Un día más en la Sierra Norte
Mañana va a celebrarse –esta vez en La Toba– el “Día de la Sierra”, ya en su décima edición. Un momento y un lugar en que aprovecharemos para saludar a cuantos viven por allí y se toman muy en serio la permanencia de la vida en aquella comarca apartada y silenciosa. Serán unas horas de amistad, música y discursos, de rosquillas y abrazos, para tomar energías y proseguir aguantando, un año más, en aquella latitud vigilada por el Ocejón y animada de los más sinceros deseos de recto progreso, sin olvidar sus esencias.
Creo que no me he perdido, hasta ahora, ninguno de los “Día de la Sierra” que se han venido organizando por parte de la Asociación Cultura Serranía de Guadalajara, con los apoyos institucionales que puntualmente ha ido recabando. Todos esos días han sido de pacífica convivencia, y de imprescindibles alegatos a favor del mantenimiento de una ilusión, y sobre todo de un empuje decidido, para que la vida se mantenga en esa que es, con mucho, una de las comarcas más despobladas y con menos pujanza económica de toda Europa.
No voy a escribir nombres aquí, –aunque en el corazón los llevo anotados– de quienes crearon esta Jornada, y la han alimentado con entusiasmo. No son muchos, pero sí enteros y capaces. Gentes de Valverde, de Galve, de Campillejo y de Zarzuela. Gentes que pisaron toda su vida los montes, descubriendo el secreto de la Tierra en sus trochas, y doblando el espinazo para recoger el fruto (también las castañas ahora, aunque esas vienen cayendo de arriba) que tan esquivamente se deja arrancar.
No es momento de hacer poesías a la Sierra, porque las circunstancias actuales requieren más prosa y más golpe de Diario Oficial que simples fotos o poses. En todo caso, y por aquello de haber sido, inmerecidamente, destacado como serrano adjunto y proveedor de combustible literario, sí que quiero hoy dedicarle estas líneas a la Serranía de Guadalajara, a ese conjunto de cerros y veredas que al noroeste de la geografía provincial se alza verde, olorosa y limpia.
Los hitos serranos
Si me pidieran hecer, brevemente, un catálogo de los mayores emblemas, de los hitos si se quiere, de los destellos que en sus mil facies tiene la Serranía de Guadalajara, me atrevería a recitar algunos que podrían ser como flores de un ramo, o referencias inequiívocas de una marca.
Y así recordar, en el acontecer histórico de esta tierra alta y fría, pero siempre caminera y poblada, la destacada preferencia que por Atienza tuvieron los reyes castellanos. El devenir de los siglos (y hay que saber que uno de los signos inequívocos del ser humano es tener historia, y saber contarla) ha proporcionado a esta tierra los cariños de sus jerarcas: de Alfonso VI, que trató de conquistarla; de Alfonso VIII, que premió a los recueros atencinos por haberle salvado la vida y la corona; del propio Felipe V, el primer Borbón, por haberle ayudado en su jornada militar de la Sucesión al trono…
En el acontecer económico, las minas de Hiendelaencina podrían ser ese cartel primero que mostrar, aunque solo fuera por la cantidad de dinero, en forma de plata pura, que salió de las entrañas de esta tierra. La ganadería, el comercio y quizás ahora el turismo, son otros motores, nada desdeñables, a los que mencionar ahora.
En la monumentalidad, el palacio ducal de Cogolludo es sin duda la perla exquisita de esta corona. Ya sé que la villa ducal se queda, en algunos planteamientos administrativos, fuera de la consideración de territorio serrano, pero a nadie se le escapa que Cogolludo fue siempre, por su situación y vocaciones, un eje clave del desarrollo y configuración de este territorio, llave de sus caminos. El palacio ducal de los Medinaceli pone en a la Serranía en el escaparate mundial del arte y la creatividad.
En el patrimonio orográfico, creo que no hay duda de señalar a pico Ocejón como referente primero. Y en el hidrográfico, al Jarama como el alto hilo de aguas que desde la atalaya del Lobo corre anchuroso hasta las vegas madrileñas.
