Otro programa iconográfico humanista en Pastrana

sábado, 28 febrero 2015 0 Por Herrera Casado
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Uno de los doce medallones tallados en madera que adornan el friso del artesonado de la sala grande del palacio ducal de Pastrana.

En los salones altos, de la primera planta, del palacio de los Duques de Pastrana, en esta localidad alcarreña, se pueden contemplar unos programas iconográficos consistentes en la expresión de la filosofía humanista a través del neoplatonismo de Marsilio Ficino, materializados en la madera tallada de los grandes artesonados que cubren las principales salas de esta noble mansión.

Bien es sabido que la expresión del Humanismo, como tendencia filosófica y social que trata de poner al ser humano como eje de la vida, la ciencia y la cultura, es la forma en que el Renacimiento se manifiesta en la Europa occidental, dejando atrás, a partir del Cuatroccento, los largos siglos de fórmula teocéntrica, en los que la Iglesia y sus ministros controlaron por completo la sociedad mediante la continua advertencia de que toda expresión del humano comportamiento debía estar sometida a la doctrina cristiana.

La conjunción de ambas tendencias (el poder supremo de Dios y la libre voluntad y expresión del Hombre) dieron lugar a una serie de teorías que fueron en principio reprimidas (Erasmo de Rotterdam, los hermanos Valdés, etc.) y posteriormente permitidas, dejando paso a una visión del Humanismo neoplatónico más abierta y fructífera, al menos en el campo de la creatividad artística, formal y literaria.

El Renacimiento en España tiene muchos constructores, pero sin duda el foco de artistas (pintores, arquitectos, escultores, poetas y dramaturgos) con eje en Toledo es el que da pie a la consolidación de estas ideas en nuestro país, mediado el siglo XVI. La expresión literaria y aún gráfica de que la Gloria prometida será dispensada tanto a los fervientes cristianos como a los paganos de buena voluntad, se revela en numerosos espacios artísticos: catedrales, techumbres, retablos, tapices y pinturas, a través de múltiples y complejos programas iconográficos. En la provincia de Guadalajara, a partir de 1550, son numerosas estas manifestaciones artísticas, de las que, por poner solamente unos ejemplos, debemos recordar las techumbres de la capilla de Luis de Lucena, y los programas de pinturas de las salas bajas del palacio del Infantado, ambas en Guadalajara, más la “sacristía de las cabezas” en la catedral de Sigüenza, las portadas de iglesias como Peñalver, Pareja, Malaguilla, el claustro del monasterio jerónimo de Lupiana, y el sotocoro de la iglesia de Romancos, todas ellas obras de la segunda mitad del siglo XVI, y realizadas por artistas del entorno de Alonso de Covarrubias.

El palacio de los duques de Pastrana

La remodelación y restauración, muy afortunadas, del palacio ducal de Pastrana, ha permitido poner en valor un programa humanista desarrollado en sus magníficos artesonados de madera, que durante muchos años habían permanecido ignorados, oscuros y en gran parte perdidos. En esos paños de la “carpintería mayor” que algunos extraordinarios artistas tallaron en los frisos de dichos artesonados, se puede observar hoy una nueva versión del “coro de bienaventurados” que han conseguido estar en las esferas superiores, las que se acercan a Dios, a pesar de haber iniciado la subida desde perspectivas distintas, cristianas o paganas.

El espacio que contiene lo que llamo programa iconográfico humanista del palacio de Pastrana se concreta en cuatro salas de la planta noble, a la que se accede ahora por la escalera de cuatro tramos del fondo del patio. De cara a la fachada principal hay tres salas, más alargada la central, que da sobre el balcón principal, y cuadradas las laterales, una de ellas, la de la esquina de levante, llamada “Sala de la Hora” o sala de la princesa (en los documentos se la llama recuarto de hacia los huertos), más la sala interior dedicada a capilla de palacio, también de planta cuadrada.

Todos estos salones fueron ornamentados con espléndidos artesonados de madera de pino, cuyos fondos dibujan una serie de complejas estructuras basadas en casetones ochavados, o hexagonales, muy finamente cuajados de hojas, bolas y perlas en conjunciones llamativas, complicadas geometrías y diseños de tradición mudéjar, aunque plenamente renacentistas. La sala grande es una artesa gigante, espectacular, y la sala de la capilla tiene la particularidad de estar construida en forma de cúpula ascendente.

Pero el interés iconográfico de este conjunto artístico radica en los frisos que sustentan los artesonados. Las cuatro salas mencionadas presentan sus frisos tallados en madera, compuestos longitudinalmente a base de figuras humanas, enmarcadas en tondos, escoltadas por parejas de grutescos, y a trechos separadas por escudos de armas. En las cuatro salas se repite el esquema, aunque en cada una de ellas las características de sus adornos son distintas en calidad, apareciendo la más perfecta la serie del salón principal. Están muy restaurados, y algunas figuras son tallas contemporáneas, del siglo xxi. Pero se han hecho conforme al resto de lo conservado, y siempre que se ha podido siguiendo fielmente las imágenes que viejas fotografías nos han legado.

