Andrés Alcázar, médico cirujano
Estos días podrían ser los que conmemoraran el quinto centenario del nacimiento en Guadalajara de uno de los peioneros de la neurocirugía española. Andrés Alcázar, quien llegó a ser catedrático de Medicina en Salamanca, y admirado cirujano, nació en la ciudad del Henares. No sabemos con exactitud cuando fue, pero barruntamos que muy cerca del 1517.
Unos antecedentes
Ahora que sale el tema, recupero un texto que publiqué en la “Gran Enciclopedia de Castilla-La Mancha” en 1982, y que trataba de dar a conocer a este científico arriacense. Decía así de Andrés Alcázar:
Médico y cirujano, catedrático de Medicina. Nació en Guadalajara, y debió hacerlo en los primeros años del siglo XVI. Fue profesor de Cirugía en la Universidad de Salamanca, en su Facultad de Medicina. Consta documentalmente que ejerció este cargo de 1573 a 1578. Ejerció también su profesión en Avila y Segovia, muriendo ya viejo en Salamanca. Fue un innovador de la cirugía hispana del siglo XVI, exponiendo con precisión un aparato para la extracción del pus de la cavidad torácica. Su máxima obra son Los seis libros de Cirugía, impresos en un sólo y magnífico tomo en Salamanca, en el año 1575, cuando gozaba del máximo prestigio de la ciudad del saber. Andrés Alcázar figura, con toda justicia, en los primeros puestos de la ciencia quirúrgica española del Renacimiento.
El neurocirujano Andrés Alcázar
Alcarreño que debiera serlo de honor, es Andrés Alcázar, que nació en nuestra ciudad, en los primeros años del siglos XVI, y murió en Salamanca en 1584. Fue Andrés Alcázar médico antes que nada, y cirujano de forma añadida, inventor además de geniales instrumentos para realizar lo que sabemos que de vez en cuando hacía: operaciones quirúrgicas para tratar de curar enfermedades relacionadas con la cabeza, con el cráneo, especialmente las graves heridas recibidas por accidente en esta parte del cuerpo.
Alcarreño declarado
No quiso ocultar el lugar de su nacimiento Andrés Alcázar. Y por declararlo solemnemente, en la portada de su más famoso libro lo puso en letras grandes. Además, en el contexto del mismo explicó algún detalle más. Y así refiere que en su ciudad natal estudió la ciencia de curar con su maestro Antonio.
Respecto a esto añade: siendo joven y estando pasando la práctica en Guadalajara, mi pueblo, con mi suegro y maestro Antonio…, siendo la opinión de algunos ilustres historiadores que este fuera Antonio Aguilera, un conocido y famoso, también escritor, farmacéutico y biólogo de conocida familia y alta fama en la ciudad, aunque natural de Yunquera de Henares. Andrés
Alcázar estudió la carrera de médico en la Universidad de Salamanca trabajando luego, en Avila y Segovia. Volvió a la ciudad salmantina para opositar a la cátedra de Cirugía, que se había creado en esos años, y sin mayores problemas la ganó, en 1567. Como catedrático de Cirugía de la Salmantina Universitatis permaneció el resto de su vida, muriendo en la ciudad del Tormes en 1584.
Aunque su fama realmente le viene de lo que hizo y escribió, sabemos que como profesor fue también excelente, y que según dicen sus contemporáneos leía en su cátedra el clásico texto de Guido e leía muy bien y a provecho y en latín, e continuadamente da su hora y avn mas si lo dexasen. Esta condición de profesor universitario queda patente en la sistematización y exposición de su obra.
Andrés Alcázar, ya anciano, a petición de sus discípulos preparó su famosa obra impresa, el Libri Sex, llamado así porque consta de seis libros de cirugía reunidos en un volumen. Su título completo y exacto era: Libri Sex en quibus multa antiquorum, et recentiorum suboscura loca hactenus non declarata interpretantur. Impreso en Salamanca, en 1575, en la imprenta de Domingo de Portonaris. Parece ser que se hizo una reedición, también en la ciudad del Tormes, en 1582, pero no se conoce ningún ejemplar de esa tirada.
