Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

noviembre, 2018:

50 Autores en busca de 100 Propuestas

Cincuenta autores en busca de cien propuestasHace un par de años saqué adelante un libro, titulado “Cien Propuestas esenciales para conocer Guadalajara”, que tuvo una buena repercusión en la sociedad guadalajareña, llegando a presentarlo, a petición de algunas instituciones y asociaciones, en diversos pueblos de la provincia.

Fue una idea que surgió charlando entre amigos, la de hacer una referencia de nuestras maravillas (monumentales, gastronómicas, paisajísticas, históricas y arqueológicas) y así poner en las manos de muchos esa propuesta (centuplicada) de conocer bien Guadalajara, de conocerla a fondo.

Cargado de nombres, de imágenes, de planos y sugerencias, nacieron estas “100 Propuestas esenciales para conocer Guadalajara” que si algún valor tienen es el de contar con cincuenta firmas que le han hecho posible y dado vida.

He tenido la suerte de que más de 50 amigos y amigas hayan querido colaborar en este libro, cada uno con las quinientas palabras que le spedí que pusieran en torno a un monumento, un acontecimiento, un paisaje… Todos han cumplido a la perfección, y a todos les agradezco su colaboración. Porque han dado la razón a quienes piensan que esta provincia hay que hacerla entre todos. Especialmente entre quienes la conocen a fondo, y la quieren viva.

Hoy me ocupo simplemente de hacer relación de todos esos cincuenta autores que han hecho posible esta aventura, que es algo más que un libro. Es todo un “centálogo” de amenas posibilidades, de obligados caminos y aventuras aseguradas.

Entre ellos hay nombres clásicos, que fraguan con su palabra el clasicismo de estas páginas: está José Antonio Suárez de Puga que nos entrega un poema sobre Beleña; Francisco García Marquina, que nos da certera su visión del Arcipreste de Hita, y Alfredo Villaverde Gil, que nos dice también, en esencia, quien fue el Marqués de Santillana. Y está, en fin, el más veterano, Luis Monje Ciruelo, que nos da noticia del lugar donde vivió su niñez, Palazuelos.

Hay firmas consolidadas, con muchos años de escritura detrás, muchos saberes. Y aquí están sus nombres y sus aportaciones: José Serrano Belinchón, tal vez quien más páginas ha escrito sobre nuestra provincia, que aquí nos habla del Hayedo de Tejera Negra.

Está Tomás Gismera Velasco, que nos dicta y resume todo sobre La Caballada y hace malabarismos para meter en 500 palabras la biografía de Layna Serrano.

Está también la veteranía de Santiago Arauz de Robles, con su evocación de la Vega de Arias, y Juan José Bermejo, especialista en puentes, con su estudio sobre el de Guadalajara capital.

Se presentan entre ellos las firmas de Pedro Aguilar, que pone en valor el Festival Medieval de Hita, y Benjamín Rebollo Pintado, quien expresa los significados de las botargas personificadas en la de Peñalver.

Están además las plumas de Andrés Acosta González representando al colectivo de amigos del Arte Paleolítico y la Cueva de los Casares, o María Pilar Martínez Taboada, cronista seguntina, con su voz clara diciendo el renacer de un viejo edificio románico, la iglesia de Santiago en Sigüenza.

Tenemos la suerte de contar en este libro con los escritos de Angela Ionesco, siempre expresión del monasterio de Buenafuente, y de Juan Pablo Mañueco, poeta y novelista, que en esta ocasión nos entrega un breve ensayo sobre el Panteón de la Condesa de la Vega del Pozo.

Además de la colaboración de Francisco Martín Macías, poniendo en valor ambientes serranos, como la Ciudad Encantada de Tamajón, y la de Agustín Tomico Alique, rutero incansable, que en este libro se va a la laguna de Taravilla , y al salto de Poveda, esencias del Alto Tajo.

Suenan además las plumas de Pedro Pradillo y Esteban, el más indicado para hablar en este catálogo de La Concordia de Guadalajara; o Javier Sanz Serrulla, que nos dice la esencia de la catedral seguntina; sin olvidar a don Agustín González Martínez, alma de los Museos de Atienza, quien nos los explica y resume.

