Pastrana revive en su festival ducal

sábado, 14 julio 2018 0 Por Herrera Casado

Ana de Silva y MendozaUn festival que no puede pasar desapercibido, entre los que este verano se celebran por nuestra provincia, es el que este fin de semana va a tener lugar en Pastrana, la capital de la Alcarria por estos días. Color, evocación, majestuosidad, y un denso racimo de ofertas culturales y lúdicas.

En la secuencia dinámica, viva y alentadora de este Festival, van a tener protagonismo este año, -según nos cuentan las previsiones de quienes lo organizan-, dos mujeres de la familia Mendoza, que tuvieron a Pastrana en sus venas metidas. Porque ambas, además hermanas, fueron hijas del primer duque pastranero y de su mujer doña Ana, la princesa de Éboli. Ambas, además, bautizadas con el mismo nombre, por llevar el de su madre, por la devoción a la santa madre de María.

Hay que distinguir, en todo caso, a una de otra. Aunque la vida, como suele ocurrir, y a pesar de esa hermandad y comunión en un linaje principalísimo, las llevó por caminos muy diferentes. A la primera, la mayor de todos los vástagos principescos, se la denomina habitualmente Ana Gómez de Silva y Mendoza, con el primer apellido completo del padre, añadido del de la madre. A la segunda, que además fue la última en nacer del vientre de la princesa, se la llama simplemente Ana de Silva y Mendoza.

Ambas van a ser, según proponen los organizadores de este Festival ducal que ahora comienza, protagonistas de los desfiles y las representaciones. La primera, festejada en la calle. La segunda, a través de una representación teatral, dentro del triste marco de un título elocuente: “Una clausura constante”

Ana Gómez de Silva y Mendoza

La primera de estas damas es llamada doña Ana Gómez de Silva y Mendoza. Es la segunda hija de los príncipes de Éboli (el primogénito fue un chico, Diego, que murió cuando contaba solo cinco añitos). Nacida en julio de 1561, con tan solo cuatro años de edad es ya destinada por sus padres a un ventajoso casamiento: se capitula con el que luego sería VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán. Tranquilos todos, sin embargo, porque aunque la prometida era una niña, la boda real se consumaría años después, en 1574, con la novia ya crecidita, de 13 años. Hoy hubiera sido imposible, legalmente, ese casorio. Pero eran otros tiempos, y la costumbre imperaba.

Bodas celebradas en Pastrana, y bendecidas por el Rey (principal factor), obispos y monseñores. También por los padres de los contrayentes. El joven don Alonso sería luego nombrado, por Felipe II, Almirante de la gran flota que mandaría en 1588 a invadir la isla de la Gran Bretaña, y que como de todos es sabido, y a pesar del apelativo que en el Escorial se le puso de “Armada Invencible”, se vió superada de los vientos y de la mala fortuna, quedando destrozada y la mayoría de sus marineros ahogados por aquí y por allá.

Vuelto el duque a sus lares, y reunido con su esposa la joven doña Ana, con ella se dedicó a lo que más gusto le daba, y a lo que su alta jerarquía le impelía: tuvo catorce hijos con ella, y ambos se dedicaron a administrar sus tierras, dilatadas por toda la Andalucía.

Aunque su principal palacio lo tenían en Sanlúcar de Barrameda, asomados al mar, a doña Ana le gustaban especialmente los grandes bosques y marismas de su propiedad que hacia occidente casi hasta la Punta Umbría se extendían junto al Oceáno. Tantos ratos pasaba allí, tan bonito fue el palacio que se construyó en medio del bosque, que a aquello empezaron a llamarlo “el coto de Doña Ana” y hasta hoy ha llegado, felizmente conservado como uno de los Parques Naturales más espléndidos de Europa.

