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febrero, 2016:

Bodegas de la Alcarria

Bodega_de_Vino_en_Horche

Una bodega de vino en Horche

La Alcarria entera, de tierras blandas y cariñosas, está horada por cuevas y bodegas. También se ha escrito mucho sobre ellas. Algunos como Tomás Nieto le han hecho estudios concienzudos, a las de Gárgoles de Abajo, y Trillo, y otros como Benjamín Rebollo ha llegado a escribir un libro sobre las de Peñalver. Más aún, Juan Luis Francos conoció como nadie, enumeró y diseccionó las de Horche. Y es ahora Amador Ayuso Cuevas quien, haciendo honor a su apellido, se atreve con las de Brihuega.

Acabo de leer el trabajo de Ayuso en la publicación que hicieron los de “Gentes de Brihuega” en 2014 con motivo de sus XIV Jornadas de Estudios Briocenses. Y gracias a sus informaciones, fotografías y dibujos, me entero de algunas cosas nuevas relativas a las bodegas de la Alcarria. Habla de los mejores conjuntos: de Gárgoles de Abajo (que ya estudió en su día Tomás Nieto Taberné) y de las de Trillo, que por este mismo autor y por Agapito Pérez Bodega fueron analizadas años ha. Habla de las de Horche, a las que enumeró y analizó al detalle Juan Luis Francos en su “Historia de Horche”, y habla de las de Ruguilla, cuyo barrio bodeguero es quizás el mejor conservado, el más auténtico, de la Alcarria, aunque no le van a la zaga los enclaves de Solanillos del Extremo, de Hita y los de Castilmimbre.

Las cuevas árabes de Brihuega

Se detiene muy especialmente Ayuso Cuevas en las cavidades que desde la plaza mayor de Brihuega son accesibles y aún visitables para el público. Y empieza con una puntualización por demás obvia: que las cuevas de vino no puedne ser de origen árabe, puesto que el Islam prohíbe a sus fieles el uso de la destilación y fermentación de la uva. O sea, que el producto que salía de esas cuevas, solo lo podían beber los cristianos.

Sin duda de origen medieval, están talladas en la roca de toba, por lo que se conservan limpias y como recién hechas. En la actualidad se pueden visitar, en un recorrido de unos 600 metros, aunque las dimensiones totales son mucho mayores. En hornacinas a los lados de lospasillos aparecen las tinajas, marcadas con símbolos que acreditaban la propiedad de las mismas. Hay unas que llevan dos llaves cruzadas, símbolo indudable del cabildo eclesiástico de la villa. Es sumamente interesante recorrer sus pasillos y admirar su apuntados arcos, sus rampas, sus hornacinas amplias, las tinajas enormes…

Las bodegas de Peñalver

Otro de los pueblos alcarreños que muestran un conjunto valioso, curioso y bien conservado de bodegas, es Peñalver. Como en los demás puyeblos, el lugar más adecuado para todo el proceso de fabricación del vino era bajo tierra, en cavidades excavadas en los bordes de los cerros de yeso y toba que forman el paisaje de Peñalver especialmente en torno al valle del río Prá que baña el término.

Hoy están, la mayoría de ellas, a medio abandonar, porque la emigración ha hecho que nadie se ocupe de labrar y cuidar las viñas, de vendimiar, de pisar la uva en el jaraiz ni de apurar los pasos que llevan a conseguir el vino saludable y un tanto ácido que las uvas de la Alcarria vienen dando desde hace siglos. La plaga de la filoxera a inicios del siglo pasado colaboró un tanto en este abandono de costumbres y ritos vinícolas.

Cuevas en Horche

La bodega de Sixto es una de las más espectaculares del conjunto de bodegas de vino en Horche. En su libro sobre el pueblo, Juan Luis Francos las describía con pormenor. Y nos decía que la villa de Horche ofrece numerosas cuevas cuyo origen está en el cultivo de la vid y en la producción local de vino. Debió ser hacia el siglo XVI, al disminuir el comercio de la lana, cuando en Horche se puso en marcha otro tipo de economía, más basada en la agricultura. Y de ahí podemos colegir que la excavación de bodegas debió empezar en torno a 1538, cuando se hizo villa, cuando se redujo ostensiblemente el pastoreo y, como consecuencia, en la misma medida se expansionó la agricultura.

