Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

julio, 2018:

Pastrana revive en su festival ducal

Ana de Silva y MendozaUn festival que no puede pasar desapercibido, entre los que este verano se celebran por nuestra provincia, es el que este fin de semana va a tener lugar en Pastrana, la capital de la Alcarria por estos días. Color, evocación, majestuosidad, y un denso racimo de ofertas culturales y lúdicas.

En la secuencia dinámica, viva y alentadora de este Festival, van a tener protagonismo este año, -según nos cuentan las previsiones de quienes lo organizan-, dos mujeres de la familia Mendoza, que tuvieron a Pastrana en sus venas metidas. Porque ambas, además hermanas, fueron hijas del primer duque pastranero y de su mujer doña Ana, la princesa de Éboli. Ambas, además, bautizadas con el mismo nombre, por llevar el de su madre, por la devoción a la santa madre de María.

Hay que distinguir, en todo caso, a una de otra. Aunque la vida, como suele ocurrir, y a pesar de esa hermandad y comunión en un linaje principalísimo, las llevó por caminos muy diferentes. A la primera, la mayor de todos los vástagos principescos, se la denomina habitualmente Ana Gómez de Silva y Mendoza, con el primer apellido completo del padre, añadido del de la madre. A la segunda, que además fue la última en nacer del vientre de la princesa, se la llama simplemente Ana de Silva y Mendoza.

Ambas van a ser, según proponen los organizadores de este Festival ducal que ahora comienza, protagonistas de los desfiles y las representaciones. La primera, festejada en la calle. La segunda, a través de una representación teatral, dentro del triste marco de un título elocuente: “Una clausura constante”

Ana Gómez de Silva y Mendoza

La primera de estas damas es llamada doña Ana Gómez de Silva y Mendoza. Es la segunda hija de los príncipes de Éboli (el primogénito fue un chico, Diego, que murió cuando contaba solo cinco añitos). Nacida en julio de 1561, con tan solo cuatro años de edad es ya destinada por sus padres a un ventajoso casamiento: se capitula con el que luego sería VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán. Tranquilos todos, sin embargo, porque aunque la prometida era una niña, la boda real se consumaría años después, en 1574, con la novia ya crecidita, de 13 años. Hoy hubiera sido imposible, legalmente, ese casorio. Pero eran otros tiempos, y la costumbre imperaba.

Bodas celebradas en Pastrana, y bendecidas por el Rey (principal factor), obispos y monseñores. También por los padres de los contrayentes. El joven don Alonso sería luego nombrado, por Felipe II, Almirante de la gran flota que mandaría en 1588 a invadir la isla de la Gran Bretaña, y que como de todos es sabido, y a pesar del apelativo que en el Escorial se le puso de “Armada Invencible”, se vió superada de los vientos y de la mala fortuna, quedando destrozada y la mayoría de sus marineros ahogados por aquí y por allá.

Vuelto el duque a sus lares, y reunido con su esposa la joven doña Ana, con ella se dedicó a lo que más gusto le daba, y a lo que su alta jerarquía le impelía: tuvo catorce hijos con ella, y ambos se dedicaron a administrar sus tierras, dilatadas por toda la Andalucía.

Aunque su principal palacio lo tenían en Sanlúcar de Barrameda, asomados al mar, a doña Ana le gustaban especialmente los grandes bosques y marismas de su propiedad que hacia occidente casi hasta la Punta Umbría se extendían junto al Oceáno. Tantos ratos pasaba allí, tan bonito fue el palacio que se construyó en medio del bosque, que a aquello empezaron a llamarlo “el coto de Doña Ana” y hasta hoy ha llegado, felizmente conservado como uno de los Parques Naturales más espléndidos de Europa.

Viene a cuento, hablando de esta señora, recordar ahora algo que últimamente ha salido a luz, gracias a las investigaciones de la profesora Lucía Gómez Fernández, y que retratan de muy elocuente modo la corte, principesca y enorme, de los duques de Medina Sidonia en su idílico apartamiento del Sur. Fueron muy aficionados a la música estos señores. Tanto, que marcaron una época y dieron lugar a su renombre como corte musical. En la obra de esta profesora “Música, nobleza y mecenazgo. Los duques de Medina Sidonia en Sevilla y Sanlúcar de Barrameda (1445-1615)” se refiere con pormenor lo grandioso de su aparato musical.

