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mayo, 2020:

Miedes en el confín

En estos días en que empezamos a hacer planes para salir por la provincia, a ver paisajes, pueblos y edificios singulares, Miedes capta nuestra atención. Está lejos, “en el confín”, junto a Soria, pero cargada de historia, de patrimonio,… y de cuevas que son de admirar.

Las cuevas de Miedes

Muchas son las cosas de interés que atesora Miedes, pero a mí quizás lo que más me interesa es el conjunto de cuevas eremíticas que se distribuyen por todo el término. Por eso empiezo hablando de ellas.

Javier Ortega acaba de ver publicado un libro de su autoría, titulado “Miedes, un señorío olvidado”, en el que ahonda sobre la historia y el patrimonio de Miedes, mencionando diversos enclaves del término en los que aparecen elementos muy grandes, muy bien tallados y conservados, de cuevas eremíticas.

Así, creo que debe resaltarse la que aparece tallada bajo la roca que sostiene la ermita de Santa María del Puente. Está en un altozano, sobre el pequeño valle del río Pajares, en cuyas orillas se abren otras cuevas, como las de El Espinarejo, tres más en Los Villarejos, y otra en Corral García. Similares entre sí, talladas sobre la roca arenisca de los bordes del valle, tienen amplios interiores con bancos, alacenas y capillas. En las rocas, se aprecian inicios de más tallas, que no llegaron a completarse, y un detalle muy revelador, el de los mechinales que aparecen perforados sobre las entradas y más allá, denotando el uso que tuvieron de parapetos, o cabañas construidas a la entrada de la cueva, que vendría a ser como capilla, o residencia de ermitaño.

Lo que se evidencia, leyendo este libro de Ortega, y aprendiendo de él, es la enorme base patrimonial, en punto a cuevas y eremitorios de origen visigodo, que existe todavía hoy en este término municipal de Miedes. Ortega Alcaide los refiere con detalle en su reciente libro “Miedes, un señorío olvidado”. 

Nos cuenta además, por descripción, y por análisis documental, que en el actual término de Miedes hubo además otros tres pueblos, hoy ya abandonados completamente, que fueron “Santa María de la Puente”, “Torrubia” y “Las Casillas”.

Además, por el término se encuentran numerosos enclaves primitivos, quizás castros celtibéricos, poblados visigodos, aldeas medievales…. El “Castro de Perniles” que fue en su origen habitáculo celtibérico, debió tener una vida muy prolongada en los siglos iniciales de nuestra Era, porque aún en época visigoda tenía ocupación. En él se ven tallados en la roca numerosos intentos de perforación, pero también mechinales, y silos. En Santa María del Puente, que se puede localizar muy bien pues está en pie todavía una gran ermita visible en la distancia, debió haber un amplio poblado en torno a la roca, donde estaría la capilla, o la residencia del mandatario religioso. El ambiente de ese entorno es realmente mágico, como sonoro.

La Cueva de Corral García es otro lugar a tener en cuenta: enorme, bien tallada, con diversas estancias comunicadas por pasadizos. En la más grande, hay un banco corrido, y muchos detalles incluso grabados de cruces y signos sobre los muros. Javier Alcaide parece decantarse por su origen celtibérico, arévaco, como hasta hace poco se fechaban todos estos lugares, pero los estudios de Daza y otros apuntan a que realmente su origen es visigótico. En todo caso… más de 1.500 años tiene estas cuevas, estos restos habitacionales y estos recuerdos patrimoniales de unos pueblos que hoy siguen (aunque a tranca y barrancas) vivos y latientes.

Historia y Patrimonio

Por otra parte, cabe rememorar los puntos esenciales de la historia de Miedes. El libro de Ortega nos los refiere, punto por punto, desde la reconquista del término, en 1085, hasta el 1840, cuando Pascual Madoz elabora su “Diccionario” desamortizador, y en el que se refiere cómo, a la constitución de la provincia de Guadalajara, Miedes quedó como cabeza de partido judicial, cediendo pronto esa categoría a Atienza.

De Miedes cabe decir que ya existía, con certeza, en los momentos de la repoblación castellana, sobre una base anterior musulmana y mozárabe.  A finales del siglo XI, el «Cantar del Mío Cid» la nombra y dice cómo Rodrigo Díaz de Vivar pasó a Castilla la baja por el angosto camino que guarda Miedes. Tras la reconquista de la zona por Alfonso VI, este pueblo quedó incluido en la jurisdicción de Común de Atienza, pasando en el siglo XIV al señorío del magnate castellano Iñigo López de Orozco, de quien heredó en 1375 su hija María López. Un siglo adelante aparece como señor de Miedes don Iñigo López de La Cerda y Mendoza, hermano del primer duque de Medinaceli, que­dando ya en el señorío de esta importante casa.

