El convento de San Antonio de Mondéjar

viernes, 31 julio 2015 1 Por Herrera Casado

01_Mondejar_Convento_De_San_Francisco_Hastial_de_la_FachadaEste año se conmemora (o debería conmemorarse, aquí en Guadalajara donde nació) el quinto centenario de la muerte de un gran humanista, un hombre del pleno Renacimiento como fue don Iñigo López de Mendoza, el segundo de los condes de Tendilla, el primero de los marqueses de Mondéjar, el gran militar, diplomático e incluso músico. En Tendilla, de donde fue señor, sabemos que están preparando algo importante para esta celebración.

Es en Mondéjar, en la Alcarria baja, donde queda vivo, casi por milagro, un edificio que patrocinó el conde tendillano, y que tuvo el cometido de ser pionera estampa del nuevo arte renacentista en Castilla. Seguro que mis lectores han ido alguna vez por Mondéjar, y, preguntando, han podido llegar hasta las ruinas del que fuera convento franciscano de San Antonio, que se alzó a finales del siglo XV en la periferia, más allá de las murallas entonces existentes, de la villa alcarreña. Hoy vamos a ocuparnos de ese edificio, de lo que queda de él, y animar a quienes esto lean a que viajen a Mondéjar y admiren sus restos.

Surge y crece

Aunque reducido a mínimas ruinas, este simbólico edificio fue declarado Monumento Nacional en 1921, lo cual confirma su importancia en el contexto del arte renacentista español. Lo que hoy vemos son los restos (fachada y muros del templo) de la iglesia del convento franciscano de San Antonio, que fue fundado en 1489 por don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, quien en su viaje por Italia tres años antes había conseguido del Papa la Bula que autorizaba su fundación. Su idea en principio fue hacer algo pequeño, que pudiera servir de mausoleo familiar, a imitación de algunas capillas de uso privado asistidas por frailes, al estilo de la Toscana, y de ese modo en alguna carta llegó a referirse a su fundación como un «hermitoruelo».

La construcción de este monasterio franciscano se desarrolló entre 1489, año de su fundación, y 1509, en que el Conde de Tendilla, al hacer un nuevo testamento, afirma tener ya totalmente terminada su fundación franciscana de Mondéjar. Esta familia, a lo largo de los siglos, permanentemente se ocupó de proteger con limosnas y atenciones a la comunidad de frailes menores, y en muchos documentos y testamentos de los sucesivos marqueses aparecen referencias al convento de San Antonio Extramuros de la villa de Mondéjar, pidiéndoles misas y donando joyas, cantidades en metálico e incluso tierras.

También los acaudalados vecinos de Mondéjar, a lo largo de los siglos, fueron haciendo sustanciosas donaciones a la comunidad francisca. Así, vemos cómo los potentados López Soldado, a lo largo del siglo XVIII, entregan bienes y posesiones, en forma de memorias pías, al convento de San Antonio. Don Juan Bautista Celada hizo en ese mismo siglo una fundación de capellanía muy generosa, en la que dejaba todos sus bienes al cuidado de los franciscanos. Antes, en 1639, el Comisario del Santo Oficio en Mondéjar, don Marcos Alonso Sánchez, había dejado también sus bienes a beneficio del convento. Durante los siglos XVII y XVIII se puso de moda en toda la comarca enterrarse en el templo de los franciscanos de Mondéjar, que había sido construido con la idea de servir de panteón familiar a los marqueses, pero que luego por circunstancias varias solamente acogió a muy pocos de ellos. Esa costumbre hizo aún aumentar los bienes de la comunidad, que se extendían a numerosas huertas, campos de labor, censos y juros de heredad.

Decae y muere

Desde la guerra de la Independencia, todo fueron desgracias para la comunidad y su edificio: la Desamortización lo vació, se aprovechó la piedra, la madera y las tejas. Todo se desmontó y de tan arruinado que estaba en 1916 se utilizaron sus piedras para construir con ellas la nueva Plaza de Toros de la Villa. Ante la posibilidad de perderse lo poco que quedaba de tan bello e importante edificio, en 1921 el gobierno de Alfonso XIII declaró sus ruinas como Monumento Histórico Artístico, lo cual no le ha supuesto otra ventaja que el evitar su derrumbe total, pues todavía hoy deja mucho que desear el estado en que se encuentran estas ruinas del convento de San Antonio, que deberían ser cuidadas y adecentadas con mimo, pues sin exageración puede calificarse a este templo como la primera construcción renacentista existente en España. En ello está ya su Ayuntamiento.

Datos de crónicas

Todo era pequeño en este enclave. De ello tenemos referencia en la carta que el 10 de noviembre de 1509 dirigía el fundador don Iñigo al Cardenal Cisneros, en la que le decía que mi monasterio es bonito, bien labrado e ordenado, pero tan poquita cosa que no paresce syno que se hizo para modelo (como dicen en Italia) de otro mayor, para el lugar basta como la mar para el agua. En las intenciones del segundo conde de Tendilla no estaba prevista la existencia de más de 10 ó 12 frailes para habitarle, y en las Relaciones Topográficas del siglo XVI se decía que este cenobio contaba con el edificio de la Yglesia… con su huerto y lo demás necesario. Ello era un claustro mínimo, ciertos espacios para la vida comunitaria, las celdas de los frailes, y la iglesia con su sacristía. Y nada más.

