Petroglifos en Guadalajara
Huellas del más remoto pasado podemos encontrar aisladas por el campo, perdidas entre bosques, talladas en las rocas de remotos paisajes. Así son los petroglifos, memoria marcada sobre las más altas y silenciosas piedras de nuestro entorno. Un investigador meticuloso (Óscar Ponce Jimeno) las ha buscado y nos las describe ahora en un libro increíble.
Me acabo de encontrar con un nuevo horizonte, con otra perspectiva del patrimonio monumental de Guadalajara, con otra visión de nuestro acervo histórico y cultural, cuando ya parecía imposible encontrarle nuevos ángulos de perspectiva a este tema. Y ello ha sido gracias al trabajo del escritor serrano Óscar Ponce Jimeno, quien durante los últimos años se ha dedicado a recorrer algunos lugares, recónditos y cargados de significado, extrayendo conclusiones que nos sorprenden por su ingeniosidad, y por la noticia que da de algunos verdaderos “santuarios” de la expresividad humana.
Los petroglifos son dibujos tallados sobre la piedra, sobre las rocas. En lugares que hace miles de años tenían un sentido ritual, social y simbólico para los grupos de personas que en torno a ellos habitaban. Perdidas hoy las referencias habitacionales, huérfanos de cualquier basamenta documental sobre ellos, lo único que queda de antiguos grupos tribales celtibéricos son las expresiones gráficas que nos llegan, cuando las contemplamos, cargadas de sentidos a descubrir.
El autor de este libro es de Miedes, en el confín de nuestra Castilla con el altiplano soriano. Y hombre dado a pasear el campo, a buscar huellas. Las encontró, y muy buenas, en un lugar al sur de su término municipal, muy próximas a la ermita de Santa María de la Puente, que comentaba yo en estas páginas hace tres semanas. En el entorno de esa ermita, alzada sobre la orilla izquierda del río Pajares, hay varias cuevas “trogloditas”, vestigios tallados en las rocas de habitaciones y santuarios. Pues lo que encuentra Ponce, -en primicia completa- es una amplia serie de dibujos tallados profundamente sobre la roca. Junto a estas líneas pueden verse algunos de esos gráficos, que muestran estilizadas figuras humanas, como en danza ritual y en homenaje al Sol. El estudio que hace de estos petroglifos es muy profundo e interesante.
Pero en este libro aparecen otros “santuarios” de esta temática. Así la “Peña Escrita” de Canales de Molina, con sus figuras antropomorfas sobre la roca, enormes de tamaño, como pidiendo a los “seres astrales” que las visitan desde el alto que vengan a ellos, que vuelvan a darles luz y saberes. Aparecen allí semblantes humanos, carátulas idólicas, letroides, huellas de pies y manos… un espacio mágico, sin duda. Como lo es el cercano abrigo de Rillo de Gallo, donde varias rocas se muestran plenamente ocupadas de estos símbolos. El autor analiza, a propósito de estos lugares, la formas religiosas primitivas de nuestros ancestros celtíberos, pues es en su territorio que todas estas muestras (y más que seguramente quedan aún por descubrir) aparecen ante los ojos sorprendidos de los viajeros que hasta allí leguen.
Otro lugar complejo, hermoso, y cargado de historia y sus huellas es la “Cueva del Moro” de Pastrana, donde además del propio conjunto cavernícola, hay muchos petroglifos con letras, con cruces, y hasta con rostros humanos… aunque quizás el que más profundamente a mí me ha sorprendido es el “campo astronómico” de Membrillera, en unas rocas próximas a la “Caseta de los Moros” de ese término, en la orilla izquierda del río Bornova. En ese lugar, y con muchas “cazoletas” talladas sobre las rocas, con amplias vistas sobre el valle, con horizontes que en las noches aún se dilatan, están tallados complejos signos que aluden a la posición de los astros y las estrellas…
Otros lugares son catalogados por Ponce y analizados a la luz de su valor semiótico ritual, hasta completar la quincena de yacimientos. Así los petroglifos de Romanillos y Casillas dan su imagen analizada, además de otros puntos aislados en Albalate de Zorita, la Fuensaviñán, Tordelrábano y algunos otros.
No creo que haya duda en afirmar que en esta ocasión, las investigaciones y el empeño viajero y descubridor de Óscar Ponce Jimeno, han abierto y aclarado un poco más la imagen de Guadalajara y su tierra, dándola nueva dimensión. Porque no sólo la batalla del Guadalajara de marzo de 1937 o el asalto a Atienza del Condestable Luna en 1446 son la historia. También participan de ella los personajes que hace tres, cuatro, cinco milenios… quisieron dar fe de sí mismos, y avanzar en el conocimiento de su postura frente al mundo.
El libro que nos llega
Esta es la ficha del libro que nos llega: Ponce Jimeno, Óscar: “Petroglifos en Guadalajara”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2020. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 114. 126 páginas, muchas ilustraciones. ISBN 978-84-18131-22-6. PVP.: 12 €.
El libro de Ponce es muy buen trabajo de análisis y reflexión en torno a la religión primitiva y a la evolución de las creencias. Pero su valor fundamental es lo que supone de “catálogo” de yacimientos / lugares donde podemos contemplar esos grupos petroglifos. En ese sentido, cuatro fundamentales hay en la provincia que aquí son analizados en detalle, con muchas fotografías, dibujos y planos para acceder: Miedes de Atienza, Canales de Molina, Rillo de Gallo y Membrillera. Lugares sin duda poblados y utilizados como centros sociales y religiosos en el Neolítico y Edades del Bronce y del Hierro. Imágenes impactantes de símbolos solares, humanos y de observaciones astronómicas.
El autor, Óscar Ponce Jimeno, (Madrid, 1988) es un gran aficionado a la historia y a la investigación arqueológica. Oriundo de Miedes de Atienza, vive en Guadalajara desde su primera infancia. Es socio de Amigos del Museo de Guadalajara, y ha desarrollado su trabajo en dos ámbitos complementarios: de una parte el trabajo bibliográfico y fundamentalmente el trabajo de campo.