Firmas imprescindibles en este libro eran las de serranos como José Fernando Benito Benito, quien nos presenta la maravilla natural de Valverde de los Arroyos, y José María Alonso Gordo, que se encarga de analizar la fiesta valverdeña de la Octava del Corpus. A ellos se añaden Luis Monje Arenas, viajero empedernido, que aquí nos invita a acompañarle en su ascensión a las Tetas de Viana, y Teodoro Alonso Concha, descubridor y defensor de los ángeles de Tartanedo…

La voz de Jesús Orea es múltiple en este libro. Y lo es porque sabe expresar con precisión las cosas que cuenta. En esta ocasión nos dice lo que es el castillo de Torija, y su contenido, y lo que significa el Tenorio Mendocino.

100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara

100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara

Aún cabe señalar las colaboraciones de Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional, quien nos habla del Cielo de Guadalajara, o Plácido Ballesteros Sanjosé, analista de la fuente de Albalate, más las firmas de Ismael Gallego Puchol, alma mater del Museo de la Batalla de Abánades; Miguel Angel Ortega Canales, que es lo mismo del Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, del periodista Raúl Conde Suárez, que nos ofrece su visión del castillo de Galve, y de Juan José Llena da Barreira, que analiza a fondo el retablo plateresco de Balconete.

Y hay firmas jóvenes, que llegan con fuerza, que saben y quieren…

Por ejemplo, la de Víctor Foguer Condado, que nos ilustra sobre los encierros de Brihuega y el río Ungría.

La de Amador Ayuso Cuevas, cuyas ideas han centrado cosas como la naturaleza boscosa del valle del río Tajuña, la fuente de Fuentelencina o la viga románica de Valdeavellano.

Eduardo Pastor Illana, que se lo sabe todo de Lupiana, es quien habla del monasterio jerónimo de San Bartolomé.

Tomás Barra Florián, creciendo en saberes, aporta la esencia del palacio de Antonio de Mendoza, en la capital, como Jesús de Velasco Cubillo lo hace sobre el Palacio del Infantado, o Juan Gabriel Ranera Nadador, que sabe exponer resumida la gran historia que hay detrás de los Tapices de Pastrana.

Aparecen en estas plumas jóvenes Marta Embid Ruiz, quien nos habla de su pueblo, de Huertapelayo, y Diego Sanz Martínez, que también aporta temas molineses al conjunto (retablo de Alustante, y el barranco de la Hoz).

Es Elena Romera Valdehita quien nos guía, como ella sabe hacerlo de bien, por Brihuega.  Y Javier Fernández Ortea nos abre la puerta, como ha hecho a diario durante los últimos años, del Monasterio de Monsalud, explicando su historia antigua y futura. También nos sirve de guía por Atienza Juan Jesús Asenjo, como lo hace el biólogo Alfonso Herrera Bachiller en sus andanzas por los parajes más salvajes de la provincia. Neófito también, pero con largos saberes, es José María Alonso Noguerales, que nos trae el aire fresco del Ocejón y la Sierra.

Hay algunas firmas de personas que ya no viven. De una u otra manera, yo contaba con sus textos, de otros libros, de artículos, y los he puesto. Es un pequeño homenaje a su memoria.

Ahí están los nombres de José Luis García de Paz (que nos habla de la Princesa de Éboli), y de José Ramón López de los Mozos, con sus saberes múltiples, que desgrana  los méritos de fiestas como las Mascaritas de Almiruete o los Diablos de Luzón, más la esencia alcarreña de la calle mayor de Tendila.

De Dimas Fernández-Galiano, que inició las excavaciones en Recópolis,

De Jesús Valiente Malla, profesor de la Universidad de Alcalá, sobre el acueducto romano de Zaorejas.

De Juan Luis Francos, que conocía las bodegas de Horche como nadie.

De Felipe María Olivier y López de Merlo, que nos dejó tantas páginas sobre las picotas: pues ahora la mejor, la de Fuentenovilla.

Y del propio Layna Serrano, que nos habla de castillos, del de Zafra concretamente.

100 propuestas esenciales para conocer guadalajara

100 propuestas esenciales para conocer guadalajara

Acabo esta relación diciendo que yo también he escrito algunas de estas propuestas. En concreto, otras cincuenta. De esas que me han llamado siempre con su fuerza y carisma, y no quería dejar de cantarlas, de anunciarlas a todos. Creo, en definitiva, que hemos montado, entre cincuenta amigos y amigas, un buen coro, y que nos hemos hecho oir. Ahora, que todos los demás prosigan el viaje, porque hay cien pautas para montarlo.

