El retablo de Santamera, en Trillo
Una de las consecuencias de la despoblación, ha sido el de la pérdida o deterioro de una buena parte del patrimonio artístico de los pueblos de nuestra tierra. Muchas piezas se vendieron y desaparecieron; otras se fueron a museos, y algunas, muy pocas, han conseguido ser reubicadas, manteniendo su función. Esto es lo que ha pasado con el retablo de Santamera
Hace ya unos cuantos años, tuve la suerte de recorrer el valle del río Salado, junto a Santamera, acompañando al profesor Valiente Malla, de la Universidad de Alcalá, quien me mostró los diversos castros celtibéricos del entorno, algunos muy bien conservados. Por ahora abandonados, llegará el día en que se investiguen y se pongan en valor.
En el pueblo de Santamera pasamos el día, y aún comimos. Esto debió ser hacia 1980, cuando todavía quedaba gente viviendo el pueblo. Después todos se fueron, y Santamera quedó –uno más entre los pueblos de nuestra serranía– abandonado y silencioso.
Al visitar la iglesia, dedicada a Santa María Magdalena, me llamó la atención el gran retablo que presidía su cabecera. Estaba sucio, ajado, en perenne oscuridad sumido, pero aún pude tomar algunas malas fotografías que me confirmaron (al revelarlas) que se trataba de una obra de gran calidad. No volví a ocuparme de aquella pieza, hasta que me enteré que, tras algunas gestiones internas del Obispado seguntino, en que se trató de salvar ese retablo que iba a ser pasto de los robos dado el abandono total del pueblo, se decidió trasladarlo a Trillo, donde se pondría, bien restaurado, e iluminado, en la cabecera de su iglesia parroquial. De esa forma se ha podido salvar, y con una bien medida restauración realizada, entre 1991 y 1994, por E. Alvarado.
Hace poco leí la obra, magistral por muchos conceptos, de Francisco Javier Ramos Gómez, titulada “Juan Soreda y la pintura del Renacimiento en Sigüenza”, que alcanzó a ser premiada con el “Layna Serrano de Investigación Histórica” en 2004. Y pude ver que este autor trataba con detalle, y un conocimiento muy profesional del tema, este retablo de Santamera, ahora en Trillo.
El retablo de Santamera
Tras una historia triste, con un final venturoso, este retablo es paradigma del arte antiguo de Guadalajara. Realizado en torno a 1550-1560, su armazón alberga una considerable colección de pinturas de tema religioso muy variado, aunque centrado en dos temas principales: la Vida de Cristo y las tradiciones hagiográficas locales. Estructurado en cuatro cuerpos y cinco calles, el inferior corresponde a un completo apostolado, en el que ahora veremos los doce sujetos que se presentan con sus respectivos atributos. Distribuidas por los tres cuerpos siguientes, van apareciendo en las calles laterales escenas de la Infancia y Pasión de Jesucristo, con relatos evangélicos precisos, alternando con figuras del santoral a las que en el pueblo tenían especial devoción. La calle central, presidida en su remate por una imagen de Dios Padre, muestra sucesivamente, de arriba abajo, la Crucifixión y el Enterramiento de Cristo, quedando una hornacina debajo en la que ahora aparece una talla moderna de la Purísima Concepción, mientras que cuando estaba en Santamera, aparecía en ese lugar una talla de Santa Librada, ahora desaparecida.
Contenido del retablo
En el momento actual, y en su ubicación de Trillo, las 16 tablas que completan este retablo muestran las siguientes escenas, contempladas de abajo (el banco) a arriba, y de izquierda (del espectador) a derecha. La distribución original era otra, y la que tenía cuando estaba en Santamera y lo ví en 1980, era también diferente. La colocación, arreglos y traslado ha ido cambiando el orden de las tablas, que en todo caso tienen una estructura lógica que el avisado lector entenderá, aunque cabe decir que la actual no es, tampoco, la ideal.
En el cuerpo inferior, o banco, de izquierda a derecha vemos doce figuras de apostólicos varones. Son San Pablo, San Felipe y Santiago el Mayor (sus atributos son una espada y un libro, una cruz procesional, y un bordón de peregrino con un libro, respectivamente); San Simón, San Judas Tadeo y San Juan Evangelista (con un alfanje, una alabarda, y un cáliz); San Andrés, San Matías y San Pedro (con una cruz en forma de aspa, una lanza, y las llaves más un libro); San Mateo, Santiago el Menor, y San Bartolomé (con sus símbolos respectivos, una escuadra, un mazo y una espada de bordes serrados).
