Nuevo retrato de la Princesa de Éboli
En estos días ha sido presentado, en diversos foros de la ciudad y provincia, la nueva obra que firma el historiador alcarreño Aurelio García López, quien añade con esta a su amplio curriculum una novedosa perspectiva de doña Ana de Mendoza, la princesa de Éboli. Días de charlas y firmas, de aplausos y reconocimientos, que el autor merece por su exhaustivo trabajo.
De muy diversas maneras nos hemos acercado a la figura de Ana de Mendoza y de la Cerda, una mujer perteneciente a la aristocracia castellana del siglo XVI (nació en Cifuentes en 1540 y murió en Pastrana en 1592) con referencias alcarreñas plenas, y siempre nos ha sorprendido la fuerza de su trayectoria, lo apasionado de sus procederes, y el drama último que supuso, en su vida, el encierro por orden del rey, casi emparedada en el último salón de su palacio pastranero.
En una ocasión, incluso, me atreví a escribir un libro sobre ella (nada meritorio, vista la cantidad de ellos que han sobrevenido luego) en el que trataba, más que de descubrir cosas nuevas, marcar con lápiz rojo sobre un mapa los lugares donde se desarrolló su existencia, los pueblos, castillos, palacios y mentideros en los que su nombre y su belleza circularon generosos. Era una especie de “Guía para encontrar a doña Ana” por los anchos horizontes de Castilla.
Aunque, efectivamente, se han escrito, antes y después del mío, muchos otros libros en los que la Princesa tuerta aparece de distintos modos tratada: desde la biografía seria de Muro en el siglo XIX, a la introspección psicológica de Kate O’Brien. Y desde la profundidad y afecto de Nacho Ares al rigor documentalista de Helen Reed y Trevor Dadson.
La decisión del doctor Aurelio García López, de internarse por el bosque de los documentos para visualizar nuevos aspectos de la vida de esta mujer, y acudir a trazar de ella, si no un nuevo retrato, sí una instantánea diferente, creo que debe ser aplaudida sin reservas, porque además lo consigue con creces: una frase aquí, una postura allá, y al final muchos perfiles que la dan, entre otros, ese calificativo que el autor propone como subtítulo de su obra, y que dice mucho acerca de doña Ana: “protectora de vasallos”.
Los moriscos de La Pangía
En La Pangía –poblado hoy casi invisible en el lugar donde el arroyo Arlés desemboca en el Tajo-hubo durante la segunda mitad del siglo XVI una abundante población morisca. Todo el pueblo, y era grande, estaba habitado por gentes procedentes del antiguo reino de Granada, aquí traidos tras el reparto efectuado entre los aristócrtras de los moriscos vencidos en las Alpujarras. Además se establecieron muchas familias en los barrios del Albaicín, de Pastrana, y en el de la Vera Cruz.
De entre la numerosa colonia, Hernán López el Ferí, acaudalado comerciante morisco, fue protegido y amparado siempre por la Princesa. Cuidó de todos ellos en La Pangía, y según nos dice García lópez en su libro “En muchas ocasiones los moriscos recurrían a la princesa cuando veían alguna injusticia en el proceder contra ellos. Así, por ejemplo Francisco Martínez, morisco de los del reino de Granada, escribía en 1577 a doña Ana de Mendoza, quejándose que los alcaldes ordinarios no habían querido rematar en él el horno municipal del Higueral, dándoselo a un cristiano viejo. Él escribía respetuosamente a la señora del lugar, y pedía su mediación para que se hiciera justicia.
Aún en 1576 declaraban los vecinos de Yebra: “a una legua de Pastrana y media de esta villa, la Princesa de Évoli ha fundado un lugar de moriscos de los del Reino de Granada que tendrá treinta y cinco o cuarenta vecinos, que es un término que se dice la Pangia…, los dichos moriscos que allí viven administran por sus personajes justicia, en el cual lugar no tienen iglesia donde los digan misa. Viven de su albredrio, de lo cual hay escándalo en toda la provincia, y asimismo hablan su lengua, los cuales moriscos hacen notable daños en los términos comarcanos, especialmente en término de esta villa en los pinares cortándolos por el pie y quemándolos. No parece que los “alcarreños viejos” estuvieran muy contentos de la proximidad de sus nuevos vecinos. Pero el hecho es que ellos dieron nueva propsperidad a Pastrana y su comarca, por su trabajo artesanal en la seda y los tejidos, en el comercio y en las tareas artesanales más diversas.
El gobernador Pedro Palomino
Un personaje del que se desvelan nuevos perfiles en esta obra, es el gobernador real don Pedro Palomino, puesto por el Rey para controlar la administración de los bienes de doña Ana, las finanzas de su casa y estados, y el orden público en Pastrana. Donde, según se ve en los documentos que aporta don Aurelio García, estaba bastante alterado porque los vecinos se ponían en cualquier caso a favor de la princesa, a la que consideraban no solo su señora, sino su protectora. Por lo que el gobernador tuvo que sufrir toda una serie de tropelías y atentados (es muy gracioso el de la silla de la Colegiata, que da para varias páginas). Especialmente duro fue el enfrentamiento entre doña Ana y el gobernador por cuestión del morisco El Ferí, a quien se le confiscaron bienes y haciendas según las normas del Estado, pero que la Princesa siempre defendió. Era “su vasallo”.
