Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

enero, 2019:

Auñón, puentes y fuentes

Auñon puente medieval sobre el TajoEn estos días me ha llegado una publicación que perfila nítidamente la ruralía de la Alcarria, los entresijos de un pueblo, sus coordenadas antiguas. Se trata de Auñón, y el autor, que es el conocido profesor del Amo Delgado, aplica el mejor método que se ha inventado para describir un territorio: se lo patea de arriba abajo, apuntando cuanto ve.

Una de las perspectivas más claras que he tenido siempre para conocer los pueblos, y sus territorios en torno, ha sido la hechura de sus toponimias: saber los nombres de sus cerros, de sus bosques, de sus arroyos; conocer las denominaciones que los naturales dan a sus caminos, a los “más allá” de sus recorreres, a las navas y los ejidos.

Porque a través de ellos se llega a lugares encantadores, a perspectivas grandiosas, a limpias imágenes. Y ello se hace a través de sus caminos anchos, de sus estrechas sendas, de sus carrias viejas, pasando sobre los puentes, parando en las fuentes, y anotando sus nombres que siempre son sonoros, explicativos, muy de adentro.

Caminos, puentes y fuentes de Auñón

Acaba de entregarnos su libro don Alberto del Amo Delgado. Es un alcarreño veterano y sabio, al que muchos conoceréis porque ha sido profesor de numerosas generaciones. Ha dado clases en los institutos, y ha charlado con todos, sobre lo humano y lo divino. Él es de Auñón, y no reniega de su pueblo: le quiere y le pregona. Ya en ocasión anterior escribió un buen libro sobre El Madroñal de Auñón, y luego con los años del retiro ha querido dejarnos escrito, e impreso, su saber de nombres y su evocación de sitios.

Tras un ameno y sabio prólogo de D. Ignacio Centenera, la parte más contundente de esta obra la constituye el estudio y análisis minucioso de los caminos que desde Auñón iban a las mil esquinas de su término y a los colindantes. Esas esquinas que quedan perennemente, como talladas en mármol, reflejadas en las páginas 30 a 34 de su libro, y en las que cientos de apelativos entrañables se salvan del olvido. Allí está “el Palacio”, “la Raya”, “el Quadrón” y “la fuente de Valdegavilanes”. Allí están los recodos, las alturas y los navazos. La tierra que conoció el autor cuando (como nos dice en el preámbulo) pasaba los veranos de descansos de sus estudios en el pueblo de sus padres, labradores en él, siempre apegados a esa tierra en la que estamos enraizados. Porque no podemos despegarnos de ella, porque de ella hemos salido y a ella volveremos. De eso saben mucho los que saben de Chi Kung y orientales filosofías.

Nos ofrece el autor un par de mapas detallados, con los caminos que surgen de la villa y se orientan en todas direcciones. Meticulosidad que se vuelve finalmente incapaz de evitar la desaparición de muchos de esos caminos, por la sencilla razón de que ya no se usan. Todos van en coche por las carreteras, y algunos valientes y aventureros se animan a veces a ir en BTT o motos todo terreno por los viejos trazados.

Empieza estudiando la Plaza Mayor de Auñón, como origen natural de los caminos, y sigue analizando los trayectos de los seis Caminos Reales que de ella partían hacia los pueblos más importantes del contorno. Quizás el más practicado durante los pasados siglos era el que buscaba el puente sobre el Tajo, porque no solo franqueaba el río sino que llevaba hasta los Molinos de la Vega, el molino harinero, etc. Para comprender, someramente, el lenguaje y la contundencia de los datos que aporta en su obra el profesor del Amo, no tengo inconveniente en reproducir un párrafo de su capítulo dedicado al Camino Real a Sacedón (el que pasaba por el puente) en el que dice:

“Nada más pasar San Miguel nos adentramos en una fértil vega, que comenzando en el Perdiguero termina en el río Tajo. Este paraje se extiende a los dos lados del Barranco procedente de Valdearmuña. Este topónimo del Perdiguero hace alusión a un lugar donde antiguamente los perros cazaban las perdices, que eran abundantes en el término de esta villa. Esta palabra

se cita en una carta de testamento legítimo de Alonso Pérez, hecho el día siete de diciembre del año 1556; decía: “Yo Alonso Pérez de Alonso Pérez, vecino de Auñón […] presento mi testamen­to y postrera voluntad en la forma siguiente: […] A mi mujer le mando[…] el olivar y viña que tengo en el Perdiguero”.