Así sabemos que los duques mantuvieron una Capilla de Música compuesta de entre 30 y 40 músicos. De ellos, 16 eran cantores, 8 mozos de capilla, uno organista, uno arpista, 7 ministriles, tres vihuelistas, 6 trompetas y un atabalero. En 1535 era organista el inglés John Husley.

En el Capítulo “La duquesa doña Ana de Silva y la música” se nos dice que también había esclavos interpretando instrumentos, y cantando. De los doscientos esclavos que tuvo el matrimonio, muchos de ellos, especialmente indios, los dedicaron a la música. Se les daba bien, como hoy todavía, lo de tocar y cantar. Entre los mejores aparecen los nombres de Sebastián Vázquez, Andrés de Villalar y Alejandro de la Serna. Eso a mediados del siglo XVI. Y más tarde aparecen Pedro Guerrero, Antonio de Macotera y Luis de Narváez. La propia duquesa doña Ana tocaba varios instrumentos.

Pastrana paso a paso

Curiosa es también la memoria que quedó de estos nobles. Tras la muerte de doña Ana, fue enterrada bajo el altar mayor de la basílica de la Caridad, que ella encargó construir a Alonso de Vandelvira.

Y de los ocho hijos que tuvieron, el mayor fue Juan Manuel Pérez de Guzmán, que alcanzaría a ser octavo duque de Medina Sidonia. La hija de este (biznieta ya de la princesa de Éboli) casó con el duque de Braganza, quien alentó la revuelta política y militar de Portugal contra el rey Felipe IV, en 1640, y tras el éxito de su empeño, consiguió ser porclamado rey (de Portugal) con el nombre de Juan IV.

De esa manera se cumplía el más grande y secreto empeño de doña Ana, la princesa de Éboli, de que sus hijos (o sus nietos, o sus bisnietos….. alguien de su sangre y de la de su marido don Ruy Gómez de Silva) alcanzara el trono de Portugal, que siempre pensó les correspondía…

Ana de Silva y Mendoza

La segunda, la más chica, la más desgraciada (aunque no es del todo seguro, porque ella al final escogió su modo de vida) fue también llamada Ana (de Silva y Mendoza). Espectacular es el estudio que le dedica Esther Alegre Carvajal a esta joven pastranera, bajo el título de “Ana de Silva Mendoza” entre las páginas 619 y 652 de la enciclopedia por ella dirigida “Damas de la Casa de Mendoza”.

A esta la destinaron sus padres a casarse con otro buen partido, el heredero del condado de Tendilla y marquesado de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza. Con la mala fortuna de que en unos juegos nobiliarios por la Alcarria se vinieron al suelo, caballo y caballero juntos, muriendo el futuro conde, y dejando a la prometida Ana tan triste que ya sólo quiso estar con su madre, a la que acompañaría fielmente, día tras día, cuando la de Éboli fue encarcelada y casi emparedada por orden de Felipe II en su palacio de Pastrana, muriendo en 1592, y decidiendo la chica que se metía monja para siempre, haciéndolo en el convento de San José de Pastrana, que su madre junto a Santa Teresa había fundado unos años antes.

El retrato que de esta joven ha quedado permanece en el Museo de la Colegiata de Pastrana: jovencísima, apenada, protegida por una camarera amable, (posiblemente su fiel Beatriz Mejía) la joven se despoja de sus joyas, que deja en la mesa que tiene delante, denotando su rechazo al mundo, al siglo, y a las perlas. Se mete monja y allá que se fue, no durante mucho, pues murió en 1614, a los cuarenta y uno de su edad.

Paseando la Sigüenza medieval

La Plaza Mayor de SigüenzaSe celebra este fin de semana una nueva edición del Festival Medieval de Sigüenza. Es una nueva ocasión de visitar la Ciudad que entusiasma, porque guarda puras las esencias de su primitiva construcción, el tiempo del Medievo, las esencias de nuestra vida más lejana.

La plaza mayor y el Ayuntamiento

Llega el viajero al espacio magno del plazal mayor, ese espacio en el que sabe se concrentra la memoria de una ciudad, al unísono que los gritos de sus comerciantes y feriantes.

Y se queda admirado de sus dimensiones, de su estructura, de su estilo. Es probablemente una de las plazas comunales más hermosas de toda Castilla. Un aliento de tradición, de versos, de batallas y de amores recorre la frente de sus edificios. Y en corazón de las casas, del consistorio, y de la catedral, laten historias largas y profundas.

