La cruz de Albalate de Zorita

sábado, 6 junio 2015 0 Por Herrera Casado
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Anverso de la Santa Cruz Aparecida de Albalate de Zorita

Este pasado verano se celebró, con el ritual debido, el quinto centenario del hallazgo de la “Santa Cruz Aparecida” de Albalate de Zorita. Una pieza artística de incalculable valor, única en su género, antigua a más no poder, y relevante por sus detalles iconográficos. Ahora quiero, pasado el rebullir de las celebraciones, compartir estos datos sobre su historia y su arte, que en buena parte tomo del estudio que sobre ella hizo don Miguel Angel Ortega Canales, director del Museo de Arte Antiguo de Sigüenza.

La Cruz del Perro (como también se la conoce a la Santa Cruz Aparecida de Albalate de Zorita) es una Cruz procesional, realizada en bronce sobredorado, sin macolla y sin cañón cañón, con solo sus cuatro brazos ornamentados, en un formato y disposición que nos hace pensar en el tipo de cruces que precedían a los ejércitos cristianos en las batallas, como signos de ayuda y protección divina, según la leyenda constantiniana, que decía “Con este signo vencerás”.

La datación es sin duda medieval, y atendiendo a su formato, con los extremos flordelisados, y a la representación iconográfica del Cristo que la preside, se debería atribuir al siglo XIII, aunque todavía podría retrotraerse esta datación al último decenio del siglo XII, ya que de esa época, de ese decenio, es el último episodio bélico que en el entorno pudo obligar a los poseedores de la Cruz a enterrarla antes de vadear el Tajo, por el lugar más accesible en su huida hacia el norte, probablemente para protegerla de una casi segura profanación. Dicho episodio sería la batalla de Alarcos, en 1195, en la que el rey Alfonso VIII fue derrotado claramente, dando lugar a la entrada de sucesivas razzias de almohades, que en esta comarca de en torno al Tajo ocurrieron en 1197.

En cuanto a la estructrura y decoración, me remito a lo que Ortega Canales desmenuza en el escrito que como Catálogo se utilizó el pasado verano para servir de guía informativa en la Exposición conmemorativa de este hallazgo y en la que se vieron, en el patio del Museo Diocesano de Sigüenza, las mejores cruces que guarda la institución museística. Ya me hice eco de esa muestra en mi artículo del 12 de septiembre de 2014.

Se trata de una latina, con el brazo inferior más prolongado que el resto y los brazos inferiores rematados en terminaciones flordelisadas, precedidas por ovales prolongaciones que son decoradas con cristales de roca: estos simbolizan las yemas o brotes que nos recuerdan que el leño seco ha retoñado a la vida, regado con la sangre de Cristo. El análisis iconográfico de Ortega es muy preciso, como no se había hecho hasta ahora, y por eso le sigo en esta referencia respecto al Cristo:

“El crucificado es muy típico de este periodo: a pesar de que conserva la corona, con los ojos abiertos, y el uso de la perizoma (paño) al igual que en las representaciones somáticas en que Cristo es Rey y Juez, ya presenta elementos propios de lo gótico, que paulatinamente mostrará el dolor del Crucificado: un solo clavo para ambos pies, por lo que se representa con un cruce d piernas que favorece la torsión general del cuerpo, y la cabeza se representa más ladeada, para representar con mayor verosimilitud la muerte del ajusticiado. La definición de la anatomía de tráquea, costillar y abdomen refuerzan esa misma idea de dolor. Sobre el Crucificado el titulas de Pilatos en forma abreviada que reza: IHS [Iesus] XPS [Christos] donde se puede observar que este ultimo vocablo griego ha sido latinizado, usando la letra S, en vez de la sigma de la epigrafía griega, C”.

Los brazos de la cruz terminan en forma de flor de lis. Y en las del anverso vemos a la Virgen María y a San Juan Evangelista, a la izquierda y derecha, respectivamente, del Crucificado, mientras que San Pedro y San Pablo se muestra arriba y abajo respectivamente. A la Virgen María se la reconoce por llevar cubierta la cabeza con su manto, el maphorion, y a San Juan porque porta el libro en su mano izquierda, mientras con la derecha muestra su palma abierta, siendo ambos los protagonistas clásicos de la escena final del monte Calvario. Los otros dos personajes son también fáciles de identificar, porque el de arriba es un personaje que lleva unas llaves en su mano derecha y un libro en su izquierda, mientras que el de abajo tiene otro libro que alude, sin duda, a su corpus epistolar. Y además esa pareja de apóstol / no apóstol, se representan juntos desde los inicios del cristianismo.

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Representación de San Pedro en la Santa Cruz Aparecida de Albalate de Zorita

Es muy interesante la representación del reverso, en la que al centro aparece Cristo como Pantocrator alzándose sobre el mundo creado representado a su pies por montañas, como Juez y Señor que sostiene su Evangelio en la mano izquierda, mientras bendice con la derecha. En los extremos en forma de flor de lis, aquí vemos las imágenes del Tetramorfos: arriba el águila; abajo un angel-hombre; a la izquierda el león, y a la derecha el toro. Al no llevar ninguno de ellos el fino pergamino que los identifica como símbolos de los evangelistas, Ortega concluye que esta sería la representación del Tetramorfos veterotestamentario, como símbolo de los cuatro puntos cardinales del Orbe creado, “lo que representaría mejor la representación de esta cruz, según la iconografía del Cosmocrator, al tener la tierra a sus pies, y del Polocrator, al estar rodeado de estrellas”. En este reverso, la brazos están decorados con motivos florales incisos, quizás significando que el leño seco muestra el pecado y la muerte, mientras que la sangre de Cristo derramada sobre él, cuyo fruto es la Vida, se representa por flores y hojas, que se enzarzan entre sí, de forma perenne, sin caducidad estacional, recordando la Eternidad. Como siempre vemos en la iconografía románica, los promotores del programa son capaces de dictar largas enseñanzas y mostrar conceptos hondos, con simples trazos, siempre que los clérigos que muestran o cuidan el elemento artístico sean capaces de explicárselo a los fieles.