Genio y figura de un templo nuevo

La iglesia del convento de San Antonio de Mondéjar era una verdadera joya del primitivo grupo de edificaciones protorrenacentistas, con las cuales se introdujo en España el nuevo estilo nacido en Italia un siglo antes. Orientada clásicamente, con el ábside a levante y la portada principal sobre el hastial de poniente, era de una sola nave, planta rectangular, y bóvedas de crucería completadas con terceletes, mas un coro elevado en la zona de los pies del templo. Incluido este templo en la tipología de lo que todavía puede calificarse como «arquitectura isabelina», la nave única, de reducidas proporciones, con capilla en el testero y coro a los pies, mas ventanales gotizantes en los muros, con capiteles de bolas, y la decoración centrada exclusivamente en la portada, dejando asomar leves detalles novedosos en capiteles y molduras, en ventanales y escudos nobiliarios, componen un conjunto propio del final del siglo XV.

En el centro de la nave del templo existía, cubierta por el enlosado de su pavimento, una gran cripta que diseñó el arquitecto Adonza por encargo del marqués de Mondéjar, mediado el siglo XVI, y que tenía por objeto constituir un ámbito sagrado donde poder enterrarse, en pequeño panteón familiar, los titulares del marquesado alcarreño. Tras las fugaces tareas de restauración realizadas en 1979 en este convento, se encontró y limpió esta gran cripta, formada de bóveda y muros de ladrillo, de la que hoy sólo queda el hueco, que llama la atención por lo grandioso, ocupando buena parte de la planta del templo.

Los dos elementos que hoy fundamentalmente podemos admirar son la portada y el hastial de la cabecera. En ellos quedan las piedras talladas que componen los elementos que, lógicamente, tenían mayor relieve en el concepto general del templo. La portada tiene, en esquema, una estructura sucinta de bocina con arco de medio punto. Ese arco se adorna con múltiples detalles que llegan a recubrirle de «plateresca» ornamentación protorrenacentista, en un estilo netamente toscano, con grandes similitudes respecto a las portadas del Colegio de la Santa Cruz de Valladolid y del palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo, obras que como hoy se sabe fueron diseñadas por el arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia.

La portada se forma por un gran arco semicircular con varias arquivoltas cuajadas de fina decoración de rosetas, hojas, bolas, etc., apoyadas en casi desaparecidas jambas con similar ornamento. En las enjutas del arco, y acompañados de plegada cinta, aparecen los escudos del matrimonio fundador, don Iñigo López de Mendoza y doña Francisca Pacheco. Todo ello se escolta por dos semicilíndricos pilastrones cubiertos de talla vegetal y rematados en compuestos capiteles.

El entablamento de este arco es riquísimo, ocupado por un friso con delfines, que aparecen atados en parejas por sus colas, y cabezas de alados querubines, añadidos de series de bolas y dentellones. Encima va un amplio arco, de tipo escarzano, que forma un tímpano, con candeleros a sus lados y por frontispicio se ve una especie de gablete con molduraje de cornisa. Dicho arco está ocupado por una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en brazos, sedente, sobre gran medallón circular de fondo avenerado, al que ciñen cornucopias con estrías y cintas plegadas. El fondo del gablete se llena de robusto follaje que orla el arco del tímpano. Se trata de una especie de cardo espinoso, muy revuelto y con una gran palmeta en medio, cargada de grano, quizás una mazorca de maíz, similar en todo a las que circuyen el arco de la puerta en el palacio ducal de Cogolludo.

Esta portada, cuyos elementos son plenamente italianos, es una de las primeras aportaciones del estilo renacentista en España. En todos sus detalles puede leerse la novedad venida de la Toscana. Es más, su simbolismo parece claramente referido a la devoción que los Mendoza, y concretamente el primer marqués de Mondéjar, tienen hacia la Virgen María, a la que colocan sobre un fondo de venera en el que clásicamente se sitúa a Afrodita naciendo del mar, junto a los cuernos o cornucopias de la abundancia, rodeado todo de cintas que simbolizan el triunfo, dando en conjunto el mensaje de una victoria emparejada de la Madre de Dios y de los Mendoza sobre el entorno.

El otro resto conventual que hoy podemos admirar, es el muro del testero, en el que se ven como los apeos superiores se constituyen por pilastras finísimas, recuadradas con molduras, y corrido encima va un entablamento muy pobre y sin talla; los capiteles llevan estrías, volutas acogolladas y una flor en medio. Los tímpanos de dicho testero, de arcos muy apuntados, aparecen ocupados por grandes escudos dentro de láureas: el central muestra la cruz de Jerusalen, quizás en recuerdo del título cardenalicio del tío del comitente, el Cardenal don Pedro González de Mendoza, vivo aún cuando este templo se construía, y a los lados, las armas del fundador, don Iñigo López, que son las de Mendoza sobre una estrella y con la leyenda BVENA GVIA adoptada por los Mondéjar, más las de su mujer doña Francisca Pacheco.

Lo que –como colofón- es evidente, es el abandono en que ha estado, desde hace un siglo, este monumento capital, esta joya del Renacimiento. Al fin, desde hace un año, ha venido a las manos y propiedad del Ayuntamiento de Mondéjar. Ello ha supuesto el inicio de unas tareas de limpieza y consolidación, que presagian algo bueno, como será su conservación cuidadosa, y su puesta en valor en el contexto del patrimonio monumental alcarreño.