Moratilla de los Meleros

sábado, 7 marzo 2015 0 Por Herrera Casado
Moratilla_Picota

Remate del rollo jurisdiccional de Moratilla de los Meleros (Guadalajara), tallado a mediados del siglo XVI sobre piedra caliza de la Alcarria. Se representan animales, ángeles, diablos y seres mitológicos.

En lo hondo del valle alcarreño de su nombre, que lleva un hilillo de agua al más grande de Renera, y de ahí al Tajuña, se asienta esta villa que rezuma tipismo por sus cua­tro costados. El nombre ya indica que fue lugar de siempre dedicado a la industria de la miel, pues está en el corazón de la Alcarria, aunque en el siglo XVIII llegó a tener también muy florenciente industria de telares en que se elaboraban paños, lienzos y seda.

Su caserío, en suave recuesto asentado, guarda todavía muy interesantes ejemplos de arquitectura popular con edificios construidos a base de tapial y yeso, con entramados de carpintería.

Algo de historia 

Fue este lugar, prontamente repoblado tras la Reconquista, dado en señorío por los reyes castellanos a una familia de caballeros de Segovia: fue el primero don Pedro Miguel, titu­lado primer señor de Moratilla; el segundo don Miguel Pérez y el tercero don Gutiérrez Miguel de Segovia, todos durante la segunda mitad del siglo XII. Pero aunque sigue apare­ciendo algún caballero más de esta familia como señor de Moratilla, el hecho es que en 1176 donó este lugar a la Orden de Calatrava el rey castellano Alfonso VIII. Y en el poder de esta Orden militar de tan ancho predominio por la Alcarria, siguió hasta el siglo XVI en sus comienzos, en que Carlos I la enajenó y luego hizo Villa, que continuó siendo de realengo.

Su variado patrimonio

Lo primero que conviene ver, porque es a mi entender lo más llamativo e interesante, es el rollo o picota. A la entrada del pueblo, por el camino que desde nor­deste viene de Fuentelencina, se alza este elemento patrimonial, sobre el recuesto que es preciso subir para entrar al pueblo desde el vallejo.

Se trata de un ejemplar de la primera mitad del siglo XVI, sin duda, uno de los más hermosos e interesantes ejemplares de picotas de la provincia de Guadalajara. Sobre una gradería cir­cular de varios escalones superpuestos en disminución, apa­rece primero la basa, que presenta en cada una de sus cuatro caras sendos relieves con figuras, ya muy desgastados e irre­conocibles. En uno de ellos aún se distingue un hombre des­nudo, con una corna en la mano. Se trata de un conjunto que juega con el simbolismo del número cuatro ¿estaciones climá­ticas?, ¿los trabajos de Hércules?, ¿los cuatro vientos o puntos cardinales? Sobre esta basa se alza el fuste de la columna, con dos tipos de estriaje. Arriba, un grande y hermoso capitel, plenamente plateresco. Sobre el lado que mira el pueblo, lleva tallada una figura que parece tener espigas. Encima de ella, una carátula diabólica. Sobre los cuatro lados del pináculo, ros­tros de angelillos. Culmina todo con gran pináculo. De los cuatro brazos que pendían del remate de la picota, se distinguen aún, las cabezas de leones muy desgastadas. En cualquier caso, volvemos a encontrar la simbología de las figuras mudas sobre la piedra calcárea de la Alcarria. En una época, mediado el siglo XVI, en la que el Humanismo, como una moda que todo lo invade, se atreve a plantear cuestiones cuasi filosóficas sobre los paneles que sostienen el símbolo de villazgo de Moratilla. Sin las tallas que sobre la piedra se hicieron hacia 1550 son los trabajos de Hércules, estamos recibiendo afectuosmente el mensaje de un héroe pagano. Si son representaciones d elos vientos, nos dejamos arrastrar por relato escueto de los clásicos (también paganos). Y si son las cuatro estaciones, o mismo: solo nos falta elucubrar acerca de si esas cuatro figuras serían otros tantos santos y santas, como propuesto equilibro del cercano Trento, que ya por entonces se está fraguando. Pero no lo parece. Es una época en que la libertad de opinión y pensamiento ha volado muy alto. Tardará mucho en volver.

En el extremo oriental del pueblo se ve una ermita dedi­cada a la Virgen de la Oliva, que no tiene más interés que el meramente devocional, pues su fábrica es de sillarejo y al mediodía presenta, bajo atrio arquitrabado, la portada sencilla de ingreso. Es edificio de planta cuadrada, con muros cerrados de mampostería y sillarejo, y en su costado meridional se abre la portada, que es de arco semicircular adornada de sillares irregulares, y protegida por un tejaroz que apoya en dos columnas de corte clásico. Se asciende a ella por una escalinata que a su costado muestra una fuente. En el interior, de una sola nave, muy alargada, de bóveda vaída, en la cabecera se alza el altar rematando el presbiterio, que es cuadrado, con bóveda hemiesférica y adornos geométricos sobre las pechinas. En el altar, moderno, figura de la Virgen de la Oliva.

