Sancha, un impresor emblemático y alcarreño
Se cumplen en este año los trescientos desde que nació, allá por Torija, Antonio de Sancha, uno de los más relevantes impresores de la historia editorial de España. Paradigma del esfuerzo y la inteligencia, del tesón y la perseverancia: sus ediciones del Quijote siguen siendo aplaudidas, admiradas, codiciadas…
Hijo de Fabián Sancha (de Torija), y de María Viejo (de Rebollosa), el 11 de julio de 1720 nació en la villa alcarreña Antonio Sancha y Viejo, quien pasaría a la historia cultural de España como uno de los más prestigiosos editores, impresores, y encuadernadores de nuestro común pasado. Entre arados, sementeras y trillas pasaría su infancia, y también entre letras de viejos libros de enseñanza. Pero en 1739 hizo lo que muchos otros a lo largo de los siglos: dejó su pueblo natal, en aquella remota Alcarria fría, y fuese a la Corte, al Madrid de los milagros y las prosperidades.
En Madrid dispuso su actividad en torno a los temas librescos. Empezando como encuadernador. En 1745 casó con Gertrudis Sanz Ureña, que era hermana de un importante impresor: le hacía libros a la Casa Real, a la Real Academia de la Historia y al Consejo de Castilla. Y con el cuñado empezó a trabajar. La cosa, pues, no fue difícil. Tuvo cuatro hijos, por este orden: Gabriel (que heredaría la empresa y aún mejoraría la actividad del padre), Manuel, Antonio-Evaristo y María Francisca. Todos ellos quedaron ligados a la actividad en torno al libro: editores, impresores, encuadernadores y comercializadores, iniciando lo que se podría llamar una empresa familiar en torno al libro, potente, de ámbito nacional… cosas así han seguido reproduciéndose en nuestro país, y –siempre que el Estado no se ha metido en medio–, han ido muy bien.
De 1755 es, al menos, la seguridad de su actividad como librero, pues en esa fecha tenía abierta librería en la Corte.
De 1761 es la seguridad de que tiene título de criado de la Casa Real, porque actúa en el oficio de encuadernador de su Real biblioteca.
Y de 1764 es el momento en que sabemos que entra a formar parte de la Compañía de Impresores y Libreros del Reino, un “club” muy exclusivo al que solo accedían los grandes, los consagrados del oficio.
Pero su faceta de impresor la acrecienta y hace definitiva en 1770, pues en esa fecha adquiere la imprenta que había sido de Gabriel Ramírez y que en ese momento era propiedad de la monja dominica sor Manuela de Santa Catalina. Esa imprenta tenía, en ese año, nada menos que siete prensas y buena copia de personal instruido y cualificado. El ánimo del empresario y artista se desarrolló hasta multiplicar por más del doble el número de prensas. De artesano pasó a gran empresario.
A sus títulos como encuadernador de las Reales Academias y de la Biblioteca Real sumó, en 1775, el de impresor y librero de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. De su capacidad y seriedad habla el hecho de haber conservado todos sus títulos hasta el día de su muerte.
Encuadernador e impresor
Se inició en la actividad de encuadernador al llegar a la Corte. Y lo hizo con prontitud y destacada destreza. Dice sobre él Matilde López Serrano, que ha investigado la actividad encuadernadora de Sancha, que “las primeras obras que le son atribuibles comienzan a mostrar ya las que van a ser las características de su taller más adelante. Su capacidad como encuadernador era reconocida incluso por sus contemporáneos, quienes le consideraban un artista superior e insuperable en las encuadernaciones de los ejemplares de lujo, entre las que se puede encontrar ejemplos de todos los estilos artísticos que se sucedieron a lo largo de su vida. Pero no sólo se dedicó a esta encuadernación superior; de su taller también salieron numerosas encuadernaciones de tipo industrial destacando, también en éstas, por su solidez y perfección”. Esa capacidad, técnica e innovadora, le hizo acreedor al nombramiento de encuadernador mayor en la Real Academia de la Historia, y en la Real Academia de la Lengua. Desde siempre fueron altos los vuelos de Antonio Sancha.
Incluso se ocupó de mejorar sus técnicas, viajando a París, en 1755 con objeto de aprender el sistema de encuadernación en pasta. Durante el reinado de Carlos III, su taller continuó siendo el primero entre todos, marcando la pauta sin que los demás talleres consiguieran acercarse a su maestría. A él es a quien se debe la introducción de las nuevas modas y técnicas. En su segundo viaje a la “Ciudad Luz” llevó consigo a su hijo Gabriel, que allí quedaría a residir durante 20 años, labrándose también una fama bien merecida como encuadernador e impresor.
Tras su entrada en el mundo del libro a través de la encuadernación, enseguida pasó a ocuparse como editor de la promoción de libros. Y en 1771 compró una imprenta donde empezar a fabricarlos. Lo primero que hizo fue embarcarse en la obra “El Parnaso español”, con edición de libros de grandes figuras. Y ahí comenzó todo.