Siguió su producción hasta la llegada de la filoxera a comienzos del siglo XX.

Las cuevas o bodegas se excavaban en el terruño, en la parte baja de las casas, con entrada desde el portal, y en los aledaños del caserío.

Con techos abovedados, pasillos casi siempre rectos, con hornacinas a derecha e izquierda para las tinajas y alguna estantería de madera, siempre húmeda, algo salitrosa, sobre las que se colocan botellas, garrafas, damajuanas, vasos y útiles varios.

Todas las bodegas mantienen una temperatura bastante uniforme, entre doce y catorce grados, que va bien para la conservación de los caldos, utilizándose además como almacén para productos perecederos de la huerta. De su grado de temperatura dependía la cocción más temprana o más tardía de los caldos y de su grado de humedad el sabor. Con el tiempo, sobre todo en los últimos años, cuando la producción era menor por la filoxera, las situadas en las casas fueron arreglándose, se les hizo arcos de piedra o ladrillo, se las dotó de luz eléctrica y se las acomodó para tener una estancia más acogedora que favorezca la tertulia y la merienda. Las situadas en el extrarradio sufrieron suertes diversas. Algunas se hundieron por el abandono, y otras se quedaron sin tinajas, al romperlas para ampliar su espacio. Pero en Horche por lo general se han conservado muy bien sus bodegas, y se han levantado edificios para tertulias y meriendas, en torno a los vinos que siguen teniendo fama adecuada a su categoría.

La estructura de las bodegas y su uso

El estudio del ingeniero Ayuso Cuevas termina con un toque de atención hacia el porvenir de las bodegas de la Alcarria. Porque si no se cuidan, si no se mantiene, llegarán a perderse. Hoy en día, cuando se hunde un edificio y se levanta otro nuevo en su lugar, la cueva se suele rellenar o ignorar, porque no se le encuentra un uso adecuado, e incluso porque puede alterar la estructura del nuevo edificio. Nos da este estudioso una serie de normas que deberían ser exigibles al construir sobre solares que tuvieron bodegas. Y en todo caso hace una llamada, que aquí comparto, por mantener en uso y conservar adecuadamente este conjunto de sub-edificios, las cuevas y bodegas de la Alcarria, que sin protección oficial alguna deben ser mantenidas por sus propietarios, porque son una esencia clara de nuestra tierra.

 

Propuestas esenciales para conocer Guadalajara

100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara

100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara

El próximo lunes 22 de febrero, a las 7 de la tarde, y en convocatoria abierta y entrada libre, se va a presentar en el salón de actos del edificio de la Junta de Comunidades, en la calle Topete (antigua sede de la Caja Provincial de Ahorros), un libro que supone todo un canto y estímulo al conocimiento de nuestra provincia. Un libro, como se ha dicho, que debería tener cada provincia española. Son las “Cien propuestas esenciales para conocer Guadalajara” y va firmado por más de 50 escritores y estudiosos de nuestra tierra.

Entre esas cien propuestas aparecen paisajes, cuevas, altares, fuentes, personajes, botargas, palacios y plazas, encierros de toros y ángeles pintados… sin duda el mejor cartel que podría haberse ideado para anunciar al mundo lo que Guadalajara encierra.

No es de este lugar, ni me apetece entrar en el tema, el análisis de la situación económica de nuestra provincia, que desde hace tiempo está limitada a la superviviencia. Entretenida con fastos y fiestas, pero sin nada detrás, que la sustente y la sostenga.