En el cuerpo de encima, aparecen de izquierda a derecha las siguientes escenas, alusivas a santos venerados en la diócesis seguntina: San Gregorio diciendo misa; Santa María Magdalena unciendo a Cristo de aceites; San Sebastián asaeteado y San Roque herido; San Lorenzo rodeado de todos sus atributos.
Por encima, otro nivel de cuatro tablas en las que vemos la Anunciación del Arcángel a María, el Nacimiento de Cristo, La Adoración de los Magos, y el Arcángel San Miguel luchando con el Demonio y derrotándole sobre las nubes.
Encima otro cuerpo con cuatro tablas, en las que alternan los temas evangélicos y hagiográficos. De izquierda a derecha vemos la Asunción de María a los Cielos, acompañada de ángeles revestidos; Cristo con la Cruz a cuestas camino del Calvario; la Resurrección de Cristo desde su tumba sorprendiendo a los soldados que le escoltaban, y finalmente una imagen de mujer, desnuda, ascendiendo a los cielos llevada por ángeles también desnudos. Aunque ha habido quien la ha juzgado como Santa María Egipciaca, sin duda se trata de la Magdalena, en su trance asuncional, que como es sabido, no fue único y definitivo, como el de María la Madre de Cristo, sino repetido, diario, continuado, llevada en sus carnes por ángeles desnudos.
El maestro de Santamera
De autor y estilo conviene hablar finalmente. Tomo los conceptos del referido libro del profesor Ramos Gómez, quien considera al anónimo autor de este retablo, como un maestro al que no puede ponerse nombre (no quedaron libros de fábrica ni protocolos notariales de aquella época) pero que es autor de algunos otros ornamentos pictóricos del entorno geográfico, y al que considera debe nombrarse como “Maestro de Santamera”, en todo caso inscrito en la corriente pictórica del Renacimiento seguntino.
Está influido sin duda por Soreda y su círculo, especialmente por Juan de Villoldo, aunque el remoto origen de sus escorzos y colocaciones de fondos y personajes radica en Berruguete. Para Ramos, la esencia del arte del maestro de Santamera es “el colorido agresivo, tornasolado y metálico… con un sentido decorativo muy fuerte al usar en algunas de sus tablas tonalidades que se aproximan aunque con gran distancia a los maestros del manierismo toscano”. Realmente es difícil hablar de “colorido” cuando de este maestro se trata, porque todas sus obras han tenido que ser varias veces restauradas. Solo cabe comparar su retablo que actualmente vemos en Trillo, con el estado en que estaba en el original Santamera: allí no había color, y pocas formas. De las sombras del templo serrano se alzó este colorista conjunto que hoy admiramos junto al Tajo. Pero sí podemos colegir características propias en los rostros, las actitudes y los ámbitos. A esta misma mano, Ramos atribuye el retablo mayor de Cuevas Labradas (confieso que no he alcanzado a verlo) y el cuadro de la Presentación de María en el Templo, que se conserva en la capilla de las reliquias de la catedral seguntina, más la Decapitación de Santa Librada que se expone en el Museo de San Gil, de Atienza, y el retablo de San Pedro en Utrilla, Soria, que tampoco conozco y que estaría en este círculo.
De todas las tablas que surgen, con su voz silenciosa y su carga visual intacta, desde mitad del siglo XVI, al maestro de Santamera se le debería conocer por ese cuadro que representa la Unción de la Magdalena, en la tradición hagiográfica pretrentina, tirada en el suelo y secando con sus largos cabellos los pies de Cristo, a los que previamente ha ungido con aceites perfumados. La escena, en casa de Simón, el fariseo, pone a Cristo recién comido y bien acompañado, en sobremesa amigable con otros varones, mientras que María, la Magdalena, secretamente enamorada de Jesús, le lava, le perfuma y le seca, dando a sus cabellos destino de paños vivificadores. El escorzo de la santa mujer, la composición del ámbito casero, es de un valiente movimiento que parece dejar en movimiento perenne la escena. Una gran obra que aquí vemos.