El puente romano 

El puente romano de Auñón es el mejor ejemplo de este patrimonio que Alberto del Amo estudia en su libro. Es un puente espléndido, solemne y con largos siglos de historia a sus espaldas. Se puede decir de él que está situado junto a la Sierra del Agua, sobre el río Tajo, y corriente abajo desde la presa de Entrepeñas. Tiene una longitud de 88 metros, y una anchura de calzada de 3,40 metros, alcanzando los 11 metros de anchura su principal ojo. Enorme, su altura sobre el agua varía, lógicamente, del caudal y hoy, sobre todo, del almacenamiento que el embalse de Bolarque tenga, aunque no suele ser muy grande y por lo tanto la altura del puente sobre la lámina del río es considerable.

Se sabe que ya en la Baja de Edad Media estaba construido. Y que mucho del tráfico que usaba el puente de Zorita terminó por aprovechar este paso de Auñón, que también andaba custodiado de cerca por un castillo calatravo, el del “Cuadrón” lamentablemente desaparecido hace pocos años. Sirvió para el despegue económico de las localidades cercanas, no solo de Auñón, sino también de Fuentelencina y, sobre todo, de Pastrana. Estos concejos contribuyeron a su construcción y a su mantenimiento con cuotas y derramas, y así sabemos que en tiempos del rey Enrique IV de Castilla, en 1461, contribuyeron estos municipios con unos 1.500 maravedises “de la moneda corriente de blancas viejas” para su mantenimiento, obteniendo a cambio la prerrogativa de que sus vecinos, y comerciantes, pasaran gratis por él, sin pagar el obligado impuesto del “pontazgo” que todos los caminantes debián apagar al usar estas construcciones, que siempre fueron “de peaje”.

La propiedad del puente era del concejo de Auñón, y de la Orden de Calatrava que la tutelaba. Nos cuenta Alberto del Amo, a propósito de este puente famosos, que antiguamente los visitadores (de la Orden calatrava) mandaban reparar lo que veían defectuoso. Así pidieron en los inicios de la Edad Moderna que se hiciera un pretil a la entrada del puente y otro a la salida, parecidos y conforme a los pretiles que ya tenía el puente, porque era necesario por “la neçesydad q ay dello para la segurjdad de la dha puente y por aver sydo mandado en lass visytaçipnes pasadas, de parte de Su Majestad e Horden, vos mandamos q quando el Conçejo tenga posybjlidad para ello, lo hagáis hazer como os a sydo mandado por escusar el dho peljgro”.

Sufrió el puente grandes desperfectos en las Guerra de Sucesión, y especialmente en la de la Independencia, en la que vivió su principal epopeya el 23 de marzo de 1811, cuando el Empecinado y el general Villacampa atacaron su posición, y tras una dura batalla los franceses se vieron obligados a retroceder hasta Auñón, perdiendo muchos soldados. También en las guerras carlistas jugó importante papel, lo que justifica su nombradía durante siglos. Al haberse construido poco más arriba del cauce que cruza el pantano de Entrepeñas, el puente de Auñón ha perdido toda su importancia, de tal modo que hoy está aislado en medio de una Naturaleza espléndida, pero olvidado de todos y empezando a notar los desperfectos que el abandono le proporciona.

Alberto del Amo Delgado

El profesor Alberto del Amo Delgado, autor del libro sobre los Caminos, puentes y fuentes de la villa de Auñón en la Alcarria de Guadalajara.