En el folclore, que es expresión de un sentimiento, aunque sé más difícil la elección, me decanto por las Danzas de Valverde de los Arroyos, en las que música y color se conjuntan, naciendo de un más allá que entronca con la propia raigambre de la especie.
Y más cosas podrían ponerse entre estos hitos serranos, todas cordiales, hondas, muy nuestras: la alfarería de Zarzuela, los castillos medievales de Galve, Atienza, quizás Jadraque en la línea meridional del horizonte. Las jotas y sus letras nobles o pícaras en el final de cualquier fiesta. Los asados de cordero y cabrito en las mesas felices. Tanta cosas, que nos llevaría un largo rato enumerarlas tan sol.
Y, por supuesto, este Día de la Sierra, que ahora palpita de nuevo, y que deberá hacerlo ya durante muchos años, en todos los lugares donde se alberga el cantar de sus gentes.
La Toba
Toca hablar, aunque sea brevemente, de La Toba, este lugar que habita la Serranía desde hace siglos y aconteceres. Con su nombre de repoblación, y su clara raigambre geográfica, acoge mañana el Día de la Sierra, y mostrará a cuantos hasta allí lleguen su perfil cabal, sus monumentos, plazas y horizontes, entre los que caben unos cuantos bosques de roble solemne que a mí particularmente me han enamorado desde hace muchos años.
La Toba se encuentra en los primeros alzamientos del territorio serrano, y perteneció en principio al territorio de Atienza, quedando luego incluido en los dominios de Gómez Carrillo, a quien se lo regaló Juan II en atención a diversos servicios prestados, pasando luego a la familia de los Mendoza mediante trueque hecho por el cardenal don Pedro González de Mendoza, y ya en esta estirpe, como uno de los lugares correspondientes al marqués de Cenete y conde del Cid.
Consiguió La Toba el privilegio de villazgo en el siglo XVI, y de él se conserva como pétreo recuerdo la gran picota que se alza en su calle principal, de bella estampa gotizante, rematada su cilíndrica columna en tosco capitel e irregular pica.
La iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista, posee una recia espadaña, de forma triangular con dos huecos para las campanas, sobre el liso muro orientado a poniente. El resto del templo es obra del siglo XVI, incluso posterior, con la fuerza de su monumental silueta pétrea. En la puerta hay una buena guarnición de clavos e hierros. De los cinco altares que existían en el interior sólo se conservan tres: el mayor es un monumental retablo barroco de principios del siglo XVIII, con interesante armazón y hermosas columnas. Se preside por una moderna imagen del santo titular, y a los lados aparecen sendas telas barrocas representando dos vírgenes mártires. Otros dos retablos laterales, del mismo estilo y traza, aunque más pequeños, se parangonan con el mayor.
Guarda esta parroquia (donde sea ahora, porque le he perdido la pista física) una interesantísima cruz procesional, magnlfica pieza de orfebrería renacentista, producto clásico de la escuela de platería que en el siglo XVI se desarrolló en Sigüenza. Va firmada por el platero Martín de Covarrubias, y es todo un monumento, aunque sea mueble.
En el suelo de la nave aparece una losa de la sepultura de Gregorio Zúmel, con su escudo nobiliario y la fecha de 1557. Una lápida colocada a la derecha del altar mayor, con un escudo de armas y la leyenda «Omnia nomine domini Iesu Christi», es testimonio del recuerdo que la villa de La Toba dedica a su hijo predilecto, don Juan Ricote Alonso, obispo auxiliar de la diócesis de Madrid-Alcalá, con la fecha de su consagración episcopal, en 20 de mayo de 1951.
Son estas, en fin, algunas notas apresuradas que quieren dibujar el perfil de La Toba en este Día (será mañana) de la Sierra al que nos convoca un año más la Asociación Cultural Serranía de Guadalajara. Así sacamos de su perenne olvido a estas tierras, a este pueblo también y a sus gentes que sin alharacas ni manifestaciones piden con su trabajo la atención de quienes pasamos por delante de su perfil bravío. Un hurra sincero, un apoyo sin dudas, un compromiso de humano nivel que procurará, unido al de mis lectores, a que La Toba, en la Sierra, prosiga su camino junto a los demás enclaves de esta comarca que tanto amor nos invoca.