Y aún nos ilustra el autor de este estudio con su interpretación del rostro de Cristo, a la que él ve con sus cabellos cortos y el rostro imberbe, siguiendo las características del rostro de Cristo de la más preciada reliquia de Roma, la Vera Icona, custodiada en la capilla de Sancta Sanctorum del Patriarcado Lateranense durante el periodo medieval.

Otro elemento muy característico de esta cruz, y que la hace más antigua de lo que se pensaba, es el hecho de que mantiene dos de sus cuatro cadenillas colgantes originales, rematadas con cristales de roca. Cuando fue encontrada, en 1514, conservaba todavía los cuatro, pero con la visita de Carlos I, el 24 de abril de 1528, perdió dos, pues el monarca solicitó que se las regalaran, para poder obsequiar a la reina con ellas. Quizás en compensación por aquel regalo, Carlos I o bien su nieto Felipe III en las sucesivas visitas que hicieron para adorar la cruz, donaron la reliquia del Lignum Crucis que posee todavía hoy la parroquia y se situa en esta cruz, en la prolongación oval del reverso en su brazo superior. Los elementos colgantes de esta cruz son evidentes vestigios de un ritual netamente visigodo, votivo. Las medidas d ela cruz, nada pequeñas, son de 47,5 cms. de alto y de 28 cms. de ancho.

La leyenda del hallazgo

En cuanto al tema conmemorado en la ocasión del pasado año, el descubrimiento casual (y como muchos quieren, milagroso) de esta cruz románica en medio del campo, fue según la leyenda que se cuenta en Albalate de la siguiente manera: el 27 de septiembre, de 1514, Alonso Valiente y Alonso Serón encontraron la cruz bajo unas piedras, tras haberlas excavado sus perros toda la noche.

Estos dos jóvenes albalateños hacían de pastores de un rebaño de ovejas en el antiguo término de Cabanillas, que tras su despoblación probablemente en la peste del siglo XIV, labraban los vecinos de Albalate y Almonacid, a las orillas mismas del Tajo. El hermano de Alonso Serón, Juan, era cazador y tenía un perro de caza llamado Cósula. Una noche, estando en la casa de la azeña junto al río Tajo, donde Alonso Valiente -que llevaba una perrilla de acompañante- tenía su ganado, decidieron salir a cazar un conejo para con ello almorzar al día siguiente. Aún era de noche cuando soltaron a los perros, que se dirigieron a un peña, donde empezaron a ladrar y escarbar la tierra. Tras comprobar que no había rastro de madriguera, ataron a los canes y se los llevaron más arriba, al Cerro de Santa Cruz, y volvieron a soltarlos. Pero los perros retrocedieron para dirigirse a la misma peña, sin dejar de ladrar. Juan le pidió a Alonso Valiente que los volviera a coger. Los ataron y los llevaron a un lugar aún más alto, el Carril nombrado, y allí se echaron a descansar hasta que vino el día. Al alba, los perros comenzaron a rastrear por aquellos lugares, neerviosos, y Alonso Valiente y Juan Serón no tardaron en oír de nuevo el ladrido de los perros, que perseguían algún conejo pero que fueron una vez más a dirigir su carrera en la misma peña. Una vez allí, Juan se dirigió a Alonso, y le propuso esta idea -“Mira cómo al final aquel ladrar de los perros de anoche se debía a una cabeza de lagarto que han descubierto». Pero Alonso, maravillado, al ver lo que parecía, exclamó: -«¡No es un lagarto, que es oro o plata lo que reluce!»-.

Y así Alonso y Juan llamaron a sus hermanos para que trajesen unas herramientas con las que poder excavar y sacar el objeto. Mientras tanto, Alonso Valiente escarbó con las manos hasta comprobar que se trataba de la parte superior del árbol de una antigua cruz. Moviéndola de un lado a otro, logró extraerla. Juan Serón la echó en su capa y decidieron que esa noche volverían a la villa, a Albalate para contarle a la gente la verdad de lo que había ocurrido. Al llegar a la villa, Juan Serón se dirigió a la casa de su padre, Alonso García Serón, donde dejó la cruz sobre una almohada. Y ya por la mañana los alcaldes de la villa y el escribano fueron a la casa y tomaron declaración y apunte de todo lo sucedido. Después de las autoridades civiles vinieron las religiosas, y al final el pueblo entero, montando en ese momento de forma espontánea una gran procesión que llegó a la iglesia parroquial y allí lapusieron en el altar. Finalmente, según termina contando la tradición secular, el gobernador de la provincia calatrava de Zorita viajó hasta Albalate y allí se enteró de lo sucedido, mandando noticias a la Corte. De ahí que pocos años después, el mismísimo Emperador Carlos de Hausburgo quiso acudir en persona a contmeplar esa prodigiosa cruz que aún hoy sigue siendo venerada, y admirada, en sus dos dimensiones más relevantes: la religiosa y la artística.