El autor

Una breves y obligadas palabras sobre el autor de este interesante aporte: Don Alberto del Amo Delgado es hombre de medida palabra que no presume de sus múltiples saberes. Nacido en Auñón, en 1936,hizo estudios de Magisterio, ejerciendo de Maestro Nacional. Obtuvo luego la Licenciatura en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, y más tarde alcanzó el grado de Doctor en Filosofía Pura, por dicha Universidad, con  su tesis “El Idealismo religioso en Augusto Comte”.Está en posesión de un Máster en “Fundamentos de Psicología de la Educación”por la Universidad Autónoma de Madrid, y ha sido Profesor Titular del Departamento de Psicopedagogía y Educación Física de la Universidad de Alcalá de Henares.

 

 

Un paseo por el ayer y el hoy de Tendilla

Las ruinas del convento jerónimo de Santa Ana, en Tendilla.

Es Tendilla una singular población de la Alcarria de Guadalajara. Situada en el fondo de un profundo valle que surge desde la altura de la meseta, y que como está “tendida” entre sus orillas recibió su nombre de esa circunstancia. Se acompaña de un arroyo, el llamado “arroyo del Prá” y está rodeada de bosques de pinos y olivares.

Su historia, que es antigua, se enmarca entre los intereses medievales de los reyes de Castilla, y de la familia o linaje de Mendoza, que la tuvo entre sus múltiples posesiones en calidad de señorío. Es a partir del siglo XV cuando esta familia acrecienta sus posiciones cortesanas, y la fuerza de los Mendoza consigue para sus villas exenciones, fueros, ferias y prerrogativas, que hacen crecer a Tendilla económica y socialmente. De entre los privilegios concedidos por sus señores, es la “Feria de San Matías” (ahora denominada como “Feria de las Mercaderías”) la que supuso, desde el siglo XV, su progreso y poderío económico.

Ello conllevó el auge de negocios, economías y aparición de edificios singulares, de los que aún quedan restos de importancia.

El patrimonio que debe admirarse en Tendilla

De su primitivo aspecto y obras de arte, quedan bastantes cosas que admirar. Es la primera su conocida Calle Mayor, declarada como Conjunto de Interés histórico-artístico. Más de quinientos metros de soportalados racimos de casas, con un sabor tradicional castellano, ensanchando a trechos su cauce con una plaza, con la iglesia parroquial, con el Ayuntamiento, con algún palacio, etc.
De sus primitivas murallas y castillo quedan muy leves restos. Estuvo cercada en todo su ámbito por fuerte muro, y a la entrada de la villa existió hasta el siglo pasado una puerta de fuerte aspecto, con arco apuntado y torreones adyacentes, llamada la puerta de Guadalajara. En un cerro al sur del pueblo, y en el lugar que aún la tradición señala con el nombre del Castillo, se conservan mínimos restos de lo que fue una magnífica fortaleza, construida en el siglo XV por los primeros Mendoza que aquí asentaron. Sobre abrupta roca, rodeado de foso, el castillo se componía de muros, varios torreones y, en su cogollo, de un edificio con cuatro torres, una de las cuales, más fuerte y ancha, era la del homenaje. En su interior se guardaban importantes pertrechos de los ejércitos mendocinos. Estuvo casi entera hasta el siglo XIX, en que toda su piedra fue aprovechada para construir en el pueblo.

Una magnífica fuente de corte popular, y ancho pilón se ve en una plaza al extremo norte del pueblo, ostentado un gastado escudo de armas de los Mendoza.
En un respiro que la calle mayor se da a sí misma, surge la gran iglesia parroquial, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, obra inacabada, pero que fue trazada con ideas de sobrepasar con mucho a lo que en toda la Alcarria hasta entonces, y era el siglo XVI, se conocía. De su gran edificio solo se terminó la cabecera y parte de la nave, quedando tan sólo iniciados los arranques de muros y pilastras de los pies del templo, que hoy se pueden ver penetrando a un patiecillo desde la iglesia. Su tamaño y calidad da idea de la pujanza económica del pueblo en el momento de iniciarse la obra. De su primer impulso, en el siglo XVI, es el ábside de paramentos robustos, contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto, lo mismo que se observa en los muros laterales. La portada es obra de comienzos del siglo XVII, con severidad de líneas, achatada proporción y un exorno lineal de cuatro columnas jónicas, un frontoncillo y vacías hornacinas. De las dos torres proyectadas, sólo se terminó una, en el siglo XVIII, bajo la dirección del arquitecto Brandi. En su interior se pueden admirar algunas losas sepulcrales con escudos de armas en ellas tallados, y la imagen de la Virgen de la Salceda, de unos diez centímetros de altura, tallada en madera, y procedente del cercano monasterio de franciscanos de La Salceda.

