Algunos detalles del románico atencino
En mis viajes por el norte de la provincia, muchas veces recalo en Atienza, y siempre descubro algún detalle inadvertido hasta entonces. El estilo románico es, quizás el que más abunda y al que más atención dedican los viajeros. Aquí me entretengo en tres detalles de ese rico acervo: un ábside (el de la Trinidad), una portada (la de Santa María del Val) y un atrio porticado, el de San Bartolomé.
Ábside de la Iglesia de la Santísima Trinidad en Atienza
La villa de Atienza, cuestuda y elegante, con sabor a maderas, olor a fraguas, y ecos de piedras, tiene en nómina siete templos románicos. El viajero que desde Sigüenza se desplaza a esta altura, va a visitar un castillo, un par de plazas, una calle larga, y unas cuantas iglesias románicas. Y los museos que tienen dentro, por supuesto, algo esencial.
Al final de la calle Cervantes, que antes se llamó de Zapatería y no hace falta explicar por qué, arriba de una costanilla se asoma a la izquierda el templo dedicado a la Santísima Trinidad.
Del tiempo románico solo queda el ábside. Eso le pasa a otros templos de la localidad. La razón está en lo que pasó el verano de 1446, cuando los navarros habían tomado la villa, y el reino de Castilla, comandado por su Condestable don Alvaro de Luna, luchó por expulsarlos, siendo tan dura la pelea que hubo de irse casa por casa, templo por templo, quemando y derruyendo al fin casi todo. Las iglesias solo mantuvieron en pie sus ábsides, lo más consistente, y por eso hoy en Atienza son los elementos que se han conservado y pueden admirarse.
Aunque el templo de la Santísima Trinidad de Atienza fue un edificio de características plenamente románicas, y de un volumen muy grande, tras repetidas reformas a lo largo de los siglos hoy sólo nos han llegado algunas formas escuetas que especialmente en el ábside nos permiten contabilizarle entre la nómina de este estilo en Guadalajara.
De nave única, con capillas múltiples en ambos costados, construídas a lo largo de diversas centurias, lo que destaca es su ábside, orientado a levante. En su muro, dividido en cinco paños por adosadas columnas, se abren tres magníficos ventanales. Las semicolumnas que dividen el espacio del muro absidial parten de la cornisa pero no llegan al suelo, apoyando sobre ménsulas con carátulas. Dos impostas exornan el espacio y lo fragmentan en niveles horizontales: una lo recorre a nivel del alféizar de las ventanas, y la otra continúa sus ábacos. Ambas ofrecen rica decoración de entrelazos cuajados de detalles vegetales y geométricos. Las ventanas son abocinadas y se forman por dos arcos: el exterior es baquetonado y el interior carga sobre columnillas acodilladas, con capiteles finamente elaborados en los que se ven variados motivos vegetales, finamente tallados, y que nos permiten fechar esta obra hacia finales del siglo XII ó comienzos del XIII, con una neta influencia de construcciones y decoraciones segovianas.
El viajero se animará finalmentem tras disfrutar del equilibrio arquitectónico del ábside, a entrar en el templo, porque hoy es Museo de Arte Antiguo y de la Caballada. Y en él podrá ver el gran retablo, barroco, un Cristo del Perdón de Salvador Carmona, y otro calvario románico junto a piezas antiguas, estatuas, pinturas, orfebrerías…
Un saltimbanqui medieval en El Val
Cuando visitas Atienza, la medieval y empinada villa que conjuga formas y esencias del remoto pasado, no sabes cómo aproevechar la estancia para que en poco tiempo se pueda admirar lo que atesora. Hay varias iglesias románicas, tres museos, un castillo exuberante, un centro de interpretación costumbrista, buenos restaurantes y muchos palacios entre las empinadas callejas. Todo ello da por resultado una visita inolvidable.
Una de las iglesias que merece ser admirada es la pequeña de Santa María del Val, aislada ahora en las afueras, en la parte norte baja de la villa. La iglesia no tiene nada especial, a excepción de su portada. No te vayas de Atienza sdin verla, sin parar un buen rato ante ella, sin analizar sus figuras, y disfrutar moviéndolas –en tu imaginación- como si un espectáculo del Cirque du Soleil fuera.
Porque lo que esta portada ofrece es una estructura encuadrada dentro de un muro levemente saliente puesto sobre la fachada meridional. Se forma por un vano enmarcado de cuatro arquivoltas semicirculares en degradación, siendo la central de ellas la que ofrece el modelo más llamativo y original del románico de la villa. Allí vemos la secuencia, tallada sobre un baquetón saliente, casi exento, de diez figuras, que aparecen enrolladas y contorsionadas al máximo, de unos personajes vestidos al modo medieval, que tocan con los pies su respectiva cabeza, y que se agarran al baquetón con sus propias manos. Semejan figuras de contorsionistas, que en tres ejemplos se tocan la cabeza con un bonete de estilo morisco, en otro de ellos con un capuz de aspecto eclesial, en otro sin gorro, y en los otros cinco ofrecen el pelo suelto, partido en raya central. Uno de ellos pudiera ser una mujer, pues bajo el gorro tapa el cuello con ancho brial. Y otro de ellos, en expresión difícil de interpretar, cruza dos dedos de una mano.