Al extremo occidental, sobre un altozano, se levanta la iglesia parroquial dedicada a la Asunción. Su portada, orientada al sur, es de estilo románico, resto único de la pri­mitiva construcción del siglo XIII. Presenta cuatro arquivoltas de doble baquetón liso, que descansan en las correspondientes columnas y capiteles, ya muy desgastados, con decoración foliácea. Toda la puerta se incluye en un cuerpo saliente del muro sur de la iglesia, que en el resto de su edificio es de mampostería, llevando algo de cantería sobre estribos en la cabecera poligonal, y en la torre adosada a los pies.

Como el resto del templo, que ahora veremos en detalle, es del siglo XVI, nos hace suponer que del primitivo edificio medieval solamente se conservó la portada, al hacer la ampliación renacentista, porque les pareció curiosa, o, simplemente, porque se le tenía cariño a su disposición y aspecto.

El interior de este templo presenta una sola nave, tal como vemos en el plano adjunto, y se compone de planta de cruz latina, con magníficas techumbres de crucería gótica sobre el crucero, presbiterio y parte de la nave, que cargan sobre pilares adosados a los muros, recubiertos de medias pilastrillas. Así es que la figura planimétrica del templo de Moratilla se parece un tanto a un árbol, porque presenta una nave escueta y estrecha, que conservó el aire del templo medieval, y una cabecera enorme, profusa de capillas, crucero, presbiterio y altas bóvedas, como si ahí se hubieran querido lucir los maestros constructores del Renacimiento. Existe un coro alto a los pies del templo, y vuelvo a insistir en que todo el conjunto, excepto la puerta, es obra homogénea de comienzos del siglo XVI. Fueron sus autores el maestro cantero Juan de los Helgueros, que la concluyó hacia 1516, y García de Yela, que añadió la sacristía en 1538. A los pies del templo, y de forma no simétrica con respecto a la nave, se alza una torre cuadrada y de cantería con vanos simples semicirculares en su cuerpo alto. Junto a la cabecera y en su lado norte se alzó una sacristía semirectangular y cubierta con techumbre de madera artesonada al interior, cori formas acasetonadas y achaflanadas cuadradas y sin ninguna otra decoración. Tuvo un retablo construido, hacia 1520, por Diego Ramírez, escultor de Huete, del que nada ha quedado.

El espectacular artesonado mudéjar 

Quizás lo más curioso y admirable de este templo sea el magnífico arteso­nado de madera, que en forma ochavada se decora con profu­sión de trazos geométricos de tradición mudéjar y muchos otros detalles renacentistas, y que cubre por completo la nave. Es obra de hacia 1516, realizada por el carpintero Alonso de Quevedo, vecino de Alcalá de Henares, probable autor de la magnífica techumbre de madera de la capilla de San Ildefonso de aquella ciudad. Y ello se colige de que el tasador de esta obra alcarreña es Pedro Gumiel, autor de la iglesia de San Ildefonso de Alcalá, aneja ahora a la Universidad, y de otras obras en las que el Cardenal Cisneros dejó a cargo de su sabiduría y buen arte a este Gumiel que al menos como tasador pasaría a principios del siglo XVI por Moratilla.

Hace ya bastantes años, mi amigo Pedro Lavado Paradinas escribió un artículo sobre este artesonado en la Revista Wad-al-Hayara, y como él es un auténtico especialista en arte mudéjar, creo que lo mejor es reproducir íntegro su texto descriptivo de esta pieza única: “Esta es techumbre de madera ochavada de limas mohamares sobre trompas de lacería pintada a partir de estrellas de ocho, cintas y figuras de diseño renacentista. Los faldones de la armadura son de lazo ataujerado con las mismas estrellas de ocho y crucetas, imitando la labor apeinazada de las primitivas techumbres y los fondos de la tablazón pintados con figuras de tema renacentista; floreros y formas vegetales simétricas al estilo del plateresco. El almizate se cuaja completamente del lazo citado, resaltando en él los clavos dorados y los fondos de las estrellas con florones también policromados y dorados. El arrocabe policromado se decora con animales afrontados perdidos en una maraña vegetal y de formas platerescas en tonos azul, rojo, ocre y negro, y delimitado por dos líneas corridas de arquillos ciegos a manera de moldura”.

Des­taca en el interior de este templo un Calvario de talla gótica, donación particular procedente de otra provincia. El milagro, ahora que vemos la historia conperspectiva larga, es que hayan quedado estas huellas del tiempo pretérito alzadas y en admiración en pueblo tan pequeño como Moratilla. Se debe ello, sin duda, al cariño que sus habitantes han mostrado a su patrimonio, y al celo y acierto con que han sabido defenderlo y promover su cuidado.