En la calle mayor se encuentra también el palacio que construyó el secretario real de Hacienda don Juan de la Plaza Solano, nacido en Yélamos de Arriba, y muerto en Madrid en 1739. Es obra sencilla de arquitectura barroca, con portón de almohadillados sillares y escudo cimero. Anejo al palacio está el oratorio o capilla de la Sagrada Familia, obra suya, y de la misma época y estilo. El interior del palacio, conserva intacta su primitiva estructura, y en él se conservan interesantes recuerdos, muebles y retratos de varios miembros de esta familia.

En la calle Franca, paralela por el sur a la calle Mayor, pueden admirarse varias casonas noblescon escudos de armas, grandes portones y hermosas rejas de hierro labrado. En una de ellas, junto al escudo de un hidalgo, cubierto de yelmo y con el símbolo de la cruz, la palma y la espada, significativo de ser de «familiar» de la Inquisición, se lee esta frase: «Siendo inquisidor general el Ilmo. Sr. Diego de Arze y Reynoso, obispo de Plasencia» puesta en honor del máximo gerente del Santo Oficio por su agente alcarreño.

Las ruinas del monasterio jerónimo de Santa Ana

Parte importante del Patrimonio Histórico-Artístico de la Villa de Tendilla es su antiguo Convento Jerónimo de Santa Ana.

Sobre la empinada ladera que por el mediodía arropa a la villa de Tendilla, se alzan medio escondidas entre un bosquecillo de pinos las ruinas mínimas de lo que fuera el monasterio jerónimo de Santa Ana, fundado en el último cuarto del siglo XV por los señores del lugar.

Este monasterio jerónimo se fundó en 1473, a instancias del primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, y su esposa doña Elvira de Quiñones. Se inició su construcción en ese año y con la ayuda económica del conde de Tendilla enseguida pudo albergar una comunidad de monjes pardos que se dedicaron a la oración y la vida contemplativa. Los condes adquirieron a perpetuidad el patronato de la capilla mayor y el derecho a ser enterrados en ella. Así ocurrió con los fundadores, que a su muerte en 1479 quedaron sepultados bajo unos artísticos mausoleos de corte gótico, tallados en alabastro por el mismo autor o taller que el Doncel de Sigüenza. El hijo de los condes, arzobispo de Sevilla, don Diego Hurtado de Mendoza, favoreció generosamente al cenobio, pagando el retablo, y muchas joyas. Quedó también enterrado en su capilla mayor, aunque luego lo llevaron a la catedral sevillana, donde hoy descansa bajo un mausoleo trabajado por Doménico Fancelli.

Tanto los sucesivos señores de Tendilla, como los más humildes de sus habitantes labradores, ayudaron con limosnas y ofrendas durante siglos a los jerónimos de Santa Ana. La Desamortización de Mendizábal acabó en 1836 con la existencia de este monasterio, y aún con la Orden de San Jerónimo. Los frailes exclaustrados se dispersaron por el mundo, dedicándose muchos de ellos a la música. El edificio de Tendilla, expoliado enseguida, y claramente ruinoso, de tal modo que en 1843 se vendió por el Estado al vecino de la villa don Pedro Díaz de Yela en 20.100 reales para que aprovechara la piedra que quedaba.

Los sepulcros de los fundadores, gracias a la comisión Provincial de Monumentos, se desmontaron de aquel lugar abandonado y en 1845 fueron trasladados a Guadalajara, siendo instalados en los extremos del crucero de la iglesia de San Ginés, donde en 1936 aún sufrieron agresión, y hoy, apenas restaurados, permiten hacerse idea de lo que fueron en sus orígenes: unas espléndidas piezas de la escultura funeraria tardogótica.

