Viajes imposibles
Desde hace años (50 más o menos) llevo invitando a mis lectores, desde estas páginas, a conocer los lugares más emblemáticos de nuestra provincia de Guadalajara. A describir palacios y templos, a señalar el interés de cuevas y atalayas, a recrearse en fiestas y acontecimientos. Recuerdo ahora seis viajes que he hecho recientemente, y con qué resultados.
El Guildhall de Londres
En la City de Londres no hay distancias. Y a pesar de que mediado el siglo XVII ardió casi al completo, algunas cosas de la vieja ciudad sajona se conservan aún, y otras han sido pulcramente reconstruidas.
Me hablaron, y he visto en las guías londinenses, que existe en pie y en utilización para actos solemnes un local de ensueño, algo diferente a todo: el Guildhall del viejo Londres. Me empeño en ir, aunque me dicen que no se deja visitar a los turistas. Es mentira, no hay nada como insistir.
Como tengo el hotel en Bloomsbury, tomo el metro en la estación de Russell Square, y con solo un transbordo me planto en Saint Paul, desde donde camino diez minutos por el Cheapside y en la cuarta bocacalle, subo por Gresham y en 100 metros me planto en la plaza del Guildhall.
Después de visitar el Museo Municipal de Arte (allí los cuadros victorianos, los prerrafaelistas, intervenciones modernas contra la guerra y la espectacular recuperación del anfiteatro romano de Londres, en visión subterránea y como emergiendo de la oscuridad de los tiempos).
Ya en la calle, pregunto a unos amables vigilantes a la puerta de las oficinas del Ayuntamiento, que después de identificarme me plantan un cartelito de los que cuelgan de una cinta, al pecho, y me dicen por donde ir a la sala grande, al Guildhall deslumbrante y maravilloso. Es ese lugar, esa sala imponente forrada de madera y cargada de escudos, banderas y mausoleos, el lugar en que desde 1411 se reune el consistorio londinense para las grandes ocasiones. Desde 1502, el lugar de “la pompa y circunstancia” del espíritu ciudadano. Una impresión que guardaré toda la vida, y una recomendación: si vas a Londres, no dejes de visitar el Guildhall. Por suntuoso y fantástico que parezca, te dejan verlo.
El palacio del Infantado de Guadalajara
En todas las guías, libros y recomendaciones aparece: el palacio que a finales del siglo XV construyeron los Mendoza, cabeza del ducado del Infantado, para vivir, gobernar y dar envidia a los reyes. Ha sufrido glorias, abandonos, bombardeos… pero ahí sigue.
Estudiado a fondo, propuesto como Patrimonio de la Humanidad, en fachada luce lo más grandilocuente del estilo gótico isabelino con puntas de arabismos, y en el interior, un patio central (el de los leones, que llaman) donde el ingenio de Juan Guas y de los hermanos Egas se colma con tallas de leones y grifos, de escudos y timbres. Una gloria del arte. Y aún hay más: unas salas inferiores cubiertos sus techos por pinturas manieristas del italiano Cincinato, declarando la filosofía del humanismo y la gloria del apellido.
Todo esto me ha sido imposible verlo (volver a verlo) desde hace tres semanas. Porque se ha cerrado al público, y a las visitas, al parecer porque se encuentran en peligroso estado las vigas que se añadieron tras su restauración, hace 60 años, de los efectos de la guerra. El emblemático edificio de Guadalajara, y reclamo turístico principal de la ciudad, no puede visitarse. Y lo peor es que no hay fecha de reinicio. Todo es quizás, no se sabe, ya veremos…
El Beguinage de Amsterdam
Este invierno he ido por primera vez a Amsterdam, la ciudad nórdica que no se parece a ninguna otra y mantiene, en su almendra central surcada de canales, el espíritu de un viejo burgo mercantil e intelectual del corazón de Europa.
Entre las mil cosas que han de verse allí, no quise pederme un rato en el corazón del Begijnhof, el monasterio femenino de las beguinas, o mujeres solas dedicadas a la caridad. Es difícil de encontrar, pero te sientes feliz al estar en su gran patio central.