El tema de los contorsionistas en la decoración de los templos románicos, bastante frecuente en el arte francés, es muy escaso en el español. El sentido simbólico que se le ha dado parece bastante claro: en la Edad Media existía un grupo social de saltimbanquis, acróbatas y contorsionistas que iban de pueblo en pueblo ofreciendo su espectáculo semicircense. Se acompañaban de personajes marginales, prostitutas y cantantes. Por parte de la oficialidad jerárquica religiosa, en una sociedad netamente teocéntrica como era la Medieval occidental, estaban muy mal vistos, pues se supone que distraían a los fieles de sus obligaciones cristianas, y les entretenían en sus ejercicios de piedad a lo largo de las rutas de peregrinación. Es más, formaban todos ellos en el grupo de las sectas o sociedades secretas que llamaban los goliardos y que formaban la «Corte de los Milagros». Entre otros muchos escritores sacros de la Antigüedad, San Agustín es claro al decir que “no quiero que entréis en comunión con los demonios… estos se deleitan con cánticos llenos de vanidad, con espectáculos frívolos, con las variadas torpezas de los teatros, con la locura del circo…” Honorio de Autun calificaba a los juglares como “ministros de Satán”, y decía que para ellos no había esperanza de salvación. Se quedaban fuera del templo, retratados en la puerta…. Pero para ellos era el futuro, porque a la vista está: siete siglos después de haber estado allí bailando, siguen sonriéndonos.
Carteles del Cosmos en San Bartolomé
De las múltiples iglesias románicas que vió Atienza levantarse entre sus muros a lo largo de los siglos medios, hoy solamente quedan siete de estos templos: unos mejor conservados que otros, pero todos interesantes: están, de un lado, los de la Trinidad y San Gil, dentro del casco poblacional, con sus ábsides llamativos y potentes; está la gloria iconográfica de Santa María del Rey en la alto del cerro, bajo el castillo; y están los templos del Val y San Bartolomé aislados también, por los bajos de la población, camino de las sierras sorianas.
Este de San Bartolomé es un dignísimo ejemplo del arte románico castellano, casi paradigmático y elocuente por sí sólo de lo que fue la potencia de esta población de arrieros y comerciantes en la Edad Media castellana. Situado este templo en la parte más baja de la poblacion, se rodea de una valla alta de piedra y se precede de un pradillo con árboles que le confieren un encantador aspecto en su aislamiento. Es obra que se conserva casi en su integridad. Construida en la primera mitad del siglo XIII, en una piedra de la escalera que sube a la espadaña se lee ERA M.CCLXI (1223) que la fecha, y el nombre de Bohar que puede ser la firma del arquitecto o artífice que la levantara.
Su ábside es de planta cuadrada, y se ve adornado con finas columnas adosadas. Su espadaña es también románica. Así como la galería porticada con arcos de medio punto (los fustes de sus columnas fueron tallados y abalaustrados en el siglo XVI) y la puerta de ingreso con dos arcos semicirculares decorados con roleos y finos entrelazos de sabor mudéjar, así como algunos capiteles decorados con figuras humanas.
En el siglo XVI se hicieron importantes reformas en este templo, alzando su techumbre y poniendo nuevo artesonado de madera; construyendo la casa del santero y la casa‑curato, luego destinada para hospedería, dispuesta en torno a la cabecera de la nueva nave lateral añadida por el lado norte; y la capilla y sacristía del «Cristo de Atienza». En su interior merece destacarse el retablo barroco del presbiterio; el gran arco triunfal románico que le precede; y la capilla barroca del Cristo de Atienza, decorada con profusion y exceso, debida al maestro Pedro de Villa Monchalián, quien la construyó en 1703. La gran verja que la cierra es obra del gran artista cifontino Pedro de Pastrana, obra también del siglo XVIII. El retablo de esta capilla lo construyó, entre 1703 y 1708 el artista Diego de Madrigal. En el centro de ese barroquísimo retablo se ve el grupo gótico, magnífico, de Cristo en la Cruz abrazado por José de Arimatea, y San Juan y la Virgen María contemplando la escena. Obra del siglo XIII, se trata de un Descendimiento en conjunto iconográfico poco visto en el arte español. Es, de todos modos, obra capital de la escultura gótica en la provincia de Guadalajara.
Lo primero que ve el viajero al llegar a San Bartolomé, es su galería porticada. Que será la que se quede grabada para siempre, en la retina y el corazón, como símbolo del Medievo atencino. Este templo merece sin duda un viaje ex-profeso desde Sigüenza, para contemplar no sólo su maravillosa silueta, y acercarse al silencioso misterio de su patio anterior, donde resuenan los pasos tenues de los siglos medievales, sino que en su interior hay elementos suficientes para ver de cerca la maravilla del arte de esos pasados tiempos. Y, de propina, ver entero y verdadero ese cuadrilátero ábside, libre ahora de la casa del santero, orgulloso de mostrar el gran ventanal románico magníficamente conservado.