Rollos y Picotas

Valdeavellano picota

La Picota de Valdeavellano

Siguiendo el camino de recordar y alentar la visita de los elementos patrimoniales que forman el contexto de las esencias de nuestra tierra, me paro hoy a considerar la historia, evolución y significado de los rollos y picotas. Y de entre todos los de la provincia de Guadalajara, el más destacado de ellos, que es sin duda el que se conserva en Fuentenovilla.

La historia de los rollos y las picotas es la historia de una confusión. ¿Son la misma cosa o son cosas diferentes? Al monumento de similares características, se le denomina rollo en unas localidades, y en otras se le llama picota. Aunque existe sin duda una diferencia conceptual en ambos términos, la forma de llamarlo en uno y otro sitio es simplemente el resultado de un largo proceso de tradición oral, conser­vándose en algunas comarcas el nombre de picota, en otras el de rollo, y en muchas zonas dándosele ambos nombres.
Puede decirse que la picota fue elemento de ejecución de justicia. Es la primitiva denominación y el uso más antiguo. Un poste de ejecución penal, donde los condenados por un tribunal debían someterse al escarnio y la vergüenza pública (de ahí viene la frase poner-a uno- en la picota), o donde incluso eran ajusticiados, quemados, ahorcados o colgados de unos garfios de hierro. Se colocaba siempre lejos de poblado, en algún otero o cerro, junto a los caminos. Otra forma de denominar a esta pieza era la de horca, que tenía el sentido evidente de colgar para ahorcar al reo de la justicia. El rollo, por el contrario, era símbolo de soberanía y jurisdicción, y representaba el concepto de soberanía autónoma en lo jurisdiccional por parte de la localidad que lo exhibía, y que tenía por tanto el título de villa. Sabemos que, muy excepcionalmente, en alguna localidad se alzaron monumentos distintos para la función penal y para el simbolismo jurisdiccional.
La mayoría de los ejemplos que hoy quedan por Guadalajara cumplían la función de rollo, esto es, significaban de forma evidente la capacidad de auto-jurisdicción que como villa gozaban. Por eso, más que un baldón eran un lujo. Y así lo entendieron los antiguos.
Entre sus características, conviene resaltar algunas cuestiones, muy definitorias: El rollo es un monumento levantado con autorización real.Su estructura es de gradas, basa, fuste, capitel y remate.Se localiza en las entradas/salidas o en la plaza del pueblo.Se ajusta perfectamente al marco urbano en que asienta.Tiene pretensión de elemento artístico.Está realizado con materiales que le confieren permanencia, como la piedra caliza, o la berroqueña, bien tallada, y a veces añade blasones, cadenas, garfios, etc.
Podríamos calificarlos, en punto a estilos, en góticos puros, góticos de tradición, renacentistas plenos, y renacentistas decadentes.
Los rollos y picotas se extendieron en su momento de mayor auge, el siglo XVI, por toda España, Portugal e Iberoamérica. En España, es especialmente la meseta castellana (la superior y la inferior, incluyendo las tierras de Madrid) la que ve mayor número de estos monumentos. Pero también existieron, y aún se encuentran algunos dispersos, en Alava, Navarra, Asturias y Andalucía. En Portugal, especialmente en su mitad norte, fueron también numerosos. Y también en Hispanoamérica fue relativamente frecuente, pues aquellas localidades fundadas ex-novopor los españoles, y a las que el Rey confería ya de entrada el título de villa con jurisdicción propia, levantaron sus rollos en la plaza central.