Por eso, de entre las industrias que podrían abrirse, pienso que es la más importante y prometedora la del Turismo. Un turismo medido y sin avalanchas, pero un turismo permanente, que ponga en Guadalajara sus ojos, y que encuentre en el lugar que los ponga no solo una propuesta histórica, artística, o natural, sino elementos que la acompañen como son infraestructuras. Por ejemplo (y sin ser ni mucho menos la panacea ni la única alternativa) un Parador Nacional de Turismo en Molina de Aragón. No es nueva la idea, y ya se hicieron planos, maquetas y hasta inauguraciones de obras con una excavadora detrás. Pero el Parador no llega.

Y no llegan las carreteras que sirvan de conexión rápida y cómoda con la Naturaleza más espectacular, como es el Alto Tajo. Esa carretera CM-2015 por la que se tiene que circular muy despacio y a riesgo de romper los amortiguadores.

El empujón para que el Turismo llegue de una vez, y muy en serio, a Guadalajara, no pasa solamente por algún que otro anuncio en prensa, o los folletos repartidos en FITUR. Necesita de muchas manos y muchos brazos que empujen. Y poner esa fuerza en cada actuación es lo que podrá sacarnos del parón y echarnos a andar.

100 Propuestas Esenciales

Aunque fue por una cuestión interna de la editorial que dirijo, y que quería poner como número CIEN de la Colección “Tierra de Guadalajara” un título sonoro y un libro muy denso que aupara los temas que la habían nutrido, creo que esta forma de aunar en una publicación el centenar de asuntos que podrían (siempre habrá opiniones diversas) ser los más representativos de la provincia, era un reto al que no podía resistirme. En ello me puse, hace ya bastante tiempo, y conté con la colaboración de más de 50 personas (escritores, fotógrafos, viajeros, profesoras, guías y entusiastas de la tierra guadalajareña) de tal modo que ha salido una publicación llamativa, útil y con ganas de servir de referencia. El lunes próximo, y arropado por todos esos escritores y escritoras, colaboradores gratis et amore a la causa, podremos ver su contenido y empezar a usarla. Una ruta cada semana, un monumento, un museo, una fiesta, un rincón de las alturas…. 100 semanas dan para mucho, y si conseguimos que sean también muchos los que sigan ese camino, ya habremos aportado un pequeño grano de arena a esta tarea inaplazable, la de poner en marcha el Turismo de Guadalajara.

Una propuesta arqueológica

Aunque escritas por algunos amigos ya fallecidos, se proponen tres visitas arqueológicas absolutamente imprescindibles. Dimas Fernández-Galiano Ruiz nos invita a ls ciudad visigótica de Recópolis, Jesús Valiente Malla nos reclama en el acueducto romano de Zaorejas, y Andrés Acosta González apuesta por el viaje a la Cueva de los Casares.

Los templos románicos

Esencia del medievalismo, de los inicios artísticos y de unas formas de vida muy enriazadas, los monumentos románicos de Guadalajara, que son más de un centenar, aparecen en este cartel como reclamo del conjunto. No faltan entonces los grandes paneles iconográficos de la portada de Santiago, en Cifuentes, del templo de San Bartolomé en Campisábalos o de la rural magnificencia de Santa Coloma en Albendiego. Pero también están los solemnes perfiles de la iglesia de Santiago en Sigüenza, que nos describe su cronista Pilar Martínez Taboada, y la viga monstruosa de Valdeavellano, analizada por Amador Ayuso Cuevas. Las semblanzas de un hombre de la época, el Arcipreste de Hita (esbozada por García Marquina) y de un estudioso de la misma, el cronista Layna Serrano (en resumida biografía de Tomás Gismera) son el contrapunto imprescindible. 

 

Los monasterios en ruinas

La mayoría por el suelo, o en cuidada y gloriosa ruina, los monasterios cistercienses de Guadalajara son un reclamo que atrae miles de visitantes. Sin embargo, siguen estando olvidados en su mayoría, o poco apreciados y favorecidos por las administraciones. Aquí aparecen las sombras de San Antonio de Mondéjar, con su ruina recién limpiada, o el dinamismo social de Buenafuente del Sistal, siempre tan lejano. Pero también aparecen el cuidado y atrayente entorno de Monsalud junto a Sacedón, en contrapunto con la ruina salvaje y sangrante de Bonaval junto al Jarama.

