella en plata repujada y con detalles labrados a cincel. Lo gótico se ve especialmente en la silueta y en la macolla, aunque los elementos iconográficos tienden ya al canon renacentista. Es en todo similar a la de Ciruelas, en estructura y detalles, por lo que cabe asignársela al mismo autor de aquella.

Por hacer una descripción breve del conjunto, debo decir que ambas caras están densamente decoradas, sobre chapa de plata, con brazos que rematan en lóbulos adornados por figuras y escenas, y tanto en el centro del anverso y reverso, figuras destacadas.

Así podemos observar que en el centro del anverso aparece Cristo crucificado. En los extremos de la cruz aparecen: arriba, la Resurrección de Cristo; derecha, la Flagelación; izquierda, el beso de Judas; abajo, la Piedad. Entre estos extremos y el Cristo, en plata, aparecen las siguientes figuras: arriba, Dios Padre; derecha, San Marcos; izquierda, las tres Marías; abajo, San Juan Evangelista al que le falta el águila, perdida en alguna rapiña. Y que sabemos cómo era al mirar la misma figura en la cruz de Ciruelas. La pongo en imagen adjunta, para que el lector se percate.

En el reverso, presidido por una imagen de la Virgen en chapa de plata, muy poco vistosa, aparecen en los extremos: arriba, la Oración en el Huerto; derecha, el Cirineo ayuda a Cristo a llevar la Cruz; izquierda, la Coronación de espinas; abajo, Cristo ante Pilatos. Entre estos extremos y la Virgen, también en plata, aparece: arriba, Cristo con los hijos del Cebedeo (uno es Santiago); a la derecha, San Lucas; a la izquierda, Cristo y el milagro de la piscina; abajo, San Mateo.

No aparece visible marca ni punzón. Quizás en el mango de la cruz se encuentre alguna de estas marcas, pero no lo he podido investigar debido a estar clavada a la macolla, que es de construcción más reciente y sin importancia. Es obra tan similar en todo a la cruz parroquial de Ciruelas, obra de Martín de Covarrubias, de Sigüenza, que sólo a este autor se puede y debe atribuir. De Este Covarrubias sabemos que era originario de Burgos, donde se formó como platero, viniendo a Sigüenza a principios del siglo XVI, y formando taller que heredó su hijo Jerónimo, destacadísimo también en el arte de la platería, habiéndonos dejado numerosas piezas de su quehacer por pueblos de la diócesis, y mucha documentación generada en archivos parroquiales y en el del Cabildo de la Catedral.

Libros por La Concordia

feria del libro de guadalajara 2021

Se celebra en estos días la Feria del Libro, en primavera, y en el parque de la Concordia, después de intentos fallidos durante el pasado año. Una ocasión afortunada, que nos va a permitir ver sus portadas, preguntar por ellos, tomarlos incluso con las manos. Que nos va dejar charlar con sus autores, y saber de contenidos y porvenires…

Aunque en esta ocasión no saque, como suelo, algún tema patrimonial o histórico a la palestra, el hecho de que en este fin de semana se esté celebrando una “Feria del Libro” en nuestra ciudad, tras dos años de intentos fallidos, y como los ciudadanos llevaban tiempo pidiéndolo, entre los árboles de la Concordia, me impulsa a hablar de algunos libros, que por unas razones u otras me supone vivir en ellos: o porque los he escrito, porque los he editado, o porque he colaborado de algún modo con sus autores a darles latido.

Cabeza de Vaca

Uno de los libros que en estos días va a tener protagonismo, junto con su autor, nuestro paisano Antonio Pérez Henares, que vive la literatura, el periodismo y la actualidad entre las líneas impresas, es el “Cabeza de Vaca” al que me subí en el mismo momento que salió (tengo testigos de que fui el primer alcarreño que lo compró y se lo leyó), un libro del que no me corto en decir que es una música que se nos queda viva en las venas. Una historia novelada (“Cabeza de Vaca”) y ambientada en la América de los albores. Es este el penúltimo libro firmado por nuestro paisano Antonio Pérez Henares y tiene muchas virtudes. Una de ellas, haber iniciado el camino del tratamiento novelado de un tema histórico que siempre resulta apasionante, y admirable: el de los pioneros hispanos sobre los caminos de América. De otra, la gracia y la amenidad con que aborda diversas historias que confluyen en la de un solo individuo, en Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el sevillano que tras hacer de soldado en Italia, y antes de su definitivo paseo por las cataratas de Iguazú, acomete el señalado reto de atravesar la América septentrional de parte a parte, bajo la dirección primero de Pánfilo de Narváez, quien por su mala cabeza acaba descabezado, mientras su teniente describe un periplo que, a pesar de su inutilidad práctica, nos da hoy la dimensión cabal de lo que entonces eran los españoles con la inquietud de saber más, de descubrir tierras, de pasar páginas en el descubrimiento de tan fabuloso continente.