Las villas que podían erigir y exhibir públicamente un rollo, lo hacían en virtud de algunos de estos tres mecanismos:Concesión del título de Villa por el Rey o señor; escriturasde fundación de una nueva Villa, o por cambio de jurisdicción y nombramiento de Villa.
Cuando se producía oficialmente la concesión y, unos meses después, la erección pública del rollo, se procedía a celebrar ceremonias muy amplias y concurridas, con ritos meticulosamente observados y recibidos con alborozo por las poblaciones. Este ceremonial de creación de Villa y erección del rollo se hacía a través de los siguientes pasos:primeramente la concesión del título por el rey o documento público.Seguirdamente tenía lugar la visita al lugar del Juez de Comisión.Posteriormente se producían las visitas de las jerarquías locales y el Juez a la taberna, la carnicería, los lugares públicos diversos del lugar.Y finalmente se acababa con el amojonamiento meticuloso del término, que te´nia lugar en medio de una verdadera romería.
Ya hemos visto que la época fundamental en que se alzan los rollos y picotas son los siglos XVI y XVII. Cientos de ellos se alzaron nuevos, o se renovaron, en esas centurias. Todavía en el siglo XVIII, aunque ya en franca decadencia, se elevaron algunos. Y solamente unos escasos lo hicieron a comienzos del XIX o en algún momento de predominio absolutista de dicho siglo. El siglo XIX es, por definición, el momento en que ve la desaparición, por decreto, de estos monumentos, que a pesar de todo, muchos pudieron salvarse.
Aunque en el siglo XIX se promulgaron en dos ocasiones (Cortes de Cádiz y regencia de María Cristina) decretos para destruir totalmente estos monumentos, por lo que entonces se pensaba que significaban de opresión, muchos se salvaron, por no haber llegado la noticia de los decretos a los pequeños pueblos, pero no todos sobrevivieron al abandono y los elementos meteorológicos. Desde 1929 comenzaron a aparecer decretos que apoyaban su protección, y hoy puede decirse que muchos pueblos tratan de recuperar sus perdidos rollos, o reconstruirlos.
La provincia de Guadalajara es la que mayor cantidad de rollos y picotas tiene en la actualidad, conservados de antiguo, o recuperados y rehechos. Más de cinco docenas de elementos podemos encontrar si nos dedicamos a viajar en su búsqueda.
Por poner un ejemplo, el más llamativo, de todos ellos, debemos recordar el de Fuentenovilla. Se encuentra emplazada en el centro de la clásica Plaza Mayor, sobre cuatro gradas circulares de piedra. Consiste su estructura en dos columnas cilíndricas superpuestas de gran esbeltez; el fuste de la inferior es liso y a modo de pedestal sostiene a la superior que es acanalada y termina en un capitel del que sobresalen en sus cuatro esquinas sendos cuerpos de monstruos humanos con cabezas de animales; como cimera de base cuadrada se levanta una balaustrada con adornos o pináculos en los ángulos esquineros; en su centro se elevan tres troncos de pirámide superpuestos y en disminución, correspondiendo el más pequeño al más alto y cuyos simulados tejadillos están cubiertos de escamas, alzándose sobre el último una bella cruz de hierro forjado. Es obra del siglo XVI en sus finales, aunque el privilegio de Villa le fue dado un siglo antes, en el año 1495.Se atribuye su diseño y construcción al taller de los hermanos Adonza, que venidos de Granada a instancias del señor de Mondéjar, capitán general del Reino, fueron los encargados de construir la gran iglesia parroquial mondejana, y derramar algo de sun ingenio renacentista por lugares mínimos como este de Fuentenovilla.