Sabemos por las referencias que del cenobio nos dio el padre fray José de Sigüenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo, que este monasterio estaba construido en un estilo que cabalgaba entre las tradicionales formas góticas y las nuevas renacentistas, y puede calificarse sin duda como una de las primeras edificaciones del nuevo estilo del Renacimiento que de la mano de los Mendoza se introdujo en España. La iglesia, de una sola nave, construida en estilo gótico flamígero, presentaba un testero sobre el que apoyaba un magnífico retablo de pinturas, que hoy se conserva en el Museo de Bellas Artes de Cincinati (USA) debido a los pinceles del círculo que creó en España, en los inicios del siglo XVI, el flamenco Ambrosio Benson. La cabecera del templo, que es lo poco que del mismo queda en pie, ofrece unos arcos muy apuntados reposando en ménsulas lisas. De ellas nacen los nervios de la bóveda que sin duda serían de tercelete y muy combados. Este edificio, a pesar de estar patrocinado por los Mendoza alcarreños, y de haber tenido quizás un arquitecto director del círculo mendocino de Vázquez, Guas ó Trillo, es todavía plenamente gótico, más próximo, por lo tanto, a las normas de los Adonza.

En cuanto a las ruinas de su edificio, conviene decir que hoy vemos los restos de su nave, con los arranques de los haces de columnas adosadas a los muros, y el testero del presbiterio, estrecho y elevado, del que arrancarían bóvedas nervadas, cuyos inicios aún se adivinan. En concreto se ve el arco central de los tres que componían el presbiterio, parte del lateral derecho y el arranque del izquierdo con las mensulillas en las que apoyan. Se añaden las basas y arranques del coro a los pies de la iglesia, así como fragmentos de basas de los soportes de la nave, sin duda de tipo gótico, y lo que podrían ser restos de un portalón que debió cobijar la primitiva portada. El resto de las construcciones no son sino un informe montón de ruinas, enclavadas, eso sí, en un paraje de bellas perspectivas.

Mi propuesta al respecto sería la de recuperar estas ruinas venerables, y ofrecerlas a la contemplación de los viajeros y curiosos. Deberían hacerse simples tareas de limpieza, y de acceso a través de paseos de buen firme, pasarelas de madera, algunos carteles indicativos desde el pueblo, una somera iluminación, y cuidado habitual de limpieza y mantenimiento del entorno. Y nada más.

 

Los viajes de don Pedro Castillo por Guadalajara

Pedro Castillo Galvez

El profesor don Pedro Castillo Galvez

Queda claro que es a través de los libros como muchos se quedan a vivir tras la muerte. En estos días hemos tenido ocasión de leer los “Viajes por la provincia de Guadalajara” que en forma de libro nos trae la memoria de quien fuera profesor, y maestro de maestros en Guadalajara, don Pedro Castillo Galve.

Gracias al entusiasmo y el filial recuerdo de Augusto Castillo Abascal, en estos días he podido pasearme por las páginas de un libro que ha recuperado su existencia gracias a las modernas tecnologías de la edición. La palabra amable y sabia de quien fuera “maestro de maestros” y para el que muchos corazones alcarreños siguen teniendo un buen gesto de agradecimiento, ha rebrotado en páginas y fotografías, y ahora está al alcance de cualquiera en un libro que, firmado como corresponde por el autor de los textos, es expresión de un cariño unánime. “Viajes por la provincia de Guadalajara”. Así se ha bautizado el conjunto de textos que don Pedro Castillo escribiera en los años 60 y 70 del pasado siglo, y que guarda muchos valores. Los vemos a continuación.

Los viajes de don Pedro por Guadalajara

En esta obra que comento, y que puede ser una herramienta muy útil para maestros y profesores, Pedro Castillo plasmó un viejo requerimiento que los enseñantes tienen, y que deberían mantener como norte preciso en su actuación. Y es el de dar a conocer la tierra en que viven sus alumnos, contarles su historia, señalarles sus monumentos, hablarles de sus personajes y alentarles a conocer sus fiestas.

