Guadalajara en el Museo del Prado
Hace un par de meses se cumplieron los dos siglos de la fundación del Museo del Prado, que es hoy el lugar más emblemático del arte español, y centro de referencia del arte pictórico universal. Nuestra tierra de Guadalajara ha dejado su huella en los muros de ese Museo: a través de autores, de obras, de anécdotas y de imágenes. Hoy vemos algún detalle sobre ello.
Una de las asociaciones culturales más pujantes, activas, y atentas que hay en Guadalajara es sin duda la Asociación de Amigos de la Biblioteca, que con sus más de 300 socios no para de organizar ciclos de conferencias, viajes literarios, recitales y encuentros, cánticos y talleres. El gran ciclo iniciado el año pasado que continúa en este, es el dedicado al Segundo Centenario del Museo del Prado. En él se han expresado a través de conferencias un buen número de profesores universitarios, entre los que cabe mencionar a José Antonio Ruiz Rojo, Javier Blanco Planelles, Francisco Peña Martín, Pedro J. Pradillo y Esteban, y Eloísa García Verdejo, todos ellos con temas relativos a la historia del Museo, a pintoras, a escultores, a la mitología, etc… Y ahora, concretamente el próximo martes 17 de marzo, me tocará a mí clausurar este ciclo con una charla sobre “Guadalajara en el Museo del Prado”, en la que intentaré relacionar la gran pinacoteca de origen real, con los autores, los temas y los cuadros relativos a Guadalajara. Poniendo en valor, una vez más, el de la carga cultural (histórica y patrimonial) que nuestra provincia tiene, ha tenido siempre, en el contexto de los avatares culturales hispanos.
Cuadros y pintores de Guadalajara en el Prado
Muy variados son los temas que unen a Guadalajara con el Prado. Pintores aquí nacidos, y con destacada obra en la pinacoteca son -entre otros- Juan Bautista Maino (de Pastrana), Alejo Vera (de Viñuelas) Casto Plasencia (de Cañizar) y Pablo Pardo (de Budia). Cuatro grandes artistas españoles de los que hay huella viva y mucha carga de genialidad en las salas del Prado.
Pero también hay una muestra clave del genio pictórico de El Greco, con los restos de su Apostolado de Almadrones, que tan larga e interesante historia suscitó. De otros autores, como Hernando del Rincón, hay expuesta obra que entronca con la leyenda aúrea de San Cosme y San Damián, en un cuadro que he de analizar en detalle.
Y la genialidad de Jorge el Inglés traducida a retablo, el de los Gozos de Santa María, con el retrato del comitente, don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y primer gran retrato del Renacimiento en España.
Más adelante nos encontramos con la maravilla de las Tablas de Sopetrán, que también los Mendoza regalaron al monasterio del Badiel, y otros asuntos que entroncan el arte nacido en los límites provinciales, y que ahora tienen acogida en la pinacoteca madrileña. Y entre ellos, el repartido retablo de San Juan y Santa Catalina, de la catedral de Sigüenza, al que voy a dedicar a continuación un análisis algo más detallado.
El retablo de Sigüenza
Actualmente está expuesto, en la Sala 51 B, dedicada a la pintura gótica castellana, el retablo de San Juan y Santa Catalina que procede de la catedral de Sigüenza. Durante mucho tiempo, concretamente desde 1930 en que el Patronato del Tesoro Artístico lo adquirió a Don Apolinar Sánchez Villalba, estuvo en los almacenes del Museo del Prado, pero hoy se ha destacado en la exposición permanente por ser muy revelador del estilo gótico italianizante producido en la Castilla de la segunda mitad del siglo XV.
Lo que vemos en el Prado es una parte (la mitad, aproximadamente) de este retablo que se fabricó y estuvo entero durante siglos en la capilla de San Juan y Santa Catalina, de la catedral seguntina.
Expuesto actualmente (cosa que no es habitual), el retablo de San Juan y Santa Catalina procede de la capilla del mismo título en la catedral de Sigüenza, ocupada por el enterramiento de Martín Vázquez de Arce, “El Doncel” y toda su familia. El retablo, a juzgar por el estilo de sus pinturas, es obra de mediados del siglo XV, y según el investigador Heriad Dubreuil (1972), fue encargado por don Gastón de la Cerda, cuarto conde de Medinaceli, quien por entonces ostentaba el patronazgo de la capilla absidal de levante en el testero de la catedral seguntina. Esta capilla estuvo dedicada, durante el tiempo que la apadrinaron los Medinaceli, a Santo Tomás de Canterbury, pasando a ser de la advocación de San Juan y Santa Catalina cuando la adquirieron los Vázquez de Arce para su enterramiento, a finales del siglo XV.
