Viaje al aljibe del castillo de Valfermoso
A Valfermoso de Tajuña se sube por una carretera retorcida en cien curvas. Frente a la ermita de la Virgen de la Vega inicia su andadura esta vía (GU-916) y llegados arriba lo primero que vemos es el castillo, y bajo él, tallado en la roca, está el aljibe que justifica nuestro viaje. Habrá que tener suerte y encontrarlo abierto. Si no fuera así, dirigirse al Ayuntamiento, donde tienen las llaves y el compromiso de abrirlo a los viajeros.
Desde el mirador de Valfermoso, ahora con la otoñada en pleno esplendor, la visión de la Alcarria, con el valle del Tajuña en su centro, es fantástica. Tenemos a los pies un río mínimo, apenas un hilo de agua en esta tierra seca, pero en su torno se adivinan las alamedas fértiles, abrazadas del potente brazo de los campos de cereal, y en las laderas que se ofrecen como la copa de un cáliz por ambos lados, se derrama el aceite de los olivos, la flor de las aliagas, el humilde tono azul del romero que se preña de abejas, mientras que las hileras zigzagueantes de chopos amarillean intensamente el valle. La Alcarria tiene pocas visiones totales (desde el mirador de Alocén, desde la ermita de los Llanos en Hontoba, desde el santuario de la Virgen del Madroñal de Auñón, desde la meseta de la Alcarria sobre Ledanca…) pero este de Valfermoso es quizás el perfil más cierto.
Llegamos a Valfermoso y nos encontramos con quien fue su alcalde en la plaza. El que tenía hace unos años. Rufino Expósito es un buen amigo de viejos tiempos, de caminatas largas y afanes compartidos, que él ha volcado en ayudar a su pueblo y a sus vecinos. Cuando rigió el pueblo le hizo muchas mejoras. Se nota, sobre todo, por quienes llegan ahora después de muchos años. Y Valfermoso tiene, también porque así era el día, toda la luz y el brillo de la Alcarria en el otoño. Nos ha llevado al mirador, que él ha construido con firme baranda metálica y abiertos límites para que dé la sensación a quien en él se ponga de estar volando sobre el valle. Un acierto total.
El aljibe sorprendente
Pero donde la sorpresa de los viajeros se hace mayúscula, es al ver el aljibe del castillo. Aunque ya era conocido, estaba publicado, y figuraba en las guías, recientemente se le ha hecho una limpieza y la subsiguiente restauración, dejándole en punto de admiración. El aljibe de Valfermoso se convierte así, sin oposición, en una de las piezas monumentales más relevantes de la provincia. Explicaré en brevedad donde se encuentra, y qué pinta tiene.
Valfermoso tiene castillo. Mejor dicho, las ruinas agónicas de un castillo. Aunque de origen más antiguo, medieval sin duda, con la estructura que ahora se le supone lo debió construir a mediados del siglo XV don Pedro Laso de Mendoza, hijo del marqués de Santillana, y señor de la villa, que entonces amuralló al completo, dejando algunos portones para su acceso, y convirtiéndola en auténtico “nido de águilas” donde mantuvo su mayorazgo vivo. Quedó luego en manos de sus descendientes, los marqueses de Mondéjar. El castillo en lo más alto de la lomilla en que asienta el pueblo, tenía un circuito de muralla en cuyo extremo sur se alzaba la torre del homenaje (de la que quedan dos altos muros hasta el nivel de las bóvedas) y en el norte otro cubo de planta circular, de refuerzo. Entre ellos, el patio de armas, que por mor de los derrumbes, de los edificios construidos en su torno (la iglesia parroquial, por ejemplo, o un gran frontón) y el uso doméstico dado a lo largo de los siglos a sus dependencias, ha quedado como en alto, viéndose ahora en descarnadura el subsuelo del castillo, donde se construyó un aljibe que ha sido ahora lo visitado y admirado. Lo que a partir de ahora va a ser la atracción principal del pueblo.