Siguiendo las pautas que por entonces, en la segunda mitad del siglo XX, dictaba el Ministerio de Educación y Ciencia, Castillo Gálvez se propuso no solamente recomendar a sus alumnos esa tarea de conocimiento y reconocimiento de la provincia, sino que él mismo se embarcó en la tarea, larga pero amable, de elaborar un texto, de escribir los capítulos, ilustrarlos, y hacerlo todo a través del viaje y la visión directa: nacerían así una serie de viajes por los partidos judiciales (a la sazón eran nueve) que se presentarían escritos a máquina, ilustrados con fotos, encuadernados incluso, y que consiguieron en algún caso llevarse algún premio nacional.

La esencia de la tarea era bien sencilla: formar un grupo de alumnos y alumnas de Magisterio que, junto a un profesor tutor, o con el propio Pedro Castillo, se comprometieran a viajar por los caminos (alguna carretera había, sí, pero en muchos casos eran caminos de tierra) y llegar a los enclaves principales de cada partido judicial. Desde Guadalajara a Molina pasando por Brihuega, Cifuentes, Sacedón y Sigüenza, acabando en la Sierra de Atienza y Cogolludo y rematando en la Alcarria baja de en torno a Pastrana.

De cada lugar ponían un poco de historia, hacían una descripción pormenorizada de los monumentos, hacían alusión a las bellezas naturales, también a las fiestas, y acababan el capítulo con la reproducción de una poesía alusiva a ese entorno, que solía ser de José Antonio Ochaíta, de Jesús García Perdices, de López García en Tendilla o de Cortijo Ayuso en Pastrana. Aunando todo tipo de información en un solo capítulo, juntando historia con poesía, datos de arte con geografías, etc.

Pedro Castillo Galvez

Todo ello iniciado con una visión general de la provincia, y que nos da idea de cómo se encontraba ésta por entonces (habitantes, industrias, comunicaciones, perspectivas…) sabiendo que el futuro estaba más en el turismo que en la industria, aunque aquel pasaba especialmente por la esperanzada realidad de los Embalses de la Alcarria, que hoy sabemos fue una esperanza rota.

Don Pedro Castillo se apoyó en los escritos e informaciones que le proporcionó su bien amigo Francisco Layna Serrano, a quien le gustó especialmente la idea de hacer estas “cartillas” formativas sobre la realidad de la tierra, y aplaudió siempre el proyecto, que vino a acabar con éxito y mejor formación de los alumnos.

Todo esto es lo que se plasma en el libro que acaba de salir de la imprenta. Estos “Viajes por la provincia de Guadalajara” de don Pedro Castillo Galve hicieron por la provincia mucho más que futuros discursos hueros y rimbombantes de mesiánicos políticos vendehúmos, que también vinieron luego. Hoy sale en papel impreso aquel proyecto que debería tener continuación, o al menos mantenimiento, y enseñar a ver a las jóvenes generaciones los valores que están depositados en la tierra en que viven, antes que lanzarles al descubrimiento de un mundo ajeno y que solo trata de conquistarles para venderles algo.

El profesor Castillo Gálvez

Conviene recordar, aunque sea someramente, la figura de don Pedro Castillo Gálvez, nacido en Archilla en 1912, y estudiante en Guadalajara de la carrera de Magisterio, que superó con facilidad, accediendo al Cuerpo Nacional de Maestros en 1934, siendo destinado primeramente a la escuela de Casa de Uceda. Tras la Guerra, en octubre de 1940 pasó al Grupo Escolar Cardenal Mendoza, ubicado entonces en la plaza de Santa María, y poco después por oposición obtuvo la plaza de regente de Anejas, siendo en 1945 transformado el cargo en director de la Escuela Graduada Aneja. Que es el puesto en que se mantuvo muchos años, hasta su jubilación en 1982.

Como algunas de las actividades docentes que practicó conviene recordar que dirigió el periódico “Voz Escolar”, que estaba destinado a alumnos y familias. Recibió la Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, en 1966, y en octubre de 1974 fue nombrado Caballero de la Orden del Monasterio de Yuste, siendo propuesto en 1980, por parte de la Asociación de Padres de Alumnos del centro en que ejercía para recibir la placa al Mérito Docente de Alfonso X el Sabio. La Caja de Ahorro Provincial, a propuesta de la Comisión de Obras Sociales, instituyó en 1986 el Premio “Pedro Castillo Gálvez” de Redacción Escolar, como homenaje, en su nombre, al cuerpo de Docentes de Guadalajara.

