Santa Teresa en Pastrana

sábado, 13 junio 2015 1 Por Herrera Casado

Relicario_De_Santa_Teresa_de_Jesus_en_la_Colegiata_de_PastranaEste año se cumplen los quinientos del nacimiento de Teresa de Ahumada, Santa Teresa, sin más. Una mujer de personalidad muy fuerte, de avanzada mentalidad, que ha terminado siendo nombrada “Doctora de la Iglesia” por su biografía plena de novedades, de doctrina y de actitudes nuevas, pilares de la Iglesia Católica. Cumbre de la mística y de la literatura española, patrona, al fin, de los escritores y escritoras de España.

Nacida en Avila, un 28 de marzo de 1515 y fallecida en Alba de Tormes un 4 de octubre de 1582. Teresa de Jesús, como se nombró ya en religión, debe ser considerada como uno de los personajes más característicos y definidores de la historia de Pastrana, pues en esta villa dio vida a dos de sus más queridas fundaciones, y avanzó muchos pasos en la visión que tenía de la misión carmelitana en el mundo en el que le tocó vivir.

Con apenas 19 años, y en contra de la voluntad de su padre, ingresó en el convento de la Encarnación de Avila como monja de la Orden Carmelitana, fraguando ya desde entonces, gracias a su inteligencia fuera de lo común, y su personalidad singular y dinámica, la Reforma de la Orden del Carmelo que a lo largo del siglo XVI español llevaría a cabo de múltiples maneras.

Una de ellas fue la de fundar conventos conforme a la Regla renovada que ella sembró por toda Castilla, Andalucía y buena parte de España. Tanto en su Avila natal, como en Madrid, Salamanca, Valladolid, Guadalajara misma, y, por supuesto, Pastrana, lugares todos ellos centros de la espiritualidad renacentista castellana, y en buena parte regidos o controlados por los Mendoza que apoyaron siempre la reforma teresiana.

Otra manera de alentar el nuevo espíritu fue la escritura. Santa Teresa de Jesús escribió y vio publicados numerosos libros de espiritualidad en los que plasmó toda su teoría del misticismo: Las Moradas como teórico y literario; el Libro de las Fundaciones como histórico, y el Libro de su Vida como autobiográfico, son los elementos fundamentales, sin olvidar el Camino de perfección, en todos los cuales puso su maravilloso estilo que la ha llevado modernamente a ser declarada Doctora de la Iglesia y patrona celestial de los escritores.

En Pastrana, Teresa de Jesús acudió al llamado de los duques, en 1569, fundando en la villa dos conventos: uno de monjas, el de la Concepción, y otro de frailes, el de San Pedro. Durante tres meses vivió en el palacio de los duques, dirigiendo las tareas de instalación de las nuevas comunidades. Así pues, Pastrana forma parte indeleble de la vida de Santa Teresa, y es justo reconocerla como uno de los personajes claves de la historia de la villa.

 

Datos del camino

En el ámbito místico y religioso de la España carolina, en los momentos que emerge la idea erasmista, el impulso reformista luterano, y el deseo unánime de hacer algo en el campo universal de la religión cristiana, cuando Castilla bulle con sus alumbrados, la jovencísima Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, de nobles orígenes en la ciudad de Avila, decide con su hermano irse a “tierra de infieles” para allí sufrir el martirio. Les detienen de inmediato y tratan de dedicarla a la costura y demás entretenimientos femeniles de la época. Pero ella es tenaz, y en contra de la voluntad de su padre (la madre había muerto cuando ella iniciaba la adolescencia) ingresa en la Encarnación y profesa en 1534. Enferma luego, de extraña enfermedad en que se mezcla lo físico y lo mental, somatizando sus anhelos espirituales, la joven Teresa pasa unos años entre la casa familiar y el convento. Hasta que en 1560 decide el voto de aspirar siempre a lo más perfecto… y así surge la idea de reformar la Orden en que ha profesado.

Con esa idea crea en la misma Avila el convento de San José (1561) con ayuda económica de su familia, y propone a unas cuantas monjas que la siguen que han de volver a la austeridad, a la pobreza y a la clausura… A partir de entonces, las fundaciones se suceden, los permanentes caminares, los escritos, las visiones.

El camino llega a Pastrana

En Pastrana y al llamado de los duques don Ruy Gómez y doña Ana de Mendoza, llega Santa Teresa para fundar conventos. Buena y mala sintonía, desde el princpio. Dos mujeres con fuerte personalidad, que acabarían por chocar en varios puntos.

El día 23 de junio de 1569, Teresa de Jesús fundaba el monasterio de carmelitas descalzas de Pastrana (Guadalajara). Se trata de una fundación que, desde el principio hasta el final (solamente duró viva cinco años) va a estar marcada por la personalidad de Teresa, modulada por doña Ana. Qué cuadro forman, tan certeramente expresivo del siglo XVI español: el misticismo y la política, personificados en dos mujeres con ideas.

Quizá al saber que su parienta doña Luisa de la Cerda había fundado en su señorío de Malagón un convento de carmelitas descalzas, y atraída por la creciente popularidad de Teresa de Jesús, la princesa de Éboli se decide también ella, a fundar.

Todo lo anota Teresa en su diario de viajes, el “Libro de las Fundaciones”. Se encuentra en Toledo cuando le llega el aviso de que la princesa la espera para iniciar la fundación de un monasterio de monjas descalzas y reformadas en su villa de Pastrana. Se siente tentada a dar largas, presintiendo quizás las dificultades que iban a sobrevenirle, porque en esa época ya era conocida de todos las personalidad extravagante e intrigante de “la señora”. Pero finalmente, aconsejada por su confesor, y sopesando los inconvenientes que supondrían desairar a la princesa, decide ir. Sabe bien, porque está muy al tanto de los asuntos de la Corte, que es importante tener al Secretario Real, don Ruy Gómez de Silva, de su parte, y finalmente se decide a atender la petición de esta nueva fundación, que luego sería doble: de monjas y frailes. Ella misma lo confiesa en sus memorias, cuando escribe que “a algo más que a fundar, va a Pastrana”.