Este aljibe fue construido, con seguridad por alarifes árabes venidos de Al-Andalus, que aplicaron sus más correctas técnicas de construcción de estos elementos, tal y como entonces se hacía en Granada, en Almería, o en Málaga. Está hecho con la técnica de los alarifes nazaritas. Será de mediados del siglo XV, y sirvió para almacenar el agua de la lluvia bajo el patio de armas del castillo. Hoy se penetra por el piso del aljibe a contemplarlo. El espacio que estuvo siempre lleno de agua. Por eso, desde abajo, su contemplación es más llamativa, y da mayor sensación de grandeza. Es un espacio de unos 10 metros de largo por 8 de ancho, con una altura de casi 10 metros también (equivalente a cuatro pisos de los modernos). Se cubre por dos bóvedas de ladrillo, ligeramente apuntadas, en una de las cuales se abren sendas aperturas cuadrangulares por donde entraría el agua de la lluvia al recinto estanco. Esas dos bóvedas se sujetan, en su parte central, por una línea de columnas que se unen arriba por tres arcos y dos medios arcos a los extremos. Esos arcos, también de ladrillo, ligeramente rehundidos y con aspecto árabe, se apoyan sobre cuatro columnas de piedra tallada, cilíndricas, que a su vez apoyan en basamentas prismáticas muy altas, y arriba llevan a modo de un capitel liso en el que apoyan los arcos.
Es muy curioso ver cómo los muros y las bóvedas de este recinto, que está realmente excavado en la roca, aunque con piedras sillares en sus límites para evitar los derrumbes, está todavía enjalbegado de mortero y sobre él aparece viva la capa de almagre rojizo que los árabes daban a estos recintos para conseguir su impermeabilización y estanqueidad.
Este aljibe de Valfermoso es conocido desde hace mucho tiempo. Ya Layna Serrano, en su célebre libro sobre los “Castillos de Guadalajara” lo describió y dibujó, apareciendo un artículo completo en el más reciente libro “Arte y artistas de Guadalajara”. También lo estudia y mide Pavón Maldonado, en su obra sobre la “Arquitectura árabe y mudéjar en Guadalajara”, pero nadie lo había visto hasta ahora en toda su majestuosidad completa, puesto que el alcalde Expósito y quienes le han seguido han decidido, con el apoyo de todos los vecinos, limpiar de una vez por todas aquel recinto, de los muretes, derrumbes, aditamentos y suciedades que siempre lo ocuparon, impidiendo su admiración cierta. ¿Qué ha conseguido con ello? Pues dejar a la vista un espacio arquitectónico que es realmente sorprendente, hermosísimo, espectacular. En todo parangonable a los mejores aljibes árabes del mundo islámico.
Inmediatamente de entrar en aquel recinto, que tiene una luz mágica de reverberaciones rojizas, al viajero le vienen a la memoria espacios como la gran cisterna de Estambul, quizás el mejor y más grande aljibe del mundo musulmán. O las estancias a esto mismo dedicadas en Cáceres (el que fue de la primitiva alcazaba cacereña, luego palacio de las Veletas, y hoy en los bajos del Museo de la ciudad). O la serie de aljibes del Albaicín granadino, especialmente los de San Cristóbal, San Miguel y el de Trillo, este último del siglo XIV, y muy parecido en estructura al de Valfermoso. En cualquier caso, este precioso monumento que los de Valfermoso han sabido rescatar, y posteriormente restaurar con acierto, se ha puesto en valor con la promoción de su visita.
Valfermoso de Tajuña tiene, con todo, un buen puñado de razones para ser visitado en estos días luminosos y amarillentos del otoño: su situación en lo alto del cerro, que llama a gritos para que hasta él se suba; su visión paradisiaca del valle desde el mejor mirador de la Alcarria; y ahora su aljibe moruno, excepcional y entre los mejores de toda España. Un primera fila que acaba de aumentar su valor porque sus vecinos lo han limpiado y han comprendido, por fin, su importancia y su valor.
Yo, para terminar, recomiendo hacer cuanto antes una visita a este aljibe del castillo de Valfermoso. Va a ser una sorpresa agradable para cuantos lo vean, y servirá para reafirmarnos todos en algo que ya sabíamos y aquí se manifiesta: que Guadalajara es un joyel de emociones, una fuente nunca acabada de sorpresa.
Excursiones extraordinarias
Hace unos años publiqué un libro que titulaba “La ruta del Arcipreste y otros viajes extraordinarios” que transcurría, en etapas cortas, por las provincias de Guadalajara, Segovia y Madrid. Desde Alcalá de Henares a Sotosalbos cruzando la sierra y visitando entre medias Hita, Tamajón y El Vado. Y luego me dedicaba en sus páginas a visitar pueblos, paisajes y memorias de la Alcarria, la Sierra, la Campiña y el Señorío de Molina. El libro (es en cierto modo lógico, cuando uno ametralla con tantos títulos y tan seguidos) pasó desapercibido entre los guadalajareños, pero entre sus páginas quedan retazos y días que al viajero se le hacen especialmente mágicos. De ese libro he querido rescatar, actualizado, este viaje a Valfermoso de Tajuña. Con el que quiero sencillamente animar a todos a que vayan, admiren su castillo, y no dejen, por nada del mundo, de admirar su aljibe.