Estando en posesión de doña Ana de la Cerda, casó esta señora con don Diego Hurtado de Mendoza, a quien los Reyes Católicos dieron, entre otros, los títulos de príncipe de Mélito, duque de Francavilla, marqués de Argecilla y conde de Miedes. En este condado de Miedes, se incluyeron desde un principio la propia villa de Miedes, y los lugares de Ujados, Hijes, Somolinos, Torrubia, Albendiego, Campisábalos y ambos Condemios. Todos esos títulos y lugares pasaron a la hija de estos señores, doña Ana de Mendoza y de La Cerda, que al casar con Ruy Gómez de Silva, duque de Pastrana, tomó el título, con el que es más conocida, de princesa de Eboli, y por herencias y sucesiones llegó a pertenecer a los estados del Infantado.

Así bajo el señorío de los Mendoza y Arteaga, siguió Miedes y su entorno hasta el siglo XIX, en que por su población e importancia fue catalo­gada como cabeza de partido judicial cuando se constituyó la Diputación Provincial. 
De tantos personajes, señoríos, prerrogativas, impuestos, hidalgos adjuntos, clérigos prominentes, oscuridades de la Inquisición y alegrías ganaderas, se nos va dando cuenta en este libro de Javier Ortega, que navega por las movidas aguas de la historia con tacto y elegancia.

Testimonios Prehistóricos

Otro de los temas que sobre Miedes aborda Ortega Alcaide es el del origen de su nombre, y los pirmeros pobladores de aquel territorio. La palabra MIEDES viene del proto-indoeuropeo, MED, que viene a ser parte central, parte media… con diversos añadidos del latín, daría este Miedes actual, que supondría significar “un lugar central, un lugar de paso, de en medio”.

En cuanto a sus primeros habitantes, y aunque no se han hecho excavaciones metóficos en el término, sí que han aparecido muchos restos, tanto de elementos muebles, como de espacios habitacionales, en diversos modos situados. Así, castros, pequeños poblados, cuevas… y en sus derredor, piezas cerámicas y metálicas, que dan testimonio de una población abundante, guerrera, y firme. Una parte del gran pueblo celtíbero, el sustrato originario de la Península Ibérica, sería el pueblo de los arévacos, que tuvieron por centro a la ciudad de Numancia. 

Su desarrollo, ganadero y agrícola, floreció en la Edad del Hierro, con territorios controlados desde pequeños castros independientes, defendidos por el valor, las armas y la técnica de los jóvenes guerreros. Solo ante Roma, el Imperio latino que sojuzgó (y luego dotó de caracteres culturales propios) a prácticamente el conjunto de las actuales tierras de Europa. De los arévacos de Miedes queda una preciosa fíbula de cinturón que luciría alguno de los capitanes celtíberos de la zona. Hoy se admira en el Museo de San Gil, en Atienza.

El libro de Ortega Alcaide

Aunque este pueblo serrano tenía ya elaborados y publicados algunos apuntes de su historia, llega ahora el arquitecto Javier Ortega aportando un gran libro sobre la historia y el patrimonio de esta localidad, Miedes de Atienza, en el confín con Soria. Se trata de un lugar fronterizo, al pie de una sierra por la que cabalgó, en su día, el Cid Campeador, en cuyo poema se menciona expresamente este lugar como de paso.

La referencia del libro es: Javier Ortega Alcaide, “Miedes, un señorío olvidado”, Aache Ediciones. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 112. Impreso en 2020, con 202 páginas.

El autor analiza con meticuloso pormenor el conjunto de cavidades primitivas que existen en el término, con especial atención a la cueva que hay en la roca sobre la que se sustenta la ermita de Nuestra Señora del Puente, que viene a ser lugar de habitación y culto durante el periodo visigodo. Muchas otras cuevas, y hallazgos arqueológicos dan prueba de la importancia que este lugar tuvo en siglos primitivos. Además se extiende en el análisis de los restos romanos, visigodos y árabes, para pasar luego a la enumeración de señoríos, personajes, hazañas y edificios que restan de un pasado denso y glorioso. Será especialmente bien recibido por los amantes de esta tierra silenciosa y expresiva, la Sierra de Guadalajara.

Las pinturas renacentistas del palacio del Infantado

Tras años de gloria, siglos de abandono, un bombardeo, y décadas de olvido, en los años 60 del siglo XX renació al interés general el palacio del Infantado de Guadalajara. Un lugar “con muchas lecturas”, un edificio que habla idiomas, que cuenta historias y que maravilla con sus mensajes.

atalanta e Hipomenes en el palacio del Infantado de Guadalajara
Atalanta e Hipómenes en el Palacio del Infantado de Guadalajara, por Romulo Cincinato

Al acabar su reconstrucción, y comenzar a usarse como lugar de público acceso, dí yo en buscar el significado de aquellos complejos mundos pintados, que todavía en 1976 estaban sujetos por puntales para evitar su derrumbe, y con enormes manchas de yeso blanco que tapaban lo que habían sido agujeros dejados por las bombas.