Análisis de su obra
Esos seis libros ofrecen lo más señalado de lo que Alcázar estudió y mejoró en sus años de práctica y profesorado. El primero de esos seis libros es el titulado De las heridas de la cabeza. El segundo está dedicado a los problemas quirúrgicos del sistema nervioso periférico. El tercero se refiere a las heridas torácicas, y el cuarto a las abdominales. El quinto libro trata de la sífilis como enfermedad entonces en propagación, temida y extraña (una plaga bíblica se pensaba que era) y el sexto estudia la clínica y prevención de la peste bubónica, otro de los temas que mayor preocupación provocan entre la población del mundo occidental, aunque no fuese un tema estrictamente quirúrgico.
De los seis capítulos o «libros» escritos por Alcázar, el que más repercusión tuvo fue el primero, llegando a ser reeditado aisladamente siete años después. Los otros, que también contienen novedosas aportaciones al arte quirúrgico y médico, no tuvieron tanta fortuna como el dedicado a la cirugía craneal, que era sin duda el más llamativo, y es por el que nuestro paisano ha alcanzado tan altas cotas de fama póstuma entre los historiadores de la ciencia, y entre las gentes cultas en general.
El libro de Andrés Alcázar sobre la Cirugía Craneal consta a su vez de 25 capítulos, que presentan desde la anatomía de la cabeza, a la clasificación de las heridas cefálicas según la etiología y localización, y desde el diagnóstico diferencial de las mismas hasta el pronóstico en general y en particular. Desde el capítulo doce hasta el final, Alcázar ofrece soluciones terapéuticas, tanto desde el punto de vista médico como quirúrgico, para cada uno de los tipos principales de heridas.
Propone muy acertadamente una visión semiológica de las heridas de la cabeza, tal como ya se había hecho en los tratados clásicos de cirugía, en especial de Guy de Chauliac, pero también añade muchas otras valoraciones, síntomas y signos recogidos de su propia experiencia personal, describiendo los síntomas neurológicos: los vértigos, las alteraciones de la voz y la visión, los vómitos, la fiebre, las alteraciones del equilibrio, del tono muscular, de la micción y de la defecación, etc., ya que la simple valoración de las heridas por su aspecto o localización resultaba insuficiente, y la ignorancia de sus conexiones en el interior del cuerpo podía llevar, como nos dice en su libro, a gravísimos errores.
Esta primera parte de las heridas del cráneo es sin duda la parte cumbre de su obra, la más completa exposición sobre el tema publicada en el siglo XVI, muy superior a las de los textos de Ambroise Paré y Andrea della Croce. De ahí el interés, creciente hoy en día, por analizar con detenimiento lo escrito y estudiado por el alcarreño Andrés Alcázar.
Se manifiesta Alcázar firme partidario de la trepanación craneal, pero afinando en sus indicaciones y mejorando la técnica que hasta entonces se tenía. Para ello ideó, propuso y finalmente construyó algunos trépanos con el fin de solventar los inconvenientes que presentaban los hasta entonces existentes.
Debe ser notado cómo el humanista, también alcarreño, Luis de Lucena, médico y sabio que lucía en los salones de la Corte vaticana, los dio a conocer por Italia y Francia, hablando de ellos a los mejores cirujanos de estos países. Es curiosa, pero cierta, la anécdota de que Alcázar dijo que había fabricado sus trépanos treinta años antes de la aparición de la obra de Guido Guidi, (a quien acusa de haber plagiado sus instrumentos diciendo que había tenido ocasión de conocerlos a través de Luis Lucena). También es autor de un instrumento destinado a aspirar el pus impidiendo al mismo tiempo la entrada de aire en el interior del tórax, sirviendo así mismo para la aplicación de medicamentos.
La bibliografía sobre Andrés Alcázar es muy abundante, aunque en este trabajo breve os hago gracia de ella. En todo caso, y ya para terminar, volver a reivindicar la figura de este alcarreño, científico y honorable, a quien la ciudad no ha dedicado todavía una calle, una estatua, un algo…