Viajes para mayores por la Alcarria

sábado, 2 junio 2018 0 Por Herrera Casado

pastranaEstá demostrado que la actividad viajera y excursionista de la Tercera Edad está siendo estimulada y es aceptada por ese sector de la población con aplauso y ganas. Cada vez son más los grupos que se lanzan, a lomos de un autobús, o incluso en el tren, a conocer la provincia, las mil ofertas culturales de Madrid, o incluso los espacios interesantes de España toda, y aún de Europa. A ellos van dedicadas ahora estas propuestas.

A propósito de un libro sobre “La importancia de la Tercera Edad” que acaba de ser editado en nuestra ciudad, y que tiene algunas ideas muy interesantes, me propongo ofrecer a los grupos “de mayores” que andan pensando en ver cosas interesantes de nuestra tierra, un par de viajes de esos que se pueden hacer llenando a rebosar un día.

Puede ser el primero un viaje a Pastrana. Está cerca, y da para entrener el día entero, comida incluida en la villa ducal. Y el segundo lo dejaría también en la Alcarria Baja, en directo a Sacedón, pero alargándolo a las ruinas (a veces visibles) de La Isabela, acabando en la Ruta de las Caras de Buendía.

Pastrana en un día

De las muchas cosas interesantes que ofrece esta villa alcarreña, destacan las que consideramos imprescindibles de visitar. Es la primera el Palacio Ducal, que preside en su costado norte, iluminada su fachada por el sol del mediodía, la Plaza de la Hora, escoltada a sus lados por casas soportaladas. El palacio fue mandado construir por la primera señora de la villa (antes Pastrana había pertenecido a la Orden de Calatrava). Dicha señora fue doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito, quien en 1545 le encargó al arquitecto toledano Alonso de Covarrubias un proyecto de “casa fuerte” que pegado a la muralla antigua ejerciera de bastión militar al tiempo que de gran palacio renacentista. El proyecto covarrubiesco no llegó a terminarse, pero lo duques siguieron viviendo en el palacio, del que admiramos la gran fachada, presidida por una puerta renacentista en la que se lee “De Mendoza y de la Cerda” que son los linajes de la constructora, y a los costados sendos torreones.

Ingresamos al palacio, muy restaurado, y vemos en su centro el patio, que nunca se concluyó en la idea de Covarrubias, y hoy ha sido adecentado en un sobrio estilo contemporáneo. En su interior se visitan las salas de la primera planta, cubiertas por magníficos artesonados con decoración manierista, y entre sus salas destacando la que fue capilla palaciega, donde santa Teresa puso los hábitos a los primeros frailes de la reforma carmelitana, y el cuarto en el que doña Ana de Mendoza y de la Cerda, primera duquesa de Pastrana, nieta de la constructora, fue recluida por orden del rey Felipe II hasta llegar a tenerla casi emparedada, y donde murió desasistida en 1592. Solo una Hora se le permitía asomarse al balcón cubierta de gran reja que da sobre la plaza. De ahí su nombre.

Seguimos subiendo la calle mayor, recta y estrecha, escoltada de viejas construcciones populares. Y llegamos a la plazuela del Ayuntamiento, donde admiramos el ejemplar clásico concejil, y enfrente la hoy iglesia parroquialque antaño tuvo la categoría de Colegiata, porque los duques en el siglo XVI fundaron para su mayor boato un Cabildo de clérigos, muy numerosos, que colegiados administraban y oficiaban el rito en este templo.

Aunque su origen como templo cristiano data de la Edad Media, y por tanto su parte central es de estilo románico, de aquella época de esplendor del siglo XVI conserva las grandes naves y, sobre todo, la cabecera, que fue levantada a instancia de fray Pedro González de Mendoza, hijo de la duquesa y princesa de Éboli, por el arquitecto carmelita fray Alberto de la Madre de Dios.

En este templo admiramos el retablo principal, obra de Matías Jimeno, con pinturas de santas mártires y la efigie de San Francisco, de cuerpo entero. Bajo el presbiterio, está la cripta donde se conservan los enterramientos de los duques de Pastrana, incluido el de Ana de Mendoza, princesa de Éboli, su marido don Ruy Gómez de Silva, y sus sucesores, muchos ilustres miembros del linaje mendocino.

Imprescindible en este viaje es la visita al Museo de los Tapices, que se alberga en esta iglesia parroquial. Además de numerosas piezas de arte, documentos, tejidos, orfebrería, etc, destaca la colección de los tapices flamencos que a finales del siglo XV fueron tejidos en los Países Bajos, y que tras numerosos avatares aquí pararon, mediado el siglo XVII. Seis enormes paños narran escenas de guerra y conquista, concretamente la de algunas plazas norteafricanas (Arzila y Tánger especialmente) por parte del rey Alfonso V de Portugal.