Tuve la suerte de encontrar, entre los miles de legajos de la Sección Osuna del Archivo Histórico Nacional, los documentos que explicaban quien, cuando y como se hicieron esas salas de la planta baja del palacio, que quería el quinto duque utilizar como lugar público para su gobierno (hacienda, juzgados, registros…) y su representación de poder y fama. Unos pocos datos bastaron para abrir la secuencia de los hallazgos. Que publiqué, a principios de 1981, en la Revista Wad-Al-Hayara con la que Diputación abría un portón a la investigación sobre nuestra provincia. Y años después, en 2013, gracias a la editorial AACHE, un libro con el título Arte y Humanismo en Guadalajara que reflejaba la situación histórica de la segunda mitad del siglo XVI, y el mensaje que con las pinturas encargadas a Cincinato y su equipo quiso el quinto duque del Infantado transmitir al mundo que le miraba.

Después han sido otros los que han publicado o han ido reflejando en escritos y libros todos estos hallazgos y conclusiones. Pero aquí está, finalmente analizada, la historia y significado de las pinturas manieristas de las salas bajas del palacio del Infantado, un bloque denso y perfectamente homogéneo que define la simbiosis de Arte y Humanismo en la que vivió Guadalajara durante el último cuarto del siglo XVI.

Una historia intrigante

Cuando se accede al palacio del Infantado, de Guadalajara, tras haber admirado su gran fachada de estilo gótico isabelino, y después de admirar y disfrutar con las formas y espacios de su patio de los leones, el viajero debe entrar en las salas decoradas con pinturas en sus techos, realizadas a finales del siglo XVI, por la mano del pintor florentino Rómulo Cincinato, y por encargo del entonces quinto duque don Iñigo López de Mendoza, que se convirtieron enseguida en uno de los elementos de expresión del humanismo renacentista que animaba aquella corte mendocina que llegó a ser calificada como “la Atenas alcarreña”.

Durante siglos estas pinturas estuvieron olvidadas, en absoluto apreciadas, y finalmente destruidas por las bombas en la Guerra Civil en diciembre de 1936. Los ahora ya restaurados frescos manieristas nos presentan una singular mezcolanza de escenas, figuras, seres mitológicos y personajes de la historia alcarreña y española, que cuando se comprenden en su conjunto nos dejan boquiabiertos. 

La esencia de este lugar son las llamadas salas de Cronos, de las Batallas y de Atalanta, más las saletas de los Héroes y de los Dioses, que suman en total más de 130 metros cuadrados. El visitante, debe acudir con la idea de hacer el examen del lugar de acuerdo a la norma interpretativa iconográfico-iconológica diseñada por Erwin Panofsky, procediendo a la interpretación deductiva del significado de cada una de las pinturas, de las salas y del conjunto, y tratando de llegar tras el examen de figuras y actitudes, a una conclusión, que en mi caso ha sido la de encontrar implícita la expresión de un sentido aúreo de La Fama por parte de los Mendoza, que se apoyan en sus fastos familiares y en la historia de su linaje para demostrar su valor, su virtud y el intento, según ellos conseguido, de vencer al peor enemigo del hombre, el Tiempo.

El humanismo mendocino

El impulso que, con el primer marqués de Santillana, don Iñigo López de Mendoza, reciben las le­tras y el cultivo de la poesía en Guadalajara, es también muy rele­vante. A este personaje podemos adscribir los primeros destellos del Renacimiento literario en España. El pone en sus palacios de Guadalajara una gran biblioteca, en la que añade obras raras de autores griegos y la­tinos, que hace copiar en ediciones propias especialmente miniadas con sus escudos. Estudioso de la anti­güedad clásica, toda su vida se col­ma de actitudes que tratan de imi­tar a los antiguos. Le siguen luego una pléyade de figuras, algunos formando parte de su propia corte alcarreña. Pero fue muy especialmente en la segunda mitad del siglo XVI, en la época en que don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, tuvo el título máximo ostentado por los Mendoza, cuando Guadalajara ve crecer el número y calidad de su Academia. En el palacio viven y traban un buen número de intelectuales, que han pasado por méritos propios a la historia de la literatura española. Así Luís Gálvez de Montalvo, poeta y novelista, autor de la famosa obra «El pastor de Filida», en que con técnica de clave literaria retrata a la corte mendocina y sus persona­jes en esa época; don Francisco de Medina y de Mendoza, autor de unos «Anales de la ciudad de Guadalajara», que, hoy perdidos se con­sideran la primera fuente histórica de la que vivieron posteriores estu­diosos; Luís de Lucena, médico y arquitecto, recopilador de antigüe­dades romanas, pensador y escritor; Alvar Gómez de Castro, magnífico estilista latino, biógrafo príncipe del cardenal Cisneros, poeta también; el mismo duque don Iñigo, contagiado en ese ambiente de erudición y hu­manismo, se dio a escribir e inves­tigar, componiendo una obra titula­da «Memorial de cosas notables» que fue impresa en el propio palacio del Infantado por los alcalaínos Ro­bles y Cormellas.