Porque de su actividad incansable, de la promoción continua de obras que abrieron el panorama intelectual, literario y curioso del Madrid dieciochesco, Sancha podría enorgullecerse claramente. Esto supuso un continuo cambio de residencias y de localización de sus industrias librescas. Si en 1768 se le encontraba en la plazuela de la Paz “frente del correo”, en 1770 pasaría su librería a la plaza del Ángel, y al año siguiente, en 1771, a la calle de Barrionuevo, para tan sólo dos años después asentarse (ya definitivamente) en la plaza de la Aduana Vieja, o plazuela de la Leña, en un antiguo caserón que había sido del Ministerio de Hacienda y destinado a Aduana Pública y Comercial, y que por su tamaño le permitió instalar su negocio —ahora una gran industria— donde llegó a contar con el trabajo de cincuenta hombres, con todas las dependencias relativas al negocio de la imprenta: almacén de papel, taller de encuadernación, imprenta y librería, que también trasladó a aquel edificio, junto con su vivienda.
Sancha ilustrado
A su labor editora Sancha añadió una labor educativa propia de un ilustrado. Le movía el afán de “contribuir al restablecimiento de las buenas letras y dar a conocer al mismo tiempo los excelentes ingenios que España en todos los tiempos ha producido”. Quería hacer cosas bonitas, pero hacerlas con método, con organización, sometidas a un plan, y el objetivo era muy propio de la Ilustración: mejorar la calidad de vida de sus compatriotas.
Para ello se propuso como meta reimprimir las mejores obras de los grandes escritores españoles, tanto en verso como en prosa, con una cuidada selección de textos que incluían tanto poetas e historiadores de los siglos xvi y xvii como clásicos y autores contemporáneos, procurando utilizar como base para sus ediciones las obras que se habían impreso en vida de los autores, y así alcanzar la máxima fidelidad a los textos originales.
No hay duda que Antonio Sancha, como impresor, alcanzó las más altas cotas de la profesión, aplicando a esta tarea un sentido perfeccionista que supuso conseguir ediciones muy bien “manufacturadas” sobre un papel de hilo excelente, con una elegante impresión de gran nitidez, de márgenes amplios y una cuidadísima tipografía. Los coleccionistas de libros, saben hoy que tener una obra de Sancha es tener un valor seguro.
Se supo rodear de los mejores ilustradores españoles de su tiempo: Mariano Maella, Isidro Carnicero, José Camarón, Vicente Ximeno, Luis Paret, etc. Y tras la labor artística de estos maestros, buscó a los mejores artesanos del grabado como Fernando Selma, Blas Ametller, Simón Brieva, Juan Moreno Tejada, etc., quienes realizaron para Sancha algunas de sus mejores obras.
Si aquí me dedicara a mencionar, simplemente, el listado de obras salidas de la imprenta de Sancha, el trabajo se haría demasiado largo. Solo destacar que a su ingenio se deben las maravillosas del Parnaso español (1768-1778), la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo xv (1779-1782), y el Teatro histórico-crítico de la elocuencia española, por Antonio Capmany. A destacar también la correspondiente edición del Quijote (1777), Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1781), las Novelas ejemplares (1783) y La Galatea (1784)—, más la colección de obras de Quevedo, fray Luis de Granada, Garcilaso de la Vega, las Coplas de Jorge Manrique, Las Eróticas (1774) de Esteban Manuel de Villegas, etc…
La tertulia de Sancha
No puedo acabar este apresurada “memoria del editor Sancha” sin recordar la tertulia que en la librería de la plaza de la Paz, frente a la imprenta de Antonio Sanz, montó durante años, desplegando su generosidad y exquisito trato, de tal modo que allí se juntaron, a lo largo de muchos años, autores y eruditos de renombre en todos los campos de la cultura, como Francisco Cerdá y Rico, Juan Antonio Pellicer, Pedro Rodríguez Campomanes, el conde de Aranda, Antonio Capmany de Montpalau, Juan de Iriarte y Juan López Sedano, entre otros. Sin duda de aquellas reuniones surgieron ideas y proyectos, que Sancha transformó en realidades editoriales, como fue una de las más preciosas impresiones realizadas hasta ese momento: el Parnaso español, salida de las prensas de don Joaquín Ibarra.
Murió Sancha en Cádiz, a los 70 años, el 30 de noviembre de 1790. Había ido “a tomar los aires” que necesitaba puros porque se encontraba en estado “de suma delicadeza”.
Su figura se agranda, y más ahora en el tercer centenario de su nacimiento, al considerar la obra que, con los medios de entonces, consiguió armar. Primero en todo: en encuadernación, en impresión, en iniciativas editoriales, en comercialización de libros… Para algunos (entre los que me cuento) Antonio Sancha es sin duda todo un modelo a imitar, una imagen de fuerza, de iniciativas, de ingenio que no cesa, de ganas de hacer cosas grandes, de divulgar la cultura, de patriotismo, en suma.