Patrimonio abundantísimo

En el totum revolutum del patrimonio surgen propuestas conocidas y otras anónimas, sorprendentes. Docenas de firmas han querido hacer hincapié en estos elementos: en la conocida catedral de Sigüenza, o en el palacio ducal de Pastrana. Pero también en la cueva del moro de Pastrana, ese santuario visigodo que por milagro permanece intacto en la vega del Arlés desde siglos y siglos. O esa fuente de la Vega, en Solanillos del Extremo, que sorprende a todos, como sorprenden los retablos coloristas que cubren los muros de los mayores presbiterios en Alustante, en Balconete o en Alovera. O como asombran los pairones molineses, los ángeles virreinales de Tartanedo o la Cruz Aparecida de Albalate.

La ciudad de Guadalajara

En la ciudad de Guadalajara, que es generalmente la puerta por donde los turistas entran a nuestra tierra, hay unas –pocas- maravillosas propuestas, que aquí se ofrecen: el palacio del Infantado, en la pluma de Antonio de Velasco, o el palacio de Antonio de Mendoza, en la de Tomás Barra, más el panteón de la Condesa de la Vega del Pozo, de lo que habla Juan Pablo Mañueco, y el puente árabe sobre el Henares, con la firma sabia de Juan José Bermejo.

La Naturaleza espléndida

Nuestra provincia es el paraíso de los ruteros, de los caminantes, de los excursionistas. Hay parajes de ensueño, valles hondos, alturas con buitres. Todo es conocido, y admirado, pero hay que centrarse. En esta ocasión, entre esas “100 Propuestas Esenciales”, se proponen una docena de lugares por los que pasear, y disfrutar viendo de todo: desde los quejigares del Tajuña medio, hasta el valle del río Ungría. Y desde el paseo de Roblelacasa a las Cascadas del Aljibe, a la subida del Ocejón y la admiración del salto de Despeñalagua helado.

Fiestas y encuentros

Y en el objetivo de la diversión, de la apuesta cultural y del asombro por los ancestralismos, otra docena de propuestas se hacen imprescindibles. Pues si en la capital los atractivos están en el Maratón de Cuentos de junio o en Tenorio Mendocino de Noviembre, en los pueblos de la Campiña y Serranía serán las botargas y las mascaritas (Peñalver, Almiruete, Luzón…) los elementos que más llamen la atención. López de los Mozos por un lado, y Pedro Aguilar convocando al Festival Medieval de Hita, por otro, son algunas de las firmas que encontramos en estas páginas.

Al final, y aunque tiene la forma antigua de un libro, estas “100 Propuestas Esenciales para conocer Guadalajara” vienen a ser como una App que en la mano nos va entregando, entre sonrisas, colores y títulos, como en bandeja ese torrente de maravillas que nuestra tierra tiene, y que están esperando a que miles de personas se animen, en este imprescindible “turismo de interior”, a recorrer sus caminos.

Por la senda de la migaña

Libro_de_la_MigañaUna de las expresiones más características, y constantes, del costumbrismo y la forma de ser de los pueblos, es su forma de hablar, su lenguaje, que realiza a través de palabras y frases, a través de gestos y muchas veces a través de fiestas y ceremonias. Una forma curiosa, soprendente, del habla de las gentes de algunos pueblos de Guadalajara, es la migaña. Aquí la revisamos.