Ese ambiente culto, de protección y fomento del estudio y la ciencia, de práctica continua de la poesía y la literatura, cuajará incluso en una de las facetas que hoy se muestran más curiosas al visitante de Guada­lajara: los techos pintados del pala­cio del Infantado. A partir de 1570, el quinto duque don Iñigo López de Mendoza, a imitación del rey Feli­pe II, quiere transformar su caserón arriacense en alcázar manierista. Una serie de reformas arquitectóni­cas, dirigidas por Acacio de Orejón, se complementarán con la decora­ción pictórica de varios salones de la planta baja, tarea encomendada poco después, hacia 1580, al artista florentino Rómulo Cincinato.

En estas salas, se exponen muy variados temas de mitología e historia mendocina. Así, sus títulos son sala de Cronos, sala de las Batallas o de don Zuria, sala de Atalanta, es­calera del Olimpo, sala del Día y sala de Escipión el Africano. La se­cuencia de imágenes dentro de cada sala, y el engranaje iconológico y simbólico de todas entre sí, vienen a resaltar un mensaje humanista que los cortesanos del duque quieren manifestar como afirmación de la gloria antigua, la nobleza y el poder de la familia.

Rómulo Cincinato aplica en su pintura los m o dos manieristas aprendidos de Vasari y los florenti­nos del siglo XVI. En el salón de Batallas del palacio del Infantado, pinta en numerosos paneles del te­cho, al modo del gran salón del Cin­quecento de la Señoría de Florencia, los fastos mendocinos, desde su afirmación como familia poderosa en la batalla de Arrigorriaga, a las diver­sas acciones guerreras desplegadas en la reconquista de Granada. Todo ello adobado con imágenes del Ho­nor, la Gloria, la Fama, la Victoria militar y otras. Es en estas pinturas del palacio del Infantado donde se afirma y culmina el humanismo mendocino, que viene a poner en la clave de unas pinturas murales toda una teoría del poder y la fama, con­siderando como templo de ella al palacio, y como representación y justificación de su gloria, todas las imágenes e historias desplegadas. Con posterioridad al quinto duque, y ya desde comienzos del siglo XVII, los Mendoza trasladan su residencia y actividades hacia la Corte. El cen­tralismo de la Monarquía de los Austrias, contra el que ellos se re­sistieron durante toda la XVIª cen­turia, por fin les absorbe. Acabarán siendo cortesanos ellos mismos, y su gloria y resplandor se apagará len­tamente. Las pinturas del palacio del Infantado de Guadalajara, en de­finitiva, quedan como el último y más llamativo destello de un modo de vida peculiar: el de los Mendoza alcarreños.

La visita de las Salas

Para visitar las salas pintadas del palacio del Infantado hay que llevar cierto orden, aunque la conclusión no se adquiera hasta finalizar la visita y enterarse incluso de lo que falta. El orden sería, pues por ella se entra al conjunto, la sala de El Tiempo, con un viejo Cronos cabalgando un carro tirado de ciervos, y en cuyo derredor se ven los doce signos del Zodiaco, más escudos y diosecillos, incluyendo una representación de la Eternidad en la bovedilla de la ventana que da luz a la sala.

Se pasa luego a la Sala de las Batallas, a la que en algunos libros se denomina también como “Sala de Don Zuria”. Es esta la más amplia y espectacular, y en su techo central vemos tres grandes cuadros, estando el central ocupado por un abigarrada reyerta que no es otra que la batalla de Arrigorriaga, en la que el primero del linaje, don Zuria “el Blanco” vence a las tropas leonesas y se proclama señor de Vizcaya, viendo luego en los tondos y pinturas de contorno circular que adornan el espacio multitud de escenas de batallas en las que los Mendoza siempre victoriosos conquistan Al Andalus y van añadiendo virtudes como el honor, la fama, la virtud y la eternidad. A cualquiera que observe estas batallas y escenas le sorprenderá el hecho de que los personajes vayan vestidos de romanos, pero no debe engañarse, no lo son: es la forma en que el ímpetu renacentista quiere retratar a los Mendoza como si fueran personajes de la Antigüedad clásica.