Ya con el autobús , que puede esperar al pie de la calle Castellana, hemos de seguir rumbo hacia el convento de San Pedro, que también llaman de franciscanos. Enorme construcción de época barroca, hoy convertida en espacio de restauración, pero con huellas precisas y emocionantes del Carmelo Reformado. La iglesia la diseñó fray Alberto de la Madre de Dios, el gran arquitecto carmelita que aquí vivió sus últimos años. En siu interior se conservan dos interesantes museos que deben visitarse, porque los fines de semana están abiertos: el de Recuerdos Carmelitanos (con multitud de piezas, retablos, cuadros, manufacturas varias, relacionadas con la presencia de Santa Teresa y San Juan de la Cruz en esta villa) y el Museo Oriental donde se albergan multitud de piezas biológicas (animales, crustáceos, conchas, pájaros…) traidos del Oriente por los frailes misioneros franciscanos que aquí tuvieron, en el siglo XIX, la sede de su provincia de San Gregorio.

Para terminar, si hay tiempo, ir a la Cueva del Moro, que se encuentra exactamente en la confluencia de la carretera CM-200 que baja hacia Almonacid de Zorita, y luego a Tarancón, con la CM-2007 que lleva a Valdeconcha y Alhóndiga. Se para donde se puede, a la orilla de  la carretera, y a pie subimos la leve costanilla que precede al roquedal en el que se aloja este complejo habitacional altomedieval, un verdadero eremitorio, o aún monasterio, bajo tierra.

De Sacedón a Buendía, pasando por La Isabela

Partimos desde Guadalajara por la carretera de Cuenca, la N-320, que nos lleva pasando junto a Horche y Auñón, hasta Sacedón, donde se hace parada y se disfruta de la plaza mayor, lugar en que puede hacerse el desayuno, al tiempo que se admira la iglesia, obra del siglo XIX, la estatua de la Mariblanca, a la espalda del templo, que procede de La Isabela, y la ermita de la Cara de Dios.

La Isabela

Al salir de la villa, se busca la carretera CM-2000 que nos va a llevar hasta Buendía, en la provincia de Cuenca, pero siempre a través de los paisajes de la Alcarria más pura.

Unos kilómetros más adelante, ya en provincia de Cuenca, se llega a la ermita de San Antonio, en el lado izquierdo de la carretera, entre un bosquecillo. Lugar –cuando había agua- desde el que se disfrutaba una maravillosa vista del embalse de Buendía. Pero ahora, ya seco, el lugar constituye el inicio de la marcha, a pie, no difícil, hasta las ruinas del antiguo Balneario Real de “La Isabela”.

La historia de este lugar es de muchos siglos de evolución. Dicen que conocidos por los romanos, y usados por los árabes, los Baños de Salam-Bir siempre fueron objeto de excursión y alcance de enfermos. En el siglo XVIII, finales, acudió a ellos para recuperar la salud el Infante don Antonio, hermano del rey Carlos IV, quien acudió allí, enfermo como estaba, reumático perdido, a probar suerte. Y tan bien le fue la probanza, que ya decidió acudir con frecuencia, animando a su sobrino el rey Fernando, a que igual hiciera.

Pasada la Guerra de la Independencia, Fernando VI honró el lugar con su presencia, y le quiso poner el título de “La Isabela” en homenaje a su esposa, Isabel de Braganza, con la que varios veranos asistió, alojándose en el palacio que al efecto se había construido en Sacedón, pensando ya en levantar junto al Guadiela un gran centro balneario.

Sería el arquitecto Antonio López Aguado quien recibió el encargo, del Rey y sus ministros, de transformar aquel lugar humilde en un emporio lujoso y atractivo para la Corte entera. En el lugar denominado “Dehesa de las Pozas” comenzóse la edificación de una “Casa de Baños”, que sirvió perfectamente para el uso que había de dársele, añadiendo una nueva población, una pequeña ciudad de ortognales trazas, en la parte alta del entorno. Se construyeron puente (uno de piedra, otro de madera, muy atractivo), y se abrieron grandes cantidades de tierras para repoblarlas de árboles, instalar jardines “regios” y añadir unas amplias huertas que hicieran al lugar autónomo. Numerosos arquitectos colaboraron, convirtiendo “La Isabela” en un lugar monumental, grande y atractivo, un espacio de auténtico lujo donde la Corte se encontraría durante el verano.