Hace 30 años, en un escrito que don José Sanz y Díaz, cronista molinés, publicaba en la “Revista de Folklore” que fundó Joaquín Díaz, decía a propósito de la jerga que usaban antaño en Milmarcos y en Fuentelsaz, que “La migaña la empleaban gente trashumante por temporadas, mercadillos y ferias, también en épocas de esquileo y derribo de pinos a destajo o contrata, para no hacerse competencia. Se ponían así de acuerdo con su trabalenguas signótico. Eran gentes, como decimos, que iban de una parte a otra, desde el Ducado de Medinaceli molinés y el partido de Molina, partiendo de Maranchón, Luzón y Algar de Mesa, por las rutas propicias de Villel, Milmarcos, La Yunta, Cillas, Mochales, Embid, Fuentelsaz y Alustante, sin olvidar Traid y Alcoroches, pueblos de esquiladores y vendedores de ajos por las sexmas, lugares que me vienen ahora a la memoria y que cito sin orden, a voleo. La «migaña» ya la habían empleado muchos otros trajinantes de la región y los pastores de la Mesta por las veredas y cordeles de la trashumancia, al conducir hasta los abrigados valles de La Mancha y Andalucía sus rebaños e impedimenta”.

Era en realidad un apunte breve, una generalidad, sobre esta forma de hablar que hasta ahora no se había estudiado convenientemente, y que ahora viene a hacerlo Tomás Gismera Velasco, en un librillo que he tenido la suerte de poder leer, tras conseguirlo a través de las enrevesadas pero fáciles sendas de Amazon.

Muleteros de Maranchón y Esquiladores de Milmarcos

Hasta mediados del siglo pasado, existían una serie de oficios y ocupaciones que tenían un largo aprendizaje, casi siempre en el seno de la familia y el grupo: entre otros muchos, recordamos a los muleteros de Maranchón, transitando con sus ganados comprados y vendidos por todos los caminos de España, y a los esquiladores de Milmarcos, que en la primavera e inicios del verano se dedicaban a recorrer Castilla con sus tijeronas a pelar las ovejas y conseguir unos ingresos que les ayudaban a vivir el resto del año.

En esos viajes, unos y otros debían tratar con gente extraña, y hablar entre ellos de precios, calidades, oportunidades, tratos, que no querían que se enteraran los clientes. Así surgieron estos lenguajes a los que se califica como jergas o jerigonzas, y que han sido y siguen siendo muy numerosos, propios de grupos muy localizados.

Entre esas jergas, quizás como la más antigua y extendida está el “caló”, utilizada por las gentes de la etnia gitana, que como sabemos llegaron desde la India, atravesando Egipto (de ahí lo de “egipciacos” que derivó en “gitanos”) a Europa, en el siglo XV. Una jerga que lleva palabras heredadas de idiomas lejanos, y antiguos, pero que ellos siguen usando para entenderse en la vida diaria y en casos comprometidos.

Del caló han tomado palabras otras jergas, como las “germanías” propias del Levante español, de las que luego comulgaeron muchas otras. La de Milmarcos y Fuentelsaz, la “migaña”, toma palabras de una y otra, pero construye entero un sistema de referencias y nombres comunes que la hacen ininteligible para ningún otro grupo humanos que no sea el que lo ha creado y lo utiliza.

En Milmarcos todavía hay quien piensa en migaña

Hace bastantes años, cuando en el verano iba por el Señorío de Molina dando charlas y amigando con sus gentes, en Milmarcos residí varias veces y me hablaron en esta jerga: había quien lo hacía con total fluidez y hasta quien pensaba en migaña, de forma espontánea. Me acuerdo de la sorpresa que me llevé al comprobar que aquel Mendoza de que hablaban constantemente era el secretario del pueblo ( y que tomaba el nombre del apellido que hacía un siglo había llevado un secretario local) y aquel Ventura que también salía constantemente en la conversación era el médico, cualquier médico, porque se había hecho común el nombre propio de un antiguo galeno del pueblo.

La obra de Gismera que hoy comento, explica las diversas formas en que se ha ido realizando el vocabulario (totalmente artificial) de la migaña. De una parte, como acabamos de ver, los nombres comunes proceden de otros propios antiguos (pastelero=Vidal; afilador=Evaristo), y de nuevo palabras comunes adquieren su significado de lugares donde se pensaba que eran muy frecuentes (buitre=Santamera; Sal=Tierzo, sin olvidar aragonesismos, como Hermano=maño), tomando muchas palabras de otra jergas coom el caló, la germanía y la gacería, de donde vienen cosas como dedos=dátiles, o taberna=bayuca.