Se pasa luego a ver las dos pequeñas saletas anejas dedicadas a los héroes romanos, con escenas de la historia tomadas de los libros de Valerio Máximo y de los dioses del Olimpo, sacadas de la obra de Bocaccio sobre ellos. En estas pequeñas saletas son multitud los personajes, de la historia, de la leyenda, de la mitología, que se nos muestran, mezcladas las virtudes cristianas con los dioses del Olimpo, en un festival de ideas y colores que nos abren la página primera de un libro que sería –y así ha sido titulado– “Arte y Humanismo” en esta ciudad de Guadalajara en la que de vez en cuando han pasado cosas.Se visita a continuación la más hermosa y perfecta de todas las salas, la dedicada a la fábula de Atalanta e Hipómenes que narra Ovidio en el libro VIII de las Metamorfosis, según descubrí en los planos originales conservados en la sección Osuna del Archivo Histórico Nacional, y en cuyas escenas se muestran los dioses y sus anécdotas, con un claro sentido simbólico de lucha contra el Tiempo, que aparecía en la sala siguiente, dedicada a la victoria del Día sobre las otras fuerzas, (la Noche, la Aurora, la Luna, el Cielo y Mercurio con su caduceo como mensajero de todas ellas) como un elemento persistente en el concepto de supervivencia y perseverancia en la Fama.

Gentes que parecen de hoy mismo

gentes de otras épocas

Gentes que vivieron en esta tierra, hace muchos años, y que dejaron su huella, viva y palpitante, entre sus vecinos, entre la gente que sabía de ellos, que les admiraba, que les habían visto crecer…. Al estilo de las antiguas “notas de sociedad” se me ha ocurrido rememorar a estos vecinos destacados.

En otras páginas de este mismo semanario, y en muchos rincones de los periódicos de nuestros días, vie­nen de vez en cuando señalados los «Nombres de la semana», en los que aparecen -ellos y ellas- marcados por su quehacer o su aspecto noticiable. En esta recopi­lación de gentes que de un modo u otro protagonizan la actualidad, hay siempre lagunas, pues el momento concreto del avanzar imparable de la historia lo hacen a un tiempo mi­les de personas. Cuando surge un nombre destacado es porque hay de­trás otros que le ayudan o favore­cen en su quehacer o triunfar.

Quisiera ahora traer algunos nom­bres de «otras semanas», de otras edades pasadas, que bien pudieran haber llenado esas pequeñas parce­las de un periódico que supone el rincón de los «destacados». Gentes que, por uno u otro motivo, dieron renombre a la tierra donde habían nacido y que, con medios más o menos escasos, habían llegado a es­calar lugares de relieve en la socie­dad de sus días. Como si fueran re­tazos mínimos de periódicos de otras épocas (épocas en las que to­davía no existían periódicos, al menos en Guadalajara), van aquí algu­nos destellos de esas «Nombres de la semana» que lo fueron en otras, en muy pretéritas ocasiones.

Luis de LUCENA

Este conocido doctor, que tanto ha entregado de sí y de su sabiduría a la ciudad de Guadalajara, en la que ha nacido, y que por circunstancias de todos conocidas tuvo que salir hace años de entre nosotros para quedar residiendo en Italia, ha vuelto a estar en la ciudad del Henares con motivo de la inauguración de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, que, con su patrocinio, se termina de construir junto a la iglesia parroquial de San Miguel.

Doctor en Medicina, matemático escritor, filósofo y arqueólogo, Luis de Lucena es, hoy por hoy, el máxi­mo representante de las nuevas ideas renacentistas en Guadalajara. Su avanzado pensamiento le ha ganado la animadversión de ciertas perso­nas, y ello hizo en años anteriores que tuviera que salir de entre nos­otros. Pero su valía y honradez han quedado bien patentes al ser recibi­do en la Corte Vaticana y puesto al servicio directo de la salud de los sumos pontífices.

El edificio que ahora se ha inau­gurado, construido todo él de ladri­llo con caprichosas formas exterio­res al estilo morisco, es idea suya. En su interior piensa colocar una biblioteca y los techos de la capilla han de ser decorados al modo itá­lico, según un proyecto que el mis­mo Lucena ha ideado. Esperamos que por mucho tiempo aún continúe entre nosotros, aunque las últimas noticias indican que don Luís habrá de volver a Italia, y aun con prisas. (1540).