Pero no fue fácil ponerse de acuerdo. La princesa quería decidir sobre la disposición del convento, el tamaño y la distribución de las habitaciones, y hasta del número de monjas, pero Teresa no transigía en este punto: ella era quien sabía cómo debía ser un convento, y así se lo dijo en la cara: don Ruy, que era hombre de paz en todo caso, supo ponerla entre ambas, y así salió adelante la fundación, las fundaciones.

La Princesa de Éboli, monja carmelita

Ana de la Madre de Dios fue el nombre con que la princesa quiso ser llamada cuando decidió –en un gesto teatral– volver la espalda al mundo y encerrarse en el monasterio de Pastrana, a la muerte de su marido, el 29 de julio de 1573.

Todavía estaba el príncipe de cuerpo presente, cuando la Princesa decidió irse a Pastrana, y allí entrar en el convento fundado cuatro años antes. Cuando lo supo la priora Isabel de Santo Domingo, no dudó en exclamar: «¿La princesa monja? Ya doy la casa por deshecha».

Uno de los carmelitas más fielmente seguidores de Teresa de Jesús, fray Jerónimo Gracián nos viene a contar cómo se vivió en Pastrana aquella tan embarazosa situación:

«Viendo, pues, que si se quedaban en Pastrana los dos [el padre Mariano y el propio Gracián], se habían de ofrecer ocasiones por donde acudiendo a la parte de la priora y la religión o favoreciéndole, habían de quedar los dos mal con la princesa y su casa y por consiguiente toda la religión, o favoreciendo las cosas de la princesa, habían de hacer mal a la perfección y observancia, determináronse de poner tierra en medio y ausentarse bien lejos de Pastrana dejando encomendado a Dios el negocio de la princesa y las monjas, que parecía ser imposible parar en bien» (MHCT, 3, p. 557).

Efectivamente, la situación se hizo insostenible. Y hasta llegó a tomar cartas en el asunto la santa fundadora, quien escribió una carta a la princesa intentando que entrara en razón. Incluso la priora de Pastrana, un día y otro, la insistía sobre el problema que estaba creando. Pero al fin sería, como en tantas otras cosas, el propio rey Felipe II quien pondría fin a la pesadilla, haciéndose eco de las quejas que le llegaron por distintas instancias, y la conminó a abandonar el monasterio y ocuparse de su hacienda y de sus hijos.

Esas fueron las razones fundadas, la carta real, por las que doña Ana, obedeciendo, abandonó los muros del convento en enero de 1574, aunque desde su palacio, unas cuantas calles más arriba, empezó a ponerles zancadillas a las monjas, privándolas sonoramente de la limosna que su marido el duque, y ella misma, les había asigndado, incluso manifestado legalmente en el testamendo del duque.

Y en estas circunstancias, la Madre Teresa, que tantas cosas había visto ya en su vida, le escribe en estos términos al padre Báñez: «He gran lástima a las de Pastrana. Aunque se ha ido a su casa la princesa, están como cautivas, […] Ya está también mal con los frailes, y no hallo por qué se ha de sufrir aquella servidumbre» (Cta. 54, principios enero/1574). Así es que la propia fundadora toma una determinación, que es sencillamente la de pedir a las monjas de Pastrana que se vayan de allí. Autorizada por los varones carmelitas, el Provincial y el Visitador, les pide a las monjas pastraneras que abandonen el monasterio, y que lo hagan con el mayor sigilo, en la noche del 6 al 7 de abril de 1574, dirigiéndose a Segovia, para allí añadirse a la fundación que acababa de hacer en la ciudad castellana. En carta a doña Ana, le dice cuanto lo siente, y le devuelve lo que la Orden había recibido de los Duques pastraneros.

La princesa, herida en su amor propio por esta fuga, tardó poco en poner una nueva comunidad de monjas en el edificio de la parte baja de Pastrana. Llamó a una comunidad de concepcionistas franciscanas, y se instalaron rápidamente. Al parecer, y como venganza o rabieta, a través de terceras personas denunció a la Inquisición el Libro de la Vida que Teresa de Jesús le habría permitido leer, tras rogárselo ella encarecidamente. Recibió Santa Teresa la noticia de esta denuncia en 1575, estando en la fundación de Beas de Segura. Le sirvió para tomar fuerzas, y de allí se fue a Sevilla, a poner en marcha otro convento. Esta situación la describe magistralmente Sánchez Adalid en su reciente libro “Y de repente, Teresa” que acabo de leer y que me ha parecido magistral en su forma y en las noticias que aporta, entre ellas esta relación de la Princesa, resentida y vengativa, frente a una fortísima Teresa de Jesús a quien nada ni nadie puede derribar.

Todas estas viejas noticias, que se hacen actuales al compás de la celebración del Centenario de Santa Teresa de Jesús, tienen a Pastrana por sede del “corre, ve y dile”, y a la princesa de Éboli, con esta nueva faceta de mujer intrigante, nerviosa, inestable en sus decisiones, repentina y caprichosa, como protagonista permanente de la villa de Pastrana, que sigue empapada de su memoria, de la del duque su marido (que fue, no lo olvidemos, aunque portugués o precisamente por eso, primer ministro de la monarquía hispana en el momento de máximo esplendor territorial) y de la santa católica que todavía despierta admiración y aplausos.