En la obra de Pérez Henares, que no pierde un minuto de intensidad y emoción desde que empieza, aparecen además varios personajes alcarreños, reales unos (el virrey don Antonio de Mendoza, el adelantado don Nuño Beltrán de Guzmán) inventados otros (el despensero Trifón el Viejo, el piloto Antón de Alaminos), que vienen a pintar un retablo de saberes y pasiones tan real como la vida misma. Con un Cabeza de Vaca enorme, fuerte, pleno de fe en su aventura, y que no puedo evitar que se me aparezca como un trasunto del propio autor, de mi amigo y tocayo Antonio Pérez Henares.

Los masones en Guadalajara

Del periodista e historiador Julio Martínez García es el siguiente libro que me ha gustado, porque aporta datos y perfiles de una Guadalajara casi desconocida hasta ahora. Hoy viernes por la tarde se va a presentar en la carpa central de la Feria, siendo el propio Julio (que ha colaborado en temporadas anteriores en estas páginas de “Nueva Alcarria”) quien nos diga de su periplo investigador.

Puedo revelar aquí que es esta una obra de perspectiva didáctica muy acentuada, repasando los orígenes y creación de la Masonería en el siglo XVIII, su llegada a España con los ejércitos napoleónicos, su aceptación y práctica en ambientes liberales, militares, de clases pudientes, profesores, profesionales, y de los infinitos triángulos y logias que se fueron creando por España, Castilla-La Mancha, y Guadalajara más en concreto.

Nada falta en este recuento de personajes, nombres e instituciones, pueblos y detalles personales, que pintan el dinamismo (nunca fue excesivo) de esta sociabilidad. Hay institutos, academias, y palacios donde la masonería alcarreña se expresa. Hay también nombres conocidos, aunque el calado de esos datos en la sociedad de su tiempo no llega a quedar demasiado firme. 

Acaba este libro con un repaso a una institución curiosa, perdida ya en el recuerdo, pero que tuvo su impronta clara en el devenir de la Guadalajara del siglo XX, en sus comienzos: la “Escuela Laica” o Fundación “Felipe Nieto Montes”, hoy reflejada en la ruina anodina de donde se alzaron sus aulas.

No puedo dejar de anotar el hecho de que, precisamente con Julio Martínez García como impulsor de la misma, en estos meses ha surgido la editorial “Océano Atlántico” que a caballo entre la Guadalajara española y el Mexico novohispano está empezando a poner algunos libros de clara y contundente doctrina sobre aspectos de actualidad suma o interés histórico permanente. Y así van a la Feria sus dos primeros títulos, “Historiando con perspectiva: de la teoría a la práctica” y “Las libertades de expresión y prensa en las Constituciones de México 1917 y España 1931”.

La obra del académico Sanz Serrulla

En este pasado año, el académico seguntino profesor Javier Sanz Serrulla nos ha colmado con dos grandes obras, que prácticamente han pasado desapercibidas, a pesar de constituir el eje de su actuación investigativa y divulgadora. Por razón de las restricciones sociales impuestas en relación con la pandemia de coronavirus, no han podido presentarse al público dos obras de este autor que ahora recuerdo, y encomio. 

Es la primera de ellas el “Diccionario histórico de autoridades científicas de la provincia de Guadalajara”, en la que debe resaltarse la intención que propone de poner en público conocimiento las figuras (biografía a la par que bibliografía) de quienes forjaron pilares de la Ciencia y escribieron páginas del desarrollo científico de la Humanidad entre nosotros. Bien por haber aquí nacido, en tierras alcarreñas, seguntinas, campiñeras o molinesas. Bien por haber llegado aquí y entre nosotros dictado sus saberes y sus investigaciones. El libro aparece con el patrocinio de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara, que en esta ocasión ha querido participar en el estudio y divulgación de esta parcela poco tocada hasta ahora, pero crucial, en la consideración de nuestra tierra como un lugar de aplicación y entusiasmos, en el camino de la Ciencia en este caso. Con un buen puñado (lo verá el lector que se entretenga por sus páginas) de nombres que ya brillan en las lápidas del callejero de Guadalajara. Y de otros muchos que merecerían estar en su nómina.