Juan FRANCISCO

Este joven artista nacido en Al­calá de Henares, donde actualmente reside y regenta un afamado taller de orfebrería, ha estado en los últimos días en la alcarreña localidad de Mondéjar, donde ha hecho en­trega al señor marqués de dicho tí­tulo y a la iglesia parroquial de aque­lla villa de su última y quizás más lograda obra de arte: una impresionante cruz labrada en plata para uso litúrgico de la parroquia. En dicha cruz, el platero Francisco ha desple­gado su virtuosismo técnico y su imaginación desbordada, cuajada de cartelas y bichas increíbles. Ha sido muy alabada en todo el pueblo esta obra, que todos han admirado. Sa­bemos que actualmente prepara otra similar obra para la parroquia del Casar de Talamanca. Es un artista cercano a nosotros, que en las tie­rras de Guadalajara está dejando lo mejor de su arte (1550).

Francisco de ERASO

Nuestro respetado y querido pai­sano, don Francisco de Eraso, que regenta los amplios territorios de la vega del río Henares, desde Huma­nes hasta la misma capital de Gua­dalajara, ha culminado su carrera política en este momento en que sube al trono español S. M. Feli­pe II, quien ha nombrado a Eraso su secretario del Real Consejo y en­cargado de los asuntos de Hacienda del Estado.

Damos esta felicitación a tan re­levante personalidad, esperando de él que siga dedicando de sus cauda­les una parte a la construcción de obras públicas y artísticas. La hace­mos extensiva a su esposa, doña Ma­riana de Peralta. En estos días des­cansan ambos en su finca de El Ca­ñal, junto al Henares, donde con­tinúan realizándose obras que au­mentarán notablemente la importan­cia de este lugar campiñero. (1557).

Jerónimo de la FUENTE PIÉROLA

El conocido farmacéutico, autor de numerosos libros sobre las preparaciones más actualizadas de los medicamentos curativos para el gé­nero humano, y paisano nuestro, pues en Mandayona nació en los úl­timos años del pasado siglo, ha ob­tenido en la Corte madrileña un se­ñalado éxito al estrenar, con motivo de las fiestas patronales de San Isidro, dos de sus comedias más re­cientes. Se han titulado «Adán o la creación del mundo» y «Engañar con la verdad».

Diversos corrales de comedias se han visto llenos a rebosar aplaudien­do el ingenio de este paisano nues­tro. Fuente Piérola, hombre afable e irónico, versificador fácil, había obtenido también algunos premios en los certámenes poéticos que con este mismo motivo se han celebra­do en la villa de Madrid.

De don Jerónimo hemos leído un elogio sumo llegado de las manos del mismo príncipe de los ingenios, Lope de Vega. Este le califica de «tan claro ingenio y tan fecundo».

Vaya nuestra felicitación para este hombre que triunfa. (1652).

Diego DURÓN

Nuestro paisano Durón, el más joven de los hermanos que han dedicado su vida entera a la música, ha vuelto a triunfar en Las Palmas de Gran Canaria, donde ejerce de maestro de la capilla musical cate­dralicia. Y lo ha hecho con el es­treno de una gran obra polifónica compuesta por él e interpretada por la coral que allí dirige. Esta enho­rabuena se hace extensiva a todo el pueblo de Brihuega, donde Diego ha nacido y es apreciado por todos sus vecinos. (1697).

María Diega DESMAISSIÈRES y SEVILLANO

En estos días, el pleno del Ayuntamiento de nuestra ciudad de Guadalajara ha acordado extender el nombramiento de “Hija Adoptiva de la Ciudad” a nuestra ilustre vecina doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, quien a pesar de su juventud, está manifestando el gran interés que tiene por engrandecer nuestra ciudad y, sobre todo, por apoyar de mil maneras a las clases trabajadoras y más humildes de la ciudad. Desde hace unos años, cuando se lo encargó personalmente al mejor arquitecto que hoy firma en España, don Ricardo Velázquez Bosco, supervisa personalmente la construcción de un complejo de edificios destinado a servir de Escuela-Modelo y Asilo de Ancianos, así como un adyacente panteón familiar, en la parte sur de Guadalajara, en el camino que desde San Roque conduce a las arboledas y manantiales del Sotillo (1888).

Isabel MUÑOZ CARAVACA

Días pasados ha fallecido en nuestra ciudad, de resultas de una enfermedad larga y fastidiosa, la conocida escritora doña Isabel Muñoz Caravaca, quien a pesar de haber nacido en Madrid, siempre laboró en la villa de Atienza, donde destacó por su dedicación a la enseñanza, atreviéndose a implantar soluciones didácticas y sociales muy adelantadas a nuestro tiempo.

Lamentamos muy de veras su pérdida, porque de su capacidad intelectual, de su valentía en la generación de ideas, y de su constante actitud de servicio a la sociedad, habíamos esperado grandes resultados (1915).