Puede decirse que don Pedro Castillo tuvo una destacada presencia en la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX, época en la que le tocó vivir, como político y actor de la vida socioeconómica de esta tierra. En 1954 fue elegido concejal en el Ayuntamiento de Guadalajara por el tercio de Cabezas de Familia, instituyendo en su mandato un “Día del Niño” en las Fiestas de la capital. Influyó decisivamente para completar la construcción y puesta en funcionamiento del Grupo Escolar “Isidro Almazán” en el barrio de la Estación. Participó activamente en las gestiones para la construcción de una nueva sede para la Escuela Normal de Magisterio, y propició la construcción de nueva planta del Grupo Escolar “Cardenal Mendoza”. El Ayuntamiento le dedicó, tras su muerte (que ocurrió en 1996), una calle en los barrios de junto al río. Y este periódico “Nueva Alcarria”, en 1997, le nombró “Popular en Valores Humanos”, que recogió su hijo Augusto y que vino a materializar el cariño que había sabido cosechar entre sus conciudadanos a lo largo de su vida.

De todos cuantos han hablado de él, porque le conocieron y aprovecharon sus enseñanzas, se pueden resumir en dos apelaciones sus características, sin lugar a duda. Una fue la de “hombre bueno” que sin duda es a lo que muchos aspiramos a ser, aunque es difícil. Y otra la de “maestro de maestros” porque su vida entera la dedicó a la formación y profesionalización de los enseñantes.

Presencia de Guadalajara en Galicia

Monasterio de montederramoUn viaje reciente a la Ribeira Sacra de Orense y Lugo, me ha permitido contactar con una de las joyas del arte renacentista de la zona, más en concreto con el viejo monasterio de Montederramo (Orense) donde se puede admirar un claustro que evoca de inmediato las formas y las proporciones del mejor renacimiento alcarreño.

Al llegar, a través de estrechas y sinuosas carreterillas, al orensano monasterio de Montederramo, se palpa en la plaza del pueblo el ambiente heredado de la lejana Desamortización. Lo que fuera un solemne espacio, amplio y luminoso ante la enorme fachada del templo conventual, regido de benedictinos, de cánticos y liturgias, hoy es una pequeña plaza cuajada de coches aparcados, una sucesión (en el muro del monasterio) de bares, terrazas, puestos de chuches, una casa rural, una paragüerería, y mucha bulla.

Pasamos, sin embargo, a ver este antiguo eje de los monacatos. Una iglesia fastuosa, aunque vacía; un claustro gótico, rehecho y con banderitas de colores recordando que hasta hace unos años fue Colegio Público; unas salas con eco, y añadidos almacenes del anejo restaurante. Solo una cosa en Montederramo merece verse, y asombrarse ante ella. Esa es el Claustro de la Hospedería, el Claustro de la Portería, o el Claustro abierto, porque era el lugar donde entraban y posaban los visitantes, desde antiguos tiempos a hoy mismo, ya que es la única parte visitable sin guía y sin permisos.

Concebido como un patio civil y palaciego, preludio del convento en lo que de Colegio de Artes y Teología tenía, en sus muros se abrían las estancias del Archivo, la Cillería, la Botica, y al fondo las caballerizas, dejando un estrecho paso para entrar al gran claustro reglar, ese sí habitado y meditado por los monjes.

Este claustro, que de primera impresión nos recuerda al de San Bartolomé en Lupiana, o al del palacio de don Antonio de Mendoza en Guadalajara, es de planta cuadrada y se organiza con una arquería baja de medio punto, sostenida por columnas de fuste liso con capiteles jónicos muy rudimentarios (porque la talla sobre el granito gallego nuca puede ser fina, sino algo basta y rudimentaria) y un segundo cuerpo superior, adintelado a un ritmo que dobla el de los arcos inferiores con columnas y zapatas, con volutas y mascarones inspiradas en las de madera utilizadas en los patios de la zona de la Alcarria. De esa manera se evoca el ritmo plateresco y renaciente de los patios alcarreños, cosa que también vemos en el cercano monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, en su claustro grande. El remate se compone de friso decorado con motivos florales sobre el que apoya una cornisa moldurada. En ambas galerías se mantienen las primitivas cubiertas planas de madera.