De estructura rectangular, en uno de sus lados, el de levante, se abre una galería porticada que va desde el edificio concejil hasta la Puerta del Toril. Sobre la galería aparecen las casas que se construyeron para alojamiento de los miembros del cabildo catedralicio, y que se adornan con escudos. Enfrente suyo, en el costado de poniente, hay una serie de viviendas para nobles: la del Mirador y la de la Contaduría, erigida por el cardenal Mendoza a fines del siglo XV. En el costado norte la plaza se cierra con la mole pétrea de la catedral, en la que se abría una portada de estilo románico a la que llamaban “la puerta del mercado”, por celebrarse la reunión comercial habitual en la gran plaza, los días de sábado. Y que luego fue recubierta por un añadido colosal y barroco, construido por Bernasconi, sobre el que hoy aparece enhiesta la torre del Santísimo, flacucha y esbelta como torre boloñesa. Finalmente, en el costado meridional, se alza hoy el Ayuntamiento, cual corresponde, pero en un edificio que recibió muchas alteraciones a lo largo de los siglos, y que inicialmente se construyó oara ser palacio sede de los Deanes capitulares, mostrando doble nivel de arquerías, solemnes y espléndidas.

El origen de esta plaza tiene fecha concreta, a finales del siglo xv, cuando gobernaba la diócesis como obispo don Pedro González de Mendoza, y como vicario y ejecutor real de cuanto en Sigüenza se hacía, don Gonzalo Ximénez de Cisneros, que luego llegaría a ser Cardenal Regente. De 1492 exactamente es la provisión episcopal mendocina, en la que se ordena trasladar el mercado desde la plaza alta en que ttadicionalmente se celebró (la hoy llamada Plazuela de la Cárcel) a esta frente a la catedral. Se derribó lo que de muralla estorbaba para su amplitud, y se comenzaron a construir las casas de ambos costados. En los primeros años del siglo xviya estaba la plaza tal como hoy la vemos.

Mi amiga Pilar Martínez Taboada, que es cronista oficial y sin duda la persona que hoy más sabe de Sigüenza y sus vericuetos urbanísticos, ha conseguido hallar los nombres de los canteros, maestros y arquitectos –de cualquier forma llamamos a los masones constructores- que levantaron esta fábrica de piedra y luz: Francisco de Baeza, Fernando de las Quejigas, Juan de Coterón y el maestro Pedro, dirigidos todos ellos por la sabia prudencia de quien como chantre capitular administraba los fondos con que pagar la obra: don Fernando de Coca, fiel servidor del Cardenal, cuyo enterramiento talló, al final de sus días, el mismo taller de escultores que se encargaron de la estatua del Doncel. Coca, sin embargo, quedó enterrado en la iglesia de San Pedro, de Ciudad Real.

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

La calle mayor de Sigüenza

Toda ciudad que se precie tiene un calle mayor. Una calle que te lleva desde la catedral al castillo, desde la picota al ejido, desde la fuente grande al palacio marquesal, desde la estación del tren hasta el quiosco de la música… y así es como Sigüenza también tiene su calle mayor, a lo grande, a lo espléndido, con las esencias de una historia centenaria, con la naturalidad de las cosas que son así desde siempre, sin que nadie las planificara. Empieza en el desahogo delante del ayuntamiento y la catedral, junto a los edificios de canónigos y mercaderes, desde la plaza mayor, y va ascendiendo, porque el burgo está en cuesta, a lo más alto, a la atalaya desde la que se divisa el horizonte múltiple, donde el poder asienta y las referencias son claras. Desde la catedral hasta el castillo.

El desarrollo urbanístico de Sigüenza lo ha estudiado mejor que nadie su cronista María Pilar Martínez Taboada. Ella es quien ha analizado, con paciencia y tino, la forma en que nació esta aldea y fue afanando edificios y bocacalles desde la vega del río a la altura del viejo castro aguileño. Cada siglo un avance, cada momento su cerrada muralla, sus portalones, sus calles atravesadas, sus hitos de poder y relumbre. Ella es quien nos ha dicho que el eje de Sigüenza fue siempre su calle mayor. Y así volvemos a comprobarlo.

