Sigüenza en versos

sábado, 29 diciembre 2018 0 Por Herrera Casado

Francisco Vaquerizo Moreno, autor del libroLa Catedral de Sigüenza está en pleno aniversario. Un tiempo redondo, completo, monumental: nada menos que 850 años hace que fue consagrado su recinto como iglesia, como lugar sacro, como catedral incluso, sede de los obispos que ostentaban el señorío de la ciudad, y del territorio en torno. Ese aniversario es ahora celebrado de mil maneras.

Muchos sabéis ya que mi edificio favorito, en punto a monumentalidad y aporte de sugerencias artísticas, es la catedral de Sigüenza. Sobradas razones tiene para ello. De cuantas veces he ido hasta su silueta, y circulado por su interior, me ha surgido alguna sorpresa, he descubierto (para mí) algún detalle nuevo, y he podido disfrutar, en su silencio, con la evocación de lo que hicieron antañones personajes que la quisieron tanto, o más, que nosotros hoy.

De aquella pasión sincera, de aquel análisis espontáneo de sus muros, de sus espacios altos, de sus detalles afiligranados, ha salido algún que otro escrito, y un libro concreto, que firmé hace ahora un par de años, y que edité por mi cuenta en la colección “Tierra de Guadalajara”. Ese libro sobre la catedral de Sigüenza dice cuanto sé de ella, y narra la admiración que siento al verla.

Pero hay que reconocer que con mejores palabras, y con más apasionadas razones, la han descrito otros, de tal manera que han conseguido solemnizar su grandeza, y alzar sus mensajes de piedra en forma de palabra, de palabras rimadas, de sonoros versos.

Por ejemplo, y hoy es el motivo de mis líneas, el libro que acaba de escribir Francisco Vaquerizo Moreno, uno de los escritores que con más limpieza y solemnidad han puesto en rima la impresión que Sigüenza y sus edificios, especialmente la catedral, le han ofertado a lo largo de su vida. Yo he podido recorrer algunas calles, algunos pasadizos y aún patios traseros de la Ciudad Mitrada junto a su atinada visión de las cosas, y creo que siempre he aprendido y disfrutado, porque Vaquerizo saber poner en palabras nuevas y bien acordadas lo que este burgo medieval y añejo nos brinda a través de los ojos, y de otras variadas sensaciones.

Un canto a Sigüenza

En estos días ha aparecido (y casi desaparecido, porque se ha vendido tanto, que ha sido un “visto y no visto”) un libro de Vaquerizo que lleva por título “Poemario. La Catedral de Sigüenza”. Un título que lo dice todo, y que no necesita ni prólogos ni preámbulos, porque desde la primera página se explica a sí mismo a través de sus líneas rimadas, de sus versos tensos y sonoros.

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

El libro se extiende a lo largo de un centenar de páginas, y atraviesa por diversos capítulos la fronda pétrea de la catedral. A través de escenas, de estancias, de individuos y situaciones históricas. Por referir el título de esos capítulos, y aproximarnos a su meollo, van aquí los temas: “La Ciudad”, “La Catedral”, “El Doncel”, “Don Bernardo de Agen” y “Martín de Vandoma”. Con esos mimbres se teje el libro de este centenario y pico. Con visiones de la Sigüenza clásica, con endechas a su catedral, con poemas sólidos a don Martín Vázquez de Arce, con romances suscitados por la hazaña quimérica del primer obispo, y por la vena triste y portentosa del artista venido de no se sabe dónde y aquí fallecido, tras dejar el edificio cuajado de sus honestas tallas. Muy bien ilustrado, el libro de versos se transmuta en algo más: de ser arroyo límpido y montaraz pasa a ser catarata de flujos sonoros, y acaba todo como un coda sinfónico que emociona.

Especialmente El Doncel

De todo cuanto narra y versa Vaquerizo en este su último (por ahora) libro de versos, quizás lo más sugerente sea el escenario prestado al Doncel. Desde su capilla de mediana luz y brillos tímidos se escuchan los poemas del vate alcarreño. Primeor aparece un “Tríptico del Doncel” que parece un altar ante el que yace el guerrero. Después viene ese famoso trance poético que ya en ocasiones anteriores exhibió el poeta, el dedicado al Libro que Martín Vázquez de Arce sostiene entre las manos, y que lee, o ha leído, pensando luego en lo que sus páginas dicen. Sobre ello cavila Francisco Vaquerizo:

 

Sin el Libro no fuera posible tu milagro

de fundir en un eco la piedra y el espíritu,

el tiempo cubriría de muerte tu reposo,

no cabría en tu gesto la síntesis del mundo,

toda tu metafísica quedaría indefensa

y tu alma saltaría en mil pedazos.

 

Todavía un breve canto al personaje se sucede del gran “Romancero del Doncel” que presta la garra de la métrica antigua a lo que es gesta también  pretérita, insólita y que hoy sería vista de cualquier manera menos heroica. En ese “Romancero” transmite el poeta la fuerza de su memoria en torno al personaje:

 

Trajeron a Martín Vázquez

a su Sigüenza del alma,

para consagrar su muerte

a la suprema enseñanza

de perennizar el tiempo

leyendo la misma página.

 

De la catedral seguntina saca el autor muchas enseñanzas, evidencia y propósitos. De sus torres altas acampanadas, de sus capillas interiores y aún de los sonidos que devuelven las bóvedas al pisar bajo ellas. Además del “poema azul” que dedica a su amigo Antonio Estrada, en el que pinta de un color no habitual la catedral toda, Vaquerizo se entusiasma al levantar los muros y alcanzar las techumbres. Dice así en el primer poema del libro, que es como definitorio y apologético:

 

Catedral de Sigüenza,

atril abierto al salmo de la vida,

equilibrio del aire, espejo donde

se miran las estrellas,

afirmación de todas las hipótesis.

 

Sin duda que se le hace un gran favor a la catedral con este libro. Porque los ejemplares volúmenes que hasta ahora han tratado de su historia, y de su arte, vienen a complementarse con este que es de cántico y alabanza -también de análisis, de ese que con el bisturí de la palabra busca el nervio fino que mueve los dedos y suelta la lengua hacia lo alto-. Así es que para el Poemario sobre la Catedral de Sigüenzaque Vaquerizo Moreno ha escrito, y publicado, con motivo del 850 aniversario de la consagración del edificio como estancia catedralicia va mi aplauso sincero y entusiasta. Sigo creyendo en él como poeta, pero también como amigo, como sabio analista de las cosas, como justo decidor de las cosas hermosas que nos rodean.