Reflexiones

martes, 31 marzo 2020 0 Por Herrera Casado

Estamos en plena cuarentena, impuesta por el Estado, para evitar que aumenten los contagios del coronavirus, un ente a medias entre lo vivo maligno y lo natural peligroso: la Humanidad convivió siempre con elementos vivos (desde osos de las cavernas hasta mosquitos anofeles) que le podían fastidiar su curso vital en un instante, de un manotazo rasgante, de un leve picotazo en el cuello. Hemos aprendido a convivir con esos peligros, a combatirlos, a triunfar de ellos, pero… de un día para otro, y sin que los científicos sepan muy bien de qué manera, el planeta se ve invadido por una proteína microscópica que al entrar en contacto con el ser humano, le daña, y hasta le mata. 

Uno de los primeros problemas que se han destacado de este cursus horroris, ha sido su expansión, fácil y rapidísima: surge en una aldea de la remota China (donde tantas cosas han ocurrido a lo largo de la Humanidad pero que no han tenido influencia en ella) y a los tres meses está el planeta entero infectado, doliente y en peligro de muerte. Eso ha ocurrido gracias a la movilidad de la gente, sobre todo en aviones, que les permiten estar hoy aquí y mañana en los antípodas. Llevando el  virus encima, tosiéndolo, dejándolo pegado en manivelas y chaquetones. A España ha llegado gracias a compatriotas nuestros que estaban en China, y se han venido enseguida, pasando antes por Italia, y dejándolo todo perdido. Si se hubieran estado quietecitos, en sus casas….!!!! Llegó a Madrid (que por algo le llaman el rompeolas de las Españas) y desde allí, desde la capital, nos lo han traido a las pequeñas ciudades, a los pueblos, a las remotas aldeas…. Gracias. Ya pertenecemos todos al globalizado planeta Tierra.

Esta puede ser la reflexión primera. La otra, de más honda envergadura, es cómo vamos a desprendernos de este virus, no ya a nivel médico, para que el que todavía la Ciencia del siglo XXI no conoce la forma de curarlo, sino a nivel mental, a poder pensar que puedo apañarme por mi mismo. No: porque esto ha calado, y ya todos tenemos la selección mental hecha, y la conclusión adquirida, de que somos más bien propensos, somos frágiles, como unos simples seres vivos sobre un plantea despiadado, y caeremos “como chinches”. De nada vale tener un “Ferrari”, ni un “master” en merchandising, ni una “buena posición tanto social como económica”. No: la proteína automutante se te puede posar en la punta de la nariz, y de ahí directamente al último alveolo de tus pulmones, a hincharlos, a reventarlos. Y tú, sin apenas tener tiempo para asimilarlo, a dejar de latir, de pensar, y de tener.

En estos tiempos tan duros con los que hemos sido premiados, y que muchos tratamos (sin conseguirlo) de justificarlos en la Fe, en la confianza de un Sumo Hacedor Benéfico y Amable, y en los Sacramentos administrados por los ministros de la Religión que cada uno profese, solo cabe plantearse, con crudeza y realismo, la esencialiad de uno, la de su latir, su mirar, y su quehacer: aferrarse a la trayectoria de su vida, sin importar si pueda llegar a ser más o menos larga, pero sí a su propia consistencia, al calado de su obra, a la proyección más o menos amplia de su mensaje. Echarle un vistazo a los seres que nos rodean, a los que queremos y nos han querido, y calcular el recuerdo que de nosotros pueda quedar en ellos. Y, sobre todo, la longitud temporal, y el calado en distintos niveles, del hacer y el decir que de nuestra vida emanó: de los libros firmados, de las charlas dadas, de las fotografías hechas, de los pensamientos paridos, de las amistades fraguadas, de las facetas vitales -personales y sociales- puestas al descubierto. Serán muchas o pocas, será alguna o no será nada… lo que más rabia da es que esto se concluya con un simple soplo de aire: el que ha permitido que te entre el virus en el árbol respiratorio. Y que, por muchos esfuerzos que hagann sobre ti tus paisanos, la vida se acabe.