A los capiteles jónicos con volutas en las esquinas de Montederramo, se le añade una colección de medallones que rellenan las enjutas de los arcos, y que uno por uno nos maravillan, y nos dejan con ganas de leer el programa conjunto que entre todos ellos se nos muestra. Y que no es fácil. Reconozco que me he tenido que apoyar en las interpretaciones de otros, para entender el sentido último de esa profusión y variedad de medallones.

En ellos vamos a ver figuras que representan al Padre Eterno, al Niño Jesús como Salvador, al Espíritu Santo en forma de paloma, a la Virgen María, a los apóstoles principales (San Pedro, San Pablo, Santiago el Mayor y San Juan) así como al fundador de la Orden San Bernardo, más el emperador Carlos de Habsburgo y a su hijo Felipe II. Esto en el nivel inferior delm patio, mientras que en el superior, que cuenta con el doble de arcos, y más enjutas, con profusión se nos aparecen figuras, cartelas, escenas y símbolos muy abigarrados (son en total 16 ahora) en los que se identifican con cierta dificultad seres fantásticos imspirados en los emblemas de Alciato y otros tratadistas humanistas, además de los escudos correspondientes al Císter e instituciones con él relacionadas, como Claraval, Calatrava, etc.

Esa amalgama de símbolos, personajes, y cifras, nos recuerdan las epopeyas talladas de Covarrubias, de Vandelvira y otros grandes de la decoración “a la romana” en Castilla. Es complicado hacer una síntesis de su relación mutua, y aún más complicado leer con nitidez el mensaje dictado. En el que se pone en relación lo que de Escuela tiene este claustro monasterial con la Encarnación, la Redención, la Corredención y los dones del Espíritu Santo, mostrando a la Virgen María en un papel esencial de la Virgen de mediadora y corredentora.

En el ala norte aparece Dios Padre, y en el ala oriental está el Niño Dios como Salvador, introduciendo la Luz al Mundo. En la panda occidental está el Espíritu Santo, y en la Sur se muestra la salutación angélica Ave Maria gratia plena sobre uno de los antepechos y rodeando un jarrón con tres lirios en referencia a la triple virginidad de María: antes, durante y después del parto, Virgen entre las vírgenes.

En el resto de las tarjetas talladas en los antepechos superiores pueden leerse los dones del Espíritu Santo, pues san Bernardo en dos de sus tres sermones dedicados a la festividad de la Anunciación, los desarrolló en relación con el misterio de la Encarnación, aludiendo a la flor que surgirá de la raíz de Jesé sobre la que se posará el espíritu del Señor. Coligiendo de esta interpretación teológica la intención bernarda de dar protagonismo a la Virgen, subrayando el hecho de que en la Encarnación del Verbo participan las tres personas de la Santísima Trinidad, por lo que se presentan (antropomórficamente) el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Este ámbito arquitectónico, severo y oscuro por el material con que está hecho, y porque refleja el habitualmente grisáceo ambiente gallego, se ha atribuido en su autoría a Juan de la Sierra el Viejo, quien lo construiría entre 1575 y 1578. Su estructura clásica a base de arcos, recuerda mucho a las construcciones que cincuenta años antes se han hecho en Castilla. En todo caso, y como de él decía Chamoso Lanas, el claustro de la portería de Montederramo es un típico claustro renacentista español.

Especialmente las obras que dirigidas por Lorenzo Vázquez aparecen en Cogolludo, Valladolid, Guadalajara, Mondéjar y La Calahorra. O por otros en San Pedro Mártir de Toledo, San Bartolomé de Lupiana o Santo Domingo de Ocaña.

En todo caso, una llamada en voz baja a la severidad del mensaje teológico, en esta tierra que es la cuna de los trasgos y las meigas, en la que aparece siempre el bullir de los diosecillos célticos y el paganismo vital bajo la humedad del musgo boscoso.