El autor del retablo, desconocido durante tiempo, fue calificado como “maestro de Sigüenza” por el investigador Post, y posteriormente Gudiol lo identificó con un “Juan Hispalensis” que sí firma un tríptico de semejante técnica y formas hoy en la pinacoteca del Museo Lázaro Galdiano. En el Museo lo dan por obra de “Juan de Sevilla” (a quien podría identificarse con Juan de Peralta), y ofrece una imagen muy italianizante de las figuras, vestidos y ornamentos. Perfecta obra de la pintura gótica castellana del siglo XV.
En el Prado se expone parte del retablo, y la otra parte continúa en Sigüenza.
Perteneció, desde fecha inconcreta, a la Colección de Wenceslao Retana y Gamboa, y en 1930 el patronato de los Tesoros Artísticos lo adquirió al Sr. Sánchez Villalba con destino al Museo del Prado.
En las tablas del retablo que aparecen en el Museo del Prado, solamente aparecen repetidos los escudos con un león rampante. Pero en las tablas que permanecen en la catedral de Sigüenza, con toda claridad están representados, a través de sus respectivos escudos, los linajes de Vázquez, Arce, Sosa y Cisneros, a los que pertenecen los familiares del Doncel, y más concretamente don Fernando Vázquez de Arce [y Sosa Cisneros], el hermano mayor, obispo nombrado de Canarias, y organizador de la capilla tras la muerte de sus padres y hermano, a comienzos del siglo XVI.
En este fragmentado retablo aparecen las historias/leyendas de dos santos muy queridos en Castilla, consideradas fielmente a través de la “Leyenda Dorada” de Santiago de la Vorágine: San Juan Bautista, y Santa Catalina de Alejandría. Ambos aparecen, en la tabla central del retablo, retratados de cuerpo entero, portando sus símbolos de martirio: San Juan con un libro sobre sus manos, y en él apoyando el Cordero sujetando el pendón de Cristo, y Santa Catalina con un una rueda de cuchillas y la palma del martirio.
Del primero de ellos se ven las escenas de su nacimiento, (en Sigüenza) más las de la cena presidida por Herodías, y la entrega de la cabeza de San Juan a este rey por parte de su sobrina Salomé (Prado). De la segunda, se representan las escenas de la prisión de Santa Catalina (Sigüenza) seguidas de la decapitación de la santa, y de su martirio masacrada por la rueda de cuchillas.
El retablo añade una predela (hoy conservada en Sigüenza) con imágenes de reyes bíblicos, profetas y san Juan Evangelista entre santos, y una tabla con la representación de la Crucifixión de Cristo, que remataría el conjunto.
Los estudiosos que alcanzaron a verlo completo en la capilla catedralicia, lo adscribieron al arte de un pintor original y de gusto internacional. Al cual Post denominó como “Maestro de Sigüenza”, mientras que Gudiol identificó con “Juan Hispalensis”, aunque este sin duda es el mismo que en otras obras firma como Juan de Peralta. Sin duda es un autor sevillano, y por ello se ha considerado hoy nombrarle como “Juan de Sevilla” que es al que el catálogo del Prado adscribe el retablo actualmente.
Del referido autor, de quien queda obra en Sevilla, en el Museo Lázaro Galdeano, y en el Museo del Prado (Madrid) / Catedral de Sigüenza (Guadalajara), se sabe que estuvo activo en la primera mitad del siglo XV. Su peculiaridad estilística puede encuadrarse en el gótico internacional. Las figuras de sus cuadros son estilizadas. Tanto, que podrían ser calificadas como irrreales y deformes. Su colorido es muy vivo, las escenas son movidas y abigarradas. En general, se trata de un autor sabio y decidido, que crea ambientes densos, muy llamativos, emocionantes, y que debió captar con sus obras el aplauso de sus contemporáneos. Hoy es un pintor a considerar en el contexto de su época, el siglo XV castellano. De hace unos días es la noticia, generada por el investigador alcarreño Francisco Javier Ramos Gómez, de que los rostros -al menos- de los personajes de este retablo, fueron retocados y mejorados por Juan de Soreda, en la primera mitad del siglo XVI.Es a través de este tema concreto del retablo de San Juan y Santa Catalina que los condes de Medinaceli encargaron para su capilla catedralicia, hemos podido colegir la destacada presencia que Guadalajara tiene en la historia del Museo del Prado, porque su huella permanece en la pinacoteca madrileña a través de autores, de piezas y de relaciones con la tierra en que vivimos.