También de Sanz Serrulla, pero esta por iniciativa exclusiva de la editorial AACHE, que incluye este libro en su colección “Proyecto Lucena”, surgió el pasado otoño la “Historia de la Medicina de la Ciudad de Sigüenza”. Otro libro que prueba la capacidad historiadora del doctor Sanz, pues en él se refleja entera la historia de la Ciudad de Sigüenza (que es su terruño natal) pero vista con los prismáticos de la Medicina. Y así surgen referencias a hospitales, epidemias, médicos y cirujanos, enfermeras y ambulatorios, sabios escritores y papeles jugados por otras instituciones (especialmente el Cabildo Catedralicio, y el Concejo de la Ciudad) en el mantenimiento y aún estímulo de la Sanidad, que es esa quimérica avanzadilla social a la que, de momento, la Medicina va poniendo remedios a cada paso.

Y la sorpresa del espadachín don Íñigo de Losada y Laínez.

En estos días se presenta también (concretamente mañana sábado por la mañana, en el parque de la Concordia) el libro que ha escrito Ángel Taravillo Alonso, conocido en los ambientes teatrales y “donjuanescos” de nuestra ciudad, y que ahora se lanza en una atrevida pirueta a publicar su primera novela, que ha querido que discurra por los caminos (antiguos y coloristas) de la España del siglo XVII, entre pícaros, espadachines, capitanes de los tercios y damas tapadas.

Se nota enseguida, y se corrobora al final de la lectura, que el autor es no sólo muy afecto a la literatura clásica, sino que además tiene una capacidad asombrosa para recrear ambientes de momentos históricos, dominando el diálogo, los antiguos giros y las pautas de misterio y expectación que el género más castizo impone.

Se trata de las aventuras de un personaje que se hace difícil encuadrar en la perspectiva sociológica del siglo XVI, en la que transcurre entera la novela ¿Es un caballero? ¿Es un rufián? ¿Es don Íñigo de Losada un trapisondista descarado o, por el contrario, es un valiente patriota que acapara las mejores virtudes de la raza? En todo caso, es un buen amigo: en principio, del narrador y del resto de protagonistas, y, al final de la obra, de todos sus lectores.

Discurre la acción en diversas ciudades de la España imperial. Nacido en Pastrana el protagonista, va luego a Toledo, a Madrid después, y finalmente a Sevilla, pasando entre medias por Italia y Flandes, aguantando todo tipo de calamidades bélicas propias de la época, alcanzando el alto favor del Rey, y moviéndose sin tregua por los entresijos del amor, de la guerra, del hampa y la aristocracia. Un “revuelto” de situaciones que llevan, al final, a un único destino, y ello contado, narrado con soltura, con un lenguaje perfectamente incardinado en la época en que discurre la novela.

Y así mil más, porque la Feria del Libro de Guadalajara es lo que tiene: una llamada a las casetas donde lucen los libros sus portadas rientes o solemnes, preludio siempre de un interior cargado de sueños, emociones y sabidurías. Espero que las nubes respeten este casto empeño de la alcarreña grey por ver libros, por comprarlos, por saludar y escuchar a sus autores preferidos, disponiéndose a la posterior lectura y al más que probable aprovechamiento de sus enseñanzas.

Cien años del Mausoleo de la duquesa de Sevillano

centenario del mausoleo de maria diega desmaissieres duquesa de sevillano

En estos días se cumplen los cien años justos en que se concluyó y se puso a la admiración pública el mausoleo que contiene los restos mortuorios de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, en la cripta del gran Panteón de su familia. Conviene decir algunas cosas sobre esa pieza de arte tan relevante, por homenajear al autor, y a la comitente.

Primero de todo, hay que decir que este mausoleo tan llamativo no lo encargó personalmente doña Diega. Ella había contratado al joven escultor Angel García Díaz en numerosas obras suyas, para que plasmara en esculturas algunas ideas, patrocinios y emblemas. Así le encargó que tallara y pusiera en el tímpano de la entrada a su iglesia de San Sebastián (hoy Maristas) el martirio del santo romano. O el gran escudo heráldico que rodeado de una parafernalia vegetal y efébica preside la fachada principal de su Fundación “San Diego” (hoy Adoratrices). Ella se empeñó en que no se tallara su figura, ni se pusieran en bulto los atributos de su existencia. Pero al morir (ella sola, en su habitación de hotel, en Burdeos, en marzo de 1916) el panteón familiar quedó como esperando, –recién acabado­– memorar su vida. Todos sabemos del entierro que se la dispensó, el 17 de marzo de ese año, cuando el tren llegó a la estación del Henares, y un cortejo fúnebre se alargó desde ella hasta el panteón… miles de personas asistieron a la conducción de los restos de “la madre de los pobres” a la que todos sin excepción lloraron.