El sistema de los números es realmente curiosos, dando nombres propios a tres números, y construyendo con ellos, a base de sumas y multiplicaciones el resto. Así vemos que el dos es fajo, el tres es Trinidad, y el cinco es tarín, y sobre ellos, se construye el resto, como el siete, que es “tarí y fajo” o el ocho que es “tarin y trinidad”. En algún momento llegamos a pensar que todo esto es un juego de niños, pero sin duda se hiz así, hace siglos, y así ha seguido siendo últil para comunicar a las gentes de Milmarcos y Fuentelsaz (y a las de Maranchón también, y Tartanedo, Embid, y otros lugares del Señorío…) y evitar que los demás se percataran de lo que decían.

El análisis de Gismera sobre la “migaña” es el más completo realizado hasta ahora, y merece un aplauso (y por suspuesto adquirir su libro y léerselo) porque analiza los sistemas fonéticos y sintácticos que han ido construyendo la migaña. Que ha sido a base de metátesis, prótesis y aféresis, mecanismos que tradicionalmente han condicionado la evolución del lenguaje, recogiendo elementos del caló, del francés, del euskera, etc.

En fin, una análisis exhaustivo, que se completa con un Vocabulario enorme, en el que recoge todas las palabras que se han utiizado en este que, según nos dice finalmente, “no es un idioma, ni siquiera un dialecto…” por supuesto: es una jerga de oficios.

Detalles añadidos

Hace unos años se editó un librito con un vocabuario de “migaña” que se difundió por el Señorío de Molina, y del que no tomé nota acerca de su autora, por lo que no puedo explicitar aquí más detalles.

También merece ser reseñada la moderna aportación de José Luis Fernández-Checa Roy, quien ha creado una aplicación para teléfonos móviles, que consiste en un diccionario castellano-migaña, que supongo tendrá alguna utilidad cuando los de Milmarcos anden por ahí, de esquileo.

Justo Morales y Fernando Marchán, ambos notables vecinos de Milmarcos, también contribuyeron en su día a la recogida y clasificación de palabras y textos en migaña, habiendo realizado encomiable tarea de protección hacia este elemento que sin duda es patrimonio cultural de un pueblo.

En abril de 2010, Serrano Belinchón publicó un artículo en este semanario, cuando escribía habitualmente en él, acerca de la Migaña, en que analizaba con su fino sentido de la observación, lo que supone esta jerga en los pueblos del norte de Molina. 

El libro, finalmente

La obra que ha dado pie a este comentario es la que firma Tomás Gismera Velasco, editada por Amazon, y titulada “La Migaña o Mingaña. Jerga o Jerigonza de tratantes, muleteros y esquiladores, de Milmarcos y Fuentelsaz, en Guadalajara”. Tiene 78 páginas en cuarto, y se lee de un tirón, asombrados por los curiosos datos que ofrece, tanto de antecedentes artesanales como de los vericuetos por los que ha ido discurriendo este hablar que ya apenas se usa, si no es como curiosidad. Por Internet se puede adquirir en formato papel por 4,5 €. Su ISBN es 978-15-23471-34-8.

 

En el valle de los Yélamos

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La fuente del Moro en Yélamos de Abajo (Guadalajara)

En el corazón de la Alcarria discurre el arroyo de San Andrés, humilde curso de agua, que nunca se seca, y que baja desde la meseta que media entre el Tajo y el Tajuña, corriendo hacia este último río, horadando la tierra alcarreña, escoltado de arboledas densas, de nogales prietos, de alturas carrascales y un verdor permanente. En sus orillas, pasado Irueste, y antes de llegar a San Andrés, nos sorprenden dos pueblos, muy próximos uno a otro, que vamos a recorrer en esta tarde.