El castillo de Jadraque

castillo de jadraqueTiempo de otoño, tiempo de visitar Guadalajara. Riberas amarillentas y alturas azules. Una sucesión de pueblos en silencio, de castillos olvidados, de monasterios en ruina. Pero todo ello se amalgama en una sucesión de sugerencias que nos prestan el dictado de su esencia secular. Hay que volver a la tierra, caminarla, subir a sus altos cerros. Por ejemplo, el que mantiene al castillo de Jadraque, con latido. 

El viajero que por la tierra de Guadalajara, o por toda Castilla, busca visitar las viejas fortalezas medievales y admirar sus estampas, llegará de forma obligada ante Jadraque, y recordará la frase que el pensador José Ortega y Gasset le dedicó en uno de sus viajes, que venía a decir que se trata del cerro más perfecto del mundo. Sea o no cierta esa afirmación, el caso es que el castillo jadraqueño, en el borde de la Alcarria y en el inicio de la Campiña del río Henares, ofrece un aspecto soberbio culminando con silueta humana la sencillez de un fragmento de hermoso paisaje.

Recordamos su historia

Le llaman a este el castillo del Cid, porque en la tradición popular queda la idea de haber sido conquistado a los árabes, en lejano día del siglo xi, por Rodrigo Díaz de Vivar, el casi mitológico héroe castellano. La erudición oficial había descartado esta posibilidad por el hecho de que en El Cantar de Mío Cid aparece don Rodrigo y su mesnada, tras pasar temerosos junto a las torres de Atienza, conquistando Castejón sobre el Henares, y ostentando durante una breve temporada el poder sobre la villa y su fuerte castillo. Se había adjudicado este episodio al pueblecito de Castejón de Henares, de la provincia de Guadala­jara, que, curiosamente, está junto al río Dulce, apartado del Henares, y sin restos de haber tenido castillo.

El poeta de la gesta cidiana se refería a una fortaleza de importancia, vigilante del valle del Henares, a la que llaman Castejón los castellanos, en honor de su aspecto, pero que para las crónicas árabes puede tener otro nombre. Era éste Xaradraq. Y fue concretamente el Jadraque actual el que conquistó el Cid en sus correrías por esta zona de la baja Castilla en los años finales del siglo xi. Teoría ésta que todavía se confirma con el hecho de haber sido denominado durante largos siglos, en documentos de diversos fines, Castejón de Abajo a Jadraque, que hoy tiene una ermita dedicada a la Virgen de Castejón, de la que es fama estuvo mucho tiempo venerada en lo alto del castillo.

Todo esto viene a cuento de confirmar para este casti­llo del Cid de Jadraque su origen cierto en la conquista del héroe burgalés. Antes, sin embargo, ya tenía historia. Por el valle del Henares ascendía la Vía Augusta que desde Mérida a Zaragoza conducía a los romanos. En la vega se han encontrado abundantes restos, en forma de cerámicas y monedas, de esta época romana.

 

castillos de castilla-la mancha

 

En tiempos de la dominación árabe, Jadraque fue asiento de habitación importante, recibiendo de esta cultura su nombre, y poniendo en lo alto del estratégico cerro, vigilante de caminos y del paso por el valle, un fuerte castillo. Uno más de los que el califato primero, y luego el reino taifa de Toledo, puso para vigilar desde la orilla izquierda del Henares su marca media o frontera con el reino de Castilla. Jadraque, durante esta época de los siglos x y xi, formó como uno más en el conjunto de estratégicos puestos vigilantes o castillos defensivos que los árabes pusieron en la orilla izquierda del fronterizo río: Alcalá de Henares, Guadalajara, Hita, el mismo Castejón o Jadraque, Sigüenza, etc, formaron el Wad‑al‑Hayara o valle de las fortale­zas que daría nombre a la actual ciudad de Guadalajara.

La reconquista definitiva de este castillo fue hecha por Alfonso vi, en el año 1085. Quedó en principio, en calidad de aldea, en la jurisdicción del común de Villa y Tierra de Atienza, usando su Fuero y sus pastos comunales. Tras largos pleitos de los vecinos, a comienzos del siglo xv consiguieron independizarse de los atencinos, y constituirse en Común independiente, con una demarcación de Tierra propia y un abultado número de aldeas sufragáneas.

Pero enseguida se vio que esa liberación de la tutela de Atienza iba a costar la entrada en un señorío particular. Fue en 1434 cuando el rey Juan ii hizo donación de Jadraque, de su castillo y de un amplio territorio en torno, a su parienta doña María de Castilla (nieta del rey Pedro i el Cruel), en ocasión de su boda con el cortesano castellano don Gómez Carrillo. El estado señorial así creado fue heredado por don Alfonso Carrillo de Acuña, quien en 1469 se lo entregó, por cambio de pueblos y bienes, a don Pedro González de Mendoza, a la sazón obispo de Sigüenza, y luego Gran Canciller del Estado unificado de los Reyes Católicos.

Fue este magnate alcarreño, árbitro de los reinos castellano y aragonés, jefe de la casta mendocina, y hábil político al tiempo que notable intelectual, quien inició la construcción del castillo de Jadraque con la estructura que hoy vemos. En un estilo que sobrepasaba la clásica estructura medieval para acercarse al carácter palaciego de las residencias renacentistas, a lo largo del último tercio del siglo xv fue paulatinamente cons­truyendo este edificio que finalmente, en el momento de su muer­te, entregó a su hijo mayor y más querido, don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, marqués de Zenete y conde del Cid. Casó este bravo soldado, querido de corazón por los Reyes Católicos y admirado como uno de sus más valientes e inteligentes soldados, con Leonor de la Cerda, hija del duque de Medinaceli, en 1492.