Así es que se procuró, por parte de los herederos, que se tallara con la solemnidad y el gusto que le correspondía a “la señora” un mausoleo que contuviera sus restos. Para colocarlo en el centro de la cripta del Panteón, rodeada de las lápidas de sus ancestros, y de las coronas que le dedicaron todos los estamentos de la ciudad. El encargado de tallar ese mausoleo fue Ángel García Díaz, su escultor predilecto. Y a ello se puso en el mismo año de la muerte de Diega, acabándolo cinco años después, en la primavera de 1921, hace ahora justamente un siglo. De ahí este recuerdo.

El mausoleo

El enterramiento de la duquesa de Sevillano es un prodigio de técnica escultórica, y de simbolismo. García Díaz utilizó su gubia sobre cuatro piedras diferentes: el basalto de la basamenta, y los mármoles de Alicante, Granada y Santander que le proporcionaron. Los mejores de España. 

La pieza se compone de dos grupos de figuras escultóricas. Delante aparecen sobre alto plinto de basalto tres ángeles de blanco mármol. El ángel central lee en una larga filacteria que sujetan en sus extremos los otros dos ángeles acompañantes. Idealmente suponemos que canta las virtudes de la dama, pidiendo que para ella se abran las puertas del Paraíso; el de la derecha lleva un lirio en su mano, símbolo de la pureza virginal de la señora, que siempre permaneció soltera; el de la izquierda sujeta un pequeño ramillete de rosas, símbolo de su caridad. 

Detrás surge el grupo de cuatro figuras marmóreas que trasladan sobre sus manos, como si no tuviera peso, el ataúd ricamente cubierto de tejidos en los que se labran las armas de la duquesa, y bajo los que la imaginada madera transporta los restos mortuorios de la noble dama. Tres de esas figuras son ángeles, y una cuarta es una mujer joven. La caja con los restos se cubre (todo tallado en la piedra, por supuesto) de las telas que sirvieron de paño mortuorio, y a la cabecera un almohadón en que apoya la corona ducal. El movimiento, la monumentalidad y la fuerza romántica del conjunto es tal que realmente impresiona a quien lo contempla por vez primera. La sensación es de movimiento, como si en ese momento los ángeles, de delicada complexión, hicieran un esfuerzo por levantar desde el suelo el féretro, que debe suponerse muy pesado.

La basamenta de este segundo grupo es también de basalto, durísima piedra en la que se tallan animales fabulosos, y unos medallones que, por delante, representan en mármol blanco el retrato de la duquesa, y por detrás ofrecen tallada la leyenda explicativa de la propietaria. Dice así el epitafio: «Este mausoleo encierra los restos mortales de la Excma. Sra. Doña María Diega Desmaissieres y Sevillano, Duquesa de Sevillano, Condesa de la Vega del Pozo, Marquesa de los Llanos de Alguazas y de Fuentes de Duero. Nació en Madrid el 16 de junio de 1852. Falleció en Burdeos el 9 de marzo de 1916. Sus herederos, admiradores de sus virtudes, modestia y generosos proyectos terminaron este monumento funerario en el año 1921. R.I.P.» 

El escultor

Algo he hablado anteriormente de Ángel García Díaz, el autor de este romántico mausoleo (Nueva Alcarria, 13 febrero 15). No dejo ahora de recordarle, porque a pesar del olvido en que cayó tras su muerte, mediado el siglo XX, la calidad de su obra le alza entre los mejores escultores del arte hispano.