Subiendo desde la plaza, dejamos a un lado y a otro esos establecimientos vetustos, de apagado eco, de intenso color en sus entresijos: la casa de antigüedades de la señora Costero, el escaparate de Alonso e Hijas con sus cerámicas de alfar del monte, la portada mínima de esa gran casa de comidas que lleva el nombre de la calle mayor en que asienta, o el caserón de la Universidad que da cobijo en forma de hospedería a estudiantes y peregrinos junto a la casa del Doncel… otras casas heredadas, de padres a hijos, de remotos hidalgos a gentes de hoy, y esos palacios que arremeten al sol con sus escudos y sus ventanales conopiales. Todo en esta calle, a la que podría llamarse rúa de antigua que es, suena a clásico, a verdadero, a eterno…

La calle mayor de Sigüenza es la unión de dos viejas ciudades: la de en torno al río, extramuros, con su catedral de afuera, y la más alta del castillo y las defensas. Tras la reconquista, se creó la «puebla alta», rodeando al castillo, y la «puebla baja» en torno a la naciente catedral. En la Baja Edad Media se unieron ambos núcleos, creando la verdadera Sigüenza que fue articulándose en torno a calles que seguían las curvas de nivel del cerro. Esa es la ciudad medieval (Sigüenza tiene otras ciudades, la romana perdida, acaso la islámica, seguro que la renacentista, y la barroca, abajo junto a la Alameda) y esta es la calle que la vertebra, de imprescindible paseo.

La Casa del Doncel

Hemos subido la calle mayor de Sigüenza, y nada más admirar la portada de Santiago nos vamos a la derecha, por la Travesaña Alta, y enseguida se nos abre, también a manderecha, la plaza de San Vicente. Serena, callada, y presidida por un hermoso edificio medieval. Es el que llamaron, durante siglos, “palacio de los Bédmar” pero que ahora conocemos por la “Casa del Doncel”. Y veréis por qué.

Se construyó en el siglo XV, sobre otro viejísimo edificio del XII, esta casona acastillada (fíjate que lleva almenas en lo alto de su fachada). La pusieron escudos sus dueños, que eran los del linaje de Arce: los Vázquez de Arce, emparentados con los de Sosa, portugueses. En el último cuarto del siglo XV, en los años que sintieron el político quehacer de los Reyes Isabel y Fernando, sus dueños le dieron forma y contenido. Era el señor de la casa don Fernando de Arce que casó con doña Catalina de Sosa, y tuvieron por hijos a Martín, a Fernando y a Mencía. Aunque pocas veces habitaron el edificio, sí que estaban orgullosos de él, y aún los sucesores lo cuidaron y ampliaron en el siglo XVI.

De toda la estirpe, el más famoso llegó a ser don Martín, Vázquez de Arce, y Sosa, a quien mataron los moros en la Vega de Granada, en el verano de 1486, y a quien sus padres lo trajeron a enterrar en su capilla de la catedral. Allí talló alguien, después, una estatua representando al muchacho, tendido, lector primero y luego meditando, y desde hace muchos años todos cuantos le ven, dicen de él: “Ese es el Doncel, el de Sigüenza, que mataron los moros en la vega de Granada, cuando solo contaba veinticinco años”.

Durante mucho tiempo fue residencia de unos y otros, pasó la propiedad de mano en mano, y vino a caer, a finales del siglo XX, en las de la Universidad de Alcalá, que lo restauró y acondicionó como espacio cultural.

La fachada nos muestra una casa-torre, con un paramento de piedra sillar, en el que se abre, a la calle, un gran portón adovelado, con escudos en la clave y a los lados. Se suman a él dos pisos, el segundo con una ventana orlada de bolas, y sobre la cornisa de los mismo, y sobre las gárgolas, unas almenas rematadas en cascabeles.

En su interior encontramos numerosos detalles originales en estilo mudéjar, como alfices, artesonados, y ventanillas. Hay en compleja distribución una variedad de estancias, distribuidas en pisos diversos, en entreplantas. Y así, a la entrada, hay un puesto informativo; en el sótano, un restaurante; a la izquierda, subiendo por una estrechas escaleritas, un sucesión de salas de exposición, donde ahora se alberga la donación de pinturas y dibujos de la familia Santos / Viana. En el primer piso, se alberga el Archivo Histórico Municipal de Sigüenza. Aún más arriba, el Museo de la Guitarra de Romanillos. Y aún pueden encontrarse otra pequeña sala de conferencias, dependencias administrativas, y una terraza.

Y estas son las andaduras que competen al viajero que quiere saber de esta vieja ciudad, ahora (durante 3 días) ocupada de mercaderes y viajeros sonoros. Pero durante el resto del año callada y misteriosa, pujante de silencios que la hacen verdadera.