Regino PRADILLO LOZANO

A nuestro paisano Regino Pradillo, a quienes muchos recordamos todavía como nuestro profesor de dibujo en el Instituto, acaban de concederle el galardón más importante de la pintura paisajística de Francia, que es ni más ni menos que el “Grand Prix de Peinture” de Deauville. Residente en París desde hace dos años, nuestro paisano es, además, académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de España, y desde su puesto de director de Liceo Español en la capital francesa, está laborando, de forma muy activa, por difundir una imagen de España realista y cultural en nuestro vecino país, todavía con ideas un tanto chauvinistas en cuanto al reconocimiento de los valores hispánicos. Gracias, señor Pradillo, por ser tan excelente embajador de España, y de la Alcarria, junto al Sena (1970).

La Masonería en Guadalajara

la masoneria en Guadalajara
la masoneria en Guadalajara

Si no hubiera ocurrido la pesadilla en la que aún estamos todos metidos, hoy estaría abierta en la Concordia la Feria del Libro de Primavera de Guadalajara 2020, la gran fiesta del libro, en la que –entre otras muchas actividades– estaba programada la presentación de un libro interesantísimo sobre la historia de Guadalajara. El que Julio Martínez García ha dedicado a la Masonería en nuestra provincia.

Uno de los temas que desde hace más de dos siglos se arrastra por los libros de historia, por las tertulias, conversaciones en voz baja, y elucubraciones de muchos, es la Masonería, que sería difícil de explicar aunque todos sabemos de qué se trata. Nacida al calor de las ideas de igualdad y libertad social que en Francia estallan con la Revolución, por todo el mundo a partir de la Galia se instauran sociedades (siempre llamadas secretas) de gentes que, con muy buena voluntad, pretendían implantar ideas y actitudes de bondad, solidaridad, trabajo, honestidad y todo ello en un espíritu de colaboración entre los miembros del grupo, que, en todo caso, debía ser reducido, con miembros selectos, y por lo tanto con cierto secretismo frente al común de la sociedad.

Todo ello lo explica, con mucho más detalle, Julio Martínez García en su interesante libro sobre la masonería, que además dedica la máxima atención a lo que viene a ocurrir en la provincia de Guadalajara en el transcurso de esos dos siglos largos.

En el siglo XIX

Por resumir un poco, conviene decir que en Guadalajara, como en toda España, la masonería conoce un resurgimiento a partir de la Revolución “Gloriosa” de septiembre de 1868. Nacida y crecida por toda Europa (Inglaterra y Francia esencialmente) desde la Ilustración, es desde diversas grandes logias nacionales que se da consistencia a otras locales. Y así en el libro nos recuerda Martínez que el Gran Oriente de España dio espaldarazo a la Logia Caracense nº 224, de Guadalajara capital, y a la Amor Fraternal nº 56 de Alcocer. Que el Gran Oriente Nacional de España avaló la creación de la Unión Universal nº 266 en Cifuentes, la “Idea 66” en Atienza, y “El Deber 33” más “La Joaquina 53” en la capital.

Y todavía el Gran Oriente Español soportó la creación en Torija de la “Caracense 197” y del “Triángulo de Luz de la Sierra nº 2” en Checa.

Es una época en la que aparecen, junto a la masonería, otras sociabilidades mejor soportadas por los españoles, como hermandades (de antigua tradición religiosa cristiana), sociedades filantrópicas, Sociedades de Socorros Mutuos, asociaciones musicales, bandas, y, por supuesto, partidos políticos de masas. En este sentido, el Partido Republicano de la Sierra, fundado por el farmacéutico Federico Bru y Mendilluces, en Checa, tuvo fuerte voz a través de su órgano de expresión, “La Voz de la Alcarria”.

Pero también los carlistas, muy activos a través de “Juventud Católica”, con Enrique Aguilera Gamboa, marqués de Cerralbo, y con Juan Catalina García López, primer cronista provincial, como líderes, tuvieron gran participación en la vida social. 

En nuestra provincia tuvo cierto relieve, incluso, don Enrique Pastor y Bedoya, (siempre escribiendo bajo el alias de Alverico Perón) como activo propagador del “pensamiento espiritista”, que era doctrina religiosa fundada en Francia por Allan Kardec)

En el siglo XX

La restauración borbónica frena un tanto en España el desarrollo de la masonería, aunque algunos de los relevantes políticos de la época, como el liberal Sagasta, pertenece a la Fraternidad. La dictadura del general Primo de Rivera les da problemas, y la llegada de la Segunda República aporta, según dicen ellos, una gran “esperanza” al movimiento masón. Así ocurre que tras las elecciones de 1931, al Parlamento llegan más de 130 diputados que son masones. Tras las elecciones del 36, el PSOE recoge el mayor número de diputados masones.