A la muerte de su primera esposa, cinco años después de la boda, casó segunda vez con doña María de Fonseca, viviendo con ella desde 1506 en la altura del castillo, y naciéndole allí entre sus muros la que sería andando el tiempo condesa de Nassau, doña Mencía de Mendoza, quien siempre guardó un gran cariño hacia la fortaleza alcarreña, y a ella se retiró a vivir en 1533 cuando quedó viuda de su primer marido don Enrique de Nassau. El boato de las nobles cortes mendocinas, de aire inequívocamente renacen­tista, cuajó también en estos tiempos en los salones de este castillo, que fue morada del amor y el buen gusto. Hoy se sabe que aquí mandó construir don Rodrigo, a su arquitecto Lorenzo Vázquez, una cosa parecida, aunque en menor escala, a su castillo de La Calahorra en Granada. Se han encontrado restos de capiteles y barandas de claro signo protorrenaciente.

Abandonado este castillo de sus dueños, el manirroto Mariano Girón, duque de Osuna y el Infantado, a finales del siglo xix decidió venderlo, y fue el propio pueblo, representado en su Ayuntamiento, quien acudió a comprarlo, en la simbólica cantidad de 300 pesetas. Era el año 1889. El cariño que siempre tuvieron los jadraqueños por su castillo, en el que acertadamente siempre han visto el fundamento de su historia local, les llevó hace cosa de 30 años a restaurarlo en un esfuerzo común, mediante aporta­ciones económicas y hacenderas personales, lo cual es un ejemplo singular que debería repetirse en tantos otros lugares donde las deshuesadas siluetas de los castillos parecen llorar su abandono.

Visitamos el castillo

El castillo de Jadraque está construido en la cima de un cerro de proporciones perfectas. Su alargada meseta, que corre de norte a sur estrecha y prominente, se cubre con las construcciones pétreas de este edificio que hoy nos muestra su aspecto decadente a pesar de las restauraciones progresivas en él efectuadas. La altura y el viento suponen una agresión continua a estas viejas paredes medievales.

El acceso lo tiene por el sur, al final del estrecho y empinado camino que entre olivos asciende desde la basamenta del cerro. La entrada se encuentra entre dos semicirculares y fuer­tes torreones.

La silueta o perímetro de este castillo es muy unifor­me. Se constituye de altos muros, muy gruesos, reforzados a trechos por torreones semicirculares y algunos otros de planta rectangular, adosados al muro principal. No existe torre del homenaje ni estructura alguna que destaque sobre el resto. Los murallones de cierre tienen su adarve almenado, y las torres esquineras o de los comedios de los muros presentan terrazas también almenadas, con algunas saeteras.

El interior, completamente vacío, muestra algunas par­ticularidades de interés. Al entrar a la fortaleza, tras el paso del portón escoltado como hemos dicho por sendos torreones fortí­simos, se accede a un empinado patio de armas que siempre estuvo despejado, y que se encuentra en una cuestuda terraza de nivel inferior al resto del edificio. Por un portón lateral abierto en el grueso muro que define al castillo propiamente dicho, se accede a un primer ámbito, de forma rectangular, con aljibe pequeño central, que fue sede de la edificación castrense propia­ mente dicha. Más adelante, hoy circuído por los altos murallones almenados, se encuentra el ancho receptáculo de lo que fue casti­llo‑palacio levantado por el Cardenal Mendoza.

En el suelo aparece un enorme foso cuadrado, hoy cubierto con maderamen para evitar caídas accidentales, y que bien pudo servir de sótanos y almacenamiento de provisiones y bastimentos. Más adelante, ya en el fondo del edificio, se ven los restos, en varios niveles, de lo que fuera el palacio propiamente dicho. A través de una escalera incrustada en el propio muro del norte, se asciende al adarve que puede recorrerse en toda su longitud. El castillo poseyó un recinto exterior del que quedan algunos notables restos, como la basamenta de la torre esquinera del norte.