Si conoces Amsterdam, sabes donde está el Centro, la plaza Dam, con su catedral y su palacio real. De allí bajas por el Rokin, y al llegar al canal tuerces a la derecha por Spui, y en su plaza, que está presidida por la vieja universidad, encuentras enseguida un portalito por donde se entra: primero ves la iglesia reformada inglesa, y después el prado del Beguinaje, con la pequeña BegijnhofKapel, donde un par de mujeres venden recuerdos. Paz y silencio, y un viejo lugar tradicional más que te llevas en la memoria (y en las fotos digitales).
El monasterio de Monsalud en Córcoles
En plena Alcarria del Infantado, en un estrecho valle que desde los altos planos cerealistas baja al Guadiela, asienta desde el siglo XII una conjunto de edificios que fue desde sus inicios levantado para albergar una congregación de monjes del Císter, colaboradores con la monarquía de la Reconquista y la Repoblación.
Es el monasterio de Monsalud, centro de peregrinaciones en la Edad Media, y lugar de recepción de las nuevas artes, la cultura y el estudio. De ese monasterio, que ofrece una gran iglesia de estilo gótico, una sala capitular íntima y espectacular, y un claustro renacentista opulento, a más de muchas otras estructuras, se han hecho estudios, se han escrito libros y se ha alcanzado a realizar una más que aceptable restauración, tras estar dos siglos derrumbado.
Es quizás la más meridional de las antiguas abadías benedictinas de España, y últimamente se podía visitar tras la restauración y acondicionamiento hechos. Desde la pasada semana, esto es imposible. Nadie se encarga ya de abrirlo y enseñarlo. Quien haya planificado una ruta de admiraciones por esta Alcarria de Guadalajara (sí, la de Cela, porque en su “Viaje a la Alcarria” el Nobel gallego pasó ante las ruinas de Monsalud) ya no podrá visitarlo. La Consejería de Cultura del gobierno regional ha decidido cerrarlo, no sabemos con qué perspectivas. Otro espacio de nuestra secular cultura que no puede ser admirado.
Las Cuevas de Valporquero
En el norte de la provincia de León, casi frontera con Asturias, en lugar abrupto, muy verde, húmedo siempre, y a través de carreteras estrechas, empinadas y con mil curvas, puedo uno llegarse hasta Vegacervera, desde donde sale el camino, asfaltado, que lleva a la Cueva de Valporquero.
He hecho este viaje recientemente, con un grupo de amigos y amigas de la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadalajara. Justo el número de visitantes que aceptan cada día, 30 personas. Un guía nos ha acompañado por el recinto, espectacular. Tras visitar un pequeño centro de interpretación, atravesando un túnel en descenso, penetramos en la Cueva, perfectamente preparada con pasarelas, barandas y luces para su admiración. Hay que ir con cuidado, pero admite todo tipo de visitantes no inválidos: los techos, de los que cuelgan poderosas estalactitas, los ciclópeos muros en los que se siente el latido del planeta, y las formas caprichosas de la roca modelada por las aguas durante millones de años. Una experiencia inolvidable, que recomiendo a mis lectores que repitan.
La Cueva de los Casares en Riba de Saelices
En las guías de Guadalajara (tanto las editadas por Diputación como por la Junta de Comunidades, y por supuesto en libros más completos de otra editorial alcarreña) aparece un reclamo turístico en la “Guadalajara Celtibérica” que no debe dejar de verse: es la Cueva de los Casares, a escasos kilómetros de Riba de Saelices por camino de tierra. Hemos intentado visitarla, pero en el pueblo nos dicen que no puede ser, que lleva varios meses cerrada, y que no saben cuando volverá a abrir. Al parecer, según comentan, no hay guías, o no hay dinero para mantenerla… el caso es confuso, pero el resultado es lastimoso.
Porque la Cueva de los Casares es junto a las Cuevas de Altamira, El Castillo y un par de ellas más, de lo mejor que España posee en punto al arte paleolítico, cargada de grabados rupestres, con miles de años de antigüedad, representando animales, incluso seres humanos en actividades cotidianas… sin embargo, esta es la única que no admite visitas. Una decepción más…