Cervantes visita la tumba del Doncel
En un reciente libro que he presentado, esta pasada “Feria del Libro”, y que además de mis textos lleva 60 ilustraciones magníficas de Isidre Monés Pons, hablo de la posible (casi segura) visita que Miguel de Cervantes hizo a Sigüenza y, por supuesto, a la estatua yacente de Martín Vázquez de Arce. De él sacaría algunas conclusiones, seguro.
Hoy
Se acentúa el interés por el tema después de que hace algunos días, en el diario “El Pais” apareciera un reportaje hablando de la “mentira” que supone llamar “doncel” a Martín Vázquez de Arce, cuando a su muerte, con 26 años talludos ya, tenía mujer e hija. Con la audacia propia de los primerizos, el periodista achacaba el error y la mentira a Ortega y Gasset, a Unamuno, y a todo lo que le olía a rancio y desfasado, tan solo por pertenecer al mundo de la cultura del siglo XX. Pero el tema está ya muy trillado, y existen magníficos libros que explican el proceso que agrupa tantas y diversas cosas: la vida del comendador santiaguista Vázquez de Arce, su muerte, su enterramiento, la admiración suscitada y el proceso de darle un nombre como referente de viaje, al tiempo que se le exalta a la categoría de arquetipo. Uno de los mejores libros es el que escribió Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, “El Doncel de Sigüenza” y que ha sido leido, valorado y aplaudido por miles de lectores. Entre los que no se encuentra el periodista de “El Pais” que ha creido ser el sagaz detective que desmonta un mito.
Ayer
Ya sé que no hay papeles ni documentos que lo confirmen. Ya sé que es mucho elucubrar. Pero no deja de emocionarme pensar que Cervantes pudiera acudir, a la catedral de Sigüenza un día, y contemplar con serenidad la del Doncel don Martín, aprendiendo de su postura, de su mirada perdida y su ideal en dulzura, tantas lecciones que él mismo pusiera en práctica luego, a lo largo de su vida.
Es un investigador serio y paciente, don Antonio Mendoza Mendoza, en su monumental estudio sobre la patria de Cervantes y el origen del Quijote, titulado “El regocijo de las musas”, quien aventura esta situación, esta visita. Lo hace con numerosos y previos considerandos: sabiendo de quien era discípulo Cervantes en 1569, y los favores que su maestro había recibido de un gran mecenas poco antes. Todos ellos se encontrarían, es lógico, en algún lugar. La fecha es segura, el mes de marzo de 1569. La ciudad, Sigüenza, La catedral, visita obligada. La admiración ante el sepulcro de don Martín Vázquez de Arce, caballero de Santiago y lector empedernido, imposible de eludir, porque ya entonces hacía más de dos generaciones que el monumento estaba, y servía de asombro a quienes ante él paraban.
Esta disquisición viene a cuento de varias cosas probadas. La primera, que Miguel de Cervantes fue discípulo del maestro Juan López de Hoyos, cronista de Madrid, catedrático del Estudio de la Villa y párroco de San Andrés. La segunda, que este afamado escritor e intelectual fue encargado por la corona de escribir el epitafio poética de la reina Isabel de Valois, en 1568, y que redactó largamente contando con algunos versos de sus discípulos, que entre otros muchos a la sazón eran Miguel de Cervantes y Luis Gálvez de Montalvo.
Y la tercera, que a López de Hoyos protegió durante el reinado de Felipe II un personaje de gran relieve en la Corte y en la Curia, el eclesiástico don Diego de Espinosa, quien entre otros títulos, a más de Cardenal de la Iglesia Romana, Inquisidor General de España, y Presidente del Consejo Real, alcanzó a ser nombrado Obispo de Sigüenza, en 1568, y lo fue hasta su muerte en 1572. Tomó posesión del cargo en una visita inicial hecha en marzo de 1569, y allí se rodeó de cuantos le admiraban o lisonjeaban, acciones que suelen ir parejas cuando la púrpura deslumbra a todos. En esa estancia –todavía corría un vientecillo fresco por Sigüenza- debió acudir Miguel de Cervantes y así conocer la ciudad, de donde, como todos sabemos, tomó imágenes y personajes para sus obras.
Como verá el lector es agradable, y a veces útil, colarse entre las páginas de los libros, por muy cuajados de información que estén, como este del profesor Mendoza, a quien Sigüenza también le hizo tilín en su juventud, y de ahí sacara, tras muchas jornadas de silenciosa admiración y pasmo ante la rígida dulzura de don Martín, la idea de que el Quijote sublima esa figura del caballero lector, del caballero valiente y honrado que tiene en la cabeza mil aventuras leídas, o soñadas…
No habrá que desaprovechar esta idea, la de Cervantes inspirándose en El Doncel de Sigüenza para crear a su personaje, don Quijote de la Mancha.
Es decir, que siente sospechas que don Miguel de Cervantes se haya inspirado en la vida de don Martín Vázquez de Arce para su don Quijote. Interesante la propuesta. Es posible.