La amplitud del interior, la homogeneidad de su silue­ta, y una serie de detalles en la distribución de los ámbitos destinados a lo castrense y a lo residencial, nos muestran al castillo de Jadraque como una pieza netamente renacentista y ya moderna. Entre sus medio derruidos muros, sobre el vacío silencio de sus patios, resuenan aún los ecos de los personajes ilustres que allí habitaron, desde el Cid Campeador, que en calor de un verano subió a golpe de espada, hasta el marqués del Zenete, don Rodrigo, que allá en la altura tuvo su corte de amor y sueños.

Catedral de Sigüenza: un paseo por las alturas

Sacristia de las Cabezas de la catedral de SigüenzaEn los 850 años que ahora se cumplen de la consagración del templo mayor de la diócesis, la catedral por antonomasia, cumple recordar algunos detalles del edificio, porque en ellos está la claves, las claves, de su significado último.

Con la llegada del siglo XVI, en España se abren las puertas a nuevos modos de construir, y, sobre todo, a nuevos modos de representar. Lo que llamamos “Renacimiento”, y que en esencia es la toma de conciencia del hombre por su papel en el Universo, verá plasmados sus principios en muchos ámbitos: en la literatura, en la filosofía, en la política, y por supuesto en el arte.

Y en ese impulso constructivo, renovador de formas, que se centra por templos y palacios, a la catedral de Sigüenza le tocarán los mejores elementos de la provincia. Es lógico, puesto que es el lugar donde más posibilidades hay de hacer cosas nuevas, y donde más presupuestos existen, y más generosos, para levantar y experimentar.

Durante el episcopado de don Bernardino López de Carvajal se construyen los mejores ejemplos del Renacimiento en la catedral. Este obispo, que nunca llegó a aparecer por la Ciudad Mitrada, ya que vivió siempre implicado en los asuntos vaticanos, dio sin embargo dinero para construir retablos, estancias y obras públicas. Su sucesor, don Fadrique de Portugal, hizo lo mismo, y en competencia con ellos, el Cabildo de la catedral también se esmeró en propiciar novedades constructivas y decorativas.

La sacristía de las Cabezas

Es la Sacristía mayor de la catedral, la que el Cabildo encomendó a Alonso de Covarrubias, la que muestra más interés en cuanto a techos se refiere. Se esconde su portada en una oscuridad que no merece, ya avanzado el tránsito por la girola. La estancia ha sido calificada entre las más impresionantes obras de la arquitectura del Renacimiento europeo, y consiste en una gran estancia rectangular, en cuyos lados mayores se abren amplias hornacinas, en las cuales se alberga la cajonería con talla profusa, magnífica, plena de figuras y simbolismo. Merecería hacerse un detallado estudio de la simbología y mensajes que esas tallas de madera sobre cajones y aparadores llevan. Es uno de los elementos que aún permanecen arcanos en el conjunto catedralicio.

En las enjutas de los arcos que forman los muros de la estancia, aparecen enormes medallones representando bustos de profetas y sibilas. Todos son preciosos elementos escultóricos que completan el conjunto. Entre esos medallones, hay pilastras adosadas y rematadas de bellísimos capiteles. Sobre la corrida cornisa se inicia la gran bóveda, de medio cañón, seccionada en cuatro partes, en las cuales aparecen varios centenares de casetones circulares, bien alineados, ocupados por rosáceas y cabezas humanas, estas últimas todas diferentes, provistas de una expresividad increíble, debidas a un verdadero genio del arte: Alonso de Covarrubias, que fue el diseñador de este recinto, aunque la talla directa se hizo, años más tarde, hacia 1550, por Martín de Vandoma, quien en esta pieza se consagró como un consumado artista. Muchas de estas cabezas (hay 304 en total) son retratos de personajes de la época, incluyendo al Papa, al Emperador, a la mujer de éste, a diversos canónigos, cardenales, ofi­ciales del templo, etc.