Yélamos de Abajo

Encajonado su caserío entre las cercanas laderas, pendientes y cubiertas de olivos y abundante vegetación, del valle que forma el arroyo de San Andrés, se aparece el pueblo de Yélamos de Abajo a quien viene ascendiendo, de sorpresa en sorpresa paisajística, este hermoso y recoleto valle, quizás de los más expresivos de la Alcarria, y en el que es fama que tiene los nogales mas grandes, viejos y de sabroso fruto de la comarca toda. Para el simple excursionista, los entornos de Yélamos son pintorescos y llamativos, dispuestos a la acampada, la merienda campestre o el goce puro y simple de la naturaleza. La prestancia del caserío entre arboledas y montes, también posee una fuerza innegable de urbanismo rural.

Su historia es remota. Ya en la epoca árabe, o quizás incluso antes, hubo algún punto vigía en los entornos. Lo que sí es seguro, pues la existencia de restos de torreón en lo alto de la ladera frontera del pueblo así lo confirman, es que sirvió de control o vigía para las rutas que utilizaban este valle, y asé es fácil colegir que desde el momento de la reconquista de la comarca alcarreña, en el siglo XII, hubo pueblo en este concreto espacio. Además, lo confirman documentos que explican como fue su primer señor un médico llamado don Gonzalo, señor también de Archilla y otros enclaves de la orilla del Tajuña. En 1186, este personaje hizo donación de Yélamos a la Orden Militar de Santiago, pero poco después, el pueblo quedó con categoría de aldea del Común de Villa y Tierra de Guadalajara, sujeta a la jurisdicción comunera del territorio, y solo en última instancia al Rey de Castilla.

Durante un intervalo del siglo XIII, fue posesión de los arzobispos de Toledo (1240) pasando otra vez al alfoz guadalajareño. En 1629, adquirió del rey Felipe IV el título de Villa con jurisdicción propia, comprándose a sí misma, por la enorme suma de 1.450.000 maravedíes, pagados por el concejo en tres plazos. Durante la guerra de Sucesión, en 1710, sufrió el saqueo y destrucción a que le sometió el ejército del archiduque austríaco Carlos, que ya marchaba en retirada tras su derrota en Villaviciosa.

Entre el acervo monumental de Yélamos de Abajo, destacamos la Torrecilla, de la que solo restos mínimos quedan sobre la orilla izquierda del valle, frente al pueblo: es testimonio de la existencia de una torre vigía medieval en ese lugar; la iglesia parroquial está dedicada a Nuestra Señora de la Zarza, se sitúa en lo más alto del pueblo, como en una repisa de la abrupta ladera, y es de fábrica de sillar y sillarejo calizo, mostrando en el muro de poniente una torre moderna y en el muro sur una puerta de ingreso, muy sencilla, de arco semicircular adovelado. El interior es de dos naves, pues aunque en el siglo XVI el templo fue construido con una sola, posteriormente se le añadió otra al sur, quizás para aumentar su capacidad ante el crecimiento del vecindario. Ambas naves se separan por pilares que rematan en grandes capiteles adornados de roleos y cabezas de ángeles. La capilla del bautismo se cubre de bella cúpula nervada. En ella se puede admirar una magnífica pila bautismal románica cuya copa se decora con arcos tallados. En la puerta, aparece una buena cerraja del siglo XVIII, firmada por el rejero complutense Carlos Visiera.

Rematando el presbiterio, aparece el retablo mayor, barroco, con ornamentación del estilo y columnas salomónicas. Solo quedan las pinturas altas, representando el Nacimiento de Jesús y la Epifanía, pues el resto fue destruido en 1936.

A la entrada del pueblo aparece un pilar de piedra o picota, de cuyo extremo superior cuelgan cuatro argollas de hierro, llevando grabada esta leyenda sobre el cuerpo pétreo: «Reinando Carlos IV. Se edifico a espensas de propios de esta leal y real villa. Ano de 1794». Es la más moderna de todas las picotas que con forman el catálogo provincial, al menos de las clásicas, porque fue levantada muy pocos años de que dejaran de existir los señoríos y las jurisdicciones propias.