Gustos y disgustos con las monjas
Entre muchos otros asuntos de interés, vemos la fuerza pleitista de la princesa doña Ana. En el archivo vallisoletano del Registro General del Sello, aparecen gran cantidad de documentos relacionados con esta cuestión: la Éboli hacía requerimientos, denunciaba, y era requerida, y denunciada, poniendo trabas a la justicia, forzándola en otros casos… una silueta nueva, pero que la completa.
Como también se completa ahora las relaciones que estableció doña Ana con Santa Teresa de Jesús. Primero cuando la monja carmelita vino a Pastrana a fundar su convento, estableciendo difíciles conversaciones con el duque y sobre todo con la duquesa, acerca de cómo y donde se debía hacer esta fundación. Sin duda que la generosidad de los magnates quedó expresada en el hecho de surgir, en aquellos años de 1570, dos conventos para la orden reformada, el masculino y el femenino. Pero también queda manifiesto el choque de ideas entre la santa y la princesa cuando al morir el duque esta decide entrar en religión, en el convento carmelitano.
Al final ya se sabe, la santa de Ávila decide vaciar la casa pastranera y manda a sus monjas que una noche de abril de 1574 carguen todas sus pertenencias en unos carros y se vayan a Segovia, donde tenían nueva casa abierta. Aquel desplante no lo digirió la princesa en lo que le quedó de vida (De ahí las suposiciones de que luego denunció a la santa ante la Inquisición, y la puso en aprietos procesales que en aquellos tiempos eran muy preocupantes).
Sin embargo, en este libro viene a demostrarse que la relación de la Princesa con las monjas siguió siendo estrecha, especialmente con las franciscanas concepcionistas a las que llamó después para ocupar el inicial convento de San José. En ese convento estuvo ella refugiada durante varios años, y no en palacio, como hasta ahora se había creído. Exactamente entre 1582 y 1585. Finalmente, en ese año, el gobernador la obligó a volver a su palacio, y a recluirse en él, para progresivamente limitarla cada vez más los movimientos, y dejarla ya en 1592 morir de malas maneras en su celda de la “ventana de la Hora”.
Sus hijas la acompañaban en ocasiones en su retiro de las franciscanas de la Concepción, y en este libro se aporta el dato de que ella estuvo preparando la fundación de un nuevo convento, en este caso de Agustinos Descalzos, también en Pastrana, junto a la ermita de San Salvador de Heruelas.
Una última noticia de relieve que aporta el doctor García López es que la Princesa de Éboli, en sus últimos años, dispuso la construcción de una nueva gran ermita en su villa para que sirviera de enterramiento y mausoleo de todos los miembros de la familia. Quiso que la ermita del Pilar fuese reconstruida, grandiosa, para albergar sus restos y los de los suyos. En esa idea estuvo siempre, pero al fin su hijo y heredero dio de lado la idea, y por eso todos los duques han ido siendo enterrados en la cripta de la iglesia Colegiata de Pastrana.
Un libro que aporta muchos datos
Aurelio GARCÍA LÓPEZ: “Ana de Mendoza y de La Cerda, protectora de vasallos”. Aache Ediciones. Colección “Claves de Historia” nº 4. Guadalajara, 2015. 192 páginas. 17 x 24 cms. Ilustraciones. ISBN 978-84-15537-87-8. PVP: 15 €.
Con el subtítulo “Un nuevo retrato de la princesa de Éboli, según la documentación del Registro General del Sello”, el conocido historiador alcarreño Aurelio García López se enfrenta a un considerable reto, que no es otro que el de mostrar una visión nueva, más minuciosa, basada en los documentos, de una de las figuras más maltratadas de la historia del Siglo de Oro español, la Princesa de Éboli.
Para ello recoge y analiza (en un primer capítulo introductorio) cuanta bibliografía ha generado hasta hoy mismo esta dama de ascendencia alcarreña, y ofrece una nueva fuente hasta ahora no utilizada, los documentos a ella relativos existentes en el Registro General del Sello, en el Archivo de Simancas.
Aun reconociendo que el trabajo documental de Helen Reed y Trevor Dadson, que ha culminado hace un par de años en un voluminoso libro sustancial para la documentación identificativa de la biografía de doña Ana, es muy completo, queda patente que García López ha encontrado una nueva veta en este profundo subsuelo de los datos pretéritos y aclaratorios. De ellos se extraen nuevas apariencias, conclusiones y aseveraciones, que modelan la figura de doña Ana de Mendoza, y que en varios detalles la modulan hasta perfiles no conocidos todavía: como mujer preocupada de su familia, de sus hijos fundamentalmente; favorecedora de sus criados y vasallos, de cuantos la ayudan y acogen; como pleitista empedernida, siempre enfrentada con cuantos considera que quieren lesionarla; como devota impulsiva y su relación con el Carmelo renovado y especialmente con su fundadora, Teresa de Cepeda; con los moriscos que pueblan Pastrana, a los que ayuda y favorece… el temario es mucho más amplio, y los datos, en su mayor parte, sorprenden y nos dan un dibujo mucho más nítido de la Princesa de Éboli.
El libro está ilustrado con retratos, grabados antiguos y detalles monumentales relacionados con la protagonista. Y su división en cortos capítulos monográficos hacen más fácil y productiva su lectura. Por supuesto que aparecen en el libro cuantos personajes rodearon a la figura de doña Ana en vida: su marido Ruy Gómez, sus hijos especialmente el franciscano don Pedro González de Mendoza, el secretario Antonio Pérez y el gobernador real de Pastrana, Pedro Palomino, de quien traza un espléndido retrato muy fidedigno, y, como todo en esta obra, firmemente sustentado en la solidez documental de los datos de archivo.