El mensaje humanista de los frisos pastraneros

En los frisos de las cuatro salas del palacio ducal de Pastrana aparecen, como acabo de decir, dispuestos linealmente y en alternancia imágenes de varones y hembras, escoltados por grutescos, y alternando con escudos. Los emblemas heráldicos, en todo caso, son de Mendoza, exclusivamente. Son de doña Ana de Mendoza, condesa de Mélito, la nieta del Cardenal Mendoza que adquirió del Emperador esta villa calatrava de Pastrana. Ello supone ya un mensaje claro: el linaje mendocino es quien construye el palacio, quien ordena su ornamentación preciosa, y quien se protege, en las alturas de las esferas celestes, de personajes que forman la corte celestial del olimpo neoplatónico: santos y héroes, cristianos fieles y virtuosos de la antigüedad. Bien es verdad que ninguna de las figuras que vemos en estos frisos llevan elemento identificativo alguno. No hay santos con atributos, ni héroes con cartelas. Debemos suponérselas. Y debemos pensar que aparecen (por poner un ejemplo) Hércules y Santa Catalina, o Aristóteles y San Pablo. Pero en ningún caso es posible identificarlos.

En todo caso, podemos circunscribir este conjunto iconográfico en un contexto muy preciso y homogéneo, porque sabemos no solamente quienes fueron sus autores y tallistas (luego lo vemos), sino que podemos fechar con exactitud el momento de su realización, que es entre 1549 y 1555, esto es, el comedio preciso del siglo XVI. El momento en que una cosa similar se hace en la iglesia parroquial de Romancos (ver mis trabajos en “Nueva Alcarria” de 28 de junio y 5 de julio de 2013) y especialmente en la catedral de Sigüenza, la tarea de construcción y sobre todo de decoración de la Sacristía Nueva (conocida también como “sacristía de las cabezas”), que se hace entre 1550 y 1554, en este caso a cargo del escultor Martín de Vandoma.

Lo de Pastrana está realizado personalmente por dos escultores madrileños, Justo de Vega y Nicolás de Nieva, y, al igual que en Sigüenza, siguiendo las trazas dadas por Alonso de Covarrubias, quien sin duda tuvo el asesoramiento, en materia conceptual y filosófica, de letrados y canónigos seguntinos. También en Alcalá de Henares, sede importantísima y señorío del arzobispado toledano, en su palacio se tallan techumbres, salas y patios con programas similares de medallones y tondos escoltados de grutescos. Lo de Alcalá es también de Covarrubias, y de Luis de Vega, aunque por desgracia está perdido (para siempre?) tras el incendio de 1939. El impulsor de las obras del palacio arzobispal complutense fue el arzobispo Alonso de Fonseca y Ulloa, quien además de sus ideas humanistas prestó apoyo a Erasmo de Rotterdam y otros adelantados del pensamiento, proyectando a la Universidad cisneriana como uno de los baluartes iniciales del Humanismo renacentista. En esa constelación de avances y formas que plasman un pensamiento están, sin duda, los artesonados del palacio ducal de Pastrana, como el programa del sotocoro de Romancos, la sacristía de las cabezas de Sigüenza, y las portadas de Peñalver (ver mi artículo en “Nueva Alcarria” de 12 julio 2013), Trijueque, Cerezo y Malaguilla, más la portada del propio palacio ducal de Pastrana, en la que a más del escudo de Mendoza y la Cerda, y de la frase que pregona el linaje, una pareja de medallones, en uno el busto de un hombre, en otro el de una mujer, sin identificar por ningún cartel, suponemos que aluden al diálogo de la Virtud y la Fuerza, y sin duda entroncan con la variedad programática de los frisos de los artesonados, que convierten a este palacio en un Templo de la Fama, en un reducto de la Virtud como meta ideal del nuevo humanismo.

Creo que está claro este mensaje que nos transmiten, desde la remota lejanía del tiempo, doña Ana de Mendoza y el maestro Covarrubias: dentro de las formas clásicas del palacio señorial, las imágenes talladas en los frisos de las salas nobles nos hablan del poder del linaje mendocino, de su virtud, de su lucha contra el Tiempo (la obsesión de los poderosos) y de su convicción de estar incluidos en la segura altura de los santos y los héroes. No cabe hablar de identificaciones porque sería inventar: ahí están tallados los hombres y mujeres que el Libro Sagrado del Cristianismo y las Vidas Paralelas de Plutarco nos ofrecen como modelos de vida y protectores en el Más Allá y en las alturas.

Los autores de la obra de Pastrana

Seguramente el mejor estudio que se ha hecho sobre el palacio ducal de Pastrana, es el que firmó el historiador Aurelio García López (Aache Ediciones, 2010, Colección “Tierra de Guadalajara” nº 74) en su libro “El palacio ducal de Pastrana”, y en el que recoge su historia completa, la de sus constructores y habitadores, y mil anécdotas sobre el edificio y la villa. En ese libro, que recoge documentos ya utilizados en escritos anteriores, García López documenta por completo el palacio como proyecto total de Alonso de Covarrubias, tracista del plano, estructura y detalles, confirmando que fue él mismo quien dispuso los esquemas de los artesonados de las salas nobles.

Añade la noticia, basada en documentos, de que dichos artesonados son tallados, entre 1549 y 1555 por los carpinteros Justo de Vega y Nicolás de Nieva, que habían sido autores previamente de artesonados similares en el Alcázar Real de Madrid. Y que es además Juan Rojo, vecino también de Madrid, quien en 1549 recibe el encargo de hacer las maderas de puertas y ventanas del palacio. En el Archivo General de Simancas, este autor encontró los documentos que atestiguan este dato: toda la carpintería de la techumbre de seis salas, la sobrescalera, los desvanes y demás dependencias del palacio se debieron a los carpinteros madrileños Justo de Vega y Nicolás de Nieva, tallistas magníficos que debe recuperar la historia del arte alcarreño como figuras protagonistas de su mejor momento, el del Renacimiento expresivo del humanismo mendocino.