Tambien es de destacar en Yélamos de Abajo un curioso elemento, de veteranía cierta: la fuente del Moro, situada al extremo occidental del pueblo, como escondida entre espesa vegetación, consistente en gran muro de sillería del que surgen dos caños que van a dar sobre una superficie estrecha, también de sillar, desde la que el agua escurre a un amplio pilón muy plano. Ha sido considerada como obra de posible construcción romana. Y es una pena que hoy, aunque muy limpio el entorno, no mane agua, porque algo ha debido pasarle a las conducciones subterráneas por las que discurre el manantial, que no aflora en la fuente, sino por los aledaños.

Señala la tradición que en Yélamos de Abajo hubo una importante y numerosa aljama judía, que ocupó lo que hoy es «barrio de Toledillo», en el extremo occidental del pueblo. Es muy celebrada la fiesta de San Antonio de Padua, y desde hace pocos años han resucitado la costumbre de “la botarga” que salía el miércoles santo revestido de colores chillones y asustando a la chiquillería con su antorcha encendida.

Yélamos de Arriba

Siguiendo el valle del arroyo de San Andrés, a pocos kilómetros del anterior enclave de Yélamos de Abajo, se encuentra su homónimo de Arriba, también enclavado en bellísimo paraje de vegetación cerrada y siempre densa, arropado el caserío entre empinadas cuestas y terraplenes abruptos que confieren al entorno un cierto aire serrano, marcando uno de los lugares más bellos de toda la Alcarria, de cuyo cómputo paisajístico es notabilísimo ejemplo.

Aparece este lugar en las viejas crónicas de historia como una aldea del amplio alfoz o Común de Villa y tierra de Guadalajara, y se confirma su existencia ya en el siglo XII, cuando debió ser fundado o erigido en la tarea repobladora de los monarcas castellanos. Andado ya el siglo XV, concretamente en 1430, el rey Juan II la entregó en señorío, junto con otras aldeas desmembradas del Común guadalajareño, a su cortesano Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, a quien estaba obligado por numerosas ayudas de él recibidas. Ya en poder de los Mendoza, el hijo del marqués, el famoso gran Cardenal Mendoza, lo cambió junto con Atanzón y Pioz al caballero Alvar Gómez de Ciudad Real, en cuya familia quedó durante varios siglos.

Destaca en este pueblo su amplia plaza mayor, ejemplo señalado de urbanismo rural alcarreño: es un espacio alargado, en uno de cuyos extremos, el de poniente, aparece la fuente pública, muy antigua, junto con un olmo, y una serie de edificios y viviendas de tipo popular del siglo XIX. En los laterales del plazal destacan algunos caserones de noble presencia, rematados sus adintelados portones con escudos de armas, uno de los cuales [dicen] perteneció a un familiar de la Inquisición, aunque el escudo que lleva en su frontal no tiene relación con la institución de vigilancia de la Fe. En el conjunto sobresale el edificio del Ayuntamiento, que posee una torrecilla para el reloj, y ha sido modernamente modificado.

En la parte más elevada del pueblo, destaca la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Zarza. Se precede de un gran atrio descubierto, o cementerio, rodeado de barbacana de piedra sillar, a la que se accede por ancha y cómoda escalera de lo mismo. El edificio es de fábrica de sillar en esquinas y contrafuertes, y de sillarejo el resto. La puerta muestra un vano adintelado con jambas y dovelas de sillar liso y bien labrado, sin el más mínimo detalle artístico. El ábside está orientado a poniente, es poligonal, y sobre él se alza la torre, de planta cuadrada. Cerca del pueblo, en pintoresca postura, sobre una colina destaca la sencilla ermita de San Roque. Por el término repartidos se ven numerosos ejemplares de “cabañas de pastores” hechas a la “piedra seca”, y que suponen una de las arquitecturas populares más primitivas, simples y hermosas de la Alcarria, que por no tener protección legal alguna, están desapareciendo totalmente.