El reflejo de todo ello en Guadalajara se hace palpable: en la ciudad se crea la logia “Arriaca nº 8” que es impulsada por Miguel Benavides. Dos destacados miembros de ella son los profesores del Instituto Miguel Bargalló y Marcelino Martín, junto a Ricardo Calvo Alba. Entre los diputados, y procedente de la logia “Luis Simarro nº 3” de Madrid, llega a Guadalajara Eduardo Ortega y Gasset, hermano mayor del conocido filósofo. No es muy seguro -nos dice Julio Martínez- que José Serrano Batanero fuera masón, aunque fue acusado de serlo, cuando fue procesado por el franquismo.
Este grupo alcarreño quedó acogido al Rito Escocés, y dependió del Gran Oriente Español. Otros destacados masones del momento fueron el pedagogo local Tomás de la Rica, Andrés Núñez del Río, Eduardo Bonis Domínguez, y varios otros, a los que estudia y clasifica el periodista Julio Martínez en su excelente trabajo.

En el que, ya acabando, hace de nuevo un análisis histórico de aquella “Escuela Laica de Guadalajara”, de la que hoy solo queda un cochambroso solar en la calle Ingeniero Mariño, 42, y de la escritora Carmen de Burgos, la inolvidable “Colombine” que en ella tuvo tanta actividad.

El libro

Esta visión de “La Masonería en Guadalajara” viene a ofrecernos, en apenas 120 páginas, un vistazo general del fenómeno masón, desde su creación a nuestros días; un concentrado recorrido por la historia de la masonería en España, destacando los lugares y los personajes que impulsaron esta idea; y finalmente un minucioso, y bien compuesto análisis evolutivo de la presencia de los masones en Guadalajara, contando sus logias, sus centros de reunión, sus personajes, con retratos, imágenes de lugares y una adecuada bibliografía.

El autor del libro

Julio Martínez García (Guadalajara, 1985) es licenciado en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y graduado en Historia por la de Salamanca, donde también ha realizado el máster en Estudios Latinoamericanos, teniendo las maestrías sobre «Historia de la Masonería en España» y “Periodismo Transmedia” en la UNED. Ha intervenido como periodista en varios medios locales y regionales de Guadalajara, Castilla-La Mancha y Zaragoza. Ha trabajado en la Agencia EFE, en Wall Street International y en empresas periodísticas mexicanas. Ha sido ponente en varios congresos académicos celebrados en Puebla (México), París, Lisboa, Madrid, Gijón, Gibraltar y Guadalajara (España), centrados en comunicación, periodismo e historia de la masonería. Está considerado hoy en día como uno de los más activos estudiosos de este tema, la masonería, y las sociedades secretas.

He podido charlar (por medios telemáticos, por supuesto) estos días con el autor del libro. Y al preguntarle sobre la influencia social que la masonería tuvo en la Guadalajara de los pasados siglos, nos dice que “La presencia masónica institucionalizada en Guadalajara, a través de la fundación de «logias» o «triángulos», fue un poco tardía en relación a otros territorios de España. Que llegó durante el último tercio del siglo XIX, a partir de la Revolución de 1868, según confirman diferentes fuentes, y que muchos de sus integrantes pertenecían a las clases medias de la sociedad, siendo –varios de ellos– profesionales liberales. Además, los masones eran personas con un relevante nivel cultural y participaban en diferentes iniciativas literarias, musicales o de otro tipo. Así saca la conclusión de que en estas logias masónicas solía involucrarse un sector de las élites liberales arriacenses, siendo –además– un lugar de encuentro entre personas con un cierto «renombre» dentro de la ciudad y de la provincia de la época.

Y al inquirirle luego acerca de los valores que posiblemente podría aportar la Masonería a día de hoy en nuestra sociedad, nos confiesa que Si entendemos el Ideal Masónico como una forma de progreso de la Humanidad –así lo defienden los propios iniciados–, sin duda sí existe una aportación positiva a la sociedad actual. Sobre todo en conceptos como la igualdad, la democracia o el progreso social basado en el conocimiento y la educación. Pero siempre teniendo en cuenta que se debe insertar a esta organización en su época de nacimiento. Siendo una creación del siglo XVIII, hay que entenderla en el contexto de su época.

Julio Martínez García nos confirma que espera poder presentar este libro en meses próximos, bien en el desarrollo de la ya confirmada “Feria del Libro de Guadalajara” 2020, que será en la Concordia, la primera semana de septiembre, o quizás en el conjunto de actividades de la Asociación de Amigos de la Biblioteca, en el próximo otoño.