 

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

Y ese es otro de los trámites que le quedarían por descubrir a quien se enfrentara con un espíritu analista y erudito a la estancia eclesiástica, tratando de ver en ella algo más que la belleza de proporciones y adornos. Hay un mensaje en esa bóveda que nadie ha dejado escrito. Porque en los documentos del archivo capitular figuran los nombres de los canónigos que decidieron su construcción, y aún de quienes quedaron encargados de trazar el orden de los adornos a poner en ella, pero en ninguna parte ha quedado escrito, o al menos no se ha encontrado todavía, el por qué de esa distribución, de tantas cabezas. Sin duda se está representando en la bóveda una perspectiva de “gloria” para los bienaventurados, dando por supuesto que en el ámbito sagrado de un templo, las bóvedas son la imagen consistente de la Gloria, y quienes ocupan los techos, están asentados en ella. O van a estarlo, porque en esta sacristía de las cabezas de Sigüenza, hay representados personajes que en ese momento estaban vivos: el jefe del Estado, el emperador Carlos, entre ellos.

Buscando el sentido

En esta techumbre magnífica hay una clara división, en cuatro sectores, aunque no existre evidencia dedistinción programática entre ellos. Cuando nos entretenemos en mirar durante un buen rato, podremos encontrar que en el primer sector (el más externo) aparecen los rostros de un cónsul romano, un viejo con casco, un monje joven, varios efebos y mu­chos viejos de alborotadas barbas. También aparecen algunas jóvenes. En el segundo sector aparecen cuatro figuras totalmente deterioradas por las filtraciones de la bóveda en su pared sur, y otra a medio deteriorar. Son también clérigos (uno muy gracioso, con dos formidables orejas, signo evidente de ser retrato de algún canónigo de la época), profetas, algún turco, etc. En el tercer sector hay una figura totalmente deteriorada, y otras cinco en las que la humedad ha dejado su huella destructora. Aparecen, entre otros, un monje con el capuchón puesto, varias figuras femeninas (una de ellas coronada), un viejo franciscano, tres obispos, un rey joven, (¿el príncipe Felipe?), varios clérigos, árabes, esclavos, etc. En el cuarto sector merece destacar la presencia de un pontífice con su tiara, varios clérigos, un guerrero con prolijo casco renacentista, un cardenal de la Iglesia con su sombrero de anchísimas alas, viejos melenudos, etc.

Iconografia romanica de Guadalajara

El significado de la bóveda y su decoración humana, lo entendemos como expresión de un movimiento filosófico muy del momento, heredado del erasmismo reinante en el primer tercio del siglo XVI español: la corriente neoplatónica surgida en Italia a través de la escuela de Marsilio Ficino trata de “salvar” a los hombres virtuosos de la Antigüedad, y ofrecerles un lugar en el Paraíso cristiano, en el que la Humanidad se alberga por la misericordia de Dios, que acepta en su seno a los paganos que se comportaron correctamente. El Humanismo cristiano dota al ser humano de las dimensiones idóneas para medir el mundo, el Cosmos y el Microcosmos, y le hace a su vez sujeto de la capacidad salvadora universal de Cristo. En esta bóveda, que por su forma semicircular es representación de la Gloria, se representa a la Humanidad redenta y en ella se juntan los cristianos de hoy y los paganos de ayer, los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos. Todos ellos tienen un alma similar, que es aceptada por Dios en la altura.

La capilla del Espíritu Santo

Otra estancia espectacular, en cuanto a techos, es la capilla del Espíritu Santo o de las Reliquias, guarda­da por la más bella reja del templo, obra del conquen­se Hernando de Arenas, labrada a expensas del obis­po Fernando Niño de Gue­vara, cuyo escudo aparece forjado y policromado en ella. La capilla es una estancia de planta cuadrada, en la que luce un completo programa icono­gráfico, todo él argumen­tado en infinidad de tallas que lucen con profusión por muros y cúpula, viniendo a dar la imagen de la Iglesia, concebida como un edifi­cio en el que los gentiles aparecen (como estípites) sosteniendo con sus brazos los arcos donde medallones con efigies de profetas y angelillos con los símbolos de la Pasión, mantienen a su vez la gran cúpula, que descansa sobre medallones con los cuatro Evangelis­tas en las pechinas y nume­rosos casetones con efigies de santos en la bóveda, rematado, por encima de la linterna, en la figura de Dios Padre y del Espíritu Santo. La estructura de su iconografía, dentro de un espíritu que se acerca a lo trentino, es de exaltación de la Divinidad, sustentada en la secuencia teológica de su poder: fieles e infieles soportan la Gloria a través de la Pasión de Cristo, de la referencia de su vida a través de los evangelistas, y de la santidad practicante de los santos.