Viene a cuento, hablando de esta señora, recordar ahora algo que últimamente ha salido a luz, gracias a las investigaciones de la profesora Lucía Gómez Fernández, y que retratan de muy elocuente modo la corte, principesca y enorme, de los duques de Medina Sidonia en su idílico apartamiento del Sur. Fueron muy aficionados a la música estos señores. Tanto, que marcaron una época y dieron lugar a su renombre como corte musical. En la obra de esta profesora “Música, nobleza y mecenazgo. Los duques de Medina Sidonia en Sevilla y Sanlúcar de Barrameda (1445-1615)” se refiere con pormenor lo grandioso de su aparato musical.

Así sabemos que los duques mantuvieron una Capilla de Música compuesta de entre 30 y 40 músicos. De ellos, 16 eran cantores, 8 mozos de capilla, uno organista, uno arpista, 7 ministriles, tres vihuelistas, 6 trompetas y un atabalero. En 1535 era organista el inglés John Husley.

En el Capítulo “La duquesa doña Ana de Silva y la música” se nos dice que también había esclavos interpretando instrumentos, y cantando. De los doscientos esclavos que tuvo el matrimonio, muchos de ellos, especialmente indios, los dedicaron a la música. Se les daba bien, como hoy todavía, lo de tocar y cantar. Entre los mejores aparecen los nombres de Sebastián Vázquez, Andrés de Villalar y Alejandro de la Serna. Eso a mediados del siglo XVI. Y más tarde aparecen Pedro Guerrero, Antonio de Macotera y Luis de Narváez. La propia duquesa doña Ana tocaba varios instrumentos.

Pastrana paso a paso

Curiosa es también la memoria que quedó de estos nobles. Tras la muerte de doña Ana, fue enterrada bajo el altar mayor de la basílica de la Caridad, que ella encargó construir a Alonso de Vandelvira.

Y de los ocho hijos que tuvieron, el mayor fue Juan Manuel Pérez de Guzmán, que alcanzaría a ser octavo duque de Medina Sidonia. La hija de este (biznieta ya de la princesa de Éboli) casó con el duque de Braganza, quien alentó la revuelta política y militar de Portugal contra el rey Felipe IV, en 1640, y tras el éxito de su empeño, consiguió ser porclamado rey (de Portugal) con el nombre de Juan IV.

De esa manera se cumplía el más grande y secreto empeño de doña Ana, la princesa de Éboli, de que sus hijos (o sus nietos, o sus bisnietos….. alguien de su sangre y de la de su marido don Ruy Gómez de Silva) alcanzara el trono de Portugal, que siempre pensó les correspondía…

Ana de Silva y Mendoza

La segunda, la más chica, la más desgraciada (aunque no es del todo seguro, porque ella al final escogió su modo de vida) fue también llamada Ana (de Silva y Mendoza). Espectacular es el estudio que le dedica Esther Alegre Carvajal a esta joven pastranera, bajo el título de “Ana de Silva Mendoza” entre las páginas 619 y 652 de la enciclopedia por ella dirigida “Damas de la Casa de Mendoza”.

A esta la destinaron sus padres a casarse con otro buen partido, el heredero del condado de Tendilla y marquesado de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza. Con la mala fortuna de que en unos juegos nobiliarios por la Alcarria se vinieron al suelo, caballo y caballero juntos, muriendo el futuro conde, y dejando a la prometida Ana tan triste que ya sólo quiso estar con su madre, a la que acompañaría fielmente, día tras día, cuando la de Éboli fue encarcelada y casi emparedada por orden de Felipe II en su palacio de Pastrana, muriendo en 1592, y decidiendo la chica que se metía monja para siempre, haciéndolo en el convento de San José de Pastrana, que su madre junto a Santa Teresa había fundado unos años antes.

El retrato que de esta joven ha quedado permanece en el Museo de la Colegiata de Pastrana: jovencísima, apenada, protegida por una camarera amable, (posiblemente su fiel Beatriz Mejía) la joven se despoja de sus joyas, que deja en la mesa que tiene delante, denotando su rechazo al mundo, al siglo, y a las perlas. Se mete monja y allá que se fue, no durante mucho, pues murió en 1614, a los cuarenta y uno de su edad.