 

Sigüenza alrededores, un libro de textos e ilustraciones de Antonio Herrera e Isidre Monés

 

Fue en los años de la Restauración borbónica en los que se puso muy de moda, como en el resto de Europa, el “turismo de balneario”. Si unos iban a Baden Baden, otros a Karlovy Vary, y los de aquí a La Toja, en la Alcarria surgieron dos modelos que fueron muy representativos de aquel movimiento: Los Reales Baños de Carlos III en Trillo, y los Reales Baños de La Isabela en Sacedón. En manos privadas, que intentaron hacerlos retables, aunque siempre con grandes dificultades, debido a lo difícil de los caminos para llegar a ellos, y la carencia de comodidades “a la europea” que tenían ambos. Pero vino gente, entre ellos el doctor Marañón, que se aficionó al Sitio.

La construcción por parte del Estado del conjunto de embalses de la cuenca del Tajo, y en particular el de Buendía, supuso la inundación por las aguas del pantano de todo el conjunto de La Isabela, además de la aldea de Poyos. Sus habitantes fueron trasladados a otras poblaciones de España y los edificios previamente desmantelados. Durante muchos años, nada se veía porque las aguas, altas, lo tapaban todo. Pero ahora, cuando el esquilmo de las aguas castellanas ha dejado el embalse de Buendía practicamente vacío, han vuelto a aparecer los restos de este conjunto monumental e histórico.

Y a verlo es a lo que se dedican hoy muchos viajeros, excursionistas, grupos y curiosos, que pueden recorrer el conjunto de La Isabela, ahora en seco, y muy destruido, pero con la capacidad aún de evocar viejos tiempos y antañones relumbres…

Buendía

En Buendía llegará el bus y parará en la calle de ronda, porque al interior del pueblo es imposible acceder con transporte de bulto. Aquí debe visitarse al menos la Plaza Mayor con sus arcadas típicas, y coronada por la iglesia parroquial, que es renacentista, aparatosa. También en el pueblo, conviene callejear, y admirar casonas antiguas, el Museo del Carro, y alguna puerta antigua de la muralla, pues Buendía estuvo por completo cercada y defendida, quedando visibles algunos restos de su antigua cerca.

La Ruta de las Caras

Después de comer, llega el momento de iniciar la excursión a “La Ruta de las Caras”, que se comienza, todavía en coche o bus, a través de un bien señalado camino que parte desde el frontón y la muralla antigua, a través del paraje de La Cespera, se van ganando los cruces y postes señalizadores hasta que sin más problema se llega al bosquecillo donde se deja el coche y se inicia, andando a través del pinar, la “Ruta de las Caras” que es algo distinto y espectacular. Una oferta de turismo y sorpresa por la Alcarria más clásica y desconocida a un tiempo. Hacer esta Ruta supone irse hasta el pinar, de repoblación, en la orilla izquierda del ahora medio seco embalse de Buendía sobre el valle del río Guadiela.

Desde hace unos cuantos años, [desde 1992 concretamente] los madrileños Eulogio Regillo y Jorge Maldonado se dieron a tallar, con monumentales rostros, las rocas oscuras y blandas de este pinar. Los paseos por él eran peligrosos, al estar muy en cuesta y en los bordes del pantano. Pero su pasión artística, y lo bien elegido de los temas y los lugares, dieron paso a un verdadero museo de escultura natural, al aire libre, por lo que enseguida encontraron el apoyo del municipio, y el acondicionamiento del lugar para las visitas. Hoy existen carteles, paneles informativos, postes direccionales, y sendas bien marcadas.

Lo primero que tallaron fue una cara que, sin saber muy bien de qué iba, dieron ellos mismos en llamar “la monja”. Cara mofletuda, sonriente, ceñida arriba y abajo y a los lados por una tela o cenefa que la limitaba. De ahí que, animados, siguieran tallando caras y símbolos, relacionados todos con las religiones que pueblan el mundo. Y así, cuando los viajeros van entre los pinos y las oscuras rocas descubriendo tallas, se encuentran con rostros hieráticos, pero perfectos, de gentes como el Chamán, Krisna, la Cruz de los Templarios, y un tal Chemari que puede ser elevado a los altares (del arte rupestre) en cualquier momento. Además hay, junto a las aguas del pantano, una gran calavera tallada en relieve, y la cabeza de Beethoven entre las ramas de los pinos.

Un primer paseo nos lleva por lo fácil, desde la Moneda de Vida al Chamán. Pero muy bien indicado hay un segundo periplo, más largo, aunque también cómodo, que lleva hasta la Calavera. En total, 30 esculturas de más de tres metros de altura sobre las rocas del pinar de Buendía.  La que más tiempo les llevó a los autores fue la imagen del Chamán, en la que estuvieron entretenidos los escultores durante 4 años, que se dice pronto. Una de las cosas que más impresión causa a los viajeros, es la vida que irradian estas caras. Son severas, hieráticas, pero parecen tener un latido detrás, como si hubiera sangre dentro, o pensamientos, miradas fijas y sabias…