El escultor preferido de doña María Diega Desmaissiéres resultó ser un artista que a pesar de sus enormes cualidades técnicas y su inspiración llena de fuerza y sugestión, ha pasado casi desapercibido para la historia del arte español. Ángel García Díaz había nacido en Madrid, en 1873. Formó desde muy joven en el grupo de artistas que saliendo del romanticismo se aplicaron al nuevo movimiento simbolista, coleccionando sus primeras sabidurías bajo las lecciones del afamado Francisco Bellver y de los oficiales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Como muchos de ellos viajó a Roma, pensionado por la mencionada Real Academia con la beca Piquer. Allí en la Ciudad Eterna permaneció tres años, y dos más en París.
Muy joven todavía, en 1892, obtuvo un premio en la Exposición Internacional por sus obras «Retrato del Excma. Sr. D. Ramón Vigil, obispo de Oviedo» y «Giotto adolescente». Más adelante, en las exposiciones generales de 1895 y 1897 también cosechó algunos triunfos, como lo había hecho previamente en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. En 1899 ganó la medalla relativa a la Escultura Decorativa.
En Roma trabó conocimiento con otros artistas españoles de la época, y muy especialmente con el pintor Alejandro Ferrant. Destacó también como decorador, y así en la Exposición de 1904 en Roma ofreció a la admiración pública «La planta del Senado», y la escultura titulada «En la vía de la vida».
A su vuelta a España entró al servicio de doña María Diega Desmaisieres, que le encargó diversas esculturas para su panteón en Guadalajara (las tallas de San Diego de Alcalá y Nª Sra. de las Nieves), las pilas de agua bendita con cabezas de ángeles, y el tímpano con la escena del martirio de San Sebastián para la iglesia de su palacio principal. Aunque ya en 1901 hizo, por encargo del arquitecto Velázquez, el primer boceto para el enterramiento de doña María Diega, no sería sino a partir de 1916, tras la muerte de esta señora, cuando Ángel García se dedicara al proyecto y talla minuciosa del grupo escultórico que aparece en la cripta mortuoria del panteón, consiguiendo su obra suprema de elegancia y soltura, en un verdadero arrebato de arte modernista, que concluyó en el año 1921, hace ahora un siglo.
Representante categórico del movimiento simbólico en escultura, sigue las pautas dadas por los franceses Auguste Rodin y Aristide Maillol, en Francia, y por Llimona, Blay o Clarasó en España. Más allá del romanticismo que rompe estéticas, aunque respeta cánones, el simbolismo usa la intención de labrar la piedra para soportar ideas y símbolos. Predominan en esta corriente los usos del desnudo femenino, los cuerpos alargados, cadentes, largas melenas, miradas a lo alto… en un intento de estos artistas de descifrar el misterio del mundo a través de los objetos, de las figuras, que se les ofrecen vivas. Por decir de algunos detalles, que comulgan también de la pintura de los prerrafaelistas británicos, debo marcar la tendencia a la expresión suavizada, a través de una evasión del presente, con referencias a la mitología, a lo religioso genérico, a lo sobrenatural… Y siempre sobre materiales lujosos (el bronce, la madera cara, el mármol) y en ámbitos cortinados, sensuales, purificados por el aire matutino.

Un libro que explica el arte de los enterramientos en Guadalajara

Aprovecho el aniversario y el recuerdo de este mausoleo, para dar a conocer a mis lectores la aparición, en estos días, de un libro –que firmo porque es fruto de numerosos, antiguos y concienzudos trabajos míos– sobre los “Enterramientos artísticos en Guadalajara”. Dentro de la colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE, como su número 119, y también dedicado a las monografías patrimoniales, consta de ocho capítulos, en los que hago estudio, entre otras cosas, de este Panteón y su correspondiente Mausoleo de la Duquesa de Sevillano, joya de la arquitectura funeraria hispana.

En otros capítulos hago referencia, bajo el título “Humanismo y Fe en el arte funerario castellano del siglo XV” al estudio concreto de los enterramientos artísticos medievales existentes en la catedral de Sigüenza”. Así como al Doncel, en dos artículos que aunque ya aparecieron publicados en publicaciones minoritarias, ahora brindo en más amplio espectro con los títulos de “Una imagen de Escipión” para hacer la lectura iconológica del enterramiento de Martín Vázquez de Arce en la Catedral Seguntina, y “Un estudio de simbología en torno al Doncel de Sigüenza”. Le siguen análisis a los enterramientos existentes en Jirueque (el Dorado), Guadalajara (Campuzano), La Piedad (Brianda) y Mohernando (Eraso/Peralta) bajo el título de “Tres enterramientos en la Alcarria y uno en la Campiña”. Se añade un largo capítulo sobre “Los Mendoza y el temor a la muerte” con análisis de formas y significados de las últimas moradas mendocinas, acabando con un estudio, que creo estaba por hacer en su conjunto de “El Cementerio Municipal de Guadalajara” seguido de un coda final descubriendo algunos curiosos mausoleos por diversos cementerios de la provincia.